Calla su voz, pero el balón siempre lo escucha

Jueves, 12 Junio 2025 10:42
Escrito por

A sus 16 años, Daniel Rodríguez es el capitán de la sub 17 de Fortaleza y ha destacado por ser un joven talentoso y goleador.

Daniel Rodríguez cobrando un tiro libre|Daniel Rodríguez regateando|Daniel con un trofeo de goleador|Daniel, un capitán silencioso|Daniel Rodríguez y su amigo, Juan Cadena|Daniel en microciclo con la Selección Colombia|Daniel Rodríguez en un partido contra SantaFe|Equipo de Fortaleza sub17|Daniel Rodríguez|Daniel durante un calentamiento||| Daniel Rodríguez cobrando un tiro libre|Daniel Rodríguez regateando|Daniel con un trofeo de goleador|Daniel, un capitán silencioso|Daniel Rodríguez y su amigo, Juan Cadena|Daniel en microciclo con la Selección Colombia|Daniel Rodríguez en un partido contra SantaFe|Equipo de Fortaleza sub17|Daniel Rodríguez|Daniel durante un calentamiento||| Sebastián Betancur|Sebastián Betancur|Sebastián Betancur|Clauthin Photography|Sebastián Betancur|Daniel Rodríguez|Sebastián Betancur|Sebastián Betancur|Clautin Photography|Sebastián Betancur|||
149

Minutos antes de la final en Ibagué, Daniel Rodríguez estaba nervioso. Había jugado poco, no sentía que tuviera la confianza del entrenador. La frustración del niño de 14 años se hacía sentir en su rostro. Pero todo cambió cuando supo que sería titular. Esa mirada con su mamá fue de nervios, pero, sobre todo de mucha alegría.

Todo tiene un inicio

Como todo padre que soñó con ser futbolista profesional y no lo logró, José Fernando Rodríguez le empezó a enseñar a su hijo desde los dos años lo que él sabía. En su casa en Guaduas, la recursividad no faltaba. Botellas de plástico de detergente o de jabón servían para que el pequeño Daniel aprendiera a patear. Esos primeros golpes lo llevarían, años después, a ser jugador y capitán de Fortaleza sub17.

Lo que aprendió con su papá por más de cuatro años fue solo el comienzo. Sus inicios no fueron exactamente en fútbol once. Empezó en el fútbol sala, un deporte donde el regate y la técnica mandan. La selección de Guaduas lo recibió como su primer equipo, y no tardó en ganarse las miradas.

Daniel comienza sus partidos orando. No tiene cábalas, porque su fe en Dios lo ha llevado lejos. Cree que Dios le da la mano cuando más lo necesita. Se arrodilla en el campo, alza sus brazos y agradece por su vida y  por el fútbol. Pide hacer magia, la misma que ocurre cuando el balón le obedece como si fuera un viejo amigo.

Siempre ora antes de sus partidos. Foto: Sebastián Betancur.

Equipos de diferentes municipios comenzaron a llamar al número 20 para reforzar sus selecciones: Ubaté, Anapoima, Funza y Madrid en Cundinamarca y Marinilla en Antioquia... A donde fuera, aunque callado y algo tímido, Daniel dejaba huella. Su estatura baja, de apenas 1,65 metros, lo hacía parecer frágil al lado de otros. Pero con el balón en los pies, parecía más grande. Como si, en vez de correr, flotara. Como si fuera el flautista de Hamelin, pero en vez de hipnotizar ratas, hipnotizara el balón. En 2023, incluso fue llamado a microciclos de la Selección Colombia.

Daniel de pequeño con sus trofeos. Foto: Daniel Rodríguez.

No todo es gloria para los grandes

En uno de esos torneos, pasó lo que Daniel nunca imaginó. En Agua de Dios, jugó un campeonato organizado por Fortaleza CEIF, uno de los clubes profesionales del país. Como siempre, caminó la cancha durante los primeros minutos de cada partido, observando, calculando. Parecía un niño más, bajito, silencioso, casi desapercibido. Pero cuando la pelota llegaba a sus pies, no hacía falta que gritara: se hacía notar. Su juego técnico, su lectura rápida del campo y esos pases sin mirar que dejaban a todos quietos, hicieron que el presidente del club se fijara en él y lo invitara a unirse a la categoría sub13  en el 2022.

