A las 6:20 de la mañana ya ni abren las puertas de los buses que se detiene por obligación en la estación La Campiña. Los que esperan, sin filas, aprietan los labios, levantan las cejas y las líneas se les clavan en la frente cansada. “Manden un J” gritan los más desesperados, “envíen buses” vociferan otros, mientras empiezan a golpear los buses que pasan con cabellos atrapados entre las puertas copadas. Suben los grados y con ello el aire se reduce. Las caras son cada vez más tristes, algunos se ponen los audífonos y cierran los ojos soñando con cualquier otro lugar. Todos parecen robots resignados, a los que sólo delatan los tics con el celular, con los ojos, con las piernas. Pasa un policía bachiller y la ira se descarga contra él, llega otro bus en el que nadie parece caber, gritan cada vez más enojados, ”buses, manden buses”. Llega otro y se baja algún asfixiado que prefirió llegar tarde a aguantar más humillación. Una señora de unos 40 dice: “ruega por nosotros” y se abalanza abriéndose campo, agresivamente, para intentar entrar.
La Universidad de los Andes en colaboración con la National University of Singapore, y la University of California realizaron un estudio sobre la relación entre los patrones de desplazamiento y los niveles de depresión de los usuarios del transporte público y privado. Este recogió datos en 11 ciudades latinoamericanas revelando alarmantes relaciones entre los cuadros de depresión y el tiempo gastado movilizándose. En Bogotá, por ejemplo, 36 % de los encuestados presentaron alteraciones y efectos negativos en su salud mental. Según David González, psicólogo estudiantil con maestría en psicología clínica, la depresión hace parte de la línea de trastornos derivados del estrés, al igual que la ansiedad. Como él lo describe el estrés es un proceso de adaptación del cuerpo y la mente a circunstancias externas desafiantes. Normalmente el estrés se activa por demandas o amenazas que desafían al organismo en un proceso tanto biológico como psicológico.
En el caso específico de la relación entre el estrés, la depresión y la calidad del transporte González afirma que: “al no tener a veces un factor o un enemigo que tenga cuerpo, un factor adverso con el cual uno se pueda medir y al que se pueda enfrentar, la adrenalina, el cortisol y otros elementos que participan en la respuesta al estrés no pueden ser aprovechados y el cuerpo queda cargado químicamente con esto". Asimismo expresa que las personas quedan también con una carga psicológica. Dentro del artículo mencionado, titulado Commute patterns and depression: Evidence from eleven Latin American Cities, se exalta que si se compara el nivel de estrés de los usuarios del transporte público y el privado, los usuarios del transporte público formal como transmilenio, bus o metro, tienen una probabilidad 4.8% menor de presentar síntomas de depresión que los que conducen sus automóviles privados.
En el transporte público de nuestra ciudad es común encontrar diferentes distractores que van desde venta informal hasta música y cuentería. González explica esto: “Es diferente por ejemplo estar en un trancón pero tener la música favorita o un buen libro para no tener ningún elemento con el cual uno pueda distraerse un poco de la experiencia difícil.” Las distracciones de las que habla son más difíciles para los conductores que deben mantener su atención todo el tiempo. Una de las recomendaciones que se hace, desde la psicología en cuanto al diseño de ciudades implica la descentralización de servicios, oferta descentralizada de vivienda para evitar todo el tiempo que se pierde movilizándose y en situaciones de estrés. Ejemplo de esto es el caso de Ana Sofía, una estudiante que diariamente pasa más de 4 horas en el transporte público pues vive a las afueras de Chía y estudia en el centro de Bogotá.
