Cuando la pasión trasciende: la carrera tenística de Valentina

Viernes, 11 Octubre 2024 13:25
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Valentina es una tenista colombiana que con patrocinio se acerca cada vez más a la cúspide de su carrera como profesional.

 

 

Valentina Mediorreal jugando tenis en el Carmel Club||| Valentina Mediorreal jugando tenis en el Carmel Club||| María Camila Palacios Tovar|||
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Una cancha de tenis sería el espacio que marcaría la vida de Valentina Mediorreal. Un partido. Dos jugadoras. Un ganador del Sudamericano. La responsabilidad de llevarse este torneo estaba en sus manos. Con tan solo 12 años, entró a la cancha con la espalda erguida. Entre un vaivén de puntos y games, se llegó al match point. Juego. Set. Partido. Entre lágrimas y risas levanta el trofeo de campeona. La bandera de Colombia la tiene amarrada al cuello. ¿Y la cachucha? La cachucha siempre al revés. Además, carga con ella una fuente de inspiración y fortaleza, que la motiva día a día.

“Como tú entrenas, compites”, dice la tenista de 17 años, que con virutas de sus experiencias va puliendo su propia carrera. Con los ojos mirando hacia el horizonte, casi como proyectándose, dice que el tenis es su futuro y aquello por lo que trabaja diariamente. Cuando falla la pelota se habla a ella misma: “levántala”, “agáchate”, “súbela”. Algo así como si estuviera diseñando la coreografía más planeada y fluida posible. Una rutina espectacular, en la que el tiempo, la posición de su cuerpo, su agarre, el ángulo de la raqueta y la flexión de sus rodillas se comunican para mandar un golpe acompañado de una exhalación fuerte. 

Valentina asegura que tiene una conexión con este deporte. Al entrar a la cancha se transporta a un estado donde la calma impera y la fluidez la domina en cada tiro. Una gorra negra al revés, la trenza que le recorre toda la columna, unos shorts violeta que le combinan con las letras de su camiseta. Los tenis: blancos pero sucios. El anaranjado polvo de ladrillo se vuelve humo cuando ella resbala.

Ella divide, más no separa, su vida personal con el tenis. Este no la define porque, así como ella dice: “uno tiene que ser primero, persona, con valores y principios para poder definirse”. Un pilar que la ayudó a desarrollar su personalidad es su familia. De ellos aprendió a ser servicial, detallista y agradecida. Pues así como ellos han viajado con ella a diferentes países, le han comprado raquetas, cientos de pelotas de tenis, ella aprendió a valorar su cercanía. Incluso de aquella que ya no está, su mamá. Le dedica cada partido que juega, sin falta. Con una bendición al final de cada partido, sella y da a entender que carga su existencia en ella misma. 

Juliana Cadena la conoció hace diez años y no puede evitar sonreír cuando habla de ella. “Es muy genuina, todo lo hace desde el amor y la pasión, ella es felicidad”. La describe también como una persona persistente, pues a lo largo de su carrera se han visto los frutos de su arduo esfuerzo. Así como una piedra de polvo de ladrillo que entra en el zapato e incomoda al correr hacia la pelota, Valentina ha tenido sus baches en el camino que han sido solo oportunidades de crecimiento. Juliana parece ser un baúl de memorias vivas, en el cual está  Valentina. Como esa foto que guarda con la firma de la tenista, “en unos años yo sé que va a costar muchísimo”, asegura su amiga. Recuerda que la obtuvo cuando Valentina se graduó del colegio y le regaló fotos solo a sus seres más cercanos. Así pues, para darle un toque único e inolvidable le agregó por la parte de atrás su firma. 

Apasionada. Así la define su entrenador Alejandro Pedraza. Al parecer, él también la ve con las condiciones suficientes y necesarias para llegar a los grandes estadios del tenis profesional. Entre carcajadas comparte esa vez que en Brasil probaron el açai y después la fuerza de voluntad no fue suficiente para detenerlos de comer esta fruta morada. Este sujeto cuenta con una dualidad, pues mientras Valentina entrena la trata con la misma firmeza que un capitán trata a un sargento. “El que se cansa, no llega” le dice para que no baje el nivel y darle el empujón que necesita. Con su chaqueta del equipo de Colombia y las gafas completamente negras, que no dan señal a dónde mira, la presiona para que cada día suba un escalón más. 

Su insignia que la diferencia de todas, es la forma en la que se pone la gorra. Cautiva. Y pensar que todo empezó como un chiste de su hermano que buscaba solo molestar a la menor de la casa. Eso la distingue. En cada parte de ella hay vestigios de historias, una de sus pulseras dice “Bogotá”, pues lo ha representado más de 8 veces en el torneo de Interligas. Ha creado un vínculo inquebrantable con la ciudad que la acoge. Mientras que la otra pulsera es de una mariposa, que representa a su mamá y es una de las formas en las que Valentina la porta en su vida. Una metamorfosis. Un caudal de motivación para ella. 

Recién falleció Vivian, su mamá, Valentina jugaba con el rosario de su madre. Tan café que parecía de madera. Ahora, lo tiene en su cuarto, encima de un retrato de ella, con sus ojos verdes, pelo crespo y una sonrisa, la misma que le heredó a la promesa del tenis. El oro. Una cualidad de este es la transformación. Con una joya de su madre, ha consolidado una cadena que tiene dos dijes: una cruz y una raqueta de tenis. La carga con ella a todas partes, lleva a su mayor motivación colgada al cuello, cerca al corazón. El mismo corazón que late y bombea tenis a cada una de sus extremidades. 

Valentina tiene más de cien trofeos,  es imposible llevar la cuenta de los aviones a los que se ha subido, impensable es saber cuántos encordados de raqueta ha roto. Pero eso no importa, lo que verdaderamente cuenta es que toda esta ecuación ha traído a Valentina a ser patrocinada y apoyada para cumplir sus sueños, porque todos tienen la ilusión intacta de que estos logros son batallas ganadas y pronto se avecina el triunfo de la guerra.