Quienes llaman son dos hermanas de 16 años que tienen una relación con otros dos hermanos, pero su mamá les impide que los vean. Fanny escucha a la niña llorar, le dice que se calme y le propone un ejercicio de respiración. Después de unos segundos, la joven se tranquiliza y la charla se extiende alrededor de 20 minutos, durante los cuales Fanny le dice a la niña que tiene que hablar con su mamá y enfrentarla, pues no puede estar controlando todos los aspectos de su vida. Al final, le deja la tarea de que encare la situación y que el sábado por la tarde la vuelva a llamar para que le cuente qué pasó.
Desde las 7 de la mañana hasta las 10 de la noche, Fanny y otros nueve sicólogos se van turnando los siete días de la semana, sin importar festivos, para recibir las llamadas de niños o de adolescentes que se comunican con la Línea 106. En promedio, se realizan 90 intervenciones diarias que se terminan convirtiendo en espacios de conversación y desahogo.
Los teléfonos de la 106 ya están sonando este viernes a las 9 de la mañana, cuando se esperaría que los niños y los jóvenes estuvieran concentrados en su estudio. Esta vez, Fanny está acompañada por su compañero Diego Flórez. Son los encargados de recibir las llamadas hasta las 4 de la tarde. Mientras Diego prepara en el computador el informe que debe presentar al final del día, Fanny termina de llenar el registro de la llamada que acaba de recibir. En los siete computadores que hay en la oficina, con cada intervención que se hace se va almacenando una base de datos con el nombre completo de la persona que llama, su edad, el teléfono, la hora y las observaciones que se hagan.
Con esto, la coordinadora de la Línea 106, Carolina Torres, explica que se ha logrado conocer un panorama de la salud mental de los niños y jóvenes para que el Distrito implemente cambios en su política de infancia. Así, en el primer semestre de este año, se contabilizaron 13.428 llamadas además de las 1.461 intervenciones que se realizaron a través del Chat 106 y con los 93 registros del buzón, ubicado en la localidad de Sumapaz.
El Chat se encuentra en una página de Internet creada por la Secretaría de Integración Social (www.infanciabogota.gov.co) dedicada a la infancia y a la adolescencia de Bogotá, en donde los niños pueden encontrar una alternativa a la Línea 106. La manera en la que se atienden los casos es igual a como si se comunicaran por teléfono, aunque se les pide que llamen directamente a la 106 para que sigan contando cómo les ha ido con su situación o, en casos extremos, para corroborar la información que se está recibiendo. “Es muy importante que los niños y niñas sientan que están seguros en ese chat y garantizamos que las conversaciones sean de uno a uno: un niño y un sicólogo”, expresa la Coordinadora.
Por su parte, el buzón está ubicado en la localidad de Sumapaz, donde el acceso al teléfono y al Internet no se ha masificado. Son alrededor de 20 buzones los que están instalados en los colegios, en donde los niños y niñas no sólo cuentan sus problemas sino que escriben cuentos o logros que alcanzan como, por ejemplo, trabajos en los que les va bien. Cada sicólogo de la 106 le contesta a cada niño y de vuelta de correo ellos reciben su respuesta. El Hospital de Nazareth, centro de salud de la localidad, es el único autorizado para recibir y leer la correspondencia antes de que llegue a la Secretaría de Salud, pues así se puede actuar de una manera eficaz si se llega a presentar un caso extremo.
En la oficina de la 106, el teléfono no para de sonar. Cuando muchos de los bogotanos hasta ahora estarán llegando a su trabajo u otros estarán saliendo de su cama, Fanny habla por el teléfono con una niña que está en su casa y que se comunicó para pasar el rato. La sicóloga le propone que jueguen a adivinar frutas, con la primera letra de su nombre como única pista. La idea es que las intervenciones no se extiendan por más de 40 minutos para poder recibir las otras llamadas que entran, por lo que le dice a la niña que haga un dibujo de la manera en la que se imagina a la Línea 106 y que la vuelva a llamar mañana.