El llamado fue una mezcla de emoción y vértigo. Lo que parecía un premio, pronto sería una prueba de carácter. Llegar a un club profesional no solo era subir de nivel. Daniel sentía que tenía que demostrarlo todo una vez más. Y por más que lo hiciera bien en los entrenamientos, no llegaban los minutos en cancha. Lo convocaban, pero casi siempre se quedaba en el banco. Esperaba, calentaba, volvía al banco. 

Daniel Rodríguez besando un trofeo. Foto: Daniel Rodríguez

Era difícil no dejar que eso doliera. Cada partido que pasaba sin jugar era como una piedra más en el pecho. Pero Daniel no hablaba. Se revolvía el pelo, buscando una respuesta. Y al final de cada partido, el silencio seguía. Solo al llegar a casa, cuando se encontraba con su mamá y las llamadas con su papá, las emociones lo alcanzaban. Se abrazaban sin decir mucho, y las lágrimas salían. No por rabia, sino por esa mezcla de frustración, impotencia y fe. Porque creían que algo cambiaría.

También te podría interesar: Cuando la pasión trasciende: la carrera tenística de Valentina

Los entrenamientos seguían siendo intensos. Pero eso no bastaba. Daniel empezaba a preguntarse qué más debía hacer para que lo dejaran jugar. A veces, la respuesta era simplemente seguir esperando. Otras veces, el deseo de abandonar asomaba por la cabeza. Pero nunca se quedaba mucho tiempo ahí. Siempre había algo que lo mantenía firme: el amor por el juego, la compañía de su mamá y su papá, esa confianza silenciosa en que algún día sería distinto.

La gran oportunidad llegó con un torneo en Ibagué a finales de 2023. Pero los primeros partidos fueron una repetición del pasado. Daniel se sentaba en el banco. Cuando entraba, lo hacía con ansiedad, sabiendo que eran pocos minutos y que tenía que aprovecharlos todos. Jugaba con intensidad, pero no era fácil mostrarlo todo en tan poco tiempo. 

Daniel Rodríguez con un balón. Foto: Daniel Rodríguez.

Fortaleza logró avanzar a los cuartos de final. Eso le daba una vida más. Una nueva oportunidad. Daniel lo vivía con una mezcla de emoción y angustia. Sabía que estaba en el lugar correcto, en el momento clave. Solo le faltaba eso que seguía sin llegar: confianza. Lo que más le dolía no era no jugar, sino saber que tenía todo para hacerlo y que, aún así, seguía esperando su turno.

En medio de ese torbellino, él y sus padres no dejaban de orar. A solas, en silencio, sin rituales ni cábalas, solo fe. A veces en lágrimas, a veces solo con los ojos cerrados. Era la forma que habían encontrado de resistir. Porque no todo en el fútbol es gloria. A veces, crecer duele.

Afuera, otros ojos también lo miraban. En la mitad de 2024, fue incluido en una de las visorias de la Selección Colombia. No era un proceso oficial, pero sí una puerta que se abría. Daniel lo vivía con ilusión, aunque sin deslumbrarse.

El renacer 

Oraron. Y fueron escuchados.

Durante el partido, según su mamá, Pilar Bolívar, “un hombre con barba —aparentemente del staff— lo observó”. Daniel entró de titular. La pelota llegó a sus pies, y en silencio, el balón lo entendió. Tras un disparo, la red se estremeció. Ese gol fue su renacer.

Pero la esperanza duró poco. En la semifinal volvió al banco. Solo jugó unos minutos. Quería estar en el once titular, pero la confianza del técnico aún no llegaba. Sin embargo, el equipo ganó.

Daniel Rodríguez en el Atanasio Girardot. Foto: Daniel Rodríguez

Los nervios estaban de nuevo. Daniel solo quería jugar desde el primer minuto. La razón le decía que no. El corazón le decía otra cosa.

Minutos antes del partido, el entrenador le dio la noticia: sería titular. Miró a su mamá en la tribuna, le hizo una seña con el pulgar. Ella sonrió, mostrando los dientes.

Fortaleza ganó 2-0. Daniel se fue a casa con el oro colgado del cuello. Pero Dios le tenía algo más preparado.

En la premiación, el hombre de barba se le acercó. “Me preguntó mi nombre. Luego lo dijo por el micrófono: mejor jugador del torneo.” A pesar de haber jugado solo dos partidos completos, se quedó con ese título. Daniel y su familia supieron que no habían estado solos. Nunca. Y que Dios siempre lo ha exaltado por su buen corazón y humildad.

