Marta García siente que su vida es lo que se asemeja a la naturaleza de un ave fénix. Sus decisiones la han transformado en un ser que ha tenido que empezar de nuevo más veces de las que hubiera querido.
Marta podría pasar fácilmente por Ana Wintour. Su peinado idéntico y sus ojos ocultos tras los enormes lentes oscuros, en complemento a su caminar orgulloso con el rostro alzado, la pasarían como uno de esos iconos que bailan en las revistas dedicadas a los chismes de la realeza europea. Va enfundada en un traje Chanel, oliendo a Carolina Herrera y con un bolso Hermes reposando en su antebrazo derecho, cuya mano está estirada reluciendo los enormes anillos que adornan tres dedos. Levita por una zona verde rumbo a su puesto de trabajo temporal en un mercado de las pulgas.
Cuatro años atrás era impensable que, a sus 65 años, ella estuviera retomando las riendas de su vida laboral, en vez de estar descansando en algún hotel de la Toscana. Pero allí estaba, caminando con sus zapatos color morado (combinando su atuendo igualmente morado) como si fuera la dueña del lugar, mientras su sobrina más chica y su hijo menor caminan atrás cargando con esfuerzo las cuatro maletas en las que reposa su negocio, un toldo blanco sin armar, y un montón de cuellos de terciopelo negro, un tanto maltrechos, para colgar uno que otro collar para mostrar a los futuros compradores.
-Ella hace eso siempre-musita María, la sobrina bastante enojada, a David el hijo menor-Dice que para tener su edad se ve conservada e incluso más joven, pero a la hora de cargar alega que está muy vieja.
Marta ignora el disgusto de sus jóvenes empleados sin paga y se dispone a esperar sentada en una silla plegable verde mientras juega Jelly Splash en su IPhone 6. Le encanta la tecnología, por lo que dispone de una variedad de productos Apple que en realidad no usa. Gustar no es sinónimo de entender, por lo que suele agobiar a David con preguntas simples como por ejemplo cómo se debe imprimir un recibo o cómo puede entrar a su correo desde un dispositivo distinto a su computador (ya que este tiene grabadas las contraseñas). Lo bueno es que su pequeño hijo de veintitrés años le tiene paciencia.
-Esta viejita-dice David-está cogiendo mañas y le dan momentos de depresión. La entiendo porque no es sencillo saber que le toca trabajar a estas alturas. Esto que estamos haciendo no es una aventura sino una necesidad. Le toca trabajar por mi papá y por mí, así que lo menos que puedo hacer es ayudarla.
Sí. Trabajar es una necesidad y aun cuando Marta puede parecer una mujer de dinero, llena de vestidos de marcas como Vera Wang y Oscar de la Renta, cajas enormes de Vanyplas llenas de perfumes costosos y miles de zapatos a lo Kim Kardashian, lo cierto es que no es ninguna millonaria y lo que posee no salió nunca de sus bolsillos. Marta sabe de marcas, de comidas y vinos, e incluso conoce lugares, pero eso es producto del que fue su trabajo. Ella pudo codearse con familias adineradas y conocer uno que otro famoso (de vista), pero de eso mundo solo le quedaron las anécdotas.
La vida de Marta en Bogotá no estaba dando frutos en los años 80. Las decisiones que había tomado en su juventud habían sido erróneas y estaba en un punto muerto. Primero, se había casado con tan solo quince años, por pura rebeldía, con un apuesto militar. Luego había perdido a su primera hija, Marta Patricia, antes de que saliera de su vientre. Tiempo después había tenido dos hijos con tan solo un año de diferencia, para finalmente separarse del apuesto militar y convertirse en una madre soltera. Había tenido problemas para trabajar ya que no había terminado el colegio, así que decidió guiarse por el sueño americano y dejar a sus hijos adolescentes al cuidado de su hermano menor.
Su sueño americano no fue un desastre. Su mamá, Blanca, se había ido antes para poder organizar todo y darle a su hija mayor una mejor expectativa. Su hermano menor, Rodrigo, con el que comparte padre y madre, le regaló el pasaje de ida, mientras que su hermano más pequeño, Héctor, el padre de María, se había hecho cargo de sus sobrinos con tan solo veinte años. Marta tuvo bastante ayuda por lo que sus primeros años en el norte del continente los dedico a vivir la vida de una celebridad. Ganar en dólares era increíble ya que le alcanzaba para sus lujos y para poder mandarle a sus hijos algo de dinero.
