Paula Muñoz, la única ajedrecista del club

Sábado, 07 Octubre 2023 21:58
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En el único club de ajedrez oficial con sede principal de Bogotá, Excálibur, se encuentra jugando una noche la campeona invicta de los Juegos Deportivos Universitarios Distritales del 2022. 

Tres mesas largas forman una hilera, y en cada una de ellas juegan dos parejas. Empiezan a enumerarse desde la ventana. Paula Muñoz juega en la mesa número cuatro.||| Tres mesas largas forman una hilera, y en cada una de ellas juegan dos parejas. Empiezan a enumerarse desde la ventana. Paula Muñoz juega en la mesa número cuatro.||| Lina Ariza|||
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En medio del comercio del barrio Salitre, Paula esquivaba las personas que caminaban lentamente en el andén. Explicaba que para ellos era importante catalogar al ajedrez como un deporte, pues le permitía a cualquiera ser jugador, sin juzgar la edad, la etnia o incluso el género. Se puede comenzar a jugar muy entrados en años, pero nunca será tarde para intentarlo. Con el impulso y las ansias cosquilleando en los pies, paró frenéticamente. Se rió y señaló a su derecha. “Aquí es. Sé que no parece, pero aquí es”, dijo mientras miraba un pasillo corto que encaminaba a unas escaleras largas. Sin pensarlo dos veces, se lanzó del suelo de cemento al suelo embaldosado.

Llegó al segundo piso, y el olor a colonia penetró en el olfato. Se lograba percibir en el aire aromas amaderados y herbales. En la esquina izquierda, una joven atendía una tienda de mecato y bebidas. A un lado, había un letrero grande que decía “Club de Ajedrez Excálibur”. Se adentró más y volteó. El cuadro frente a ella era impactante. En total, había 16 jugadores en partidas, todos hombres.

Una que otra mirada se reposaba en nosotras. No duraban mucho, pronto volvían a fijarse en los tableros de cuadros negros y blancos. Paula se dirigió específicamente a una mesa y saludó con un abrazo a un hombre alto y rubio que se encontraba manejando el récord en un tablero grande. Se llamaba David y era uno de los socios que dirigía el club de ajedrez. Ese martes se jugaba masnou, una modalidad donde el jugador que perdía la partida entraba a una lista de espera y el que ganaba permanecía en la mesa. Era una rotación constante de todos contra todos, y justamente David llevaba la cuenta de esa lista.

Con su brazo izquierdo y su rodilla derecha en el aire, Paula movió su maleta para tenerla frente a ella. Sacó diez mil pesos de su billetera y se los tendió a David. Era el precio a pagar por una partida de ajedrez de más de dos horas. La chaqueta de jean se ajustaba perfectamente a su brazo izquierdo y su espalda, mientras que en el lado derecho la manga colgaba suelta desde su hombro. Sacó unas gafas de un marco transparente y se las colocó. Puede que ese acto fuese habitual para ella, pero en ese contexto algo cambió. Como si ponerse las gafas fuera una funda intelectual que preparaba a sus ojos y su mente para dar el jaque mate.

David le indicó la mesa número cuatro y Paula se dirigió con premura a la silla vacía. Alguien había perdido, y ahora era el turno de ella jugar contra ese ganador. El hombre contó que el club había comenzado en octubre del 2021 con unos 7 socios. Jugaban en la plazoleta de comidas del centro comercial Unicentro de Occidente. Ahora son 4 socios y son el único club de ajedrez oficial con sede principal de Bogotá. Relató cómo una vez en el 2021 hubo un torneo donde más de cincuenta personas llegaron a la plazoleta de comidas a jugar, sin embargo, hubo problemas de administración. A partir de ello, decidieron asociarse junto a otro club del barrio Quirigua después de la pandemia y asentarse finalmente sobre la calle 101.

El jugador al que se enfrentaba Paula era un joven de cabello rizado. La ojeó rápidamente, pero no le dirigió palabra alguna. De manera mecánica, organizaron las piezas que habían quedado de la partida anterior y ajustaron el tiempo del reloj que determinaba cuánto se podía demorar cada uno en sus jugadas. Ella extendió su mano izquierda y él la estrecho. Con los ojos fijos en el tablero y la manecilla azotando el tic-tac, empezó la partida. Debían proteger al rey a toda costa.

