Katherine Castro sube la mirada al techo y recuerda con tristeza las palabras de su tío: “Quiero que recuerde dos cosas. Primero, es negra. Y segundo, para que se pueda considerar la mejor tiene que trabajar 3 veces más que cualquiera de los que están acá”. La mujer de 36 años oriunda de San Andrés de Tumaco -municipio de la costa del Pacífico- sabe bien de aquella discriminación que trunca muchos procesos educativos en el país.
Su mamá, soltera y trabajadora, siempre la guió en el camino del estudio aun cuando las condiciones económicas para que fuera a una universidad eran mínimas. Al terminar el bachillerato, decidieron que viajaría a Medellín y se quedaría donde unos familiares para estudiar Licenciatura en Educación preescolar en el Tecnológico de Antioquia - Institución universitaria. En segundo semestre se ganó una beca condonable del ICETEX para comunidades negras, pero para ella siguió siendo muy difícil estudiar con carencias.
Durante los 5 años que estudió en la facultad fue el mejor promedio académico en todos los semestres. “Pero porque me maté”, dice Katherine. Se levantaba siempre a las tres de la madrugada y nunca tuvo tiempo siquiera para ver televisión en esos años.
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No solo el color café de su piel y su cabello rizado eran un obstáculo, sino también venir de otro lugar. Ella era la única negra de su salón que venía de afuera. Tenía otra compañera afro nacida en Medellín, sin embargo, eran distintas. La crianza, la manera de hablar y la situación económica las diferenciaban.
Estos retos académicos, sociales, económicos y geográficos son situaciones que día a día tiene que enfrentar un estudiante negro en Colombia. Los afrocolombianos representan el 6.75% de la población de todo el país, casi 3 millones de personas. A nivel educativo, en comparación con el 18.8% de todos los colombianos que entran a un programa universitario al año (9.702.492 personas), solo el 14% de la población afrocolombiana puede acceder a esta educación (420.000 personas), según el censo en 2018 del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE).
Paralelamente, hay un problema estructural de la educación en Colombia. La falta de interconectividad en las regiones del país afecta inevitablemente la educación de los jóvenes. “No es lo mismo un joven que estudia en una zona rural que un joven que estudia en una zona urbana. Pero a todos nos miden con la misma vara”, sostiene Martha Inés Cuero, profesora que enseñó por más de 30 años en zonas rurales de Tumaco y actual encargada de la biblioteca del Proceso de Comunidades Negras.
También afirma que falta fortalecer el eje de la etnoeducación y la Cátedra de Estudios Afrocolombianos que se creó por la Ley 70 de 1993. Esta educación integra la nacionalidad, la cultura, la lengua y las tradiciones autóctonas de una comunidad. Sin embargo, el problema radica en que sólo es ofrecida a las comunidades, cuando debería ser ofrecida en todas las instituciones para generar una conciencia y respeto de la diversidad cultural del país.
Adaptarse a una nueva vida
Andrés Andrade, uno de los fundadores del colectivo de estudiantes universitarios afrocolombianos “AFROUNAULA” en la ciudad de Medellín, menciona que la mayoría de personas negras que estudian en las universidades son personas que vienen de otro territorio. Para ellos es muy confuso y abrumador llegar a una ciudad tan agitada como lo es la capital antioqueña. Por tal motivo el colectivo busca ayudar a orientar al estudiante en medio de la ciudad. “Estamos acostumbrados a muchas de estas dinámicas. Lo que hacemos es crear esa posibilidad de sentirse seguro en los espacios”, menciona el estudiante de la Universidad Autónoma Latinoamericana.
