Era jueves, era una tarde fría y era un día lluvioso. De manera particular ese momento entraba en sintonía con la exposición a la cual había sido invitada. Me dispuse a entrar y encontré que en medio de los muros del Claustro San Agustín cuelga la modesta colección de más de 500 fotografías del lente de Jesús Abad Colorado. Esta colección titulada “El Testigo” se centra en mostrar las diferentes dinámicas a las que se ha enfrentado el país en medio de la guerra en los últimos 26 años.
“Ni civil, ni militar, ni guerrillero, ¡ni un muerto más!” Sí, esa era la frase de un cartel que sostenía un hombre mientras era fotografiado por Abad. Esta oración me llevó a pensar que entraría a una exposición un poco amarga. Dicha foto la vi en el folleto que la guardia me entregó. Al tiempo, esta señora me indicó que el lugar divide la exposición en cuatro partes, el reportero aprovechó la arquitectura del museo para centrarse en distintos aspectos del conflicto.
Fue entonces cuando al subir por las escaleras me topé con la primera habitación, el tema que identifiqué en ella fue desplazamiento forzado. La curadora de la exposición, María Belén Sáez, indicó en la página web del museo que esta galería es también una forma de hacer visibles a las víctimas y tratar de generar empatía. Como bien lo señalaba ella, en esta sala se mostraba de manera desgarradora una de las tantas consecuencias del conflicto.
Solté una, dos, tres y un par de lágrimas más en esta sala. Las fotografías a blanco y negro lograban capturar de manera firme el dolor de las personas implicadas. Algunas imágenes me impactaban más que otras, sobre todo aquellas en las que se encontraban niños simulando que tenían armas o en las que eran abrazados por sus padres, quienes parecían darles consuelo. Incluso una en la que había un zapato en medio de la selva, el cual ya había sido acogido por la naturaleza, pues algunas pequeñas plantas brotaban de él. Probablemente esa bota fue dejada allí por una persona que escapaba al miedo, o por alguna que lo causaba.
Sí, esta sala fue la que más me impactó. No eran solo las imágenes las que eran desgarradoras, sino también las frases que las acompañaban. Una de esas oraciones recalcaba una conversación que tuvo Abad. Las personas le pidieron que por favor guardara su cámara, él aceptó. Pero luego les indicó que sin sus fotografías no habría forma de mostrar aquel dolor por el que padecían.
Crear empatía. Generar Conciencia. Mostrar Historia. Esas son las acciones que se evidencian por parte de Abad. Su conversación con la víctima es muestra de esto. Luego de esa descripción y una fotografía en la que se encontraba un jaguar que era empleado para torturar a los que eran tildados de aliados de la guerrilla, reflexioné sobre la historia reciente de mi país. Al tiempo, me cuestioné: ¿cómo es posible que las ideologías e intereses de unos causen tanto dolor?
Casi llegaba al final de la primera sala, cuando me encontré con otra fotografía impactante. Era una en la que había una niña que sostenía y abrazaba un ave. La descripción de la imagen fue una de las más amargas. En ella el reportero indicaba que el ave había sido un regalo para la pequeña y ella le pedía a un voluntario que la dejara llevarla consigo tras uno de los atentados en la zona en la que vivía.
Llegué a la segunda sala y me encontré tal vez con un poco más de un centenar de fotos sobre desaparecidos y sus familiares. El tema de esta habitación era la desaparición forzada. Al observar una a una las fotos, por mi mente pasaba la idea e intentaba recrear el sentimiento desconocido de perder a un familiar por este tipo de acontecimiento. Las caras de tristeza y el dolor evocado por las fotos a medida que avanzaba en la sala, esta vez provocaban en mi ira, odio hacia los culpables y la frustración de no poder hacer nada.
De repente me sentí más que identificada cuando vi en lo alto de uno de los muros una foto con un carnet de un periodista y la evidencia de un disparo a una pared. Esta fotografía no me impactó como las otras, el periodista en su trabajo en distintas ocasiones corre peligro. Pero esta vez me hizo sentirme vulnerable, seguramente mucho menos de lo que un campesino o cualquier persona cercana al conflicto se ha sentido.
Continué hacia la tercera sala y entre esta y la segunda había un par de cifras sobre ataques a la población. Lamentablemente, al intentar entrar uno de los guardias del museo no me dejó y tampoco me dio el motivo. Mi afán por terminar de ver la exposición antes de que cerrara, hizo que no cuestionara al cuidador del lugar.
Era la cuarta sala la que insinuaba la terminación del conflicto y la búsqueda de la reconciliación. La manera de sugerir dichos hechos fue mediante fotografías en donde los exguerrilleros llegaban a las zonas veredales y en donde se mostraban con sus hijos como una familia. Sí, esta exposición muestra de una manera distinta a los actores ilegales contra los que el gobierno siempre ha luchado a balas. Pude ver a esos victimarios como personas, como aquello que el proceso de paz ha estado intentado hacer ver al país.
Esta última habitación también tenía fotos sobre la firma del proceso de paz. Así como fotos de personas que habían retornado a sus casas luego de algunos meses o años de haber vivido el desplazamiento forzado. Se mostraba a estas personas, al igual que a los guerrilleros, tratando de construir, o más bien reconstruir sus vidas.
Finalmente, me tope con esa primera foto que vi de Jesús Abad en cuanto llegue al lugar. Aquella que la guardia me dio en un folleto. Esa en la que un hombre hacia evidente lo que muchos en este país queremos, la paz. Junto a esa foto, estaban varias en donde la sociedad marchaba por eso que por mucho tiempo se ha visto inalcanzable.
Se apagaron las luces del museo junto con un “por favor salen de la sala” del mismo guardia que no me dejo entrar a la tercera habitación. No pude terminar de ver la exposición, pero esas dos horas vi y reflexioné sobre Colombia al tener la evidencia de cientos de actos dolorosos, por decir un número impreciso. Pensé también en la labor tan dura que realizó mi colega Abad.
La exposición, que es de entrada libre, estará abierta al público hasta el 29 de abril en el Claustro San Agustín. El horario es de 10:00 a.m. a 4:45 p.m. de martes a domingo.