La última vez que un Papa visitó Colombia

Lunes, 11 Mayo 2015 05:58
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En vísperas de la visita del Papa Francisco para 2016 Plaza Capital recuerda la última visita del máximo jerarca de la Iglesia Católica a Colombia.

Juan Pablo Segundo llegó a Colombia a las 3:15 de la tarde.||| Juan Pablo Segundo llegó a Colombia a las 3:15 de la tarde.||| Foto: Archivo de El Universal de Cartagena|||
2018

Miércoles de Alabos

Una cruz roja sobre una bandera azul cubría una columna del aeropuerto El Dorado el 2 de Julio de 1986. Cientos de personas se agolpaban tras la barrera de la policía esperando la llegada del boeing 747 de Alitalia que, como el burro en Jerusalén, traía al país del sagrado corazón al representante de Dios en la tierra: para esta década el Papa Juan Pablo II. Hoy, casi 29 años después y a la espera de una tercera visita, personas que estuvieron allí recuerdan la visita más memorable de un Papa a Colombia.

El avión aterrizó y la gente empezó a corear "Juan Pablo, Segundo, Te quiere todo el mundo". Monseñor Mario Revollo y Monseñor Fabio Suescún ingresaron a la aeronave para saludar al Santo Padre y darle la bienvenida oficial. Paralelamente, paralizado, el país observaba por televisión la llegada de la aeronave. En Bogotá, los ciudadanos se apostaban sobre la calle 26 a la espera del carruaje que transportaría al Sumo Pontífice del aeropuerto al Palacio Arzobispal en la Plaza de Bolívar.

Pañuelos blancos acompañaron la caravana papal sobre la Calle 26 y la Carrera SéptimaFoto por: El Tiempo"Era un ambiente indescriptible, honestamente sentí cosas ese día que nunca en mi vida he vuelto a sentir", comenta Yolanda Tovar, experta en textos bíblicos, que tenía 22 años en ese momento y vio por televisión el arribo de Karol Wojtyla. El líder de la iglesia bajó de la aeronave, pronunció un emotivo discurso y saludó uno a uno a funcionarios del gobierno que como lagartos disfrazados de palomas estrechaban la mano del Sumo Pontífice. Karol Wojtyla realizó el papeleo de aduana dentro de la aeronave y se dirigió al Papa móvil, el primero de tres camperos Land Rover Santana modificados por el Ejército Nacional.

El Papa hizo desde su discurso un llamado a la paz del país. Foto por: El Tiempo

El separador y el andén de la Avenida El Dorado estaban llenos de gente. Teresa Rueda, una monja de la arquidiócesis de Zipaquirá, recuerda haber visto hombres, mujeres, niños, ancianos, comerciantes, indigentes, sacerdotes, monjas, prostitutas, enfermos y muchas personas más en la bienvenida al santo padre. Todos querían ver al Papa. El Papa móvil, blindado y escoltado, avanzaba a cerca de 25 kilómetros por hora hacia el oriente para tomar la Carrera Séptima. Una estampida de personas acompañaba el trayecto de la caravana por el amplio separador de pasto que dividía la Calle 26. Corrían en desorden mirando hacia el centro de la vía sin caer. Desde arriba, la caravana y la maratón se veían inmóviles, como enclavados en  la tierra que, junto a los fieles apostados en quietud, parece ser quien se desliza hacia el occidente de la ciudad.

La flota de vehículos que acompañaba el carruaje papal se componía de 8 vehículos: tres careando y cinco en la retaguardia, y de dos buses escoltados por cinco carros más. La flota era predominantemente blanca, 5 automóviles blancos, incluyendo el papa móvil, acompañados de dos carros azules, uno amarillo y otro rojo. Se ignora la identidad de los ocupantes del carro rojo que, según la monja, desentonaba completamente con el código cromático de la ocasión.