Esta complejidad de adaptación a la ciudad también sucede en Bogotá. Paula Pote, estudiante de jurisprudencia en la Universidad del Rosario y representante del colectivo de estudiantes afrocolombianos “AFROUR”, afirma que las comunidades afro se encuentran en territorios empobrecidos y ello perpetúa un desarrollo económico muy precario. “Cuando un estudiante afro logra obtener la posibilidad de llegar a estudiar en la capital del país, el proceso suele ser muy complicado y pesado. Necesita acompañamiento y mucho apoyo, y esa es nuestra labor principal dentro del colectivo”, respalda la estudiante.
Por otro lado, a nivel social también resulta desafiante adaptarse debido al racismo. “He tenido espacios donde, a través de la educación, te tiran frases micro racistas. Te tiran un montón de cosas que te revictimizan y hacen que te sientas menos que muchas personas, independientemente de que uno sea activista y que esté presente en todos los espacios”, comenta Andrade.
Un caso claro son las vivencias de Katherine Castro, la licenciada en preescolar recibió comentarios y tratos machistas tanto de sus compañeros de clase como de profesores. En una ocasión donde debían formar trabajos en grupo, una compañera le dijo: “¡Ay no! Gas, no quiero grupos contigo. Hueles a manteca”. Katherine confiesa que “Fue la única vez en mi vida que quise pelear, pero recordé que estaba becada”.
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En otra ocasión, en octavo semestre se topó con un profesor que le dijo: “¿Usted qué hace aquí? Váyase para otro grupo, porque yo no acepto negros. Si se queda va a perder, porque conmigo no gana”. Para Katherine fue inevitable estallar en lágrimas, no entendía las razones del profesor. Pero pronto se decidió a demostrarle con sus trabajos que no se puede estigmatizar por el color de piel.
Hay ayudas, pero no son suficientes
La Ley 70 de 1993 ahondó en la educación desde el eje de la competitividad. De ello se creó el Fondo de Créditos Condonables para estudiantes afrocolombianos con bajos recursos económicos y buen desempeño académico. Una vez se benefician de los estudios, deben retribuir todo el conocimiento aprendido a sus comunidades.
Las universidades también brindan ciertos descuentos a la población afrocolombiana. En la universidad de Pote en Bogotá, Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, se brinda la beca “Tejiendo interculturalidades”, que permite aproximadamente a doce estudiantes afro entrar a la universidad con una beca de máximo el 50%. No obstante, la estudiante recalcó que es necesario seguir creando más estrategias para ayudar a la población afro y reiteró que “La mayoría de las personas que son afrocolombianas vienen de territorios empobrecidos y por ende su economía tiene un mismo nivel al del territorio”.
En el caso de Andrade, la Universidad Autónoma Latinoamericana antes les daba el 20% sobre la matrícula, sin embargo, lo cambiaron y ahora es el 5%, “realmente nos sorprendimos, porque muchos de los estudiantes no tienen la posibilidad de pagar una matrícula, pero están haciendo un esfuerzo máximo. Los papás se están matando dentro del territorio para pagar el semestre y a los estudiantes les ha tocado aguantar hambre”, comenta el estudiante.
También explica que ser estudiante implica otros gastos, como fotocopias, almuerzos, pasajes de transporte, materiales de estudio, entre otros. Y esos gastos aumentan con la estadía y el mantenimiento mensual de los estudiantes que migran de otros territorios a las ciudades. En medio de este contexto, muchos tienen dificultades económicas o deciden desistir del proceso, aun cuando son becados del Fondo de Créditos Condonables del ICETEX, o reciben un descuento de su universidad.
Para Pote la discriminación racial en la educación se refleja en el constante cuestionamiento de las habilidades de las personas etno racializadas, en este caso de las personas afro. “No se tiene en cuenta los sacrificios que realizan las personas racializadas para poder llegar a la educación superior. Al desconocer todo eso, se está hablando de unas oportunidades muy desiguales”, añade la estudiante de jurisprudencia.
¿Qué hacen las instituciones oficiales del Estado?
