La olla comunitaria en que se hierve la resistencia campesina

Lunes, 10 Marzo 2025 13:39
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Los habitantes de la zona rural de Ciudad Bolívar frenaron las operaciones del relleno sanitario Doña Juana durante un día. Ya son más de tres décadas de lucha contra el botadero con el que conviven a diario.

El verde de Mochuelo desafiando al Relleno Sanitario deDoña Juana||| El verde de Mochuelo desafiando al Relleno Sanitario deDoña Juana||| |||
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Fastidio. Eso es lo que siente Benjamin Morales cada vez que las moscas insisten en probar bocado de la comida que no les pertenece. Si sus frenéticos aleteos no impidieran mirarlas de cerca, se podría ver en sus ojos codiciosos el reflejo de la almojábana que está sobre el plato y que se repite en un mosaico. 

Con la mano derecha, Don Benjamin se lleva el pocillo de chocolate a la boca, mientras que agita la izquierda de lado a lado para espantar aquellas manchas negras; sin desearlo precisamente ha adquirido una coordinación envidiable. Lleva ya varios años en esta disputa. Lleva ya más de 35 años de resistencia al relleno sanitario de Doña Juana que se instaló imprudente justo al frente de su finca. 

A pocos minutos caminando, Yineth Villaraga comienza a organizar una manifestación con los demás líderes de Mochuelo Alto y Mochuelo Bajo, zona rural de la localidad de Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá. A ella no le gustan mucho las vías de hecho, pero cree que a veces toca cuando quieren hacerse escuchar. “Muchachos, eso de coma con una mano y espante con la otra, eso no es dignidad, eso no es vida”. 

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La tercera parte de Bogotá es rural. Mochuelo Alto, Mochuelo Bajo y Pasquilla hacen parte de ese 75 % de campo que desafía la imagen generalizada de la ciudad capital edificada y gris. Desde hace 36 años, sus habitantes conviven diariamente con el relleno sanitario de Doña Juana, el cual Don Benjamín prefiere llamar “basurero". 

Doña Juana empezó a operar en 1988 como el espacio destinado para condensar todos los desechos que produce una mega ciudad como lo es Bogotá. Fue creado para ser la solución a los problemas de gestión y recolección de basuras de ese entonces. Con los años se incrementan las toneladas de basura y los camiones que llegan a su puertas. Al día de hoy se calculan más de 6.500 toneladas diarias. Bolsas de residuos sin un tratamiento adecuado ni prácticas ambientales eficaces para su manejo. Es un vertedero que acumula las mismas complicaciones del pasado que quiso dejar atrás.

Pero Doña Juana tiene vigilantes. No solo es ese “vecino incómodo” que a través del tiempo se ha nombrado, documentado y volteado a mirar cuando suceden tragedias como las del ‘97, en la cual se desplomaron toneladas de basura sobre el río Tunjuelo, y los gases y contaminación afectaron a cientos de personas en distintas localidades de Bogotá. En Mochuelo y sus alrededores se ha organizado una resistencia campesina, que se mueve desde la política, el agroturismo, el arte y con acciones de protesta como las del 27 de agosto del año pasado.

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Sentada sobre una banca de madera, Yineth observa el complejo panorama ante sus ojos. Está estupefacta. No importa cuánto conocimiento previo tenga sobre el tema, para ella, verlo de cerca es mucho “más fuerte”. Llevaba despierta desde las cuatro de la madrugada pues había organizado un encuentro con otras 14 personas. Todos se pusieron tapabocas y botas para evitar que un clavo, vidrio o cualquier cosa puntiaguda que se encontraran en el suelo irregular sobre el que ahora están parados, se colara en la suela. Las linternas de sus celulares iban unos pasos por delante de ellos. Eran su luz antes de que el sol se asomara por las montañas del sector de Mochuelo.