-Para esa época, Marta todavía era una niña-dice Eduardo-Obvio no de edad, pero sí de mente. Le tocó forzarse a sí misma a crecer y ser responsable de dos niños. No lo hizo, sino que pretendió hacerlo, por lo que al irse era más lo que gastaba en ella que lo que mandaba para sus hijos.
Nadie la podía culpar, Marta era una personalidad producto de sus propias decisiones. Ella quería divertirse y tenía la oportunidad ya que no había nadie esperándola en casa. Su mamá consiguió trabajo con los Córdoba, una familia adinerada de Cali, que por razones de seguridad se había instalado en Miami a gastar sus grandes ingresos. Por supuesto su trabajo era el de tareas varias por grandes cantidades de dinero, es decir cocinar de vez en cuando, limpiar, coser, etc. así que llevó a Marta a pedir empleo en ese mismo lugar esperando las mismas posibilidades o, si tenía suerte, mejores.
Para suerte de Marta, la madre de la familia, doña María Cecilia, necesitaba una mujer que la acompañara y la ayudara, puesto que estaba muy mayor, y así fue como consiguió el que sería su trabajo por veinticinco años. Sin hablar ni una gota de inglés, se las arregló para tomar las riendas de su trabajo y servirle a su jefe. Se encargó de pagos bancarios, de hacer mercado, de ir a la farmacia, de ayudarlas en las cenas, organizarles viajes y acompañar a doña María Cecilia a cualquier lugar. Esas tareas le dejaban a la semana un aproximado de dos mil dólares por lo que Marta empezó a sentirse dueña de una fortuna.
Convivir con los Córdoba abrió su perspectiva del mundo. Doña María Cecilia y su hija Cecilia gastaban en lo mejor, por lo que Marta empezó a invertir en lo mejor también. Además, contaba con que de vez en cuando le regalaban una que otra cosa que las dueñas desechaban casi nuevas, como zapatos, trajes, joyas y regalos que despreciaban. Marta quería ser una de ellas porque era cómodo y su forma de ser desde pequeña, con sus ínfulas de millonaria, era un plus a su nuevo estilo de vida. Ella podía alardear de que sabía de mundo porque conocía personas que eran de mundo.
Los años pasaron y sus hijos a puertas de cumplir la mayoría de edad en Bogotá, se volvieron una prioridad para Marta. La universidad y el ejército eran un temor que no la dejaba dormir por lo que al terminar el año escolar se los llevaría a Miami para darles la vida tan maravillosa que ella tenía en esos momentos. Durante un tiempo ahorró para conseguir una mejor casa para ella, sus hijos y su mamá, y así poder estar cómodos. Además, pasó tiempo investigando sobre las formas en las que sus hijos podrían ingresar a estudiar con los requisitos de aprender a hablar inglés y la homologación de materias.
-Dejar a mi tío fue duro. Además, nos iríamos para siempre a otro país donde no conocíamos a nadie y ni siquiera sabíamos el idioma-explica Mauricio, su hijo mayor-Además estábamos medio resentidos con ella. Éramos adolescentes y era difícil entender las razones por las que se había ido y ahora volvía por nosotros.
Cuando sus hijos llegaron trataron de acoplarse a un nuevo estilo de vida en el que personas que se habían vuelto extraños debían convivir. No fue fácil, además Marta había generado en sí misma un nuevo yo que vivía a la moda y que mensualmente invertía en algún perfume costoso. Su madre intervino y se hizo cargo de sus hijos por lo que Marta descansó y decidió no forzar demasiado la relación con sus hijos. Así durante los siguientes dos años, los muchachos se dedicaron de lleno a estudiar y a aprender el idioma. Vieron sus fortalezas así que se enfocaron en sacarles provecho a ellas en la universidad, con tal de tener un buen futuro.
-Para esa época yo vivía en el mismo condominio. La veía pasar toda arreglada y oliendo espectacular por lo que se volvió un amor platónico. Algo así como ‘yo era de un barrio pobre’ de Juan Luis Guerra. Me daba miedo hablarle por lo que me acerqué a doña Blanca, su madre, para que me la presentara-cuenta Augusto, su ahora esposo.
