Rafiki: el príncipe que conquistará el cielo de los Andes

Sábado, 22 Marzo 2025 11:14
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El primer cóndor incubado artificialmente en Cundinamarca se prepara para ser liberado. Mientras tanto, sus cuidadores lo crían evitando que este asocie al ser humano con alimento o seguridad.

Rafiki actualmente tiene siete meses de edad y pesa aproximadamente 12 kilos.||| Rafiki actualmente tiene siete meses de edad y pesa aproximadamente 12 kilos.||| Foto: Fundación Parque Jaime Duque.|||
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Fernando Castro, coordinador de conservación e investigación del Parque Jaime Duque, estaba nervioso. Vestía todos sus elementos de bioseguridad: la bata, el gorro, el tapabocas, los guantes. Sabía que después de dos meses de arduo trabajo por fin vería los resultados de su esmero y que, además, haría parte del proceso final. Tomó agua destilada, pinzas quirúrgicas y puso manos a la obra. La misión de hoy: ayudar a nacer a Rafiki. 

Castro, quien sería la única persona que manipularía el cascarón, estaba rodeado por una sala blanca que parecía un quirófano. Allí se encontraban zootecnistas y veterinarios, quienes no solo cumplían labores específicas sino también de apoyo moral, tres incubadoras alineadas con precisión, dos criadoras esperando al polluelo y una mesa de acero inoxidable cubierta por una delgada tela azul. Sobre ella reposaban otros elementos quirúrgicos, gasas y una luz intensa que apuntaba al huevo a punto de eclosionar. Un movimiento en falso, un contratiempo o una presión mal calculada y el pichón podría no lograrlo. “Se siente una presión bonita”, menciona Castro mientras le da toquecitos al huevo. 

El ambiente no podía ser diferente: una sensación tensa pero también de mucha esperanza, cámaras fotográficas por todos lados y ruidos de cóndor simulados en una bocina. Castro despegaba fragmento por fragmento el duro cascarón hasta que al fin logró retirarlo todo. Con los ojos cerrados, cubierto con un plumón que apenas le daban abrigo a su diminuto cuerpo, aún retorcido por haber pasado 60 días en su huevo, Rafiki dejó la cáscara y comenzó la vida el 29 de julio del 2024. 

Este polluelo no solo es el primer cóndor que eclosiona después de 12 años de esfuerzos de la Fundación Parque Jaime Duque, sino también el primer cóndor que nace por incubación artificial en Cundinamarca, la tierra del cóndor.  

Pesaba apenas 208 gramos, un poco más que una cajita de jugo. Su cuerpecito era frágil, sus sonidos eran tenues y sus movimientos eran lentos, como si todas sus energías se hubieran quedado en el cascarón. Esa misma noche, Rafiki la pasó en su incubadora, la que se encargaba de proporcionarle calor, mientras que Castro, quien desde ese momento se convirtió en papá adoptivo, entendía que esto apenas comenzaba, “ya había pasado una parte, ahora venía lo más difícil que era criarlo”

En las aves cantoras la eclosión del huevo dura ocho horas, en los cóndores puede tardar hasta 60 horas. Créditos: Fundación Parque Jaime Duque

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La esperanza de salvar el ave nacional de la extinción

La vida de Rafiki ya tiene un rumbo definitivo: ser liberado en los Andes colombianos, pero para lograrlo, el equipo de conservación debe seguir un riguroso protocolo. El reto está en que los cuidadores críen al polluelo, pero que este jamás asocie a los humanos con comida o refugio, en pocas palabras, que Rafiki nunca los vea. Esto se hace para que cuándo él sea liberado logre la independencia y contribuya a la reproducción de la especie. Aunque es el ave nacional, el cóndor de los Andes está en peligro crítico de extinción.

En 2021, se realizó el Primer Censo Nacional de Cóndor Andino en Colombia en el que se reveló un dato alarmante: apenas hay 63 cóndores en el país. De estos, se identificó una mayor cantidad de machos y una baja presencia de cóndores en edad reproductiva. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), se cree que la pérdida de hábitat, la caza furtiva y el envenenamiento son factores claves que marcan el descenso de esta especie

El verdadero riesgo para el cóndor no solo está en la pérdida de su hábitat, sino en la desconfianza de las comunidades. Aunque, en la actualidad, el pico de Rafiki está en desarrollo, cuando alcance la edad adulta se convertirá en un ave carroñera que rara vez cazará. Sin embargo, muchos campesinos asumen que son ellos los responsables de matar a sus animales y, en un intento por proteger su rebaño, recurren al envenenamiento o los  ahuyentan con armas traumáticas, lo que reduce aún más la población de cóndores andinos. 

Todos los ojos están en la preservación del ave que es capaz de volar más de siete mil metros. “Lo más valioso del nacimiento de Rafiki no es solo que es un individuo que puede llegar a reproducirse en los páramos sino que volvió a poner a toda Colombia a pensar en los cóndores”, menciona Castro, quien también está vinculado al programa de conservación del Cóndor de los Andes en el Parque Jaime Duque. 

