Desde las ocho y media de la mañana más de 40 bogotanos se reunían en el parque de los periodistas para confirmar su asistencia y emprender camino. Para llegar al punto inicial del Sendero San Francisco, los asistentes a la convocatoria de la Asociación Colombiana para la Investigación y Conservación de los Ecosistemas ACOICE, se dispusieron a recorrer el eje ambiental hacia el oriente y la avenida circunvalar en medio del tránsito.
Antes de subir el primer tramo del Sendero, la guia de nuestro grupo, Ana María Quintero, ecologa e investigadora de ACOICE, da las inducciones generales. Una de las más importantes, era no botar al suelo las semillas de frutas que se consumieran en el camino, pues eso generaría un problema de ingreso de más plantas invasoras, que afectarían los cerros y a la vegetación nativa.
El origen de las plantas invasoras se remonta a finales de siglo XIX. Con la siembra voluntaria de vegetación invasora como pinos y eucalipto, estipulado en la política higienista de la época, pues se pensaba en ese momento, que el eucalipto australiano sembrado en gran extensión, traería a mediano plazo beneficios para la salud e higiene de la ciudad, explica el historiador de la Universidad de los Andes, Luis Miguel Jiménez, en su trabajo “Unas montañas al servicio de Bogotá Imaginarios de naturaleza en la reforestación de los cerros orientales, 1899-1924”. Este hecho ha producido en la actualidad una problemática, pues afecta el bienestar del bosque y las especies nativas de este.
En medio del camino, Gisella Rodríguez otra de las guias miembro de ACOICE, se detiene para explicar la vegetación que se verá en el recorrido “en este momento observamos que a partir de cierto tramo se ve mucho eucalipto australiano, eso quiere decir que se han introducido, pero eso fue hace mucho tiempo y eso causa impactos negativos en los ecosistemas colombianos como tal, pues impide que las plantas nativas crezcan, son muy celosas con las demás”. Guisella, se refería a especies como los frailejones, raques, mano de oso, laureles de cera y muchas más.
En la actualidad, se ve en el Sendero de San Francisco y en general en los cerros de Monserrate, la presencia de estas especies invasoras, como el pino, el retamo espinoso, las acacias, entre otras. Estas plantas resultan ser territoriales y competitivas con los recursos de la vegetación nativa, una de las especies que más se han visto afectada por esta situación es el Nogal tradicional, pues a causa de esto, se encuentra en peligro de extinción. Además, estas especies invasoras, pueden llegar a ser peligrosas para los cerros en general.
Tal es el caso del retamo espinoso europeo, una planta de flor amarillo intenso, rodeada de largas extensiones de hojas de aspecto puntiagudo y peludo, a pesar de no cubrir una gran extensión de terreno como lo hacía antes, aún está presente en pequeñas cantidades y en diversos sectores del Sendero. Fue así como nuestra guia Ana María, logró ver una pequeña cantidad mientras transitabamos, por lo que paró el recorrido y comentó “este es el retamo espinoso, no sabemos como llegó, pero sí que es muy competitivo con los recursos, consume agua sin parar, además es incendiaria, se prende con mucha facilidad y se expande a gran velocidad, si se incendia facilito puede llevarse hectáreas y hectáreas de los cerros”.
Más adelante del recorrido, al adentrarnos aún más por el estrecho camino de escalones de tierra del Sendero, dos hermana de unos cinco y siete años, acompañadas de su mamá, escuchaban atentas las explicaciones de Ana María y observaban con mucha curiosidad las plantas que se encontraban a su alrededor, fue así que llegamos a un área con presencia abundante de “helechos marraneros”, aún de baja altura pero con hojas de gran tamaño.
Mientras Ana María explicaba la importancia de ver tanta abundancia de esta planta, la menor de las hermanas tomó una pequeña hoja de helecho del suelo y su madre dulcemente la colocó sobre su cabeza, para adornar su rubio cabello recogido, sabían que esta planta era especial, pues según Ana María, “esto indica que la reforestación con esta planta nativa estaba siendo exitosa y es una señal de recuperación del bosque”, afirma.
Al llegar a la que sería la primera bocatoma que abasteció de agua a la Bogotá colonial, ahora con aspecto oxidado por la humedad y el paso del tiempo con un tono café. Nos esperaba una experta en aves y flora, quien son un gran folleto le pedía a los expedicionarios del Sendero que mantuvieran los ojos bien abiertos pues la migración de aves al continente traía coloridos visitantes y las permanentes como colibríes, sisiries, mirlas, azulejos, cucaracheros y copetones.
Muchos de los asistentes empezábamos a afinar la vista, pero pocos logramos ver entre tanta vegetación y personas alguna de estas aves. Excepto la madre de familia, Sonia Forero, quien en compañía de su hijo comenta que lo mejor que le dejó la experiencia de recorrer el Sendero, fue reencontrarse con los colibríes, “hace muchísimo tiempo que yo no veía colibríes y los volví a ver por acá y uno se da cuenta que aún no se ha extinguido”, comenta con notable emoción.
Luego de llegar al mirador con poca capacidad de carga que solo permitía la toma de una o dos selfies máximo con la ciudad de fondo, el descenso comienza. Pasados unos cien metros los grupos empiezan a reencontrarse a la salida del Sendero, a unos pocos metros del Instituto Roosevelt por la avenida circunvalar.
Con aplausos, los expedicionarios celebran con júbilo y emoción haber completado el recorrido y aprender el valor de la naturaleza y los esfuerzos por recuperar el bosque y el subpáramo presente en los cerros. También de conocer el nacimiento del río San Francisco, aquel por el que caminan o pasan en carro a diario cientos de bogotanos, pues encima de él se encuentra construida la Avenida Jiménez.
Esto no siempre fue así, pues una vez más por las políticas de higienización de finales del siglo XIX y principios del XX, este río fue canalizado por ser considerado fuente de enfermedades por el mal estado en que se encontraba en la época, así como para construirse la reconocida Jiménez y posterior eje ambiental, para modernizar y urbanizar definitivamente a Bogotá, así lo explica la economista e historiadora María Atuesta Ortiz, en su trabajo “La ciudad que pasó por el río. La canalización del río San Francisco y la construcción de la Avenida Jiménez en Bogotá a principios del siglo XX”.
Reforestar con su vegetación nativa, educar sobre la conservación de la naturaleza de Bogotá y sus recursos, así estén bajo el suelo, como el río San Francisco, es la tarea que ahora se desempeña este Sendero desde su reapertura. Con la que nace para los bogotanos una “aula ambiental”, como la llaman en ACOICE, que nos recuerda nuestro origen e historia natural.