Para Marta no era indiferente el cubano de pelo negro y ojos azules que la miraba de vez en cuando, por lo que la relación entre los dos fluyó rápidamente. Él, todo lo opuesto a lo que se espera de una persona de la costa, ya que hablaba bajo y no se desesperaba con nada, la antítesis de lo que los cubanos son. Ella todo lo contrario, siempre estresada, ruidosa, llena de energía y de palabras y un tanto exuberante en sus acciones. De alguna manera los dos se volvieron un ideal de pareja en el que se complementaban y el uno era lo que el otro no. Un romance que floreció cuando Marta había cumplido los cuarenta años ya.
-Mi relación con Marta y la paciencia que le he tenido han hecho que me gané el cielo-Augusto se ríe estruendosamente.
Y es que ‘calmate’ es una palabra que todos dicen a Marta seguido, ya que las situaciones difíciles la paralizan. Por ejemplo, que en sus cuarenta y sin matrimonio de por medio, quedó embarazada de David, su hijo menor. Para su familia fue difícil de aceptar. No era el momento, así como no lo había sido con sus dos hijos mayores. Alejandro, su hijo consentido lo había tomado bastante mal por lo que la solución de Marta fue darles espacio e irse a vivir con Augusto con el fin de hacerse responsable de su nuevo hijo. De nuevo se veía enfrentada a tomar responsabilidad sobre las decisiones que había tomado.
-Le dije hasta de qué se iba a morir. Es bastante malo si consideras que soy su hijo y que le debo respeto. Además, adoro a David-Alejandro recuerda esos momentos amargos en los que estuvieron separados.
David nació en pleno huracán Andrew, y se volvió la luz de su vida. El momento de ser madre era adecuado por lo que hubo una seria diferencia en la manera en la que crió a su pequeño hijo y sus hijos mayores. Eran dos Martas diferentes. Una fue una adolescente irresponsable y otra una mujer adulta un tanto ya cansada. Aun así, amaba a sus hijos. Para ese entonces su padre en Colombia había enfermado. Ella era la niña de sus ojos por lo que tras dos años de enfermedad decidió viajar y estar con él. El matrimonio apresurado los había alejado un poco, pero las cosas que veían del uno en el otro, como el amor a los libros, era más fuerte.
-Él me estaba esperando. Llegué y falleció a los pocos días. Era la persona más inteligente que conocí alguna vez. Me quería-Marta sonríe con nostalgia-Yo era su Marta Cecilia… Marta sin ‘H’.
Cosas de su padre se quedaron con ella siempre. Por eso pelea cada vez que algún americano insiste en llamarla ‘‘Martha’’ o cada vez que alguien insinúa que Charles Dickens no es el mejor escritor. En Colombia quedaban sus hermanos, pero ella no se sentía tan cercana a ellos, así que durante unos años ella se alejó bastante. Contrario a su madre que viajaba constante a visitar a sus hijos y a sus otros nietos. Marta se concentró en su vida, así que a los cinco años de haber nacido David se casó con Augusto en una ceremonia civil. Sus hijos ya graduados encontraron pareja y se dedicaron a la vida adulta.
-Fue una sorpresa-dice Rodrigo-mi mamá estaba bien y de repente había dejado este mundo. Marta sintió una responsabilidad conmigo y con Eduardo por lo que viajó a Bogotá a cuidarnos. Nosotros ya éramos unos viejos, pero en parte creo que necesitaba estar con alguien que sintiera el mismo dolor que ella. ¿Quién más sino sus hermanos?
La muerte de su madre le hizo entender que no podía alejarse de familia. Así que tomó el papel de su mamá y empezó a cuidar de todos ellos. Por eso durante los siguientes años ayudó a todos sus sobrinos. Especialmente a las dos niñas. Carolina la mayor vivió con ella un año, después de la muerte de su mamá. Su relación fue como la de una madre y su hija por lo que los siguientes años la ayudó en económicamente en lo que pudo. Al hermano de ella Andrés lo tuvo un tiempo en su casa mientras estudiaba, a Laura la hermanastra menor de los dos la llevaba a pasear cada vez que la visitaba.
-La última fui yo. La menor-dice María-Ya había estado con ella cuando tenía doce años. Viví con ella un mes porque soy muy cercana a David. Cuando me gradué en el 2012 me fui a vivir con ella durante un año mientras estudiaba. Sé que ella quiere a Carolina mucho porque han compartido más tiempo. Carol tiene 43 años y yo 22, pero lo que nos unió verdaderamente fue lo que le tocó vivir. Yo solo estuve aquí para apoyarla.
