En una peluquería en el centro de Bogotá, se encuentra oculto, en la puerta del fondo con un letrero que anuncia el ingreso a ‘solo personal autorizado’ un consultorio clandestino. La fachada parece ser normal, las chicas transexuales entran a la peluquería y dicen la contraseña para no levantar sospechas. “Me gustaría averiguar para un corte”, con una frase como ésta, es suficiente para que las chicas crucen el pasillo y pasen por la puerta, bajen las escaleras y se encuentren con Tatiana Cortés, la cirujana transexual, que sin títulos ni ningún reconocimiento médico ya ha perdido la cuenta de cuántas vidas han pendido de un hilo a costa de sus cirugías estéticas.
Tatiana es su segundo nombre, pero Cortés no es su apellido, lo adoptó para mantener en secreto su identidad, aunque admite - entre risas - que escogió ese apellido porque ella es quien hace los ‘cortes’ pero esa tilde, aparte de darle clandestinidad, le da una cualidad a su trabajo. “Yo empecé a hacer cirugías para cambiarle la apariencia a las chicas que querían mejorar su aspecto, fui aprendiendo de un amigo que era cirujano y se dio cuenta que le iba mejor operando por su propia cuenta. Él me operó mí en su casa cuando tenía 15 años. Desde ahí le dije que quería operar a las mujeres en mi condición, y me fue enseñando”.
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Tatiana empezó a remplazar las tijeras de su peluquería por un bisturí. Las primeras cirugías fueron las más difíciles de conseguir por el temor de las personas. Fabián, su amigo cirujano, le aconsejó que no importara que fueran cirugías realizadas en una camilla bajo un cuarto subterráneo, que lo clandestino no se traduce en malos tratos, ella tenía que mantener la profesionalidad, la cordialidad, en otras palabras, ser cortés y así se nombró. Aparte de ser peluquera en las mañanas y cirujana estética en las noches, Tatiana también es gestora y lideresa del barrio Santa Fe y en la localidad de La Candelaria. Lo que la ha ayudado a saber orientar a las chicas transexuales sobre el trabajo social, el consumo de sustancias y las transformaciones corporales ‘artesanales’, como las llama ella.
Dentro de su gestión como lideresa de la comunidad, se ha esforzado por concientizar a las mujeres transexuales sobre la responsabilidad del cuidado de enfermedades como el VIH, promoviendo la afiliación al sistema de salud y los exámenes de diagnóstico. Tatiana ha sido promotora de movimiento que conciencia al gremio médico sobre el tratamiento que necesitan las personas transgénero con conciencia que muchas de ellas viven día a día en circunstancias de vulnerabilidad económica y social.
"El mundo no es trans, eso dejémonos de vainas, lo único que pedimos es una valoración incluyente, yo tengo las mismas necesidades que cualquier ser humano también” comenta Tatiana. Detrás de ese liderazgo, se ha ganado la confianza de la comunidad para que accedan a ella para someterse a las ‘cirugías artesanales’. “Tatiana sabe lo que hace, ella es muy buena cirujana, por mucho se le desmayan las chicas y ya, pero ella es consciente del peligro y trata de tener todos los cuidados, ella es una de nosotras y por eso la mayoría de veces aceptamos el riesgo, porque es más barato y porque uno confía en ella”, comenta Ángela Correa, una de las trabajadoras sexuales del barrio Santa Fe que decidió ir al consultorio de Tatiana para un corte hace más de tres años.
Detrás de sus cambios, su familia y sus recuerdos
Tatiana es una bogotana que siempre vivió en el barrio Santa Fe, con sus dos hermanos, Rafael y Cristián. Cansada de los maltratos de sus hermanos y el rechazo de su padre hasta el punto de agredirla físicamente, ella decidió irse de su casa con su amiga y pensó en operarse lo más rápido posible, más por un tema de orgullo y rebeldía contra su familia que por un tema de identidad. “Yo estaba muy pequeña cuando me hice la cirugía con Fabián, me la recomendó mi amiga, ese día perdí mucha sangre, estaba muy pequeña para eso, pero no me importaba, mi amiga era menor y ella estaba bien”, comenta mientras enseñaba la única foto que conservó desde que se fue de su casa.
