Copetones: el desafío de sobrevivir en Bogotá

Viernes, 27 Junio 2025 09:07
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En la actualidad, esta ave se enfrenta a factores como la urbanización, depredación y parasitismo que han causado su desaparición en la capital.

También conocido como Gorrión, el Zonotrichia capensises es el ave insignia de Bogotá.||| También conocido como Gorrión, el Zonotrichia capensises es el ave insignia de Bogotá.||| Foto: Pedro A. Camargo M. Biólogo - Asociación Bogotana de Ornitología|||
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Mucho antes de que el sol salga detrás de Monserrate, el copetón (Zonotrichia capensises) ya ha anunciado el amanecer en Bogotá. Es el ave insignia de la ciudad: pequeño, de escasos 15 centímetros, cabecigrís, ojos delineados de negro, pico corto y con un collar tono castaño rojizo adornando su nuca. Su canto es la alarma natural de la capital, pues desde las cinco de la mañana puede oírse mezclado entre la sinfonía que crean las mirlas y uno que otro cucarachero, pero el copetón deslumbra con sus tonos agudos, vibrantes y repetitivos.  

Desde sus inicios, el copetón y el bogotano han convivido estrechamente, compartiendo el ritmo y los paisajes de la ciudad. Además, esta pequeña ave cumple funciones ecológicas clave como la dispersión de semillas. Su presencia se suma a la de otras 488 especies tanto endémicas como migratorias que están registradas en la Guía de Aviturismo en Bogotá, elaborada por el Instituto Distrital de Turismo.

En medio de una ciudad que no deja de expandirse, la población de copetones ha dejado de escucharse. Esta especie se ha visto afectada por la urbanización, depredación, falta de acciones en las entidades que deben velar por su conservación y, en una menor medida, el parasitismo causado por el chamón (Molothrus bonariensis) otra de las especies nativas de la ciudad. 

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La demora institucional pone en riesgo al copetón

La Procuraduría General de la Nación, el 18 de julio de 2024, solicitó a la Corporación Autónoma Regional de Cundinamarca (CAR), al Ministerio de Ambiente y a la Secretaría de Ambiente de Bogotá estudios que permitieran “estimar las abundancias de esta especie y los posibles riesgos de desaparición”. En vista de que podría existir una variación en la población de copetones en la capital, la entidad insistió en conocer los programas de protección para las aves que están en riesgo de desaparecer.  

A pesar de esta solicitud, las tres entidades aseguran no tener documentación precisa sobre el copetón en Bogotá. 

Al preguntarle al Ministerio de Ambiente se encontró que, si bien Colombia tiene leyes para proteger la biodiversidad, no existe un plan nacional específico para el copetón. Sin embargo, esta entidad ha participado en la definición de la nueva Estrategia Nacional para la Conservación de las Aves (ENCA) 2030, un plan que establece directrices y acciones para la conservación de las aves en el país. Adicionalmente, la entidad remitió la solicitud a la Secretaría Distrital de Ambiente. 

Respuesta de minambiente al derecho de petición realizado por este medio. Foto: Daniela Villegas.  

Con la CAR sucede un caso similar, entidad que también remitió el derechos de petición a la Secretaría de Ambiente. Además, uno de sus funcionarios manifiesta que ninguna de las áreas se encarga del monitoreo de copetones. Según la legislación ambiental colombiana, esta entidad  tiene la responsabilidad de desarrollar y ejecutar planes y programas para la conservación de la biodiversidad en las que se incluyen la protección de las especies.

Desde la Secretaría de Ambiente, una funcionaria reconoce que no se cuenta con información específica sobre el estado actual del copetón. Aun así, la entidad insiste en que contribuye al cuidado de la avifauna en la ciudad mediante campañas generales, guías informativas y eventos de avistamiento como el Global Big Day. 

Para Noemí Moreno, bióloga y gerente técnica para Audubon en Colombia, una organización ambientalista con más de cien años de experiencia en la conservación de las aves y sus hábitats, una de las razones que explican la respuesta insuficiente de la Secretaría frente al llamado de la Procuraduría es la falta de continuidad institucional: Las entidades públicas tienen personas, pero no siempre tienen unos periodos largos, pueden entrar por 6 meses y ya no estar más”.

Maritta Lozano, directora de la Fundación Dodo en Colombia, explica que  las zonas verdes de Bogotá donde habita el copetón pueden quedar bajo la responsabilidad compartida de hasta cinco entidades distintas, como ocurre en el Canal Boyacá: “ La administración la tiene el IDRD, el corte del pasto el Acueducto y la conservación de los árboles el Jardín Botánico”. Lo anterior hace que los ciudadanos no sepan a quién dirigirse a la hora de hacer peticiones. 

La ausencia de copetones refleja la crisis ambiental en Bogotá

El copetón y el bogotano tienen algo en común: sus hogares son cada vez más reducidos. Mientras las personas residen en apartamentos de costos elevados y  dimensiones reducidas, el ave sobrevive en fragmentos de zonas verdes que hoy coexisten entre edificaciones fruto del crecimiento urbano desbordado.