El ritmo de la partida era pausado en comparación con las mesas de al lado. Junto a ellos, en otra partida, las manos volaban sobre el tablero, moviendo piezas negras y blancas al son en el que tocan el botón del tiempo. ¡Pa!, ¡pa!, ¡pa!, jaque mate. Allí terminan, pero en la mesa cuatro Paula se toma su tiempo para mover sus fichas negras. Su mano, en forma de excavadora, sube a los cielos del tablero y persigue a su presa. Se nota algo dubitativa cuando su mano avanza y justo antes de agarrar una pieza, se retracta. La partida dura aproximadamente 10 minutos. Paula pierde.

Pronto de la mesa cuatro, David le dice que pase a la mesa cinco. Se topa con un señor risueño de unos sesenta años. Paula vuelve a perder con él y con otros dos jugadores más. Me dice: “No, qué dolor, qué pena. Ellos juegan todos los días”. Ella no iba al club hace como dos meses. Sabe que su punto fuerte son las partidas largas, donde tiene más tiempo para calcular, pero aun así decía que se divertía allí.

La cabellera negra y larga de Paula Muñoz, entre cabezas masculinas, era contracorriente y desafiante, pero sobre todo inspiradora.

Nada está escrito en esa modalidad del ajedrez. En un principio, aquel jugador que parecía fuerte, en un abrir y cerrar de ojos, se debe levantar y hacer fila para la siguiente partida. Un error puede condenar el destino del juego. En la mesa siete yace un jugador entrado en los treinta, el mismo que unos instantes antes había cantado el jaque mate en la partida rápida. Ahora le tocaba a Paula enfrentarlo. Su mano izquierda capturaba a las piezas de su oponente y mientras pensaba en una estrategia, hacía girar entre sus dedos a los prisioneros. Ella avanzaba y sacrificaba peones en sus movimientos. Había algo en sus ojos marrones expectantes que avecinaban que esta vez sería diferente. El hombre ladeaba la cabeza y asentía. Sabía que la había embarrado, y Paula no lo desaprovechó. Con su dama, finalmente acorraló al rey: jaque mate.

Estrecha la mano frente a ella y, sin palabra alguna, se despide del oponente. Voltea a mirarme y me sonríe. La silla ganadora le pertenecía. En medio de ese salón de luz tenue, pudimos acariciar la verdadera gloria. No fue la única partida que ganó. Hizo jaque mate dos veces más, aun cuando la racha de pérdidas se duplicaba. En ese momento, no importaba la cantidad de victorias que tuviera. Su presencia como jugadora en medio de 16 hombres ya bastaba.

David decía que Paula era la chica que más iba al club. Había una que otra mujer que esporádicamente jugaba, pero la más constante era Paula. Él era entrenador de ajedrez y quería incentivar a las chicas. Desafortunadamente, comentaba que no eran disciplinadas y no se dedicaban a ello como un auténtico deporte. Señala a Paula y dice que ella es muy buena gracias a su intuición, después de todo, también era la campeona invicta de los Juegos Deportivos Universitarios Distritales del 2022.

Al son del tic tac de cada partida, transcurrieron dos horas. El campeonato había terminado y ahora David debía contar los puntos para saber quien era el ganador. Paula sabía que el primer puesto no le pertenecía, pero una sonrisa de satisfacción no podía ser borrada de su rostro.

En la pared, junto al letrero del club, colgaban doce cuadros de los campeones mundiales del ajedrez y, un poco más allá, también yacían diez cuadros de campeonas mujeres del deporte. Paula me señaló a Judit Polgár, la joven húngara que derrotó al Gran Maestro ruso, Garry Kaspárov. Con un machismo marcado, él una vez dijo “Ella tiene un talento fantástico para el ajedrez, pero, después de todo, es una mujer", y sostuvo que "ninguna mujer puede sostener una batalla prolongada". En 2002, Judit le demostró cuan equivocado estaba.

Irónicamente, durante la noche algunos jugadores se acercaron a mí, una espectadora, y me invitaban a jugar. Se apresuraban a decir que fuera más seguido, que ellos me enseñaban allí. Era hora de irnos, y cuando Paula se despidió, le decían que la echaban de menos, que por qué no iba. Ella les decía que la universidad la tenía ocupadísima, y ellos reiteraban que la esperaban en una próxima partida. La afabilidad y la calidez eran palpables.

En ese segundo piso, aquellas palabras de despedida prometían más una desbordada pasión por el ajedrez que cualquier prejuicio que se hubiera podido tener.