Sabían el riesgo al que se exponían: transitar por capas y más capas de un revuelto de “vainas”. Una palabra adecuada para hablar del todo y de la nada; de objetos, situaciones, problemas o incluso sobre la molestia. El “basurero” de Doña Juana es, en toda su expresión, una vaina brava, el lugar donde llega la basura de los más de ocho millones de habitantes de Bogotá. Allí es dónde entraron. Tenían como objetivo parar la operación antes de que empezara.

No habían entrado por la puerta principal, sino por la parte trasera para llegar directamente a la zona de disposición final de la basura. Pararon el primer camión que entraba al botadero. Luego de eso fue que llegaron a aquella banca en la que se suelen sentar los empleados. “Sabíamos de la disposición de la basura pero no imaginábamos que estaban operando tan mal. Es un reguero de esto y de lo otro”.

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En el discurso de Yineth cada espacio está ocupado por palabras, exceptuando los milisegundos que toma para respirar y seguir. A pesar de lo rápido, es la apropiación con la que habla y la calidez de su voz lo que permite seguirle el paso. Nació en Pasquilla, vereda que queda subiendo por la vía principal, más allá de Mochuelo Alto, pero es en este último donde construyó su hogar luego de terminar sus estudios y casarse. Allí nació su hijo y basta con preguntarle a cualquier mochueluno por ella para que señalen su casa con el dedo. 

Lleva puesta una chaqueta verde fosforescente que tiene grabadas las siglas de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (UAESP), entidad distrital en la que trabaja como profesional social. Pero la prenda es una prenda, y Yineth es Yineth. “Yo le digo a mi jefe: <<hago mi trabajo con cariño pero nunca voy a permitir que a la comunidad se le lastime o engañe>>”. 

“No voy a negarlo, toda la gente y la UAESP lo sabe. Inicialmente yo planeé el paro del 27 de agosto”, dice Yineth con la tranquilidad del que nada teme. Venían de meses de olores fuertes y reuniones que dejaban compromisos sin cumplir. El agravante fue el aumento de moscas, las cuales necesitan una fuente de alimento (materia orgánica), y una sola bolsa de basura dispuesta incorrectamente para que cada hembra ponga 200, a veces más de 500 huevos blancos y alargados. Doña Juana es el hogar con todo incluido para que su proceso de metamorfosis y reproducción sea más rápido. Fumigar era urgente.

Como anteriormente Yineth también trabajó con el Centro De Gerenciamiento De Residuos (CGR), una empresa privada contratada por la UAESP para garantizar los servicios públicos, conoce lo que implica parar un día las operaciones de Doña Juana. “Por tonelada dispuesta son 92.000 pesos, y con la cantidad de basura que llega en un día, más un martes, con alrededor de 600 carros que hacen rutas mañana, tarde y noche, eso es mucha plata”, explica Yineth. Apagar las retroexcavadoras significa que toda Bogotá sienta que es convivir con un relleno. Yineth habló con los líderes del sector, como Don Samuel, Doña Miriam, Edison, y tal como le pusieron al grupo de whatsapp que crearon, se hicieron sentir: Mochuelo Presente. 

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Mientras que las 15 personas entraban al botadero y paraban los camiones, desde las cinco de la mañana tres carros, entre ellos el del esposo y el compadre de Yineth, ya estaban cerrando la Vía Pasquilla por la parte delantera de Doña Juana. Los habitantes comenzaron a llegar, algunos vistiendo sus ruanas, sabiendo que era una jornada larga de plantón.

A un costado de la vía en la que se ubican, tienen cerros, montañas de un color verde intenso, en las que campesinos tienen sus casas, como Don Benjamin que cría y cuida de ovejas. Al otro, se ven otro tipo de animales, solo que en su cuerpo corren aceites y en vez de pelaje, los cubre el metal. En un día normal se verían sus brazos desplegándose de arriba a abajo, y se escucharían los rugidos de sus motores o la alarma que avisa que se mueven en reversa, pero ahora se encuentran apagadas. Las retroexcavadoras se ven inertes sobre pedestales escabrosos, grises y sucios, la basura. 