Fanny descansa por algunos minutos, el teléfono suena y la llamada le entra a Diego. Es una joven con la que ya ha hablado anteriormente y que tiene un problema con su novio. La idea de las charlas, dice la Coordinadora, es incentivar la autonomía de cada persona, la reflexión y la toma de decisiones. No se trata de regañar, ni de dedicarse a dar soluciones sino de brindar espacios de acompañamiento. Diego -claro y conciso- habla por su teléfono como si estuviera charlando con una amiga. A fin de cuentas, la Línea 106 es para eso: para tener una voz amiga al otro lado del teléfono.
La coordinadora Torres dice que no es una línea de denuncias ni de emergencias como la 123, sino que es un espacio en el que se busca reforzar las estrategias de autoprotección de los niños y jóvenes que se comunican. Los casos en los que se presentan situaciones de peligro inminente son muy pocos y en el primer semestre de este año sólo el 2,02% de las llamadas se clasificaron como sentimientos de tristeza, en donde se enmarca la depresión, la tristeza o la frustración.
Cuando termina su descanso, Fanny sigue recibiendo llamadas de niños que están en clase y que le piden ayuda para las tareas o que están solos en su casa y quieren oír una voz que los acompañe. “Tú sabes que nosotros no te podemos ayudar en eso”, les dice la sicóloga a quienes llaman a pedir una ayuda académica y que son delatados por el ruido de salón.
A quienes llaman buscando compañía, les lee un cuento o simplemente se pone a hablar. Uno de ellos le contó a Fanny que tenía un canario como mascota. Para hacer reflexionar al niño de que no se deben tener aves silvestres en su casa, le pidió que supusiera que tenía alas y que se imaginara que volaba. Cuando el niño terminó su viaje, Fanny le recalcó que así se sentiría su canario si lo liberara. Diego, mientras tanto, cuelga e inmediatamente le entra una llamada de Onzaga (Santander), de una niña que tiene dolores de estomago que le impiden correr y con la que ya se había comunicado. No es lo más común que entren llamadas de fuera de la ciudad, explica luego.
Tras charlar con la niña, habla con la madre de ésta acerca del problema de su hija para que vuelva a ir al hospital de su municipio o, si es necesario, se dirija a la Procuraduría si no le dan una atención médica adecuada. Le explica detalladamente lo que tiene que hacer y, al final, le pide que los vuelva a llamar para saber qué pasó. La coordinadora Torres aclara que sólo se habla con los padres de los niños si éstos acceden a que se haga, pues ante todo está la confianza y la confidencialidad de la persona que se comunica con la Línea. Se acerca el mediodía y con ello el fin del primer turno. Fanny reconoce que es un trabajo difícil. Todos los miércoles realizan una charla para hacer una especie de catarsis y poder desprenderse de todos los casos que escuchan día a día. Salir, caminar o hacerse masajes es la fórmula de esta sicóloga para poder desconectarse. Diego, por su parte, hace ejercicio como una forma de “higiene mental”, como él lo llama, pues asegura que “yo tengo que estar bien para poder ayudar a que los otros estén bien”.
No obstante, a pesar de lo complicado que puede llegar a ser su trabajo, ambos coinciden en que es gratificante y a veces hasta divertido cuando los niños llaman a cantar, a contar chistes o a ponerse a silbar. “Este trabajo es espectacular, es muy bonito”, dice Fanny mientras atiende un caso en el Chat 106, donde la mayoría de situaciones que recibe abordan dudas sobre la sexualidad.
El mediodía está próximo y tanto Fanny como Diego tienen que interrumpir su trabajo por unos minutos mientras las señoras de la limpieza organizan la oficina. Fanny se las arregla para contestar algunas llamadas sentada en su escritorio; entre tanto, Diego dice que se va a acabar el turno y todavía no ha terminando su informe. Se acerca la 1 de la tarde y ambos salen a descansar para tomar energías y luego volver a escuchar las historias de los jóvenes con los que se comunican.
El lugar donde funciona la 106 es una oficina común y corriente. Pero no es un trabajo cualquiera. Seguramente, alguien ha sentido la necesidad de hablar así sea de los temas más insulsos, sólo para dejar a un lado la soledad. A veces, no importa con quién, existe una imperiosa necesidad de desahogarse. De hablar por hablar. De sentirse acompañado. Y esa voz que se convierte en un soporte no necesariamente tiene que venir de su mejor amigo o de su familia. Esa voz que lo puede ayudar, la puede encontrar en la Línea 106.