El camino de vuelta a la raíz

Miércoles, 11 Abril 2018 08:21
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Luego de vivir dentro del ajetreo de una ciudad, hay quienes deciden migrar al campo. Son los 'neocampesinos', personas de todas las edades que esperan tener un nuevo estilo de vida.

Crédito de la foto: Laura López||| Crédito de la foto: Laura López||| |||
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Pablo López, propietario de cinco panaderías en Bogotá, decidió en el año 2017 irse a vivir a Puente Nacional, Santander, un municipio de tierra caliente, ubicado a 176 kilómetros de la capital y de apenas 12mil habitantes. 

Pablo, de 49 años, nació en Pesca, un municipio de Boyacá y llegó a Bogotá hace 25 años en busca de nuevas oportunidades. Es un hombre calvo de estatura media y viste de jean con una camisa a cuadros.  

Dejó su tierra porque sabía que en el campo sus opciones eran limitadas. En Bogotá comenzó de empleado y cuando tuvo la oportunidad montó una panadería en el barrio Ricaurte, llamada Coquito. Luego compró otras panaderías del barrio y ahora abastece a otras pequeñas cafeterías del sector.

La idea de devolverse al campo empezó a tomar forma cuando su hija mayor consiguió el título de ingeniera industrial, pues podría dejarla encargada del negocio familiar. Así, Pablo tenía su economía casi que resuelta y podría vivir una vida más tranquila.

Las personas que hacen estas migraciones muchas veces ya han alcanzado cierto estatus. Laura Gutiérrez, doctora en antropología y profesora de la Universidad del Rosario, dice que “solo una persona privilegiada económicamente puede decidir qué condiciones de vida quiere”.

Gutiérrez explica que muchas de las personas mayores que se van al campo, lo hacen porque ya no necesitan de la ciudad para darle una mejor vida a su familia, pues ya no hay quién dependa de ellos. El caso de Pablo es diferente en ese aspecto. En su regreso al campo lo acompañan su pareja y su hija menor, quien ahora estudia en el colegio del pueblo.

La llegada al campo no es sencilla. A Pablo y a su esposa se les ha hecho difícil vivir en una finca en la que no hay tanto ajetreo, ni horarios. Pablo es uno de los llamados 'neocampesinos', que llegó a vivir en condiciones de ruralidad, pero que no deja atrás su vida citadina.

Este movimiento de 'neocampesinos' surgió en los años sesenta. Noelia Sánchez, socióloga experta en temas de agro, explica que en principio su mayor auge estuvo en Estados Unidos, Francia y Alemania. Allí, grupos de jóvenes decidieron reivindicar una forma de vida anticapitalista. La idea era retornar pueblos que habían sido abandonados por campesinos y artesanos, quienes migraron a las ciudades ante un acelerado crecimiento de la industria.

A nivel nacional se empezó a dar este fenómeno cuando estas tendencias extranjeras llegaron a oídos de los colombianos. Más hacia inicios del siglo XXI, por medio de artículos en Internet o clases en universidades, la gente se fue enterando de las migraciones hacia el campo de estadounidenses y europeos. A partir de allí, y con una convicción de querer una nueva vida, este comportamiento comenzó a verse en Colombia. 

 

Una generación que reivindica saberes 

Es casi mediodía y Carolina Merizalde está en una casa en un árbol con Azul, su hija de tres años. Le enseña a contar. Desde que nació no ha conocido un colegio tradicional. La pequeña está en un modelo de escuela en casa, en el que los padres son totalmente responsables del aprendizaje. Carolina decidió, desde que se mudó al campo con su esposo Javier, en el año 2013, que quería dejar atrás una vida de consumismo y ajetreo.  

Merizalde tiene 37 años, nació y creció en Bogotá. Viste de jeans y camisas holgadas. Es rubia y su tono de voz transmite tranquilidad.

Carolina apenas había terminado su maestría en educación cuando emprendió un viaje definitivo a Tenjo, muy cerca de la capital. Se dio cuenta de que su futuro no estaba en una gran ciudad luego de que recorrió junto a su esposo Suramérica durante un año. Al igual que Carolina, él se graduó de ecología y tiene dos posgrados. Por hora no ejerce su profesión, sino que se dedica a las labores de la casa y a hacer vídeos para Youtube. Ambos renunciaron a cualquier tipo de trabajo formal.

