Las patas de la tingua bogotana ahora pisan tierra seca y agrietada. Ya no nada, ahora camina y busca entre los sedimentos un alimento que cada vez es más escaso. El humedal Gualí, el más grande de Cundinamarca, ha ido poco a poco cayendo en el olvido por parte de la comunidad y las autoridades competentes.
El humedal, de aguas frías y juncos en sus orillas, recubre tres municipios: Tenjo, Mosquera y Funza, siendo este último el municipio al que más hectáreas le corresponden. Con sus 1.196 hectáreas, este ecosistema es el hogar de ranas sabaneras, alcaravanes, mirlas y pequeños roedores que hoy se encuentran amenazados porque su hábitat se esfuma.
Desde 2000, el municipio de Funza, aledaño a Bogotá, ha enfrentado un desenfrenado crecimiento urbano y demográfico. Lo que antes eran cultivos o monte, hoy son conjuntos residenciales que contribuyen a la sedimentación del Gualí. Plaza Capital habló con la Corporación Autónoma Regional (CAR) y la fundación Biotaviva, encargada de la protección y conservación del humedal.
La expansión que no termina
En Cundinamarca, la expansión de la urbanización y el crecimiento de la población podrían afectar a ecosistemas hídricos que están en procesos de protección ecológica. Según datos del Minambiente, la Sabana de Bogotá tiene alrededor de 580.000 hectáreas lo que la hace más grande que países como Malta, un archipiélago ubicado al sur de Europa. Incluso, su superficie supera hasta 28 veces a ciudades sudamericanas como Buenos Aires. Para Sebastian Fonseca, politólogo, abogado y presidente de la fundación Biotaviva de Funza, “la regulación que plantea el Ministerio bloquearía que se continúe con el crecimiento desmesurado de Bogotá y su sabana”.
En 1993 se estableció una ley que dispone los suelos de Cundinamarca para el uso prioritario de actividades agropecuarias. Sin embargo, estos se han ido perdiendo debido al crecimiento y urbanización desenfrenada. Según cifras del DANE, entre 2018 y 2025, Cundinamarca se consolidó como el departamento con mayor recepción de población en el país contando con una tasa de migración interna de aproximadamente 25 por cada 1.000 habitantes. En contraste, Bogotá registra una disminución en su saldo migratorio, reflejando la salida constante de habitantes hacia municipios cercanos.
Según las proyecciones de población del DANE, la sabana de occidente experimentará un fuerte crecimiento demográfico, especialmente en los municipios más cercanos a la capital. Por ejemplo, Funza, en el año 2000, contaba con 53.000 habitantes, pero en dos décadas su población se duplicó, alcanzando los 108.026 habitantes y se espera que en 2035 tenga más de 150.000.
La expansión urbana ha llevado a que ciudades como Funza, Mosquera y Facatativá se conviertan en nuevos polos de vivienda y desarrollo. Fuente: DANE.
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El buchón ahoga el humedal y lo convierte en tierra seca
El humedal es hábitat de aproximadamente 33 especies de aves entre las que se incluyen 6 migratorias y 3 endémicas en amenaza de extinción. Foto: Daniela Villegas
El humedal Gualí libra una silenciosa batalla contra la sedimentación, un proceso natural, pero que, poco a poco, transforma su paisaje. Todo comienza cuando diminutas partículas de tierra, arrastradas por el viento o las corrientes de agua, se desprenden del suelo y viajan hasta el humedal. Al llegar al humedal, el agua fluye más despacio y eso hace que no pueda seguir cargando con esas partículas, por lo tanto,se van asentando al fondo como si el humedal fuera cubierto con un velo de tierra. Con el tiempo, esto cambia la forma del humedal, lo hace menos profundo y pone en riesgo la vida que depende de su equilibrio natural.
Si bien la sedimentación es un efecto de la urbanización, esta tiene un porcentaje pequeño de afectación. En Funza, las aguas tienen una alta carga orgánica y hace que sea imposible tratarlas mediante una Planta de Tratamiento de Aguas Residuales (PTAR). El problema es que llegan aguas contaminadas a un ecosistema donde habita una gran cantidad de aves, tanto endémicas como exóticas, y que los espejos de agua del Gualí se encuentran recubiertos por una planta amazónica, que se alimenta de esta carga orgánica, llamada buchón de agua.
Esta planta exótica se extiende como una sombra sobre el humedal, cubriendo la superficie y ahogando el agua. Sin oxígeno, las algas que antes daban vida, comienzan a morir. Sus cuerpos se descomponen lentamente y se hunden en el fondo, formando capas de materia muerta que poco a poco transforman el lecho del Gualí en un terreno seco y compacto. Así nace la sedimentación.
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Un documento capaz de protegerlo… ¿o no?
Desde hace aproximadamente 30 años, el humedal Gualí viene presentando señales de deterioro por la alta cantidad de Buchón de agua que existe en el ecosistema. Foto: Daniela Villegas
El plan de manejo ambiental del humedal Gualí se adoptó por la CAR en 2017 con el Acuerdo de Distrito Regional de Manejo Integrado (DMI), en el cual se discuten los parámetros para su conservación ecológica. Para Carlos Rodriguez, desde la CAR, se ha buscado que se regulen las empresas para la coexistencia tanto de actividades productivas como de medidas que garanticen la protección del humedal “Lo que buscamos es que tanto las empresas como las áreas protegidas (...) lleguen a un equilibrio en el que puedan subsistir las dos en las mismas áreas”.
Ahora, a pesar de todo lo que contempla este plan de manejo ambiental, desde la fundación Biotativa se considera que este Plan de manejo es ineficiente. “El plan de manejo está pésimamente formulado en términos de política pública, las metas si bien son relativamente claras, algunas son inviables. (...). En la formulación está mal pensado, desconoce las dinámicas del territorio”, afirma Fonseca.
Entre estos compromisos se destaca la iniciativa de llevar a cabo actividades rutinarias como sancionar asentamientos ilegales dentro del humedal y remoción de sedimentos. Así, la CAR se compromete a recuperar los espejos de agua para que traten de volver a su estado natural.
Sin embargo, estas acciones son insuficientes porque no quitan el problema de raíz. “Entonces, en parte toman medidas las autoridades ambientales, en este caso pues la Corporación Autónoma Regional, que es la que tiene jurisdicción sobre el ecosistema. Sin embargo, no se están eliminando las causas que generan esto”, explica Fonseca.
El Gualí no muere de golpe, se seca a medida que pasa el tiempo. Si para 2035 las proyecciones del DANE se hacen realidad, la CAR mantiene soluciones insuficientes y la PTAR sigue funcionando a medias, el humedal estará en peligro de desaparecer. La comunidad no sólo perderá un ecosistema vital, sino también un espacio que da equilibrio y vida al occidente de Cundinamarca. Además de que se encuentra en discusión que va a pasar si el ordenamiento de la sabana enmarca parámetros ambientales para salvaguardarlo.
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