La salud mental es un tema que nos involucra a todos, no importa la fortaleza que intentemos mostrar, esa angustia que dificulta respirar, esa confusión y mezcla de sentimientos a la que no podemos darle explicación pero que carcome por dentro, ese señalamiento constante a sí mismo de que es merecido naufragar por ese mar de tristeza, todo esto es natural sentirlo, es parte de estar vivos, es parte de ser humanos. De acuerdo con el Informe de Salud Mundial 2001 de la OMS, 450 millones de personas en el mundo padecen trastornos mentales.
Tomando como referencia el medidor poblacional Worldometer, estos datos de la OMS equivalen a decir que toda Sudamérica presentaría inconvenientes en salud mental o que el 60% de la población europea también los tendría, teniendo en cuenta que en Sudamérica hay 431 millones de habitantes mientras que Europa tiene 747 millones de personas. Estos números nos ayudan a dimensionar la importancia de la salud mental y del cuidado que debe tener, pero siendo un asunto tan personal y poco comprendido es necesario abordarlo con mucha más humanidad y tener algo claro: los trastornos mentales son enfermedades que todos podemos padecer en algún momento, no nos alejan de la “normalidad”, ¿o acaso enfermarse es ser “diferente”?
Para ayudar a entender que todos podemos padecer problemas mentales, quiero dar a conocer mi experiencia sufriendo inconvenientes de salud mental. Es necesario dejar de tratar este tema solo con cifras, hay que otorgarle un componente mucho más humano para acercarnos y entenderlo mejor, por lo que espero que mi historia sirva para este propósito.
Tengo 19 años, siempre he sido considerado alguien muy relajado, que no presenta problemas y que se encuentra bien porque siempre está sonriendo, o al menos así trato de mostrarme para no tener que contar lo que me pasa. A pesar de las apariencias y de ser una persona “normal”, este año presenté un trastorno de ansiedad. A mediados de febrero, sin razón aparente, experimenté de golpe una sensación de pánico que por momentos me paralizaba, un nerviosismo que me aceleraba los pálpitos del corazón y un miedo que surgía del desconcierto de sentir dentro de mí tanta tensión y no saber cómo hacerle frente.
Trayendo a colación las palabras de Juan Carlos Rincón, más conocido como ‘El Pullo’, en su libro “La depresión no existe” señala uno de los inconvenientes con los síntomas de las enfermedades mentales y es que estos no son palpables. En ocasiones, son muy fáciles de disimular porque si alguien tiene una pierna rota es evidente su dolor, pero si se padece algún trastorno mental solo esa persona sabe lo que está sufriendo: “no hay un prototipo de cómo debe verse una persona con depresión”, escribió Rincón.
Los días en los que más me afligían los ataques de ansiedad eran también los días en los que más hablaba en la universidad y en los que más contento me veía. La idea de verme vulnerable era impensable para mí, esa concepción de hombre que no puede verse débil sentimentalmente, esa recriminación a mí mismo por sentirme mal llevando una vida tan cómoda me forzaba a aparentar, pero no siempre pude hacerlo.
Una mañana iba en el Transmilenio hacia la universidad, de repente, empecé a sentir como si algo estuviera encima de mi pecho impidiéndome respirar bien, en un instante la zozobra recorría mi interior ejerciendo tal presión que me inmovilizaba. En ese momento, supe que esa máscara de fortaleza se había hecho polvo y que mi ansiedad había quedado al descubierto. Una mujer que estaba cerca presenció ese momento, vio cómo la angustia me dominaba y su mirada quedó plasmada en mis recuerdos, esa confusión, ese miedo y repudio que brotaban de sus ojos hizo que me convenciera de que no podía revelar lo que me pasaba debido a que sería tratado como un lunático, pensando que solo a unos cuantos extraños les pasaba lo que a mí. Más equivocado no podía estar.