La última responsabilidad de Marta era su hijo David. Él estaba iniciando en la universidad por lo que todavía tenía que trabajar. Doña María Cecilia ya estaba muy viejita y enferma, por lo que el trabajo de Marta está reducido a ver televisión y pulir la plata. María estaba viviendo con ella y era un poco de compañía femenina que le había faltado. A eso de mediados de junio en el 2012, su jefa falleció, por lo que pronto se vio sumida en una tristeza entre la pérdida de la mujer que durante veinticinco años había cuidado y con la que se había encariñado. Además, la hija de esta, doña Cecilia había determinado que ya no había lugar para Marta en la casa de los Córdoba.
-Mil dólares por cada año que trabaje. Veinticinco mil dólares fue lo que me dieron en gratitud- Después de eso no hubo nada más. Tenía 61 años y debía empezar de nuevo.
Se fue a Taxco en México, donde hay un gran comercio de joyería de plata y compro bastante con el fin de montar una empresa. Silver with Friends nació, y con la ayuda de sus tres hijos Mauricio, Alejandro y David, y su sobrina María, empezó de nuevo. Primero empezó a organizar cocteles en los que invitaban mujeres para que vieran la mercancía y la compraran, pero después de un tiempo los pocos ingresos se volvieron insuficientes así que Marta empezó a buscar ferias y puestos en centros comerciales para poder mostrar el producto de su nueva empresa. Por supuesto jamás ha logrado volver a cubrir los dos mil dólares a la semana.
-Fue un golpe duro para ella. Es otra Marta, una más cansada-dice David con tristeza.
Sí. Marta cambió. No era lo que quería para su vida, pero es lo que le toco. El haber viajado alguna vez a Europa no importaba en su nuevo negocio. El haber conocido a Andy García y a Shakira no importaba en su nuevo negocio. Su perfume Carolina Herrera no importaba en su nuevo negocio. Nada de eso importaba. Pronto eso se volvió una arrume de una vida pasada. El dinero se volvió una constante preocupación ya que una parte de ella estaba frustrada en no tener ingresos de sobra para gastarlo en ropa y joyería exclusiva para ella, no en joyería para vender. Además, su máxima colaboradora, María, había cumplido su año y había vuelto a Colombia.
-Fue difícil verla caer. No parecía la misma persona. Podía verla usando la misma camiseta de Costco naranja durante una semana entera-Mauricio recuerda esos momentos difíciles.
Marta estaba estancada. Así que alrededor que en el 2015 viajó a Colombia a aprender a hacer las joyas ella misma, descubriendo un talento innato que estaba dormido. Nunca iba a ganar los mismo, pero debía reponerse y hacer lo mejor de la situación, por la que abrió su propia línea de joyas hechas a mano por ella misma y retomó el rumbo de su vida. Se volvió una experta para encontrar ferias que dieran frutos y en saber cómo manejar un negocio. María volvía en diciembre de ese año para ayudarla con David, ya que ellos son los encargados de vender, puesto que Marta no habla nada de inglés.
Los halagos a las joyas y a su trabajo le dieron alas a Marta para ser esa mujer de antes. Así es como a las ferias empezó a lucir sus asombrosos trajes y sus impactantes perfumes. La mujer con clase llamaba la atención de los compradores por lo que cada vez que David o María les indicaban a los compradores que ella era la estrella que hacía collares en los que mezclaba cáscara de naranja seca y plata mexicana, se volvía toda una celebridad. Se volvió una innovadora en el mercado de la joyería ya que salía con diseños exclusivos y con materiales únicos como las semillas de café y de melón o la madera. Así que ahora, a sus 65 años era toda una diva en este tipo de mercado casi informal.
David y María la acompañan a todo lado, y al ser tan jóvenes son los encargados de montar todo, incluyendo organizar las joyas como a Marta le gusta. Ella por otro lado, solo se encarga de hacer las joyas o traerlas de México, y lucir bien para los días de venta. Es su momento de brillar y de demostrar que ella es toda un ave fénix en cuanto a la vida se trata. Tuvo muchos momentos en los que le tocó volver a empezar y lo hizo. Por eso a sus 65 años no le tenía miedo a volver a fallar y tener que hacer las cosas de otra manera. ¿Quién sabe? De pronto tiene talento como periodista y puede fundar una revista como Vogue. Después de todo ya tiene la pinta de Ana Wintour.