Tanzania cuenta con 16 parques naturales entre los cuales el Serengeti, Tarangire y Ngorongoro son los más famosos. Al vivir en Arusha muchos de los parques me quedaban relativamente cerca y no podía dejar de soñar con ir de safari y ver una cebra. Al llegar a la comunidad del colegio en el que era pasante no me imaginaba que decir que el animal que más me emocionaba era la cebra fuera a resultar chistoso. Al parecer, no se necesitaba ni entrar a un parque nacional para verlas. Me decían: “Vas a ver tantas que te vas a aburrir a los cinco minutos”
"Ir de safari y ver una cebra algún día eran de mis sueños más ocultos y tímidos. Desde pequeñita me causaba fascinación la idea de un animal cuyo nombre empezaba con “Z” y tan parecido al caballo pero con rayas limpiamente dibujadas como una obra de arte"
Supongo que no ponía al safari en mi lista de planes viajeros porque parecía muy caro, muy lejos. El día de Safari promedio en Tanzania costaba 200 dólares, lo que equivalía a mi salario de un mes. Pero la vida me había mandado a Arusha, la capital de los Safaris en Tanzania, era el momento de dejar de soñar y vivirlo.
A las 10 de la noche el día antes de un festivo recibí un mensaje del rector del colegio donde trabajaba,“¿Quiéres ir de safari mañana a las seis de la mañana?” No me lo podía creer. Sus hijos no querían ir y tuve la suerte de que nos invitara a mí y a mi mejor amigo colombiano, también practicante en el colegio. La mayoría de parques te permiten pagar mucho menos si vas con tu propio vehículo y el rector había modificado su camioneta para agregar el techo desplegable característico de los carros de safari. No podía dormir de la felicidad.
"Las madrugadas no importan cuando la emoción de llegar te saca de la cama sin despertador. Como el último día de colegio o el primer día de universidad, un momento que esperas te cambie la vida para siempre. Ir de safari por primera vez, un privilegio, una suerte, un azar de ese mismo destino que te lanzó a África en medio de una pandemia"
De repente allí estoy, en el Parque Nacional Tarangire entre cebras, ñus, gacelas y pájaros que coexisten en alerta. Con tanto espacio para dormir y correr que aún no se percatan de nuestra intrusión. Casi se siente mal perturbar su perfecto equilibrio entre el sol mañanero de la sabana que nos regala el abrazo de la temperatura ideal. La brisa ligera hace que pájaros de colores que pensaba impensables se tambaleen elegantes. Las cebras caminando en línea menean sus regordetas pompas perfectamente simétricas. Si hay un animal que siempre se ve saludable en esta tierra salvaje e impredecible es la cebra.
El Tarangire, famoso por sus Baobabs y sus grandes familias de elefantes se extiende por 2,850 kilómetros cuadrados. La corteza de estos colosales árboles y el interior del tronco actúan como una esponja y absorben agua. Durante la estación seca, los sedientos gigantes mordisquean la corteza y el tronco. La empresa turística Tanzania Experience cuenta que a lo largo de los años el árbol se ahueca y en el pasado era utilizado como escondite para cazadores furtivos que secaban allí a los animales cazados y vigilaban desde lo alto para huir de los guardaparques..
Según el Fondo Mundial para la Naturaleza o WWF, por sus siglas en inglés, entre 2013 y 2018 Tanzania perdió más del 63 por ciento de su población de elefantes. Pasó de más de 90,000 a menos de 40,000. El gran problema de la caza furtiva no se limita a los colmillos de marfil, cebras, búfalos, ñus y rinocerontes, entre muchos otros, son amenazados en su hogar y santuario por hombres armados, depredadores de los que no pueden escapar.
"Entre 2013 y 2018 Tanzania perdió más del 63 por ciento de su población de elefantes. Pasó de más de 90,000 a menos de 40,000"
Nos detenemos, algo se mueve bajo un árbol a unos veinte metros del auto. Con los binoculares y mi lente teleobjetivo lo veo a la perfección: un grupo de entre siete y nueve leonas, muy despiertas como para haber comido. A pocos metros familias de ñus, cebras y jabalíes buscan el agua que, tanto nosotros como ellos saben, está atravesando la zona de las grandes “Simba”, las felinas cazadoras.