Para Adriana Maldonado, magister en biología con énfasis en conservación y manejo de vida silvestre y líder del semillero de ecología y comportamiento animal en la Universidad del Rosario, esta especie podría ser un bioindicador para la ciudad. “El copetón nos puede hablar sobre los espacios y sobre la estructura de zonas verdes en Bogotá”, afirmó la bióloga.

Según un proyecto de acuerdo que establece a la Tingua Bogotana como emblemática de la ciudad, la capital colombiana cuenta con humedales, parques ecológicos y cerros que completan más de 70.000 hectáreas comprendidas en el Sistema Distrital de Áreas Protegidas y que contemplan una alta diversidad de aves. Además, es un ciudad que alberga al Páramo de Sumapaz, el más grande del mundo, y once humedales con categoría RAMSAR como el Juan Amarillo o Capellanía.

Sin embargo, según este mismo proyecto de acuerdo, “Bogotá ha perdido 47 mil hectáreas de humedales en los últimos 30 años”. En tres décadas, se ha perdido un área equivalente a casi dos veces el área total de Medellín. Adicional a esto, un estudio de Greenpeace, una organización ecologista internacional que defiende el medio ambiente y la paz, “el 80 % de la población total de Bogotá vive con déficit de áreas verdes.”

Bogotá se sigue consolidando como una selva de cemento. Según el Observatorio de Desarrollo Económico (ODEB), desde 2020, el área construida no ha dejado de crecer y para 2024, cerca del 74 % de las obras seguían en ejecución, mientras que solo una pequeña parte permanecía paralizada. En total, se han construido 34,9 millones de metros cuadrados, lo que equivale a cubrir por completo con concreto unos 30 parques del tamaño del Simón Bolívar.

La pérdida de zonas verdes representa una amenaza directa para la avifauna. Sin áreas naturales disponibles para anidar y alimentarse, muchas especies, como el copetón, se ven forzadas a abandonar sus hábitats tradicionales o adaptarse a entornos cada vez más hostiles. 

Pero su ausencia va más allá de una simple pérdida biológica. Si los copetones desaparecen, Bogotá no solo pierde parte de su identidad sonora y cultural, sino también la conexión emocional con la naturaleza que muchas personas sienten al ver aves en libertad. Además, se extinguiría una de las funciones ecológicas más valiosas que cumple esta especie: la dispersión de semillas. Al alimentarse de frutos y luego expulsar las semillas a otras zonas, el copetón contribuye involuntariamente a la regeneración vegetal de la ciudad, siendo un eslabón clave en el equilibrio ecológico urbano.

En 2024, el 77,1 % del área en construcción en Bogotá fue para vivienda y el 22,9 % para otros usos. Fuente: Boletin Construcción Regional N° 38 ODEB 

Además, los peligros de las aves no quedan ahí. Las edificaciones altas que están construidas aledañas a zonas verdes pueden ser mortales para estas especies, pues pueden presentar “muerte por colisión al chocar con el reflejo de una ventana o pueden quedar enredados en cables de electricidad”, explica Lozano. Pese a ello, Bogotá sigue siendo un ecosistema estratégico para las aves. Según Moreno, desde Audubon, “no queremos verlas como una amenaza, sino como una oportunidad tanto de desarrollo social y económico en el que puedan habitar las aves”.

El copetón más alerta y menos libre

El copetón ha tenido que variar su canto lo que reduce sus posibilidades de encontrar pareja. Foto: La Tingua Bogotana

Bogotá cambió y el copetón parece saberlo. En el duelo entre adaptarse al lugar que un día fue su hogar o emigrar en búsqueda de mejores condiciones, el ave lleva las de perder.

Diego Mejía es biólogo y miembro del semillero de comportamiento animal de la Universidad del Rosario. Actualmente se encuentra estudiando el impacto de la urbanización en el comportamiento de los copetones. “La expansión de las ciudades ha sido muy acelerada, lo que ha hecho que el progreso de la humanidad corra más rápido que la adaptación de los copetones”.

La vida del copetón solía ser sencilla: cantar al amanecer, buscar alimento, esparcir semillas, cortejar a su pareja, cuidar sus huevos y repetir la rutina cada día. Pero ahora, en vez de cantar, vigila. Según los estudios de Mejia, con la llegada de la urbanización el ave debe gastar su energía en estar alerta sobre los posibles depredadores como perros, gatos y transeúntes, “Ahora les toca enfocarse más en sobrevivir y no tanto en encontrar pareja y reproducirse. ”

Ese estado de alerta constante provocado por la presencia de depredadores urbanos como perros, gatos podría derivar en altos niveles de estrés para el ave, alterando por completo su rutina natural. “El problema no son los perros y gatos. El problema son sus dueños”. Explicó Maldonado, líder del semillero. 

