Docentes orientadores: cuidadores en un sistema de educación agrietado

Jueves, 15 Mayo 2025 10:02
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En Bogotá, cada orientador atiende aproximadamente 400 estudiantes. Esta realidad desborda su capacidad para brindar atención profunda y desgasta emocional y laboralmente a los profesionales.

Diana Martínez docente orientadora del colegio distrital Friedrich Naumann en Bogotá||| Diana Martínez docente orientadora del colegio distrital Friedrich Naumann en Bogotá||| |||
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En menos de 30 segundos de la jornada de un docente orientador, la palabra “profe” suena como ecos. De la oficina de Diana Martínez, orientadora, entran y salen una gran cantidad de personas al día. En este espacio, con las medidas justas para albergar un escritorio, un pupitre y una biblioteca, se siente un ritmo insistente como lo marcaría una gotera. Unas gotas caen con más fuerza, otras apenas se insinúan y otras parecen dudar en el filo de su origen. Aun haciendo el intento de contarlas, lo habitual es perder la cuenta. No hay pausa, ni tregua, ni forma de anticiparse, solo llegan, una tras otra.

- ¿Sumercé, qué tiene? Está pálida. - Le dice Martínez a una joven que está parada de pie al frente de su oficina.

- Cólicos, profe.

- Dianita, ya el papá me entregó los exámenes toxicológicos. - Entra a la oficina su compañera orientadora del colegio.

- Listo, Esperancita, dame un segundo y subo a ICBF otra alerta que está pendiente. Muñeca, ya te atiendo bien, que estoy ocupada. - Le extiende una bolsa de agua caliente a la joven.

- Profe, ¿puedo pasar? Necesito hablar contigo.- Se asoma a la puerta un niño de sexto.

En Bogotá hay 1.723 docentes orientadores para más de 700.000 niños matriculados. Es decir, a cada docente orientador le corresponden al menos 400 estudiantes. Los casos abundan dificultando el manejo y atención profunda para cada niño que entra a sus despachos. Esta demanda, sumada al tiempo limitado, genera una carga psicológica y laboral a estos profesionales.

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La caligrafía de Diana Martínez, orientadora del colegio Friedrich Naumann en el barrio La Cita al nororiente de Bogotá, es redonda y armónica. Quizás es por eso que en sus 27 años vinculada en la Secretaría de Educación le han encargado numerosas pancartas y letreros. Ni siquiera los folders, del peso que podría tener la novela de Don Quijote, en los que lleva registro de la situación académica y convivencial de los estudiantes que tiene a su cargo, se encuentran desordenados. Sin embargo, “la profe Dianita”, como todos le dicen, tiene un único objeto con notas rápidas y en las que el espacio entre caracteres da una sensación de estrechez: el calendario en el cual registra sus tareas por hacer.

Bogotá se ha consolidado como la ciudad con mayor número de orientadores por estudiante en el país, con una proporción aproximada de 406 estudiantes. Si bien esta cifra ha ido aumentando en los últimos años, aún existe una brecha considerable respecto al ideal. En la Resolución 2340 de 1974, el Ministerio de Educación establece el parámetro de un docente orientador por cada 250 estudiantes, proporción que también recomienda la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). El hecho de que la capital tenga la mejor proporción a nivel nacional sugiere que la situación en otras regiones del país podría ser aún más desafiante.

El rol de los docentes orientadores lo define un marco normativo del Ministerio de Educación Nacional. Decretos como el 1075 de 2015 enfatizan en la importancia de los orientadores para la formación integral y el bienestar de los estudiantes. Por lo tanto, estos docentes no sólo guían el crecimiento académico de los niños y jóvenes, sino también el personal y social.

La lista de acciones es larga y en la práctica compleja. Lideran proyectos pedagógicos, atienden los problemas emocionales de los estudiantes, acompañan a los padres de familia, identifican y desarrollan estrategias para los problemas de aprendizajes, asesoran a los otros actores escolares, hacen procesos de conciliación en los conflictos intraescolares, y establecen contactos interinstitucionales y gubernamentales. “El mayor reto es abarcar la población que tenemos”, dice Esperanza Abello, quien también es psicóloga orientadora del Friedrich Naumann. Estos profesionales saltan de caso en caso sin poder abordarlos a profundidad ni realizar el acompañamiento que desarían al menor de edad.