El colegio tampoco está funcionando. La Institución Educativa Distrital Rural Mochuelo Alto, que queda a unos cuantos pasos del botadero, tiene un parque y una cancha, sin aro ni tablero, pintada de azul y rojo, en la que no jugarían los estudiantes. Quizás solo las moscas la visitarían ese día, pues las rutas que vienen desde Mochuelo Bajo y otros barrios de Ciudad Bolívar se quedaron a la antesala de la portería. Los líderes del plantón les explican a los niños dentro de los buses los problemas del relleno: “Esto es lo que vive Mochuelo Alto, y esto les va a pasar también a ustedes si sigue pa' Pasquilla, pa’ arriba o si toma más parte rural, porque aquí lo que tienen es vista y campo para enterrar basura”

En el plantón fueron llegando los profesores, quienes decidieron cancelar las clases, con sus tambores y baquetas. También llegaron habitantes de Pasquilla y barrios como San Joaquín. La comunidad se fue reuniendo convocados por el plantón, y en torno al pan y la gaseosa que panaderías como Ámbar, que queda al frente de la escuela, traían y aportaban.

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La resistencia de los mochuelunos empieza desde el día uno del funcionamiento de Doña Juana con figuras como la de Don Benjamin. Fue presidente de la Junta de Acción Comunal y edil de Ciudad Bolívar por 16 años. Don Benjamin, quién anda con su sombrero y una barba frondosa, habla con una voz pausada, rasposa y con la sabiduría de quien lleva muchos años recogiendo conocimiento sobre todo aquello que se relacione con el vertedero de basura que puede ver desde la puerta de sus predios y que ocupa su vista panorámica. Desde artículos científicos sobre cómo se producen los lixiviados hasta las políticas y empresas que han firmado contratos en el manejo y gestión del botadero. 

“El negocio de las basuras es muy interesante”, dice mientras mueve sus manos gruesas al vaivén de sus explicaciones. Implica las operaciones de Recolección, Barrido y Limpieza, el Transporte, el tratamiento de lixiviados y la Disposición final que maneja CGR. “Es un negocio por todas partes”, repite.

Gasas untadas de sangre, agujas, césped, vidrios, icopor, restos orgánicos y hasta material de reciclaje que se vuelve intruso, son solo algunas de las cosas que se encuentran en medio del relleno, de las que también Yineth fue testigo. Pero como Don Benjamin explica, la basura no viene sola, arrastra consigo las ratas, que señala del tamaño de su antebrazo, las palomas y las moscas. 

También, de la materia orgánica en descomposición se producen lixiviados y gas metano, compuestos altamente contaminantes. Las plantas de tratamiento, que tienen capacidad de ocho litros por segundo, parecen insuficientes para procesar el volumen actual de líquido (lixiviados). La planta de bio-gas, aunque quema metano durante toda la noche, no logra capturar ni transformar en energía toda su totalidad. Los mochuelunos llevan años respirando el aire enrarecido y enfrentando problemas respiratorios y otras enfermedades, así como el decrecimiento en la productividad de sus tierras. 

Así como Don Benjamin, cada mochueluno ha construido un criterio técnico y argumentos para defenderse ante el distrito, la alcaldía y las distintas políticas del relleno. “Capacitarnos para poder decirles porque necesitamos que no nos vean como esa gente olvidada o digan: <<que pobrecitos por ese relleno>>. No, no somos pobrecitos porque más allá de esas basuras somos muy ricos, producimos alimentos para la ciudad y tenemos calidad humana”, dice Yineth, como una jóven líder que heredó la resistencia como lucha. 