El Ministerio de Educación Nacional, siendo la entidad cabeza del sector educativo en Colombia, se encarga de garantizar el acceso con equidad a los ciudadanos que deseen estudiar. De igual forma, las entidades territoriales (departamentos, distritos y municipios certificados) son responsables de brindar este servicio público. En la Ley 30 de 1992 de la Constitución Política de Colombia se consagra la autonomía universitaria para admitir a sus alumnos y adoptar sus correspondientes regímenes, sin embargo, no es claro cómo el Ministerio de Educación lleva a cabo esa supervisión de equidad en las escuelas tecnológicas, instituciones universitarias y técnicas profesionales del país.
Ciertamente, el gobierno a través del Fondo Especial de Créditos Educativos de Comunidades Negras – FECECN que brinda el ICETEX, da recursos y apoyos económicos a la población afrocolombiana para que acceda y culmine programas de educación superior. No obstante, muchos estudiantes aun accediendo al fondo se topan con la discriminación racial y más obstáculos económicos que el fondo no alcanza a cubrir, de ello se ven obligados a desistir.
Se puede apreciar una ayuda estatal focalizada a la población, pero no resulta suficiente ante los constantes cambios sociales y económicos del país. Por su parte las entidades territoriales también brindan alternativas de acceso, permanencia, y pertinencia a programas de la educación superior. En el caso de Bogotá se creó a la Agencia ATENEA para la Educación Superior, la Ciencia y la Tecnología en el 2020, la cual rige la política pública educativa en la capital.
No obstante, esta institución no dispone una beca que focalice sólo a la población afrocolombiana. Brinda el programa Jóvenes a la U, el cual financia el valor de la matrícula académica y da apoyo económico de sostenimiento. Cuenta con una asignación de puntaje sobre criterios diferenciales de pertenencia étnica. Ello incluye a pueblos indígenas, la Comunidad Rom, el Pueblo Palenquero, la Comunidad Raizal, comunidades negras y afrodescendientes.
En total se han beneficiado 754 personas negras, afrocolombianas, raizales, palenqueras o mulatas. En el segundo semestre del 2021 (146), en el primer semestre del 2022 (47), en el segundo semestre del 2022 (187) y en el primer semestre del 2023 (372). Sin embargo, estas cifras no se pueden magnificar dado que las instituciones oficiales no cuentan con cifras actualizadas de la población estudiantil afrocolombiana en la capital.
De lo anterior se puede evidenciar otra problemática a la que se enfrenta la población afrocolombiana: la invisibilidad estadística. Ello bien lo explican ILEX – Acción Jurídica, organización liderada por abogadas afrocolombianas, en su investigación “La invisibilidad estadística de la población afrocolombiana y su impacto en los derechos humanos”. Allí explican la importancia de las cifras en el reconocimiento de las particularidades de la población afrodescendiente y su mayor participación en situaciones que los afectan.
En medio de este panorama, donde muchas problemáticas sociales, económicas y estructurales se entrecruzan, se ha empezado a reconocer las necesidades de la población afrodescendiente. Sin embargo, es necesario replantear y generar más cambios para verdaderamente garantizarle la equidad a todos los ciudadanos del país. Para garantizar que ninguna otra persona negra tenga que vivir los recuerdos dolorosos de Katherine Castro.
Hasta el último momento en su carrera universitaria tuvo que adaptarse a los comentarios y los tratos racistas para no desistir de los estudios que tanto le costaron. Katherine se graduó en 2012, pero en la ceremonia de graduación la discriminación racial remató. Se iba a premiar el mejor estudiante de la carrera, y tanto los profesores como los compañeros, sabían que debía ser Katherine. Contra todo pronóstico, el rector de la Universidad mencionó a su compañera Gloria. Ella, también sorprendida le dijo “No, no, negra perdón. Este premio es tuyo”. Tiempo después la decana se disculpó con Katherine y su mamá en nombre de la universidad por el inconveniente. Nadie entendía cómo había pasado aquello, pero todos sabían que la causa había sido su color de piel.