En el edificio Miraflores de Puente Aranda, en el centro de Bogotá, vive Shantal, quien se alista para atender a una clienta en su salón de belleza que está ubicado en un cuarto de su apartamento, adornado por espejos, fotos de “la reina del pop” Madonna y sus tres gatos.
Shantal aparece en la puerta con una gorra rosa y un chaleco negro, prepara el tinte de manera delicada, y lo aplica capa a capa en el pelo de su clienta, quien le cuenta de su vida diaria. Cuando hago la primera pregunta, se asusta. “Fuiste directo a la yugular, eso fue de una, como que bájese los cucos”, me dice entre risas, después de comparar las entrevistas con el arte de conseguir pareja. “¿Te pidieron entrevistar a una mujer trans?”, agrega.
Ella es así, directa, pero cercana. Nació en Fusagasugá, y a los 5 años se mudó a Bogotá con su mamá, dejando a su abuela, quien fue la primera persona en aceptar su identidad de género, dejándole crecer el pelo y permitiéndole ir al campo a recoger flores.
“mi papá le decía: usted me va a volver al chico marica, pero, mi abuelita que reconocía quién era yo, le replicaba: para qué lucha contra lo que ya es. Yo era una niña feliz decorando mis crespos, pero llegaba mi papá y me destruía todo mi castillo, me llevaba a la peluquería donde me calveaban y me daba frío”, dice mientras su tono de voz muestra el dolor que produce recordar esa escena.
Esa fue una de sus primeras experiencias con la disforia de género, una forma técnica de llamar a la sensación de estar atrapado en un cuerpo que no te pertenece. Otro momento similar fue un disfraz de boxeador para Halloween regalado por su padre, que la hizo llorar y adquirir una ansiedad con la que cargó hasta hace muy poco.
Su padre se fue cuando tenía 15 años, y ahí se volvió más cercana con su madre, una mujer que ella describe como “hermosa”, pero con quien chocó hasta el día de su muerte hace dos años por su forma de ser, y en medio de estos choques típicos de la adolescencia, Shantal empezó a ayudar en una peluquería a sus amigos gais.
- ¿Lo primero que enseñan?
- A lavar el pelo, ella replica al recordar que al principio peluqueaba hombres, pero al arreglar mujeres se enamoró de la profesión.
“Es como jugar las muñecas, por ejemplo, cuando llega una chica para una fiesta de 15 y uno la peina, la maquilla y ella se pone contenta, es una experiencia muy bonita”. En el pasado trabajó en una peluquería consolidada, la cual acabó por diferencias con su socio y la pandemia. Ahora lo hace de manera independiente, y le ha ido tan bien, al punto de que esta semana logró comprar su primer, con el que va con mayor facilidad a su amada Fusa, donde quiere vivir en el futuro.
Shantal vuelve al tema de las muñecas, de como para ella su trabajo es una manera de sanar su niña interior, de sentirse mujer, y de ayudar a otras a serlo, “a ti te gusta dejarme mona”, dice su clienta mientras espera a que su pelo termine de teñirse, “lo hago con más amor y me queda más bonito y lo disfruto que finalmente es quien soy”, le responde alegremente.
En la espera de que se termine el proceso, Shantal vuelve el tema de su familia: la madre de Shantal falleció por un cáncer de útero, y solo hasta después de su muerte logró tener mejor vínculo con su círculo cercano, de quienes se separó a los 20 años, cuando ella empezó a expresarse libremente tras conocer a otra mujer trans: Krystal, quien le mostró un camino a seguir.
“Ahí empecé como a decidirme y fue cuando el conflicto se puso más fuerte con mi mamá, es que mi mamá lo tenía satanizado, decía ‘ya sé degeneró completamente’”, ella termina de mencionar la manera en que no volvió a ver a su familia desde los 20 años, por miedo a ser juzgada. Con respecto a su mamá, siguió viéndola a diario, pero vivía con el dolor de sus palabras.