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El humo que sale de la parrilla del carbón se mezcla entre el aire que corre por la Vía Pasquilla. La olla comunitaria hace parte del plantón y almorzar es una tarea de todos. Se trata de traer agua, sal, hueso y tuétano para darle la sustancia al sancocho, de pelar y lavar las papas, tubérculo que probablemente trajeron de sus propias tierras y que ahora se llevarán a la boca para continuar unas horas más en el plantón. “Acá producimos leche, papa, arveja, habas, todo lo del clima frío. Somos la despensa de la ciudad, pero de allá nos llegan con basura”, dice Miriam mientras lanza un ligero manotazo.

Miriam Paez, quién actualmente es la representante legal de Asoporquera, la Asociación de Usuarios del Acueducto de la Porquera, lleva desde las ocho de la mañana junto con “su gente”, como le dice a su comunidad. Allí está acompañando y pendiente de los procesos de incidencia de los que fue pionera a pesar del cansancio que arrastra a través de los años.

“Les digo: <<Hágale chinos que yo ya tengo 65 años y no es mucho lo que voy a durar. No se dejen comer ese cuento, hay que seguir en la lucha y vigilando, porque de aquí a mañana nos pueden meter un gol>>”, expresa Miriam con la convicción de que ha dejado un legado de resistencia. Y es que, pararse en la vía principal es un método para buscar runa espuesta inmediata cuando llegan las moscas, pero tal como la sopa que hierve a fuego lento en la olla, en Mochuelo el trabajo ha sido constante, con varios líderes metiendo mano, y de revolver y seguir revolviendo

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Miriam lleva el cabello corto y unas botas cafés con la gamuza mojada que hablan de lo mucho que ha caminado su vereda. Estuvo desde el inicio luchando contra el “engaño” que prometía crecimiento en la comunidad, forma en que se refiere al relleno. Por ejemplo, aquella infraestructura que se asoma discretamente con un cartel azul claro, aunque Miriam lamenta lo pequeña, es la Unidad de Servicios de Salud de Mochuelo y fue peleada a pulso. También lo fue el estudio epidemiológico que les realizó la Universidad del Valle y que le dió la razón a las afectaciones ambientales a la tierra, animales, el aire y la salud de los habitantes del sector, problemas que estos llevaban demandando desde hace tiempos. 

También está su incidencia en la revisión del Plan de Ordenamiento Territorial. “No lo dejamos quieto, si no hubiéramos hecho nada con el POT ya estaríamos con la basura por acá metida”, dice Miriam mientras señala el colegio de la vereda. Los mochuelunos lograron detener el relleno donde está y que no se expandiera hacía el valle que se crea entre dos montañas hacía el oriente. Valle que lograron conservar como lo que es, una zona agrícola de reserva

Paros, audiencias públicas,  denuncias y mesas de trabajo. Ahora sus esfuerzos se concentran en la elaboración de un muro de contención, un dique, y la construcción del alcantarillado que pase por Mochuelo Alto, Bajo y llegue hasta la Avenida Boyacá. También, quieren comenzar a abordar el reciclaje desde la fuente, educando a la ciudad y garantizando que no se mezcle con los residuos orgánicos en el botadero. 

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El cielo en Mochuelo empieza a teñirse lentamente de tonos dorados. El sol que los viene acompañando durante gran parte de la jornada, sigilosamente les avisa que está próximo a ausentarse. Desde que inició a ponerse en marcha el plantón, ya han pasado más de 12 horas. Dentro del grupo está Mónica Ramírez. 

En una colina sobre la Vía Pasquilla, muy cerca de la manifestación, se encuentra la finca de Mónica. A esta se llega por un sendero de ladrillos grises, que a lado y lado le brotan flores moradas, rojas y blancas. Su casa es más bien un espacio de producción. Desde hace unos años crearon un negocio familiar llamado Lácteos Santa Mónica, pero fue hasta la pandemia que se consolidó y creció. 