En la imagen, aparece ella con sus hermanos en una arenera cuando tenía nueve años. La fotografía la ha acompañado en el cajón más alto de su clóset, allí un frasco con diseño navideño conserva varios objetos que para Tatiana tienen una gran carga emocional, entre ellas, está aquella fotografía con sus hermanos disfrutando de su infancia cuando no entendía de situación económica ni problemas familiares. Aunque la imagen la haya tenido bien preservada. Arrugada y con una tez amarillenta, delata que la cantidad de años que ha estado lejos de su familia.
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Pantaloneta corta, una camisa de Pokemón y una sonrisa. Con ojos verdes y un poco rasgados, un rostro redondo, cabello castaño, corto y liso. Sus mejillas tenían hoyuelos que hasta el día de hoy conserva. En la mano sostenía una pala de arena de plástico, con la otra mano se apoyaba de su hermano Rafael, el mayor de los tres. Al fondo de la foto estaba Cristián, el hermano menor que excavaba con un palito de madera, nunca se percató de la foto. Tatiana recuerda que era uno de tantos domingos que iban a un parque con arenera porque jugaba a enterrar a sus hermanos o armar castillos de arena.
Por más cambios que haya tenido su cuerpo, sus expresiones, su mirada y su identidad, cuando ella sonríe, no cabe duda que es la misma persona de la fotografía, Conserva algunos rasgos que le impiden negar ser aquel niño que iba todos los fines de semana al parque. Sus hoyuelos en sus mejillas y su risa espontánea, en algunos momentos de la entrevista, es la misma expresión de la foto que sostenía en sus manos. Desde luego, que la vestimenta y la compañía son otras. Ahora, con una bata blanca, detrás de ella una blusa azul, un jean y unos tacones rojos. Su cabello ahora es largo, tinturado con un tono rubio. Sus manos pintadas. Su nariz es delineada y sus labios pronunciados, admitió que pasó por cirugía.
Desde que el padre de Tatiana vio a su hija transformada le cerró la puerta en la cara. Lo último que supo Tatiana de su papá fue que tenía una hija fuera del matrimonio con su madre y por eso, tuvo que irse de la casa. Como si fuera obra del destino, mientras Tatiana relataba sobre su infancia, sentados en el sillón de espera de la peluquería, en el asadero de al frente, con los bafles en altavoz se escuchó el coro de la canción Simón, el gran varón: No se puede corregir, a la naturaleza, a lo que nace doblao’, jamás su tronco endereza. Se dejó llevar por lo que dice la gente, su padre jamás le hablo, lo abandonó para siempre. Al parecer yo terminé saliendo más varón que mi papá – dijo, entre risas.
Tatiana dentro del mundo del barrio Santa Fe
Tatiana se ha ganado el respeto de las personas dentro del barrios Santa Fe, como peluquera, líder y cirujana en la clandestinidad, siempre ha estado en la lucha para hacer respetar su condición. Todo cambia cuando fuera del barrio la ven con desprecio, como si en lugar de maquillaje tuviera disfraz, no la atiendan igual en los restaurantes, incluso, el simple hecho de que se refieran a ella como 'señor'.
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Tatiana ha ganado amistades y enemistades desde que es cirujana clandestina, mientras algunas personas la perciben como una heroína que encontró, dentro de sus alcances, la manera de ayudar a las personas transexuales a reafirmar su identidad dentro de las transformaciones ‘artesanales’, otros la tratan de hipócrita. Que sus influencias como lideresa de la comunidad la han ayudado a impulsar su negocio de carnicería clandestina sin importar el riesgo de la vida de las demás. Para Tatiana no es extraño pasar por las calles de Santa Fe sin que le digan comentarios como “gracias, me has cambiado la vida, nena” como “ahí va la del machete”. Incluso, la han llegado a comparar con el Doctor Mortis, un personaje de suspenso que hacía experimentos estéticos con sus víctimas por diversión.