Él se pasea por el taller de arte que hay en una casa blanca, antigua, de cuatro pisos, en la localidad de Chapinero. Se mueve con su agilidad y destreza de felino, sube rápidamente las escaleras, pasa de una obra a otra, toca los “papeles” y “muñecos” que cuelgan de las barandas. Luego de ese breve recorrido, se sienta junto a la ventana para tomar el sol y juega con una bola de papel que hay sobre la mesa. La luz amarilla hace que su pelo grisáceo se vea casi blanco por los rayos que caen sobre él y que iluminan las vitrinas llenas de fanzines.
Andrés Bustamante Sandoval es un artista bogotano. Es artista plástico y visual de la Universidad Distrital y Magíster en Artes Plásticas, Electrónicas y del Tiempo de la Universidad de los Andes. Desde la adolescencia se ha sentido atraído por el cómic y, en 1990, “engomado con el objeto-libro", empezó a realizar fanzines. Esas revistas caseras y arriesgadas, en las cuales se puede graficar cualquier tema, por ácido y controversial que sea, para él representan un mínimo no negociable en el arte: la libertad de producir.
La libertad es un rasgo muy importante en su vida y obra. La primera influencia fuerte que recuerda de su infancia es Fritz, el personaje principal de un comic norteamericano de Robert Crumb, su artista favorito: “Es un gato que estaba en una retórica de bohemio. Yo me enganché mucho con ese personaje porque me parecía que era lo que yo quería proponer: un man que se liberaba y hacía lo que se le daba la gana, pero también era muy responsable”. Del nombre de ese personaje viene su seudónimo “Frix”.
La figura del gato Fritz y su gata Ramona, uno de los seres más importantes en su vida, hace que él se identifique con la independencia y la autogestión que representa este animal. “Es muy chévere, es una actitud llena de grises”, dice el artista tratando de descubrir con bastante emoción lo qué hay de gato en él. “Por ejemplo, el gato te necesita, pero hasta donde él quiere”. A “Frix” le gusta estar alejado, pero a veces necesita compartir con gente, pues las conversaciones, los encuentros, las clases y la oportunidad de estar con otros avivan su creatividad.
Él trata de transformar cada acto de su vida en una obra de arte; se inspira en lo que escucha, en lo que lee y en lo que ve. Lo que escucha: la música, sobre todo el punk, es parte fundamental de su vida. “The Velvet Underground” es su banda favorita porque coincide en la época de los 70’s con el artista Andy Warhol, uno de los percusores del pop art. Lo que lee: los ensayos de los situacionistas, La sociedad del espectáculo de Debord; su obra literaria favorita es El almuerzo desnudo de Williams Burroghs. Lo que ve: el cine de bajo presupuesto, Andréi Tartovski, las imágenes de Franz Brinder en las cuales se ha inspirado para producir sus pinturas. Hay un listado infinito de las referencias que le han mostrado las posibilidades que tiene para experimentar con el arte.
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La búsqueda de inspiración
Él dice que la ansiedad productiva es una de las características que lo definen. Su mayor miedo es el aburrimiento, lo convencional y lo repetitivo, por eso se ha enfocado en la experimentación y la sospecha, palabra que él usa, en vez de duda, para producir sus obras: “la idea es, como artista, empezar a proponer y cambiar las estructuras y los ritmos del hacer”.
En el tercer piso de su casa está “La Zineteca”, su taller de arte y lugar favorito en el mundo. Pasea en ese espacio de dos plantas que habla mucho de él y de su obra. En las paredes hay innumerables fanzines enmarcados, mesas con vidrios similares a las que se encuentran en museos, donde también hay fanzines abiertos. Hay cuadros sin autores que mezclan ilustraciones, pinturas y palabras. En las escaleras que conectan las dos plantas hay cientos de casetes, tantos, que es difícil reconocer el nombre de alguno. Él se recuesta en una de las barandas de las escaleras de donde cuelgan los “muñecos”, como suele llamar a sus esculturas elaboradas con espuma y tela.
Andres “Frix” es un hombre con un estilo particular: alto, delgado, predomina el color negro en su vestimenta. Usa ropa sencilla: camiseta, jean y unas botas Doctor Martens, casi siempre va vestido de negro o con ropa oscura. Su cabello gris, canoso y desordenado, a veces interrumpe su vista y se ubica en frente de sus gafas redondas que tienen un estampado animal print de leopardo. Su camiseta de manga corta deja ver su brazo izquierdo, tatuado casi por completo, con dibujos sencillos y coloridos. Resalta el nombre “Frix” de color anaranjado, que quizá es el tatuaje más grande de su brazo.
Él es reconocido por su colección de fanzine y comic, parte de ella se encuentra en la Biblioteca Nacional de Colombia. Además, colabora con personas y colectivos “fanzineros” que se dedican a la investigación de este tipo de expresiones artísticas. Este año, del 26 al 29 de septiembre, estará en la vigésima Feria Internacional de Arte en Bogotá (ARTBO) en la categoría “Libro de Artista” con su obra Curaduría relámpago: Lucero de ocho rayas. El sábado 28 estará en la Galería Lirolhaus con su exposición Todo se crea, nada se crea. Ficciones en el bricolaje.
Sus exposiciones se caracterizan por la exploración plástica con cuadros llenos de telas, texturas, papel, relieves y objetos. Ha participado en otras ediciones de ARTBO y ha presentado algunos de sus trabajos en lugares como el Planetario, la Galería Santa Fe, en el Museo de Arte Miguel Urrutia y en el Museo de Arte Moderno de Bogotá.