Al final, ya sin su madre cerca, cae en cuenta de algo: su madre solo quería protegerla, “de la envidia de otras mujeres”, comenta con sarcasmo, y de la sociedad que podía ser prejuiciosa. Irónicamente, al reencontrarse con su familia, ellos la aceptaron completamente, esa experiencia le dio una valiosa lección: a veces los prejuicios se los crea uno mismo.
Dichos prejuicios impuestos fue algo que le costó mucho superar, al punto en que durante varios años sufrió cuadros de ansiedad por la angustia que le generaban.
“Ahí fue que empecé a desafiar a Dios ¡Jueputa! Si usted existe entonces ayúdenme entonces para que está ¿Cuál es la maricada que Dios y que Dios y mire yo como estoy? hay gente que mata hay gente que roba que hace mucho daño y no está mal y yo ¿Por qué estoy así?”, ella recuerda, y su voz toma el tono de la angustia, como si volviera a esas noches de miedo.
En ese momento, la desesperación hizo que intentara de todo, incluido ir a una iglesia cristiana a buscar un exorcismo, algo que recuerda con muchas risas. Al final, en la manifestación y la meditación encontró consuelo, lo que ella llama “buscar cosas positivas”. Al final, más allá de los métodos, lo importante fue desafiar todas las cosas que le dijo su madre en el pasado, en llamarse a sí misma capaz, bella y fuerte.
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Una vez soltó esos demonios, prende la bañera para quitar el tinte y proceder con la máscara de hidratación. La música del salón cambia, no más baladas, ahora el sonido ochentero es el de Madonna, cuyas imágenes están en toda la casa y a quien considera su ídola desde que vio el video de Like a virgin en televisión, al ser la representación de la mujer que quería ser.
La música saca un ambiente más abierto, una Shantal la cuál es más alegre y habla de sus vivencias de manera tranquila. Por ejemplo, del amor, de su miedo a que los hombres solo las buscaran por sexo, aunque después descubrió que no todos la miran así. También habla de sus gatos, con quienes comparte una gran conexión, y que al igual que ella, son prevenidos al principio, pero después, en palabras de su clienta: “son descarados, y muy amigables”, dice entre risas.
Aun así, es clara y proclama una frase de manera sarcástica: “en mi próxima reencarnación, si me toca volver yo quiero ser una mujer mujer o un hombre hombre, y no tener que pasar todo este sufrimiento”.
Esto es algo normal, en este país la expectativa de vida de las personas trans es de 35 años. Además, solo el 4% tiene un trabajo formal de acuerdo con el departamento nacional de planeación. Al tener 50 años y ser dueña de un negocio, Shantal se considera una mujer privilegiada, privilegio que ella cree haberse ganado, al saberse rodear de las personas correctas y nunca perder de vista sus ambiciones.
Ese foco se lo debe a su mamá, que, en medio de su ignorancia y comentarios dolorosos, siempre la supo guiar. “Tenía unos valores muy claros y siempre me los inculcó. Cosas como respetarse uno mismo y a los otros, a no chocar con las otras personas, a respetar mi cuerpo y mi casa.” Dice con nostalgia, recordando las moralejas que al final la mantuvieron firme en medio de tanta incertidumbre y tormentas.
La lección más importante que recibió fue el alejarse de las drogas, cuya adicción afecta desproporcional a la comunidad trans, siendo 10 veces más propensos a caer en la cocaína de acuerdo con un estudio. Shantal cuenta como las palabras de su madre la hicieron esquivar las drogas que consumían sus amigos en los 90s, y al largo plazo, ella dice que le salvó la vida, ya que varios de estos adictos terminaron muriendo por la pandemia del VIH/Sida.
Finalmente, Shantal acaba de peinar a su clienta, quien se muestra satisfecha. “Es lo que me gusta hacer”, dice con orgullo. Al final, entre tinte y tratamientos, el peinar es una manera de afirmar su feminidad, de navegar los retos que la vida le ha puesto, una manera de generar comunidad. El jugar a las muñecas en su salón es la forma que encontró para resistir.
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