Mientras esperamos a que se muevan las leonas la profesora con la que íbamos contaba historias de Safari. Historias sobre la paciencia y nuestra fragilidad al entrar a ese país animal. “Unos amigos tuvieron que esperar por horas a que un leopardo se moviera de frente a la camioneta, otros amigos se quedaron varados y aterrados, rolando sobrevivir, tuvieron que caminar antes de que anocheciera, hasta el hotel más cercano”. Las leonas siguen atentas e inmóviles, marcamos la ubicación para volver más tarde.
"Seguimos conduciendo entre el camino destapado y polvoriento, con el hermoso río de lado y la planicie inexplorada al horizonte. Allí están, a lo lejos y tan enormes como magníficos, una familia de por lo menos 15 elefantes africanos, los mamíferos terrestres más grandes del mundo. Caminan solemnes a su paso lento, empujando a sus crías"
Estos pequeños redonditos deberían ser su única debilidad y no los fúlgidos y codiciados colmillos que han costado tantas vidas. En el camino las jirafas se atraviesan en la vía sobresaltadas por la lentitud de su cría para sincronizar las largas zancadas al caminar.
Decidimos volver a donde las leonas. Durante el trayecto vemos decenas de pajaritos amarillos llamados tejedores enmascarados y algunas parejas de Dik Dik´s, chiquititos antílopes de poco más de 40 centimetros, con grandes ojos y coquetas pestañas. En un sólo día había conocido tantas clases de antílopes que me era difícil recordar sus nombres. Los pequeños roedores huyen de las hienas de expresión altiva y descuidada. Halcones, carracas lilas y estorninos soberbios compiten por la atencion de mi lente en tal explosion de tonos y poder. Elefantes a menos de cinco metros de nosotros se rascan en los árboles y enseñan a sus crías a espantarse las moscas manteniendo las orejas en movimiento.
Manejamos despacio para alcanzar a señalar a las jirafas o “Twigas” y a los sobresaltados y cómicos jabalíes o “Ngiri” que preferimos llamar “Pumbas” aunque la palabra signifiquen algo parecido a estúpido en Suajili. La sensación de estar observando a tantos seres convir libres en un solo día es sobrecogedora. En el Tarangire la naturaleza virgen cambia y se transforma después de la época lluviosa. Las vastas sabanas secas se transforman en verdes escondites para los animales. Con suerte de estar en el fin de la temporada seca podemos ver una maravillosa escena casi sin interrupciones.
Los buitres rodean una zona y se siente el olor a carne abierta, todos nos quedamos en perfecto silencio y de las siete leonas sólo podemos contar cuatro. Alguien dice, “mejor bájense del techo¨. Subimos por completo las ventanas, respiro sin querer hacer ruido. Con mi lente las veo turnarse para comer y arrastrar al desafortunado ñu del día. Mientras tanto un chacal esperando su turno para roer las sobras salta, tratando de no ser visto, con pasitos cortos en zigzag. El círculo de la vida se vuelve a completar.
"Debemos salir del parque, el permiso se vence a las seis de la tarde, yo quisiera quedarme a vivir allí. Trato de tomar fotos de todo con el auto en movimiento. No sé cuándo volveré y cuánto habrá cambiado este lugar ante la emergencia ambiental que hemos causado como especie"
Siento el corazón lleno y diminuto a la vez. En tiempos de coronavirus me pregunto si los animales se preguntarán en dónde estamos, si estarán más felices, más libres, durmiendo sobre las carreteras. Un funcionario me cuenta que en el peor momento, a eso de Marzo, no había entrado ni un solo carro al parque en dos días y en tiempos normales entraban más de doscientos. Era Octubre y con algo más de cuarenta carros de safari en ese día, el turismo empezaba a recuperarse lentamente. En un atardecer sin nubes le digo adiós a la última cebra sin cansarme aún de su rayada belleza.