Con las manos al frente, de pie y con los ojos medio abiertos y dirigidos hacia el suelo se puede ver todos los días, a eso de las ocho de la mañana, a Carlos Julio Jiménez en la iglesia de San Francisco, en el centro de Bogotá. Este es el templo más antiguo en pie en la ciudad, y aquí, la imagen de Santa Ana se encuentra en el segundo altar, acompañada de una imagen de San Roque y otra de San Francisco Solano, entrando por una pequeña puerta de madera sobre la carrera séptima a la derecha.
Iconográficamente, Santa Ana se representa con la imagen de una mujer con una túnica larga, casi siempre roja, y una manta sobre su cabeza. La imagen de la iglesia de San Francisco tiene su túnica de un tono oscuro. La manta, al igual que los detalles de su vestimenta, es dorada. Tiene una corona que simboliza su santidad. Está acompañada por una pequeña niña con un libro en la mano. Se cree que esta puede ser la Virgen María, su hija, por la corona que representa lo mismo que en Santa Ana.
Los creyentes en esta santa acostumbran a dejar una carta en la que expresan la razón de su necesidad. Hay algunas sobre facturas, otras sobre servilletas, algunas en hojas en blanco e incluso algunas en folletos. Los más fervorosos dejan una maqueta de la casa que quieren. Las hacen grandes, detalladas y hasta con la decoración. Otras maquetas son más minimalistas: ponen una casa de pesebre, un pequeño edificio de papelería o una casita pequeña hecha artesanalmente.
Ni los sacerdotes ni las personas que trabajan en la casa cural del templo de San Francisco saben cómo empezó esta tradición. Creen que, al ser una creencia popular, es difícil saber su origen. Otras personas consideran que puede tratarse de un acto de fe común, parecida a la tradición de llevarle chocolates al Divino Niño del barrio 20 de Julio. Se especula que esta tradición tiene como origen a que Santa Ana, como es la madre de la Virgen María, representa, más que una casa, un hogar modelo, el mismo donde creció la familia de la Virgen.
El altar donde se encuentra esta imagen está acompañado a los lados por un San Roque y un San Francisco Solano. Ambas representaciones son insignias de la pobreza en la religión católica, pues estos personajes se dedicaron a ayudar en vida a las personas más vulnerables. Incluso, las túnicas cafés de los franciscanos y los harapos con los que se representa a San Roque son símbolos de la pobreza de los mismos personajes.
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Carlos Julio es padre de tres hijos. Él vive solo con el menor, de 21 años, que ya trabaja. Los otros dos ya viven fuera de su casa arrendada y tienen sus propios hogares.
Cuando se le pregunta sobre su vida, se muestra un poco esquivo. Pero siempre se le escapan sonrisas que muestran que no es una persona dura como él quiere mostrarse. Tiene un tono de voz bajo que obliga a acercársele en las conversaciones. No pronuncia bien ciertas letras y arrastra algunas palabras.
Carlos Julio es una persona pobre. Vive “por allá bajando por la carrera Décima”, en la localidad de San Cristóbal y ha trabajado “por allá pasando la Décima” toda su vida, en el tradicional sector de San Victorino. Camina todos los días por la misma cuadra después de rezarle a Santa Ana y siempre busca a su amigo, el cuidador de la casa cural, al cual le da los buenos días y sigue su camino hacia la Décima.
En el mismo sector donde Carlos Julio trabaja, San Victorino, hay otras 23.800 personas que se rebuscan un trabajo de forma directa e indirecta. La mayoría tienen puestos informales, en los que el jefe les entrega diariamente su paga a los empleados y no se celebra contrato alguno.
Jiménez trabaja allá como vendedor. Lo ha hecho toda su vida. Y dice que ha negociado de todo: “he vendido de todo, ropa, chucherías, tintos y comida, siempre en el mismo sector”. Gana el salario mínimo y lo lleva ganando hace tiempo. Es una prueba viviente de que el trabajo duro no siempre da frutos. Solo hace que se viva al centavo.
Él se viste siempre de camisa para verse elegante y con un saco tejido encima para el frío. Camina a pasos cortos, mirando al suelo, y le gustan los tintos de al lado de la parroquia, aunque no se da el lujo de comprarlos todos los días. Acostumbra a usar zapatos cómodos, pues tiene que caminar “pa donde Santa Ana y después, pa' allá pasando la Décima” a trabajar.
Con su sueldo escasamente le alcanza para pagar el arriendo de la casa y poca comida. El hijo con el que vive le ayuda con eso también y los servicios. Sus otros hijos no le ayudan, porque, al igual que él, viven al centavo.
Carlos Julio dice que le es imposible ahorrar. A fin de mes no le queda un peso para la casa de sus sueños que tanto le pide a Santa Ana. Los 40,000 pesos que se gana diariamente se le van volando entre trasporte, comida y su aporte para el sostenimiento de la casa. Sin posibilidades, lo único que le queda es rezarle a Santa Ana por una casa.
Sorpresivamente, según cifras del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE), Bogotá es una de las ciudades en Colombia con menor porcentaje de personas en la informalidad. El 36 % de los capitalinos, al igual que Carlos Julio, viven trabajando por el diario. A pesar de que esta es una cifra alta, es también muy optimista para los números del resto del país, que están sobre el 58%.
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Carlos Julio no tuvo la fortuna que algunos tienen de nacer en una familia con casa propia. A él le ha tocado buscarla. Y dice que es para dejarle algo a sus hijos, una fortuna que él no tuvo. Sin embargo, no solo por eso quiere tener una vivienda.
Carlos Julio Jiménez ha trabajado durante más de 30 años. Para recibir una pensión en Colombia es necesario trabajar al menos 1.300 semanas (aproximadamente 26 años) y haber cumplido 62 años, en el caso de los hombres. Él sabe que su pensión del salario mínimo durante 30 años no le dará para pagar un arriendo y mucho menos su manutención y servicios.
Sabe que su hijo menor no tardará en formar su familia e irse de su lado. Cuando le reza a Santa Ana, piensa en su vejez, en lo que será de él en un futuro reciente. No sabe qué va a pasar, solo sabe que teniendo fe va a obtener esa vivienda tan preciada, donde podrá vivir cuando no trabaje.
Dice que el culto a Santa Ana es lo único que le da esperanza y que más allá de llevar una casita a escala y una carta, lo principal es la fe. A pesar de esto, cuando eleva sus plegarias se le nota su preocupación. Al terminar de rezar, se persigna y se va hacia “allá pasando la décima”. Mirando al piso, solo, caminando, ve que la realidad lo arrolla. La fe puede que no sea suficiente.
En Colombia, según cifras del DANE, solo el 23 % de los adultos mayores tienen una pensión. Casi el 18 % tienen que trabajar. Esta cifra es abrumadora, pues ese porcentaje corresponde a personas como Carlos Julio, que buscan todos los días dinero para poder pagar su vivienda, comida o incluso ayudarle a sus hijos.
Que Carlos Julio le rece a Santa Ana por una casa no es más que su preocupación hablándole. Sabe que pronto no lo podrán contratar más y que, sin una casa propia, tendrá que seguir pagando un arriendo. Lo único que le queda es su fe, ya que, al igual que muchos otros feligreses de la iglesia de San Francisco, sólo un milagro pareciera que lo puede ayudar.