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El reloj rara vez marca el fin de la jornada laboral de Esperanza Abello, lo hace el flujo de su trabajo. Entra al colegio desde antes de las 8:30 de la mañana, pero muchas veces sale pasadas las 3:30 de la tarde. Aunque el reglamento nacional dicta que los docentes orientadores trabajan seis horas en la institución y dos horas desde la casa, el caso de Abello se repite para varios de estos profesionales.

“La verdad es que trabajamos más de lo establecido. Hay situaciones que nos abordan todo el día”, cuenta. “Cuando tenemos que llamar entidades externas como Secretaría de Salud, Policía de Infancia y Adolescencia, Fiscalía, ICBF. Con ese tipo de informes las jornadas se nos hacen más extensas, por todos los protocolos que necesitan”, explica Abello.

En las oficinas de los orientadores convergen casos de consumo de sustancias psicoactivas, autolesiones, riñas y complejas dinámicas familiares de los estudiantes, pero estas situaciones terminan desembocando en una preocupación silenciosa que se llevan a su casa. “Realmente es un desgaste emocional porque uno se carga de muchas de las historias que viven nuestros niños”, dice Abello mientras recuerda cómo en un par de madrugadas se ha despertado con la palabra “intento” en la mente: “Intentamos, desde el conocimiento y el don de servicio. Uno quisiera poder resolverles la vida a todos, pero es difícil”.

Martínez confiesa que le es frustrante saber que por los pasillos de su colegio circulan problemáticas que pasan desapercibidas o que no se identifican a tiempo. Los orientadores destinan la mayoría de su tiempo para atender las urgencias y redactar informes, lo cual les impide en varias ocasiones desempeñar otras de las actividades que les corresponden como las de prevención y pedagogía. Martínez, a quién constantemente buscan los estudiantes para “desahogarse”, cuenta que aquellos encuentros humanos y los seguimientos pausados a los casos que se presentan, debe dejarlos a un lado muchas veces.

La impotencia se filtra en el día a día de estos profesionales minando su salud emocional. Esto se agrava teniendo en cuenta el poco respaldo institucional que reciben los orientadores. "La parte de bienestar por parte de la Secretaría de Educación es muy limitada", comenta Abello quien explica que los programas de apoyo, como los talleres de manejo de emociones, resultan inaccesibles debido a horarios incompatibles con sus jornadas.

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“Hijos putativos”. Esa es la expresión que Abello utiliza para referirse a sus estudiantes. “Es gratificante, sientes que puedes transformar vidas a partir de tu trabajo, orientando a los chicos y sus familias para que puedan tomar decisiones autónomas”, dice Abello a pesar de los desgastes y los obstáculos para ejercer su labor. Recuerda cuando un ex alumno se acercó a agradecerle por su ayuda cuando se convirtió en papá adolescente: “quiero que conozca a mi hijo, que ya nació".

"Son el apoyo en los momentos difíciles y la voz de aliento para seguir adelante. Con su trabajo en zonas urbanas, rurales y dispersas, fortalecen la salud emocional y el bienestar de la comunidad educativa", afirmó en un comunicado Daniel Rojas, ministro de educación, el pasado 26 de febrero, día del orientador. Rojas se refirió a los 6.132 docentes orientadores que laboran en Colombia como “parte de la revolución y movilización del cambio”. Sin embargo, esta exaltación contrasta con la realidad numérica, en la que la proporción de un orientador por cada 250 estudiantes sigue siendo una meta lejana.

La oficina de Diana Martínez si bien es pequeña, no se puede recorrer con una sola mirada. Tiene dibujos, cartas, un termo con agua caliente y bolsas de aromáticas que le da a los estudiantes. Cada gota es un recordatorio de las fisuras y la presión que se acumula y que, si no se atiende, amenaza con desbordar la capacidad de respuesta. La función de los docentes orientadores es fundamental en el sistema educativo, pero mientras la demanda siga superando la capacidad de atención, la gotera seguirá sonando.

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