Carolina no tiene ni horarios ni jefes y eso es justamente lo que más le gusta. Su rutina depende de si tiene muchos encargos de tortas, si debe repasar alguna lección con su hija o si hay que salir a comprar el mercado. Dentro de las actividades que suele realizar con su esposo, también están unos talleres que dictan a niños y adultos, sobre temas educativos, como la ciencia o la lectoescritura. Su idea es reivindicar los lazos de aprendizaje entre padres e hijos.

Actualmente no realizan actividades tradicionales del campo, como el cultivo. Por ahora, piensan comenzar una pequeña huerta para el autoconsumo. Viven de un negocio de tortas artesanales, que venden a domicilio a Bogotá, y de la renta de una casa que también tienen en la capital.

A pesar de que los 'neocampesinos' empiezan una vida distinta en el campo, muchos siguen teniendo contacto con la vida urbana, afirma la experta Laura Gutiérrez. Bien sea porque su familia sigue viviendo allí o porque, como en el caso de Merizalde, su fuente de ingresos proviene de la ciudad.

A 53 kilómetros de la casa de Carolina se encuentra la finca de Giovanna Reyes, en La Vega, Cundinamarca. Reyes es médica y tiene dos hijos. El sueño de vivir en el campo venía desde que hizo su año rural en el Amazonas. Allí conoció a Jerónimo, su esposo. Al principio solo se escapaban de la ciudad los fines de semana, a una finca ubicada en El Rosal. Fue cuando nació el segundo hijo que decidieron dejar la vida citadina.

Giovanna y Jerónimo recogen frutas y verduras orgánicas, que cultivan en su tierra. "Jero el granjero" es la marca bajo la cual, desde 2012, venden su mercancía, especialmente a clientes de Bogotá, la ciudad de la cual migraron. A punta de experimentación, Giovanna y Jerónimo, han aprendido lo que saben hoy sobre cómo trabajar la tierra. Aún no se pueden sostener económicamente por completo de su trabajo con productos orgánicos, pero esa es su meta. Jerónimo, quien hace consultorías para grandes empresas, sustenta parte del hogar.

En la rutina de Giovanna también están actividades de conservación del bosque, reforestación y cuidado del agua. Asimismo, colaboran con un proyecto de huerta escolar de la escuela rural. Participan también en una Junta de Acción Comunal, en la que junto a los demás campesinos, tratan de buscar soluciones a las problemáticas locales.

Pero estas prácticas innovadoras en el campo pueden tener repercusiones negativas sobre los campesinos tradicionales, explica Gutiérrez, antropóloga experta en temas rurales. Con la llegada de los neocampesinos y sus productos orgánicos de mejor calidad, casi que se obliga a los demás labriegos a cambiar las prácticas que tradicionalmente han tenido.

Sin embargo, Carolina Merizalde no ve esto como algo negativo. Ella explica que se ha logrado una reivindicación de saberes, en donde ellos les enseñan a los campesinos a rescatar técnicas orgánicas. Afirma, además, que estas prácticas son más económicas, aunque requieran de más trabajo. En esta misma vía, Giovanna afirma que los campesinos de La Vega hoy están "en vía de extinción"; muy pocas personas saben sembrar. Su llegada puede significar un rescate de estas prácticas.

Con las mejoras que se les hacen a las fincas, otra de las consecuencias es el aumento del precio de la tierra. El lote en donde están ubicados Carolina y Javier ha triplicado su precio desde que llegaron. Gutiérrez afirma que esta alza en los costos puede hacer que el fenómeno de los 'neocampesinos' aumente la migración del campo a la ciudad. Cuando a los campesinos les ofrecen un precio atractivo por su tierra, muchas veces prefieren venderla, pero corren el riesgo de que lleguen a vivir en condiciones que no les garanticen calidad de vida.    

Con este tema aún es difícil lidiar, explica la antropóloga. Por un lado, se conocen las cifras de desplazamiento de campo a ciudad, pero se desconoce qué porcentaje lo ha hecho por el impacto del precio de la tierra. Por otro lado, las alcaldías no tienen cifras de cuánta gente nueva está llegando a vivir a su municipio. No se tiene previsto ningún tipo de política pública para lidiar con las posibles consecuencias negativas. Los campesinos que se puedan ver afectados están sin ninguna protección del Estado.