La Encuesta Nacional de Salud Mental 2015 realizada en Colombia expuso que en el país cuatro de cada diez personas han sufrido o sufrirán alguna vez en la vida un trastorno mental y en el informe de Prevención de los Trastornos Mentales de la OMS se encontró que una de cada cuatro personas desarrollará uno o más trastornos mentales y de conducta a lo largo de la vida. Esto nos indica que no podemos hablar de las personas con problemas de salud mental como enfermos que están lejos de la realidad que se considera “normal”. Al contrario, todos somos propensos a enfermarnos, las personas que están leyendo este texto, los compañeros de clases, los colegas de trabajo, nuestros familiares, por más de que no se hable del tema, siempre habrá gente con trastornos psíquicos. Los seres humanos somos biológicos, emocionales y sociales, por lo que no solo nos enfermamos del cuerpo, también de la mente, lo que pasa es que la pierna rota se observa, la depresión o la ansiedad son invisibles.
La palabra trastorno genera mucha estigmatización cuando se habla de cuestiones mentales, produce asombro y rechazo, pero si nos vamos al significado, Oxford Languages la define como una “alteración en el funcionamiento de un organismo o de una parte de él o en el equilibrio psíquico o mental de una persona”. Planteando el concepto de esta manera, el tabú se diluye puesto que queramos admitirlo o no, vivimos en una constante alteración, no todos los días estamos contentos, a veces se nos agudizan esas sensaciones, pero no estamos acostumbrados a comunicar este tipo de cosas, preferimos callar y sufrir en silencio, lo puede provocar un agravamiento si se presentan síntomas. Esto es algo que puedo confirmar por mi experiencia, al estar tan empeñado en negar lo que me sucedía mi bienestar se vio afectado, lo que empeoró con la llegada de la cuarentena.
Durante marzo traté de distraerme y por un tiempo me encontré mejor, creí que ya había superado los problemas de ansiedad, pero un mes después del inicio del encierro los ataques retornaron con más fuerza y pasaron a ser constantes. Nerviosismo, dificultad para conciliar el sueño, pérdida del apetito, estrés e incapacidad de no pensar en otra cosa que la preocupación que me ahogaba se volvió mi día a día. La diferencia respecto a lo que me ocurría en febrero es que ya había detectado la causa de mi ansiedad, se trataba de la muerte de mis padres. El solo pensar en que podían morir me producía un pánico exagerado que se incrementaba cuando me iba a bañar, estar aún más encerrado me desestabilizaba completamente, terminar de ducharme era un alivio, siempre sentía un terror desproporcionado que me hacía temblar las piernas cuando entraba al baño y unas ganas de salir corriendo cuando acababa de ducharme.
Intenté hablar con algunas personas, pero eso solo me hizo sentirme aún peor. Al contarles lo que me pasaba me decían que la muerte era inevitable y que no tenía sentido que me pusiera mal por eso, otros me dijeron que yo me encontraba bien con mis papás y que no me faltaba nada o que me distrajera y así me pasaría la ansiedad. La Mayo Medical School, clínica y centro de investigación de salud, recomienda tratarse con un especialista recién empiezan los síntomas en vista de que la gente sin preparación solemos hacer más daño con nuestros comentarios así esa no sea nuestra intención. Lo que terminamos causando es un mayor sufrimiento y que la persona se sienta frustrada y culpable por estar triste, lo que en ocasiones lleva a equipararse con la enfermedad, interiorizando que se es un depresivo o un ansioso y no que se está sufriendo de depresión o ansiedad.
En el momento en el que ya no aguantaba más, decidí hablar con un psicólogo de confianza y fue lo mejor que pude hacer. Entre todo ese cúmulo de sentimientos, me descargué y pude hablar con libertad, lo que poco a poco hizo que la ansiedad se fuera, haciéndome ver que la salud mental es tan vital como el bienestar físico. Tener algún problema mental genera miedo, no estamos acostumbrados a lidiar con estas situaciones, pero la realidad es que millones de personas padecen algún tipo de trastorno mental y debemos verlos y vernos igual que a aquellos que sufren diabetes o tensión alta, como gente con problemas de salud que necesita tratamiento para mantener y recuperar su bienestar.