Ella toma un colectivo que la saca de la vereda para llegar al terminal de Chía que son 15 min, luego tarda 1 hora del terminal hasta el Portal Norte, luego coge el Transmilenio hasta una estación cercana a su universidad que se demora entre 45 minutos y una hora. Como González explica Es diferente estar en el trancón en la mañana en el que uno va con afán a su lugar de trabajo pero con mucha energía, a estar en el trancón en la noche cuando ya no es está en la fan del ingreso al trabajo pero hay mucho agotamiento físico. El análisis, de forma similar, habla de que no tener paradas de transporte público a diez minutos o menos a pie está asociado con una probabilidad más alta de presentar síntomas depresivos, muy acorde con el caso de Ana Sofía. En el caso de Ana Sofía, para llegar a clase de siete debe levantarse a las cuatro y media de la mañana. Ella cuenta que sale con tanta antelación porque cinco minutos que salga tarde hacen la diferencia. Esta joven estudiante dice con tristeza “entonces la flota es mi segundo hogar, yo duermo, hago tareas, leo, hago lo que no alcance a hacer en la casa.” David González profundiza en que el estrés no se maneja igual si las personas no han comido bien y dormido bien: “cuando las personas no respetan esas variables de alimentación y de sueño es muy probable que su respuesta al estrés sea muy desencajada.
Pero no sólo afecta su calidad de vida por el tiempo que le resta a sus relaciones interpersonales y tiempo de sueño sino que también afecta su salud física y mental. Ella cuenta con la frente fruncida: “tú tienes que respirar toda esa polución hay veces que llego a la casa y aunque me haya lavado el cabello en la mañana siento el humo, es horrible.” Un estudio realizado en Marzo del presente año encontró que 140 minutos en el sistema equivalen a respirar 24 horas de aire contaminado. Esta investigación de la Universidad Nacional, que escandalizó, con razón , a los bogotanos mostró que viajar en Transmilenio por 40 minutos equivale a fumarse 10 cigarrillos. Aún más se descubrió que los niveles de contaminación en Transmilenio superan 22 veces los permitidos por la Organización Mundial de la Salud.
Sofía teme por su salud física y mental y habla de su trayecto diario como si se tratara de una tortura: “También el contacto físico con tanta gente creo que afecta a cualquiera y hay noches en las que yo llego súper estresada porque alguien se me acercó mucho en el Transmilenio”. Ella lamenta su situación diciendo “Eso es triste, porque no tengo calidad de vida constante sino que depende de cómo estará el Transmilenio”. Ana Sofía sufre de ansiedad y cuenta que hay veces en las que prefiere tomar un taxi a tomar el Transmilenio porque no puede soportar sentirse tan atrapada. El estudio realizado mostró a su vez que el tiempo de viaje promedio es de 39 minutos en el continente y el retraso promedio del tráfico es de 13 minutos, pero ambos exhiben una variación considerable en la muestra. Las ciudades con el mayor tiempo de viaje general son Bogotá y Ciudad de México, mientras que las ciudades con el mayor tiempo de demora de tráfico son Ciudad de Panamá y Bogotá.
El estudio a su vez evidenció que cada 10 minutos adicionales de tiempo de viaje están asociados con un aumento de 0.5% en los síntomas depresivos. De una encuesta realizada en una red social contestada por 86 estudiantes universitarios en Bogotá fue posible deducir que el tiempo que se gastan el transporte público era en horas: de 0-1: 18 personas, de 1-2: 49 personas, de 2-3: 12 y de 3-4: 7 personas. Esta muestra indica que la mayoría de estudiantes universitarios gastan entre una y dos horas en promedio movilizándose diariamente, lo que prende las alarmas sobre su salud mental en el marco de esta investigación. Asimismo, se realizó a estudiantes habitantes de la ciudad de Bogotá de entre 13 y 30 años, en la misma red social, la pregunta de si creían que los trancones afectaban su ánimo negativamente y sus niveles de felicidad. A esto contestaron 95 que Sí y solamente11 que NO. Lo que significa que casi un 90% de los estudiantes relacionan el tráfico en su ciudad con sentimientos negativos e infelicidad.
