Un pequeño callejón de la Candelaria es lo que conduce a la “Casa Feliz” de Arturo de Narváez. Un hombre con una mirada profunda y una actitud amable que vibra al ritmo del rock, jazz y son cubano. Su hogar es un lugar acogedor, lleno de iluminación y de hermosas plantas. La “Casa Feliz” expira arte y tranquilidad. No está rodeado de lujos, pero vive y disfruta de sus comodidades. Con una gran trayectoria como artista, ejerce su actividad de pintor con gran dedicación.
Arturo de Narváez recuerda que sus primeros pasos venían acompañados de trazos en sus dibujos, realizados a sus cuatro años. Nunca fue buen estudiante y tomó la decisión de abandonar sus estudios en bachillerato, pues consideraba que para realizar arte no era necesario terminar su trayectoria escolar. Arturo siempre fue un alma independiente que decidió emigrar a los 21 años y se fue a Francia., con la expectativa de ver qué pasaría con su vida. En dicho país contrajo matrimonio y tuvo dos hijos, Paola Carolina, de 26 y Manuel Vicente de 23 años. Más adelante se separó. Se radicó en Francia por 40 años y regresó a Colombia en el año 2014, pues el invierno y la frialdad de los franceses lo
hicieron tomar la decisión de regresar a su país natal.
Recuerda con jocosidad los dibujos que hacía en el piso de París, viajaba a Marsella y a Niza, pintando las calles con tiza, plasmando el arte que florecía en su mente día a día. Es una persona ansiosa e impaciente, acepta que habla hasta por los codos. Ve la luz, la forma de las cosas y se deja impregnar por las emociones que eso le produce.
Siempre le gustó expresar las cosas con líneas, más que escribirlas y decirlas, aunque no hable poco. Habla tres idiomas, le fascina la gastronomía, tiene buen oído y un gran gusto por el vino.
“No hay ningún método. Yo conozco pintores que pintan todos los días, pero eso no hace de ellos unos grandes artistas. Yo vivo en el arte, que es estar como un cazador, libre y listo para plasmar cualquier motivación, acto o hecho de aparición de color o forma, que me haga sentir emociones”, es lo que Arturo afirma.
La esencia de Arturo es ser autodidacta, no tiene escuela y nunca realizó ningún estudio, ni siquiera cuando vivió en Francia. Dice con orgullo que era más enriquecedor frecuentar otros artistas colombianos, con los cuales podía compartir grandes trucos acerca de su manera de pintar.
La inspiración de sus obras proviene de Diego Velázquez. Para él, la historia del arte está antes y después del artista. “Siempre lo admiré muchísimo. Para mí la columna del arte es él”. Al pintar, el artista plasma todas sus emociones y sentimientos, está relacionado con su profesión. Cuando estamos tristes o felices cambian las condiciones de escogencia del género, del tema, de la técnica y de la representación. Cualquier obra de arte que él realice es una representación de sí mismo, es un autorretrato, una autobiografía.
“Un artista no puede abstraerse en lo que hace, a no ser que sean unos intelectuales excelsos”. Su historia se compone de más de 4.000 cuadros a lo largo de su vida los cuales, para él, no buscan decir nada. Son una forma de compartir su deseo de pintar. “Mucha gente cree que los artistas tienen la obligación de transmitir algo y otros creen que lo que estos proponen en sus obras son adivinanzas”.
Quiere seguir pintando, ama hacerlo en soledad, como el individualista que se define. Su legado es para sus hijos, sus retoños del arte, artistas. Arturo de Narváez nunca ha pensado cómo le gustaría que lo recordaran a través del tiempo, “hay gente que me quiere y hay gente que me odia, me recordarán como sea. Hay muchos que me recuerdan desde ya por mis obras y por mi arte, no pido más”.