Le han robado la espada al Libertador. Desde el viernes 16 de febrero del año 2018, la estatua de Simón Bolívar en Bogotá está incompleta. En su mano derecha sostiene la empuñadura, pero no la hoja del filo. Dos días después me sitúo al lado de este monumento y me pregunto ¿qué significa? ¿Cuál es el valor de la Plaza de Bolívar, sus edificios y las calles circundantes? Está la Catedral Primada, el Palacio de Justicia, la Alcaldía de Bogotá y, finalmente, hacia el sur, el Congreso de la República. Observo y es como viajar en el tiempo. Doy rienda suelta a la imaginación y ahora me encuentro también en el pasado.
Es un domingo sombrío y nublado. Veo a quienes se fotografían al frente del templo y a otros ciclistas en su ruta hacia la Carrera Séptima. Están los turistas y también las familias bogotanas dispuestas a disfrutar del festivo haciendo el tradicional 'Septimazo', el típico paseo dominguero por los atractivos de la Séptima. Hay museos, cafés, bibliotecas y también está el Planetario. Sin duda, sería un buen plan, pero en este momento me encuentro en un paseo en el tiempo. Ahora puedo ver los incontables sucesos históricos que han acontecido en este lugar.
Empiezo a caminar hacia el norte de la Plaza y veo entrar a Rafael Uribe Uribe. El abogado, periodista y militar liberal que luchó en la Guerra de los Mil Días y que sería asesinado aquí, en 1914, por los seguidores conservadores. Veo su sangre derramarse, mezclándose con otra, con la de Juan Roa Sierra, quien murió frente al Palacio Presidencial con dos corbatas atadas al cuello. El pueblo lo asesinó, pero él, instantes atrás, los había destruido al disparar contra Jorge Eliécer Gaitán en 1948. Se disipaba entonces 'El Bogotazo'.
También veo el cambio arquitectónico. El almacén París, de dos pisos y balcón, famoso a mediados del siglo XX, fue remplazado por el Palacio de Justicia en 1961. El mismo Palacio tomado por el M-19 el 6 de noviembre de 1985. Entonces siento las ráfagas de fuego, el plomo está en toda la Plaza. Un tanque militar se desplaza a mi lado con el fin de recuperar la edificación. Al menos mueren 111 personas y todo termina en polvo de incendio. En 1988 el Gobierno comenzó la reconstrucción y, una década después, retomó el funcionamiento. Colombia: el país que anduvo por más de 10 años sin el edificio de su poder judicial.
Ahora me encuentro en la esquina nororiental de la Plaza. Me dispongo a hacer el 'Septimazo' para viajar hacia sus acontecimientos del pasado, pero antes me doy vuelta y miro una vez más la Plaza Mayor, la cual cambió su nombre a Plaza de Bolívar en 1961. Veo multitudes. Aquellos que han marchado sobre este espacio con diferentes objetivos. Los sindicatos, los estudiantes, los cristianos e integrantes del grupo LGBTI, los indígenas, ex integrantes de las guerrillas y también los desfiles militares. Veo a los universitarios exigir la paz en el 2016, y al papa Francisco transitando en el 2017. Hoy, en el 2018, estoy a la expectativa de la próxima multitud.
Comienzo el recorrido por la calle 11. Desde aquí hasta la 15, al trayecto se le denominaba La Calle Real del Comercio. De una vez impacta el color amarillo del almacén Éxito, rojiblanco antes del 2011, cuando funcionaba el supermercado Ley. Y aún más atrás, el tradicional Hotel Atlántico, destruido en ‘El Bogotazo’, como muchos otros inmuebles. Al mismo costado oriental se veía el Café Imperial, en donde la élite capitalina compartía charlas y juegos de azar.
Sigo el camino y puedo diferenciar a los personajes habituales de la actual Carrera Séptima: al imitador de Carlos Vives, siempre plateado como si fuera una escultura. También una dama de cobre, todo el tiempo inmóvil con un abanico pintado de la bandera venezolana. Y vuelvo al presente al recordar el éxodo de estos ciudadanos. Sé, que más adelante, por la calle 14, en el Parque Santander, estará otro grupo de venezolanos cantando salsa. La situación se ha vuelto habitual.
El día va por la mitad de su recorrido. Es hora de almorzar y estoy próximo al McDonald's de la Séptima con Avenida Jiménez. Recuerdo entonces que al lado del establecimiento se encontraba el edificio San Agustín Nieto. Ahí, donde solía trabajar el ex candidato presidencial Jorge Eliécer Gaitán. A la misma hora lo veo salir, dar unos pocos pasos sobre la Séptima y recibir tres disparos mortales. Tiempo después, la ciudad está en llamas; el ferrocarril, ladeado, destruido; los establecimientos, saqueados; los edificios, quemados, y el alma nacional, demolida.