Conversaciones malévolas de dos moscos en leche (2023), La incipiente teoría romántica de la auto expresión (2021), Somos el mismo cuento: Sobre los artificios, las conversaciones y algunos deseos (2021), Artículos disponibles para picarle el ojo a un tuerto (2017) y Soy la música del mundo, el centro de un roscón y el final de una empanada (2009) son algunos de los títulos arriesgados que tienen sus exposiciones. Estos surgen de un juego que él realiza con el lenguaje y su intención de ir contracorriente.
“En la universidad me decía un docente que tenía que ser directo y puntual y yo no quería ser ni directo ni puntual. Entonces hacía títulos muy largos, muy pretenciosos, pero era para hacer una mofa a la función del lenguaje”, recuerda “Frix” sonriendo mientras habla, como si ese momento de su juventud le causara gracia. Este es un claro ejemplo de cómo la más mínima conversación, una orden que pueda ser derrocada o una figura inspiradora hacen de la obra de Andrés “Frix” un universo complejo y maravilloso.
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Cuando está realizando una obra ¿lo hace solo o de manera colectiva?
Antes de la creación estoy todo el tiempo dialogando en las clases, con otros, indagando en los laboratorios, pero el acto de hacer sí cuesta: me quedo acá (en la Zineteca) y empiezo a producir (…) Yo trabajo en colectivo por eso, porque con pares uno va estructurando. Mis ideas son ideas también de muchos que estamos en una misma época, pero al hacer, pegar y cortar es aquí que me pongo hacerlo. Pero previo a todo esto, necesito un contexto para poder proponer esas imágenes, necesito escuchar a la gente, ver algo, anotar cosas para poder construir todo lo que va saliendo. Entonces se vuelve chévere, tampoco creo que uno esté solo, como que uno, en realidad, es una partícula muy parecida a muchas partículas.
¿Cuál es el elemento clave de sus producciones?
Toda esa composición, para mí, es muy obsesiva. Yo duro horas pensando las piezas, asumiendo los ritmos, pero juego desde la metodología a que las obras salen de una manera espontánea (...) produzco un contenido, pero dependo de las horas y horas de investigación (…) Soy una de las personas más obsesivas que hay en composición, en color, repito mil veces una idea, la pienso. No es pegar el papel y ya, como la gente dice que yo hago en cinco minutos las piezas: esos cinco minutos representan una investigación de hace 20 años, donde todo el tiempo estoy insistiendo en las mismas ideas, las composiciones, las mismas formas y no es aleatorio, no es irresponsabilidad de decir “cualquier cosa puede funcionar”.
¿Piensa en el espectador cuando está realizando una obra?
Para mí, el arte se basa también en su estructura. La plástica creo que se nutre de otras posibilidades que son de generación y que uno vive a veces: colores, sensaciones o momentos específicos que te produzcan otro tipo de relaciones con el otro (…) Trato de no depender tanto del gusto de las personas. Yo hago papel, hago cosas que estéticamente a veces no convencen, pero actúan. Como papel colgado, es más la relación de a un papel darle una energía diferente, como que hay una serie de ordenes horizontales donde se puede cuestionar esa verticalidad de “hay cosas más importantes que otras”.
¿Qué es lo que más disfruta de la experimentación artística?
Yo tengo ansiedad productiva, entonces yo produzco muchas piezas (…) Leo y anoto cosas, muchas cosas y a partir de eso empiezo a configurar todas las piezas. Lo que hago es juntar la parte plástica, que a veces no tiene un sentido, es decir, no produzco para una obra si no produzco un contenido que es morfológico, no me enseñé a la idea de hacer una obra específica. Hago muchas obras que no tienen sentido y hago mucho contexto y anoto, después, lo que hago, es tratar de integrar conceptos. (…) Me gusta pensar esas poéticas que se entablan ahí, disfruto mucho jugando. Los que trabajan conmigo se dan cuenta que, por ejemplo, yo hago muchos bocetos, me gusta eso, me gusta toda la lúdica de llegar al espacio, como un proceso que se va dando in situ. Obviamente planeo, pero esos planes cambian.
Usted también es profesor. ¿Ha llevado a sus alumnos a la experimentación y libertad que usted tiene en su obra?
Hay un sistema que te ha dicho cómo tienes que hacer las cosas. Es como “enséñeme que usted tiene, préndame el chip para que yo produzca”. Pero entonces duro un semestre completo tratando de que se desconecten de “eso debería ser”. (…) Lo que hago es tratar de hacer laboratorios donde todos pensamos lo que estamos haciendo, yo les puedo dar una experiencia o unas técnicas, pero cada persona lo apropia desde otro lado. Se volvió como chévere no pensar que se está trabajando, se volvió chévere pensar que estamos haciendo entre todos. Ese es el taller experimental, juego mucho con lo que vivo como artista, entonces digo eso mismo: “¿cómo hago? No sé. Mirémoslo, investiguemos eso porque yo le puedo vender como la fórmula matemática para hacerlo”.
¿La experimentación ha influido en cómo se ve su arte en el mercado y para las audiencias?
Eso es lo poético del arte: meterse en otras lógicas. Y no de hecho con locuras y de llevar la contraria, aunque lo hacen a veces, sino entender el espacio donde está uno y proponer otro tipo de alternativas que son difíciles a veces en una sociedad de cambios. El temor al cambio, al diferente, al otro y más un artista que en realidad está proponiendo otros sistemas y que un sistema muy fuerte capital no lo valida. El fanzine tiene eso, no puedes vivir de eso porque es muy complicado, pero si puedes hacer la cantidad de fanzines que quieras y decir lo que se te dé la gana, así lo lean cinco personas o mil, pero hay como una relación con el otro muy chévere y como una libertad de proponer un espacio de desarrollo... El arte debería ser eso.
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