Las moscas las han sentido por momentos, cuando ya es crítico, pero en general la ubicación les trae ciertos beneficios. Estar en un punto elevado y con el viento corriendo a la dirección contraria atenúa el impacto de las moscas que conquistan otros espacios con más fuerza. Mónica, zootecnista de profesión, práctica la anticipación, junto con su familia, fumigando con frecuencia las zonas aledañas.

Mónica, una mujer risueña a la que de vez en cuando se le salen un par de dichos, está allí en el plantón más por un sentido de acompañamiento, porque “una golondrina sola no llama agua”. Porque la comunidad convoca.

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La familia de Mónica viene de una tradición campesina agrícola de cultivo de papa, luego fue que pasaron a la ganadería con la producción y transformación de la leche. Venden diferentes tipos de queso; yogurt de sabores como café, sábila o lulo; arequipe de coco o uva; e incluso kéfir, producto que sacaron hace poco y que los tiene saltando en un pie. Pero lo que es más importante, su enfoque es el agroturismo.

El agroturismo viene de una necesidad de quitar el estigma que tienen sobre nosotros, tenemos un montón de riqueza que no se ha visibilizado”, cuenta Mónica. A Lácteos Santa Mónica llegan grupos de colegios, universidades, familias a los que este negocio no solo les muestra la producción de la leche, los animales que cuidan o sus productos que desafían las grandes cadenas, muestran que existe una zona rural en Bogotá, muestran que Mochuelo es productivo y que no solo son la población afectada por el relleno de Doña Juana. Son su campo, el tinto que les ofrecen a sus visitantes y sobre todo su resistencia. 

“Acá queremos transmitir el amor por la tierra y concientizar a los que vienen. Resaltar que nos queremos quedar con la ruralidad, a la vez que les mostramos que el botadero es una problemas de todos”, explica Mónica esbozando una sonrisa en la que se lee su satisfacción mientras mira sus predios adornados con botas de caucho como macetas, llantas de colores marcando caminos y carteles coloridos para promocionar sus productos.

Quizás de esa necesidad de reivindicación es que nace el libro La raíces de Mochuelo de Lucia Gonzalez, una líder de Mochuelo, y quizás de allí también parte la indignación que se siente en Miriam al pronunciar unas palabras sobre la obra literaria de su amiga: “Cuando fue lo del ‘97 ellos decían que primero había sido el relleno. No, no señor. Nuestros papás, abuelos, tíos, antepasados… Primero fue la comunidad. Y les callamos la boca, para que dejaran de estigmatizar a nuestra gente”.

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Hace unas horas se acabó el plantón. Un método de negociación para buscar, tanto acciones prontas para acabar con la plaga de moscas que arrebatan la tranquilidad que caracteriza a la vereda, como para seguir con una apuesta más grande:  “Mandarles el mensaje de que ojalá de aquí a mañana puedan ir clausurando el botadero poco a poco y busquen alternativas de tecnologías”, dice Yineth. 

El tiempo en el que duraron esperando que llegara el secretario de gobierno del distrito, la directora general de la UAESP, la prensa y otros cargos dentro de las entidades del estado, es la forma de empezar de nuevo los procesos arduos en las mesas de trabajo. Mientras tanto, el relleno sanitario de Doña Juana es la verdadera mosca que quieren fumigar, un intruso con un zumbido que insiste en volver. Un problema que esta en Mochuelo pero que en realidad es un problema de ciudad, de toda la basura de Bogotá. Si el plantón que llegó a su fin, congeló en 13 horas los ingresos de las empresas contratadas para la gestión del relleno, la movilidad, el tránsito de residuos ¿Qué pasaría si Doña Juana no  pudiera abrir su puertas a una botella más?

El trabajo de Don Benjamin, Yineth, Doña Miriam y Mónica es una lucha por el territorio, que comprende más allá de sus tierras. “Y ahí es dónde vamos, resistiendo”, dicen, a la par que cae la noche y el fuego de la olla comunitaria sigue encendida.

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