Como es domingo, las rutas del TransMilenio no circulan por acá. La estación del Museo del Oro está cerrada. Pero el paisaje de la Séptima se complementa habitualmente por aquellos vehículos rojos, o los de tres vagones rojo con amarillo. Desde el siglo XX al XXI, el transporte en Bogotá ha cambiado del que funciona con tracción animal, al ferrocarril, el tranvía, el automóvil y el bus.
Se propaga entonces un aroma de patacones recién hechos por toda la intersección de la Séptima con calle 13. Al frente del que fue el hotel Granada, y ahora Banco de la República, una vendedora ambulante los ofrece. Bastantes turistas le compran y se llevan sus plátanos entre bolsas de papel. Los ciudadanos se animan también. Y así es como huele la Calle Real del Comercio, a los productos que se ven en pequeños establecimientos o carritos disimulados: lechona, longaniza, helados, postres, arepas, plátanos.
Ya estoy por la calle 14. Veo la iglesia de San Francisco al occidente y el Parque Santander al oriente. El templo, característico porque su reloj cuenta con números romanos y el cuatro está así “IIII” y no así “IV”. A mi derecha, veo ahora el fusilamiento del independentista Francisco José de Caldas en 1816, sobre la Plazuela San Francisco, Plaza de las Yerbas o como se conoce en estos días, Parque Santander. Al acercarme más, también imagino los desfiles militares. Al costado norte veo la construcción del edificio Avianca y su posterior incendio, en 1973, por un aparente descuido de materiales inflamables.
Desde aquí el pasaje deja de llamarse Calle Real del Comercio. Al iniciar sobre la calle 15, a ese tramo de la Séptima se le ha denominado Larga de las Nieves, debido al nombre de un templo circundante. Lo que más sobresale ahora es el edificio de la Compañía Colombiana de Seguros, entre las calles 16 y 17. Una edificación que significaba la modernización de la carrera Séptima en la década de los cuarenta. Ahora todo está con telas verdes y avisos de “precaución”. Se está peatonalizando la vía, es difícil el camino.
Ahora llego a la calle 19. Otro McDonald’s. Sobre él se encontraba el edificio de la Real Academia de la Lengua, con una breve plazoleta. Y allí, una escultura en homenaje a Miguel Antonio Caro, expresidente y escritor, entre otros oficios. Edificaciones removidas después del 9 de abril de 1948. Sigo y contemplo unos artistas, quienes pintan con aerosoles paisajes sobre telas. Uno de ellos traza la iglesia de las Nieves, ubicada a sus espaldas, en la calle 20. Este templo inició su historia desde 1568 y aún persiste. Tal como lo hace la Pastelería Florida, desde 1935 en la calle 21. Emblemática para las parejas bogotanas y sus citas románticas. Como recuerdo, fui protagonista de una de ellas.
Me sitúo en 1939 y avanza la construcción del Teatro Colombia, ahora, Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Alrededor hay mansiones como la casa de los Virreyes y como la de Mercedes Sierra. También se ve la casa de la acaudalada familia Restrepo, nombrada Luis Pasteur. Actualmente es el centro comercial Embajador, dejado, con basura alrededor. He llegado a la calle 24 y observo cómo, con el tiempo, se deshacen uno por uno los 50 pisos de la torre Colpatria hasta llegar a 1973, cuando comenzó su diseño.
Me había limitado desde el principio a llegar hasta la calle 26. Lo he logrado y ahora observo dos de las estructuras más importantes que se hallaban aquí. El Quiosco de la Luz y el Gran Salón Olympia, inaugurado en 1912 y cuna de la muestra cinematográfica en el país. La electricidad también era algo nuevo y cada noche 5 mil personas podían deslumbrarse con la producción audiovisual de Europa. La primera película, programada el 8 de diciembre, fue El Último Frontignac de Mario Caserini.
Entonces cruzo al Parque de la Independencia y observo el Quiosco de la Luz, la última edificación relevante en este viaje sobre el tiempo. Es una planta octogonal con cuatro entradas. En los costados restantes, hay figuras artísticas que representan las cuatro estaciones: un elemento diseñado en 1909 para conmemorar el primer centenario de la independencia de Colombia. Una independencia que no se hubiera logrado sin Simón Bolívar. El mismo a quien le han robado su espada.