Según la ENCA “En las ciudades, es una gran amenaza la tenencia irresponsable de mascotas como gatos que igualmente puede ser responsable de la muerte de entre 1 y 4 mil millones de aves. Esta es una amenaza que a la fecha no ha sido detalladamente estudiada por el país, pero que puede estar poniendo en riesgo cerca de 18 especies colombianas”, explica la estrategia. 

Además de estos depredadores, el copetón tiene otro enemigo natural que es el chamón, una especie nativa que como método de éxito reproductivo, pone sus huevos en el nido del copetón. 

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Un enemigo natural: el chamón

El chamón, un ave endémica de apariencia discreta pero comportamiento sorprendente, ha perfeccionado un método poco convencional para asegurar su descendencia: deja sus huevos en los nidos de otras aves. Mientras los machos brillan con un plumaje negro de reflejos tornasolados, las hembras lucen un marrón oscuro, casi imperceptible entre el follaje. Esta especie ha llegado a parasitar más de 250 especies distintas, extendiendo su astucia reproductiva desde Norteamérica hasta Sudamérica.

Uno de los hospedadores favoritos son los copetones. Al menor descuido, el chamón aprovecha. Se desliza con rapidez hasta el nido vacío y deja su huevo oculto entre los que ya están allí. Cuando la pequeña ave regresa, no sospecha nada: los colores, el tamaño, todo parece encajar. “El tamaño de los huevos y los ciclos de anidación son similares.  En el polluelo del copetón se tarda aproximadamente 13 días. En los chamones es entre 11 y 12. Nacen muy parejos.” explica Maldonado, líder del semillero universitario. 

Lo que empieza como un huevo más en el nido pronto se convierte en un intruso más grande que su cuidador. Cuando llega la hora de comer, la cría del chamón se impone. Sus chillidos son más fuertes, más urgentes y logran lo que buscan: más comida. El copetón, sin saber que está criando a otro, responde a ese llamado y lo alimenta con mayor frecuencia. Así pasa el tiempo, hasta que el chamón crece, alcanza la adultez y abandona el nido, igual que lo haría cualquier otro copetón. 

Ante este parasitismo de nido, otros países han adoptado medidas para ejercer control “en Norteamérica hay momentos donde se puede  cazar” a esta especie o algunas especies parásito. Esto con el fin de tratar de controlar que no haya  una afectación a otras aves que se están disminuyendo”. Explica Moreno, Gerente técnica de Audubon. 

Aunque el parasitismo del chamón puede afectar la reproducción del copetón, su impacto es marginal frente a otras amenazas más determinantes. Esta especie, al igual que muchas otras, actúa por instinto y no por intención. Su estrategia reproductiva es una forma de asegurar la supervivencia, no un ataque deliberado. En contraste, la urbanización acelerada, la pérdida de zonas verdes y la tenencia irresponsable de mascotas representan factores mucho más relevantes en la disminución de esta ave urbana. “El parasitismo es una estrategia que siempre ha existido. Desde antes de  los humanos, el parasitismo de nido ya existía”, afirma Mejía, biólogo de la Universidad del Rosario.

El chamón hace chillidos más agudos y repetitivos para poder recibir más alimento. Foto: Daniela Villegas

La información abunda, las decisiones escasean

El copetón, ave insignia de Bogotá, está cambiando su hábitat hacia áreas con más zonas verdes, un comportamiento que también adoptan otras especies.  Ante este panorama, organizaciones como La Tingua Bogotana impulsan recorridos de observación en bosques urbanos para generar conciencia y promover acciones de protección de las aves y su hábitat natural.

Frente a la ausencia de información por parte de entidades como la Secretaría de ambiente, la CAR y el Ministerio de Ambiente, expertos como Bryam Mateus, Ornitólogo de la Universidad de los Andes e investigador de la Tingua Bogotana sugieren que por el momento no es necesario un plan de conservación dedicado solo en el copetón. “Más que un plan enfocado a una especie es necesario tener un plan a especies endémicas que presentan problemas específicos para la ciudad.”

Para Moreno, la información ya la tienen por un lado, centros de investigación, como la Fundación Dodo Colombia, los semilleros universitarios, o La Tingua Bogotana. Y, por el otro, entidades especializadas como la Asociación Colombiana de Ornitología (ABO). Solo hace falta que la secretaría los consulte. “Tenemos datos de los censos navideños, también de los que se hacen en febrero y a mitad de año que son de aves acuáticas. Además, tenemos el Global Big Day que es ahorita en mayo y en octubre. Entonces ya tenemos unos datos importantísimos para la ciudad”. explica Moreno. 

Nueve meses después del llamado de la Procuraduría, las acciones siguen en pausa. Mientras tanto, Bogotá se enfrenta a un futuro donde ya no amanezca con el canto del copetón. La amenaza no es solo para esta ave emblemática, sino para toda la vida silvestre que aún resiste entre el concreto. La ciudad crece, el verde retrocede y las aves buscan sin éxito un espacio donde vivir. La información está, los diagnósticos también, pero las decisiones no llegan. Y mientras tanto, especies como el copetón siguen vagando, buscando un nuevo lugar donde habitar. 

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