De aquí, que la pregunta realizada al mismo público, sobre las sensaciones que les despertaba la dificultad de moverse en Bogotá lanzara resultados en la misma dirección. Algunos de los sentimientos y sensaciones señalados fueron: Pereza, asco, desconfianza, frustración ,desesperación, impotencia, inseguridad, cansancio, ansiedad, mal humor, rabia e impotencia.
Un relato llamó particularmente la atención al señalar que uno de sus profesores le había hecho una reflexión a la clase recientemente pues una mañana llevaba mucho tiempo esperando el Transmilenio y en lugar de ir a ayudar a una señora que cayó y se hirió entre la multitud pensó con furia que iba a llegar incluso más tarde. Esta reflexión es similar a la de otra usuaria del transporte público que comenta: “ Ese afán de la vida hace que la gente pierda mucho, mucho su humanidad.” Sofía Agudelo cuenta que en su caso particular en su pueblo cerca a Cali todo quedaba muy cerca y manejar era un placer. Bogotá por el contrario le traza en los labios un gesto de asco “Llegar a esos trancones no me produce nada más que rabia, tristeza, depresión y ganas de no salir y preferir quedarme encerrada en la casa.”
Entre las variables que consideró, el estudio co-realizado por la Universidad de Los Andes, están las relacionadas con el trayecto como: el tiempo de viaje puerta a puerta durante un "día normal", el tiempo de viaje no congestionado y los modos de viaje comúnmente utilizados para el viaje. Por otro lado, las variables de control incluyeron 10 variables sociodemográficas individuales y 11 variables que miden las características físicas y sociales del barrio de los encuestados. Sobre estas últimas variables, cabe resaltar que se tuvieron en cuenta factores de violencia y criminalidad. Estos factores, también afectan la salud mental pues desencadenan reacciones de Inseguridad y desconfianza, como señalaron algunos de los estudiantes encuestados. Como lo mostró el informe de la Cámara de Comercio, sobre los resultados de su encuesta del 2018 sobre la seguridad del primer semestre: “6 de cada 10 personas que viven en Bogotá temen ser víctimas de delitos en Transmilenio”.
Vivir con miedo se vuelve algo insoportable pero sin más opción los usuarios del transporte público lo deben afrontar de forma rutinaria. Pero el miedo y los peligros también alcanzan a los conductores. Como lo señala la más reciente encuesta de convivencia y seguridad ciudadana (ECSC) del DANE, publicada el 8 de Noviembre del 2019, el 84 % de los bogotanos se sienten inseguros. Una ex-funcionaria del SITP ,que prefiere no dar su nombre, habla de todos los factores del transporte anteriormente mencionados que ponen en riesgo la salud mental. Ella considera que sí hay una relación directa entre la depresión y la calidad del transporte público, porque por más de que se tenga una vida sana el sistema de movilidad y la falta de cultura ciudadana llevan a los usuarios a involucrarse involuntariamente en estados de ansiedad e intolerancia. Según ella la repetición de eso diariamente afecta la calidad de vida. Adicionalmente, ella expresa con franqueza: ”Esto no va a cambiar porque no hay una solución concreta, los consorcios se excusan en los ‘colados’ para decir que por eso los buses no dan abasto, pero es falso, ya que no hay un sistema en el que según la cantidad de usuarios se envíen la cantidad de buses suficientes”.
Mientras tanto una pareja de la tercera edad se sostiene como puede de los tubos resbalosos y gastados del Transmilenio que pasa por la estación Polo. A eso de las 8:30 de la noche la ciudad no respira. Los buses biarticulados traen los vidrios empañados y el espacio para existir es poco, sobretodo para los de baja estatura. La desesperación aumenta porque nadie parece bajarse. El señor, de unos setenta y cinco, le dice a su esposa “Este transporte a uno lo desbarata” y ella le responde con cara de una amargura que le exalta las comisuras del rostro: “no podemos pecar de volver a salir a esta hora”.