Música para sanar

Miércoles, 18 Diciembre 2019 13:36
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Los poderes curativos de la música fueron descubiertos hace muchos siglos. 

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La hospitalización, además de generar estrés en las personas, causa mayor impacto en los menores según estudios de la Universidad de Navarra. Por eso nace el proyecto Centros Filarmónicos Hospitalarios, una iniciativa de la Orquesta Filarmónica de Bogotá, que incentiva la música, enseñándole a menores de edad con enfermedades terminales y discapacidades a tocar instrumentos y hacer parte del coro, mientras llevan a cabo sus tratamientos. entre los hospitales beneficiarios de este programa, se encuentra el Homi, Cardio Infantil y el Simón Bolivar.

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Desde el artista que sólo se presenta en bares los viernes por la noche, hasta el que llena estadios en países del mundo, aceptan que antes de pisar el escenario los invaden los nervios y la adrenalina. Eso sienten los niños y niñas del hospital HOMI, al sur de la capital del país cada vez que van a presentar un concierto junto a la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Por lo menos una vez al mes están entre el público mamás, papás, y otros compañeros quienes orgullosos les aplauden y escuchan atentamente a la música que suena en el hospital.

Para el coordinador de este proyecto, Diego Calderón, el objetivo principal es que pueda “atender y darle la posibilidad a los chicos que entran en los hospitales y se desescolarizan, pierden tiempo en el colegio, pierden su oportunidad de seguir formándose por temas de salud”.

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Empiezan a llegar cada uno de los niños de los ocho hospitales donde el proyecto es vigente.  Algunos llegan junto a sus papás, otros ya están allí. Es la 1:30 pm y los músicos ya están agobiados por el calor que hace en la capital, están allí, sentados, tratando de descansar al menos cinco minutos. Mientras tanto, corren dos niños de al menos seis años por el lugar. Las baterías no se apagan en ellos.

—Por favor, vengan aquí. Ya falta poco y van a cantar y a tocar sus instrumentos. —

Les dice pausadamente.

Se miran entre ellos y sueltan una carcajada picarona, pero le obedecen. Uno agarra el violín y la niña toma las campanas y se unen a sus demás compañeros. Comienzan a escuchar a su profesora y a practicar. Allí sus rostros cambian. Se concentran tanto que alcanzan a cerrar los ojos, dejándose llevar por la música que ellos mismos inventan.

Pero el juego nunca termina. Pareciera que no ven la música como una disciplina sino como una especie de hobbie que les hace olvidar de lo demás. Entre ellos se miran y se ríen, como cuando en el colegio los estudiantes sueltan risas por cualquier situación. Ese es su colegio y lo que aprenden allí es música. Ahí ven a sus compañeros de clase, no cinco días a la semana, pero sí dos o tres. Generalmente los lunes y martes. También ven a sus profesores, quienes les dan clases de violín, guitarra, canto o de cualquier instrumento al que quieran conocer y aprender a tocar.

"Cuando me dijeron que había filarmónica, yo lloré a la primera vez, la amo, si no vengo, es una clase perdida", cuenta Nicolás, un pequeño de apenas 7 años que está presente todos los lunes en sus clases. Para él, el hospital no es un lugar al que debe ir por exámenes y tratamientos, sino en el que comparten y aprenden. Pero sí hay instrumentos, que son juego y a la vez exigencia. Porque ambos pueden ir de la mano en este lugar.

—¿Para qué sirve la música?

— Hay hartos niños que tienen enfermedades súper graves y la música y la filarmónica está ahí como para que no las sientan- responde Nicolás sin pensarlo por mucho tiempo. Se queda mirando a la cámara que lo está grabando y detiene todo al preguntar “¿puedo ver como salgo?”

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Comienza el receso.   Son las 2:20 pm. Ya han llegado todos los que faltaban. Niños entre 5 y 17 años hablan en la recepción. Tienen 15 minutos para tomar la merienda y continuar practicando. Los músicos ya están alertas. Ensayan mientras su otro equipo, el de los pequeños, descansa. Se escucha la música en todo momento.