Chie y Xue, los padres biológicos de Rafiki fueron víctimas de envenenamiento. Desde el 2015 residen en la Comarca del Cóndor en el Bioparque Wakatá. Foto: Fundación Parque Jaime Duque.

Sin contacto, sin humanos: criar a Rafiki simulando su próxima vida

Cuando se cría un cóndor sin cóndores todo debe estar calculado. Tal como un grupo de niños imagina al ratón Perez, Rafiki necesitaba ver reflejados a sus padres biológicos. ¿Qué podía ser resistente, no tóxico y muy parecido al ave voladora más grande del mundo?: Un par de títeres. Así fue como llegaron al Jaime Duque, desde Argentina, dos cabezas finamente detalladas, hechas de látex y con picos de resina dental. Una de ojos cafés y cresta prominente, representando al macho y la otra de ojos rojos y cabeza pequeña y gris hizo de hembra.

Cada día la rutina de Castro era la misma, debía alistar alguno de los títeres, varias prendas de ropa y una chaqueta gruesa que lo protegiera, a veces sin éxito, de los picoteos del polluelo. Tan pronto como abría la puerta de la incubadora, sus movimientos se ralentizaban y, con el títere puesto, su brazo derecho se transformaba en el rey de los Andes. El ritmo de sus muñecas marcaban hacia donde miraba el cóndor que de vez en cuando bajaba su cabeza  para frotarse contra el suelo como sinónimo de calma.

Mientras tanto, Rafiki buscaba la protección de aquellas figuras que, para él, eran sus padres. Si la cabeza de látex bajaba lentamente, el polluelo se acercaba para sentir el roce reconfortante del pico sobre su cuerpo. Pero si el brazo de Castro se elevaba demasiado, un instinto primario se activaba dentro de él: sus alas diminutas aleteaban con torpeza, su cuello se estiraba con ansias y su pequeño pico se abría buscando recibir algún bocado. Era justo en ese momento que Castro entraba en acción y cuidadosamente alimentaba a la cría con pequeños ratoncitos. Esta acción la repetiría cinco veces al día. 

Rafiki crecía a un ritmo alarmante, en 70 días aumentó 24 veces su peso inicial, lo que marcó el momento de dejar atrás las incubadoras y marionetas para dar paso a su nuevo hogar en lo alto del Cerro Tibitó, a cuatro kilómetros de distancia. La construcción del hábitat duró poco más de cuatro meses en la que se debía representar al páramo en un espacio de 30 metros de largo, 12 de ancho y unos ocho de altura. Además, había que fabricar las rocas en cemento artificial, ubicar los nidos y crear los estanques para que el día de transportar al polluelo todo estuviera listo. 

Esa mañana, con el estómago vacío y sin saber lo que se le avecinaba, una sombra oscura lo envolvió con fuerza. Rafiki se quedó paralizado por el miedo. No hubo quejido, ni picotazo ni intento de escapar, solo sentía un roce de telas desconocidas y unas manos las cuales ignoraba que eran las mismas que lo habían cuidado desde antes de nacer. Castro ubicó al polluelo en un guacal cubierto de cartones y telas negras que, con ayuda de un colega, subió a la camioneta que los esperaba para llevarlos a la nueva cueva. 

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Desde ese instante, el silencio se volvió una orden inquebrantable. No hubo palabras, ni notificaciones en los celulares, ni siquiera el zumbido lejano de un radio encendido. Rafiki, sin saber lo que ocurría, estaba inmovil en la oscuridad, mientras el equipo contenía el aliento. La instrucción era simple, que el ave jamás los viera ni escuchara. Al llegar a Cerro Tibitó ubicaron al cóndor en el nido y allí, rodeado de mosquitos y enfrentado el calor y frío, Rafiki, el príncipe de los Andes, pasó su primera noche. 

Castro manipula el títere del cóndor macho para estimular el reflejo de alimentación en Rafiki. Foto: Fundación Parque Jaime Duque.

Un cóndor en entrenamiento para la vida de los Andes

Si a los cóndores se les pudiera definir por su esencia, según Castro, Rafiki sería como “estos niños en el colegio que quieren estar todo el tiempo jugando, pero que si alguien les dice algo van y se esconden”. El polluelo dejó atrás la infancia y ahora parece un preadolescente. El suave plumón café que lo cubría ha dado paso a plumas más firmes que, con el tiempo, lo llevarán a surcar el cielo. Su pico, antes inofensivo, ahora puede desgarrar carne y sus garras han comenzado a afilarse, preparándose para la vida en el páramo. 

En su edad madura y en la libertad absoluta de los Andes, los cóndores, cuando no están volando, están parados sobre las rocas, quietos e inmóviles. Parecen estatuas, apenas se les ve sacudir ligeramente la cabeza para rascar su plumaje. Así es la pareja de cóndores que también habitan en el Cerro Tibitó y quienes le enseñan a Rafiki cómo comportarse como uno de su especie. Por un lado, Audrey, una hembra nacida en cautiverio y criada en Estados Unidos y, por el otro, Katuma, un macho que llevaba una vida silvestre en páramos chilenos hasta que recibió  impactos de proyectil que le impiden volar correctamente.