La llegada de la caravana a la Plaza de Bolívar ocurrió por la Carrera Séptima. El Sumo Pontífice pasó por el frente del Palacio de Justicia que 237 días antes era el escenario de una lucha sin tregua entre el terror del M-19 y la imprudencia del Ejército Nacional. En la plaza, miles de personas agitaban pañuelos blancos decorando la llegada del vehículo papal dentro del cual Juan Pablo II “se veía contento mientras saludaba”, afirma la experta en textos bíblicos.

Una multitud aguardó toda la tarde por la llegada del Sumo Pontífice al Palacio Arzobispal. Foto por: El Tiempo

Tan cerca y tan lejos

El Parque El Tunal era un potrero seco y polvoriento para los días en los que el Papa visitó la capital de la república; en oposición, el otro año, el Papa Francisco, se encontrará con todo un complejo deportivo si decide repetir la visita. Para 1986 lo único presentable del lugar era la tarima de colores y escalinatas blancas desde la cual Karol Wojtyla impartió la misa ante cerca de un millón de personas. En la tierra, miles de hombres y mujeres contemplaban desde grandes distancias la silueta del pontífice, luchando contra el soplido del viento que se llevaba por el aire las palabras y elevaba del suelo un polvo inmisericorde.

Dentro de la audiencia se encontraba la hermana Teresa Rueda, una monja de 46 años que meses atrás había tenido un encuentro cercano con el Papa. La escena tuvo lugar en Roma, donde la monja había sido enviada para realizar estudios de Teología. Meses atrás de su visita a Roma había mandado a hacer un rosario hecho con granos de café a unos artesanos quindianos. Con el relicario en la mano y apostada sobre la Via della Concilliazione la monja esperó la llegada de la caravana. El papa móvil llegó, descapotado y a paso lento sobre la vía. “Yo lo vi y sentí que se me iba a salir el corazón”, recuerda la monja casi 32 años después.

Cuando el Papa móvil se acercó a su posición ella se encaramó en la baranda y le acercó la mano derecha, donde llevaba el relicario y una carta donde le pedía al santo padre por la paz del país y le rogaba una visita. El Papa se volteó y la miró a los ojos. En un instante fugaz pero imborrable los ojos de Karol Wojtyla, hoy un santo, se cruzaron con los de la hermana Teresa. “Esa mirada. Mirada de hombre bueno”, recuerda la monja. El Papa le extendió la mano pero no alcanzaron a rozarse, el carro siguió su camino y ella, al verlo alejarse lanzó la carta y el relicario sobre la baranda del vehículo. Wojtyla ordenó detener el carro, pidió que recogieran el rosario que cayó adentro y siguió su camino. “La carta cayó adentro pero no vi si la recogieron”, finaliza la monja con las manos sobre el regazo y mirando el fuego de la chimenea.

En Bogotá la monja corrió otra suerte. Quedó justo atrás en la ceremonia realizada en El Tunal y tuvo que correr detrás del vehículo papal, colarse entre los policías que custodiaban al Sumo Pontífice y abrirse paso entre la gente abarrotada que también deseaba contemplar más de cerca la mancha roja que se observaba desde la lejanía. La monja corrió por entre el barrial del parque y se atrevió a sacarse las zapatillas para correr más rápido. Ni con las zapatillas en la mano y escabulléndose por entre las autoridades logró acercarse a menos de 100 metros de su santidad. “Para colmo, ese día perdí los zapatos”, lamenta la hermana Teresa.

El país entero espera la tercera venida de un Papa a Colombia. El rumor es que para junio de 2016 será Francisco quien paralice al país. Esta visita se dará en un marco distinto al anterior con un país dividido en torno a la Paz y un proceso a medio camino. Se sabe que Francisco no duerme en las instalaciones de la iglesia, como lo hizo Juan Pablo II en la Nunciatura Apostólica, o en hoteles cinco estrellas. Francisco ha pedido dormir en casas de familia que le abran las puertas. Casas como la suya o la de su vecino.