Cantos a una sola voz
Aunque las arengas no tengan el protagonismo mediático que se merecen, es importante detenerse y escuchar qué es lo que canta la gente, pues cuando la ciudadanía canta, ese canto tiene un trasfondo social, un contexto, y en el caso colombiano es muy explicito.
Cuando los manifestantes gritan ¡Uribe, paraco, el pueblo está verraco!, no es solo contra el expresidente Álvaro Uribe, es contra todo lo que él representa: autoritarismo, corrupción, sus innumerables escándalos: los falsos positivos o también llamados desapariciones extrajudiciales (¡No quiero ser falso positivo para darle vacaciones a un tombo malparido!), la parapolítica y, en general, toda su maquinaria política (¡Duque y Uribe la misma mierda son, el uno es un paraco y el otro es un güevón!); también de su partido político, el partido de gobierno, el Centro Democrático.
Muchas veces las arengas no son del todo precisas: se sabe que los asesinatos en el caso de los falsos positivos no fueron cometidos por la Policía Nacional sino por el Ejercito. Pero las arengas no son políticamente correctas, no deben serlo; las arengas son una vía de expresión. Y lo que se espera de las arengas es que tengan fuerza, así que algunas veces que hay que cambiar algunas palabras. Camilo Lopera, joven desempleado que ha marchado todos los días del paro, explica la imprecisión de la siguiente manera: “qué importa decir Policía o Ejército, al final la policía también nos mata. La policía nos mata en las calles”.
Sí pero no así
Se ha dicho a lo largo del paro nacional que sí, que las juventudes tienen razón, que están ejerciendo sus derechos, pero que lo están haciendo mal; mejor dicho: sí, pero no así. Y lo anterior no es excluyente a las arengas. Se han hecho tendencia ciertos comentarios en las redes sociales de cómo debería de ser la protesta; en cuanto a las arengas, que no hay la necesidad de insultar, dicen algunos. Las groserías y los insultos solo incentivan el odio y la división, es una de las tantas posturas, y es totalmente validad.
Los cierto es que no todos piensan así. Para Camila Rubiano, estudiante de artes de la Universidad Nacional y una participante activa de las expresiones artísticas durante el Paro Nacional en su localidad, Fontibón, considera que no hay razón para satanizar el insulto y las groserías. “Las groserías son parte de nuestro vocabulario, son parte del diario vivir de la mayoría de los que protestamos; creo que no les son ajenas a nadie en este país. Querer quitarlas de la protesta es ponerle una venda hipócrita y patriarcal a la expresión”.
Las groserías son una de las tantas formas de expresar lo que se está sintiendo, tal vez pueda ser la forma menos idónea, es una apostura valida pero no para todos. Por ejemplo, si lo que se está viendo y viviendo es una situación tan crítica como la que atraviesa Colombia, ¿Por qué no decir las groserías necesarias? ¿No es ahora cuando son más coherentes, e incluso necesarias? La crisis de Colombia no es solo la sanitaria como consecuencia del virus del covid-19; la verdadera crisis en Colombia es social: masacres, narcotráfico, delincuencia, pobreza, desempleo y, tal vez lo peor en la lista, la corrupción.
Así que, ¿es coherente disfrazar esa realidad través del lenguaje? No, y tampoco seria justo, caer en los eufemismos les quita fuerza a las exigencias, a las protestas y a las víctimas que están en el trasfondo, en el contexto de las luchas sociales. Pues, lo preocupante de una arenga como ¡ni perdón ni olvido para el tombo malparido!, no debería ser la palabra ‘malparido’ dirigida a los policías en general; lo angustiante debería ser que, según la ONG Temblores, para el día miércoles 26 de mayo, en el marco del Paro Nacional, se han reportado 60 asesinatos –43 adjudicados a la fuerza pública (Esmad, Policía, Ejército)–, más de 800 heridos en enfrentamientos entre manifestantes y la policía, 22 victimas de violencia sexual por miembros de la fuerza pública y 46 jóvenes han sido victimas de agresiones oculares.
En la protesta caben todos
El derecho a la protesta, a la manifestación social, está consagrado en la Constitución colombiana para todas las personas. Por esta razón, se han creado campañas en redes sociales para des problematizar las arengas y consignas de la ciudadanía al momento de protestar. Esto con el fin de eliminar y rechazar contenidos y referentes de tinte racistas, machistas, clasistas u homofóbicos de las manifestaciones.
Ante estas iniciativas, los jóvenes han respondido creativa y velozmente. Por ejemplo, la consigna “el que no estudia es policía nacional” se modificó para decir “el que no salta es policía nacional”, pues se estaría estigmatizando a las personas que no han podido tener acceso a la educación, y en Colombia ese es un porcentaje considerable de la población. También ha habido iniciativas de los colectivos LGTBI, para que no se usen adjetivos como “maricas” o “maricones” en personas como Álvaro Uribe o Iván Duque pues, dicen en su comunicado que “estos tipos representan el patriarcado de siempre: hombres heterosexuales, blancos y con poder. Las maricas nada tenemos que ver con ellos”.
La finalidad de las arengas, cantos y consignas, es la expresión; una expresión que, en el caso del Paro Nacional, es contestataria. Y es curioso el poco interés que se le da a lo que cantan los manifestantes, pues lo hacen todo el tiempo: en las marchas se camina y se canta, es lo que llaman protesta pacífica; y ya sea porque son contestatarias, o porque van cargadas de groserías e insultos, son, al fin de cuentas, un sentir que han llegado a cantar miles al mismo tiempo, aunque moleste a algunos. Lo dijeron las pregoneras de la comparsa La Rebuscona, “¿por que será que a mi pueblo lo hacen callar?”.
Bueno, pues la voz de los manifestantes, jóvenes y viejos, no será silenciada, porque cuando callan una hacen que otras más se levanten. Ese es uno de los encantos del canto, que termina siendo pegadizo, o para seguir en la línea de la pandemia: contagioso.