Daniel con el trofeo de campeón. Foto: Daniel Rodríguez

El cambio de categoría 

Su rendimiento seguía creciendo, y alguien que ya lo había observado en silencio decidió apostar por él. Hugo Andrés Mercado, quien lo había conocido en 2023, fue el primero en confiar de verdad. Lo subió dos años anticipadamente al equipo sub15. Daniel era el más joven del grupo, pero no desentonaba: jugaba con calma, técnica y una madurez poco común.

Con ese equipo llegaron a la final de la Copa Metropolitana, pero perdieron 2-1. Daniel quería ese título para agradecerle a su entrenador, pero no todo dependía de él. Y esa derrota dolió. No solo por el marcador, sino por la impotencia de no haber podido cargar con todos, aunque lo intentara.

En 2024, su crecimiento se hizo más evidente. Sumaba minutos, goles y asistencias. Era el mejor jugador de su categoría. Eso le abrió otra puerta: un nuevo ascenso, esta vez para competir con los mayores. Todo apuntaba a que el camino se alineaba.

En ese grupo, con menos focos encima, Daniel fue creciendo en silencio. Ocasionalmente llevaba la cinta de capitán, pero no le hacía falta. Lideraba con los pies, desde el primer pase y su recorrido silencioso por la cancha.

Pero el fútbol no siempre avanza en línea recta. Ese mismo año, el club decidió reorganizar sus planteles. Los nacidos en 2008 formarían la categoría principal, y los de 2009, como Daniel, quedarían en otro grupo. Fue uno de los últimos en bajar. No por bajo nivel, sino para que tuviera más minutos.

Daniel Rodríguez en un torneo en Cundinamarca. Foto: Daniel Rodríguez.

Él seguía haciendo lo que mejor sabía. Aunque no fue convocado a la Selección Bogotá en 2024, no se detuvo. Entrenaba con la misma disciplina de siempre, con la cabeza siempre en alto y la mirada fija en el balón. Tiempo después, en enero de 2025, finalmente recibió el llamado: vestiría la camiseta de la Selección Bogotá.

La entrada al equipo sub17

Danilo Chacón, entrenador del equipo sub17B de Fortaleza, lo había estado observando. “Es un jugador técnico, que puede jugar en varias posiciones. Eso me gusta de él”, dice.

Daniel entró al equipo y pronto se consolidó. Se convirtió en el capitán silencioso con mentalidad ganadora, que contagia a los demás para ser mejores: Sergio Flórez, amigo y compañero, lo dice así: “Es uno de los líderes. Siempre tiene ese liderazgo... y patea muy bien”.

 

Daniel Rodríguez con su entrenador. Foto: Sebastián Betancur.

A pesar de que uno de sus jugadores favoritos en el fútbol colombiano es Marino Hinestroza por “su gran personalidad”, Daniel es todo lo contrario: tranquilo, técnico, desequilibrante en el uno contra uno. “Muy humilde y gracioso”, lo describe Juan Cadena, otro amigo.

Le encantan las mentas y la comida rápida. Pero si ve a alguien sin comida, no lo piensa: “Prefiero darle lo mío y no comer”, dice.

El semestre pasado fue elegido como uno de los mejores del Torneo Nacional. En los últimos tres partidos, ha dado dos asistencias, dos goles y una participación directa en gol. Sus compañeros lo saben: si le pasan el balón a Daniel Rodríguez, algo diferente va a pasar.

También te podría interesar: Rumbo al mundial: la Sub24 colombiana de ultimate que volará contra todo pronóstico

Aunque su sueño y meta es llegar al equipo profesional de Fortaleza el próximo año, no descuida sus estudios. Le va bien en el colegio, sobre todo en matemáticas, aunque el inglés no es lo suyo. Si algún día el fútbol no fuera una opción, se imagina estudiando alguna ingeniería.

El sueño de seguir jugando fútbol y llegar a Europa para poder jugar en el Barcelona al lado de Lamine Yamal serán todo un reto. Pero la confianza en Dios lo mantiene en el camino.

Sigue arrodillándose antes de cada partido. Sigue con esa mezcla de humildad y coraje. Sigue siendo ese niño que pateaba tarros en Guaduas, pero ahora viste la 20, lleva la cinta de capitán y hace magia sin levantar la voz. Callado, sí. Pero con el balón, siempre tiene la última palabra.