Tras el final de la presentación de los periodistas Alberto Salcedo Ramos y Martín Caparrós, el auditorio José Asunción Silva se fue quedando sin público. Ahora, el turno era para el periodista de Ecuavisa Darío Fernando Patiño como moderador, Juan Miguel Álvarez, autor del libro Verde tierra calcinada y la cuota femenina, escritora de Aquí no ha habido muertos, María McFarland.
Con el nombre de su conversatorio Las guerras: las de hoy; las de siempre tanto McFarland como Álvarez tenían claro lo que se hablaría: lo que representaba escribir sobre los sucesos trágicos de personas y lugares que han sido víctimas del conflicto armado de Colombia y las secuelas de estas. Por lo que escuchar a estos autores implicaba situarse en los testimonios de personajes que sobrevivieron al estruendo de las balas de las zonas más vulnerables del país.
Algunos de estos desgarradores testimonios que no llegan fácilmente a áreas metropolitanas de Colombia fueron recogidos por la mujer peruana cuando trabajaba para la organización defensora de derechos humanos Human Rights Watch. Entre estos testimonios se mostraron maneras de cómo su género ha sido víctima en el conflicto armado del “país más feliz del mundo”, como comentó con ironía por la violencia que se vive en Colombia. Incluso respondió a una pregunta sobre el tema a partir de sus investigaciones para la redacción de su libro Aquí no ha habido muertos.
- ¿Por qué es fundamental hablar de la mujer en el conflicto y cuál es el papel que tiene?- Le preguntó a María un asistente al evento.
-“A las mujeres muchas veces se nos borra. Cuando se muestran imágenes del conflicto son de hombres… pero las mujeres están ahí, son violadas, secuestradas, asesinadas. Y muchas muertas están en mi libro. Pero también están como héroes, personas valientes… Muchas personas están ahí y no se pueden borrar. Hay muchas mujeres cabezas de familia después de una masacre y desplazamientos. Y entrevistando a mujeres cercanas a hombres me di cuenta que no podía conocer entrevistando a los hombres porque se fijaban en cosas distintas”-, contestó la autora.
Estos hechos que declara la autora se pueden profundizar con el informe del Centro Nacional de Memoria Histórica, ¡Basta ya! Colombia: Guerras de memoria y dignidad del año 2014, en el que se menciona que hay inequidades al hablar sobre las consecuencias de la guerra. Esto se debe principalmente por distintos tipos de discriminación, como racial, étnica, condición social o sexismo. Esta última condición es en la que personas LGBTI y mujeres son particularmente afectados y afectadas por su condición de género.
Además de estas condiciones de discriminación e inequidad, las cifras también respaldan la declaración de Mcfarland de las mujeres como víctimas del conflicto armado en Colombia. Según cifras del Registro Único de Víctimas, que se incluye en el informe del CNMH, las mujeres son las principales víctimas de abuso sexual en el conflicto, con un subregistro de 1.431 de diferentes edades, entre los años 1985 y 2012. Muchas de ellas prefieren no denunciar por vergüenza o el temor a represalias.
Otra cifra que ilustra esta problemática también la da el RUV: un total de 12.624 víctimas femeninas por homicidio. Una cifra mucho menor que la masculina, ya que de cada 10 víctimas fatales 9 son hombres, aunque los números no dejan ver las consecuencias futuras en las mujeres como víctimas, generalmente núcleos del sostén familiar. Esto porque principalmente muchas de las 2.420.887 mujeres registradas como víctimas del desplazamiento forzado se convierten en cabezas de hogar de sus familias, como destacó McFarland, tras las muertes de las figuras masculinas.
Esto implica que han sido las mujeres quienes han tenido que seguir adelante con las secuelas del conflicto, siendo además, como complementa Juan Miguel Álvarez, las principales portadoras de testimonios de las atrocidades de la guerra y de “…dar luz en lugares oscuros donde se ha vivido el conflicto”. Lo que conlleva a que si se habla del conflicto en Colombia es necesario la voz femenina como parte clave de su memoria y narrativa.
Para ejemplificarlo, McFarland habló de Miladis.
-Una mujer que no tiene apellido. ¿Quién es Miladis en su libro?-, preguntó Patiño.
Miladis es una de las sobrevivientes a la masacre del corregimiento de El Aro en Ituango, Antioquia, perpetrada por grupos paramilitares, que cobró la vida de 17 personas y desplazó a los habitantes del lugar, quemando propiedades y robando ganados. En esta masacre ocurrida el 22 de octubre de 1997, Miladis “perdió a su hermanito menor… Y este capítulo cuenta lo que fue eso desde los ojos de Miladis”, en palabras de McFarland.
Un estremecedor relato que mostraba cómo los paramilitares irrumpían en su casa para llevarla con su hermana, su madre y su bebé a la iglesia del pueblo mientras en el camino se veían muertos regados por el piso. Pero lo que también preocupaba a Miladis era que su hermano menor estaba por fuera de la casa antes de los sucesos, para luego enterarse de manera cruda que lo mataron hacía unas horas y después ver cómo pateaban el cadáver en el suelo. “Por guerrillero”, dijeron los paramilitares para justificar el asesinato de un niño de 14 que estaba recogiendo café antes de que el grupo armado lo abordara.
Miladis después tuvo que irse del pueblo con el cadáver de su hermano y sobrevivientes a la masacre, siendo la cabeza de su familia, y vivir con las secuelas que dejó en ella este episodio del conflicto en Colombia. Este es uno de los testimonios que McFarland recopiló en su libro de mujeres víctimas, pero el único del que habló para el público en la conferencia, con el que mostró un ejemplo de las vivencias de las mujeres de zonas donde ha habido ausencia de gobierno y las guerras y matanzas han sido una realidad.
A pesar de que la autora no lo mencionó durante el conversatorio, es importante destacar lo fundamental que es abordar la vida de las víctimas después de sus sucesos trágicos. Es claro que el conflicto armado, como menciona el informe del CNMH, transforma la cotidianidad y creencias de las víctimas, pero también es necesario conocer los cambios de estas realidades, a través de sus relatos, para profundizar en esas otras dimensiones que tienen las personas. No considerarlas como meras víctimas.