Justo en el centro histórico del barrio La Candelaria, subiendo por la empinada Calle de El Calvario y cerca de la tradicional iglesia Nuestra Señora de Egipto, encontramos el antiguo Teatro Egipto, un lugar en el cual, hace 50 años, las personas de los barrios más cercanos se reunían para disfrutar de espectáculos cinematográficos. Era un espacio de diversión para compartir con la familia y los amigos, algo muy distante a la circulación de compradores que llegan actualmente al lugar. Aunque sigue manteniendo su nombre, ya no es el recinto de entretenimiento que muchos recuerdan, sino un taller de reciclaje.
La estructura tiene cuatro puertas de entrada de color azul oscuro, pero por sólo una se puede pasar. En general el aspecto actual del teatro es desgastado, las paredes están sucias y la pintura se está cayendo. Por el costado derecho de la edificación hay un gran letrero: “Teatro Egipto”. Pintado en su tiempo con letras rojas, ahora se ven de color café, lucen sombrías, haciendo que la fachada del teatro se vea aún más deteriorada.
Casi siempre parece que el ahora taller de reciclaje estuviera cerrado. Para ingresar es necesario tocar la puerta y esperar a que alguien lo atienda. Al entrar se observa una gran bodega de paredes blancas llenas de marcas del tiempo y objetos arrimados unos sobre otros, llenos de polvo por el tiempo que han estado allí guardados. Es un espacio muy luminoso, tiene un techo alto con tragaluces y unos muros construidos en el antiguo teatro para dividirlo. Cada sección tiene una utilidad diferente, está aquella destinada al reciclaje de chatarra, la de los zapatos, ropa, otras para cartón, vidrios rotos y hasta para comida. Los muebles antiguos, electrodomésticos y muchos otros objetos para el hogar se encuentran a lo largo de los pasillos de la bodega.
Caminar por los espacios es algo complicado por la cantidad de objetos que hay. Uno pensaría que es un lugar de compra y venta de artículos usados, pero la realidad es que todo lo que allí se encuentra es donado por gente de diferentes sectores de la ciudad. Personas que ya no necesitan prendas de ropa o muebles antiguos se comunican con los encargados del taller para que recojan el objeto.
“Los donantes nos llaman y nos dicen que tienen algo para nosotros y el camión va hasta allá y recoge las cosas. A diario nos llaman siete u ocho personas del norte o del sur. ‘Que esta nevera ya no me sirve y se me dañó’, [nos dicen] nosotros vamos y se la recogemos. Esas personas lo ven como un favor, como si les estuviéramos quitando un peso de encima”, cuenta Germán Calderón, trabajador del taller durante más de 30 años y encargado de bajar las donaciones del camión y atender a los clientes que llegan.
Los objetos para el hogar son los que se ven más desorganizados. Piezas para camas, colchones, mesas de madera, sillas, sofás, lavadoras, neveras, impresoras, platos, vasijas de barro, son los más comunes. Calderón también afirma que hay electrodomésticos que llegan a la bodega en buen estado, en cambio otros llegan tan dañados que sólo sirven para sacar sus repuestos y ponerlos a la venta.
Con la ropa y los zapatos, los empleados tienen mucho más cuidado. En la sección de calzados, hay de todo tipo, para niños o adultos, organizados en estantes como estarían exhibidos en una tienda. La mayoría son para mujer y aquellos que están en mejor estado son los organizados a la vista de los clientes, por lo general botas o botines. Los más dañados están amontonados en un estante aparte. La ropa está en otra sección, colgada en ganchos sobre unos largos tubos de metal. Las prendas que más se ven son los sacos y chaquetas, y las más delicadas están cubiertas por plásticos transparentes.
La sección de la comida es la menos visible, a pesar de que está al lado de la puerta principal. Es un cuarto donde se almacenan productos como leche, galletas de sal, chocolatinas, Milo en polvo, arroz, lentejas, algunos vegetales, entre otros. No son donaciones, sino compras realizadas en el Banco de Comida de Bogotá, donde el bajo precio es atractivo, según una empleada encargada de la sección.
La ama de casa Mary, cliente del lugar, llevaba algunas galletas y leche a sus nietos, pero parecía estar más interesada en una licuadora. “Son más de 20 años viniendo aquí”, afirma, añadiendo que busca “de todo”, como “cositas” para el hogar, ropa para los nietos y comida. “Aquí es más barato que en otros lugares y también queda cerca de mi casa”, asegura.
Alfonso Medina es otro cliente que, mientras busca lo que quiere llevar, cuenta sobre cuando iba a divertirse en el antiguo teatro. “Yo venía desde niño, venía por las mañanas a ver las funciones de cine”, dijo. Al parecer un sacerdote de apellido Jiménez era el que estaba a cargo del teatro, pero Medina nunca supo a quién realmente le perteneció.
Donde ahora se encuentran los muros que dividen las secciones estaban las sillas del teatro, donde la gente se sentaba a disfrutar de las películas, contó el cliente. La antigua taquilla ahora está cerrada, solo se ve una pequeña ventanilla. El cuarto oscuro desde donde se proyectaban las películas es actualmente un depósito de ropa y cobijas.
La información disponible que se sabe del antiguo teatro y actual taller de reciclaje es escasa. Todo se construye del voz a voz de la gente que conoce el sitio desde hace muchos años. Clientes y empleados lo consideran un lugar que ayuda a las personas del sector a conseguir objetos a un precio asequible, entre ellos una nevera usada grande —de esas blanco amarillentas que demuestran ser muy antiguas—, en $400.000 pesos o un colchón en muy buen estado a $60.000 pesos. Actualmente, el taller está a cargo de la parroquia Nuestra Señora de Egipto.
Personas que antes iban al teatro a ver películas ahora llegan al espacio para comprar artículos de segunda en el taller de reciclaje. Los habitantes de los barrios Egipto, Belén, Las Cruces, Santa Bárbara y Los Laches son los clientes más fieles, según los trabajadores del local. La estructura y los recuerdos intangibles son lo único que queda de lo que alguna vez fue el Teatro Egipto.