Rafiki, el príncipe de los Andes, parece no entender muy bien sus lecciones, pues cuando llueve, los adultos prefieren resguardarse del frío mientras que a él le encanta salir a mojarse. A medida de que caen las gotas frías en la tierra, el joven polluelo sale de su nido y siente cómo estas impactan sobre su cabeza. De repente y, aunque la emoción no le cabe en el cuerpo, no sabe exactamente qué hacer. No sabe si empezar a escarbar la húmeda tierra o si correr dando pequeños saltitos de un lado a otro mientras lleva las alas extendidas. “Eso queda como un pollo mojado escurriendo agua”, afirma Castro mientras sonríe por la ternura que le evoca su hijo adoptivo

Tiene un espíritu inquieto que lo lleva a explorar cada rincón de su cueva, pero su curiosidad se convirtió en un problema. Aunque su hábitat se encuentra recubierto por polisombra para evitar que vea a quienes le llevan comida, él, como si de un juego se tratara, descubrió que su pico era más fuerte de lo que imaginaba. Con sutiles picotazos empezó a perforar la lona creando diminutos agujeros que poco a poco fueron revelando las siluetas de sus cuidadores. 

Su reacción fue inmediata. Sus patas se abrieron un poco, tomó posición erguida y abrió sus alas mostrándose imponente mientras caminaba lentamente hacia su nido buscando alejarse de aquella extraña figura. Simultáneamente, sus gruñidos significaban que lo que sea que veía no era bienvenido en su hogar ni quería tenerlo cerca. ”Ahí nos dimos cuenta que lo estábamos criando bien” afirma Castro, pues si Rafiki hubiera pedido comida al cuidador significaba que sus esfuerzos no estaban dando resultados esperados. 

Expuesto a una vida frágil

En la cocina, de domingo a viernes, se alistan ratones, conejos y carne: este es el festín que espera por Rafiki. Su cuidador lleva la comida hasta lo alto del Tibitó, allí, espera que el príncipe se esconda y rápidamente pone el alimento en una plataforma alta, este permanecerá ahí hasta que el cóndor se de cuenta. Empieza a rasgar con sus garras los animales que yacen muertos, separa los pedazos, pica por las costillas, come el cartílago, deja los cadáveres a un lado. Queda satisfecho y aprovecha las pocas sobras para el resto del día.

Pero cuando el condorito apenas tenía días, la alimentación debía ser demasiado rigurosa, pues el más mínimo detalle pondría en riesgo la vida del animal. Cada porción debía estar perfectamente medida, pues al principio no podía ingerir presas enteras, así que los ratoncitos, que eran su platillo principal, deben ser meticulosamente cortados en diminutos trozos. 

Pero un error casi lo mata. Un día, un cartílago pasó desapercibido y quedó entre los pedazos y al tragarlo se atoró en su pequeño cuello. Rafiki dejó de comer, por más que estuviera acompañado de los títeres y que le acercaran la jeringa sin aguja a su pico, él no recibía bocado. El equipo se preocupó, cada mirada entre ellos era un intento desesperado por encontrar una solución. Cada segundo sin comer era una sentencia en la vida del polluelo. Lo peor no era solo el miedo a perderlo, sino que la vida del príncipe ya no era un secreto, ya que su nombre figuraba en el título de todos los medios. No podían perderlo. 

La naturaleza es sabía y sabe cómo hacer sus cosas. Después de unas horas Rafiki volvió a pedir comida y todos pudieron volver a respirar en paz. 

Equipo de conservación que contribuyó al nacimiento de Rafiki. En sus manos, Castro sostiene el cascarón roto. Foto: Fundación Parque Jaime Duque.

Una espera impaciente por abrir sus alas

Ahora Rafiki se enfrenta a un nuevo reto: volar. Empieza a dar saltitos, aletea y se bota de la plataforma de su hábitat hasta suelo firme:el resultado es desastroso. “Se da durísimo”,recuerda Castro. Sin embargo, Rafiki nunca desistió y a la semana siguiente intentó nuevamente. Uso sus uñas, su pico y se subió a una roca y desde ahí volvió a caer el suelo en picada. Algún día, Rafiki logrará volar más de siete mil metros, pero sólo se verá en el día de su liberación.

Dentro de dos años y medio, este cóndor se sumará a los otros 63 de su misma especie que están libres y siguen enfrentando los problemas con la comunidad y el medio ambiente. Ahí  llegará el momento decisivo en el que Rafiki se enfrentará al frío del páramo, al viento recorriendo sus plumas, el sol bañando su espalda y la tierra sintiéndose bajo sus patas. En ese instante de liberación, el esfuerzo de años del equipo se pondrá a prueba, y la naturaleza decidirá si el príncipe de los Andes está listo para reclamar el cielo como suyo. 

 

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