Ana*, otra estudiante de música del HOMI que tiene 17 años, no descansa en su receso. Ella sigue practicando las canciones que hoy tocara con su violín. La música le apasiona y le llegó por sorpresa. “Estoy en mantenimiento de LLA, Leucemia Linfoide Aguda, entonces me quise meter a filarmónica, porque me paso más el tiempo pensando en música, en cómo tocar los instrumentos, y no en la enfermedad, ni en las citas, ni en los exámenes”, cuenta sin soltar de la mano su violín. Y apenas finaliza la frase, vuelve a acomodarlo, mira sus partituras y continúa su ensayo como solista, mientras su grupo reposa.

Las rimax, que antes eran una masa blanca en lugar, se han ocupado por un tumulto de personas que ya lograron atrapar su lugar para oír el concierto.

—Perdón, yo iba aquí — le dice una mujer de unos 45 años a un hombre que estaba sentado en la tercera fila.

Todos quieren la mejor ubicación, como si se tratara de un concierto del artista más famoso del año. Para los papás, sus hijos son los artistas más esperados de su concierto. Una mujer de unos 45 años le habla a su hija de cuclillas, a la misma altura de la pequeña de seis años.

—No tienes que estar nerviosa. — le dice. Y continua -Lo vas a hacer muy bien. Su tono de voz es pausado. Le acaricia la mejilla y le da un abrazo.

Diana Palacios, una mujer de unos 38 años es la mamá de esa pequeña, llamada Sara. Ellas llegaron al hospital a un tratamiento por un tumor de ovario y luego de varios meses de estadía en el lugar de luces blancas titilantes y en el que el  único sonido era el de las ambulancias, los violines, las maracas, los xilófonos y las campanas llegaron para resaltar.

"No sabíamos de este programa  tan maravilloso que tiene la Filarmónica en el hospital. Cuando nos enteramos fue maravilloso, porque creo mucho en que la música hace parte de la recuperación de los niños”, comenta Diana. Ahora, Sara forma parte del coro y su instrumento favorito son las campanas.

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"¡Quedan dos minutos para empezar!”, grita la artista principal de este proyecto, Luz Andrea Sánchez. Ella además de dictar las clases de música y dirigir los conciertos, se encarga de la organización de estos y de la formación de los niños: les habla, les juega y los motiva. También los corrige y les exige. Es como la coordinadora del colegio. “Ellos son niños muy valientes y muy enfocados”, comenta sobre sus estudiantes.

“Cada vez que yo le digo a mis niños que tenemos un concierto, absolutamente todo en el universo confabula para que ellos estén perfectamente bien de salud. Uno ve como la fe y la esperanza… les da la fuerza física para estar ahí”, añade la artista.

Ya son las 3:00 pm. El concierto va a comenzar. Las sillas ya están ocupadas pero también todo el espacio alrededor de la tarima. Están los guardias de seguridad del hospital, los niños y niñas que permanecen allí, los y las médicas y también enfermeras.

Luz Andrea está parada en frente del escenario, pero no sube a la tarima. Se queda allí abajo sujetando un microfono entre sus manos por el cual dará inicio del concierto. Los niños como Nicolás, Sara y Ana están también bajo la tarima listos para el llamado. Sus pies y manos se mueven y sus risas indican ciertos nervios que luego, al subir a la tarima son plenamente emoción.

"Con ustedes, el grupo de los centros filarmónicos hospitalarios”, se oye y antes de que Luz Andrea pueda terminar la frase, ya hay aplausos. La última sílaba se pierde entre las palmas chocando del público presente.

Empieza el grupo de los niños que tocan el violin al que pertenece Ana. En fila suben a su espacio exclusivo, la tarima. El público escucha atentamente. Los papás sacan los celulares y se alcanzan a escapar los disparos del flash de las camaras que le hacen compañía a la música de los violines, formando un dueto inseparable.

Al terminar la canción, los aplausos vuelven a retumbar por el lugar. Los niños toman de una mano el violín y de la otra a su campañero de al lado y en un mismo paso todos se agachan, haciendo un gesto de agradecimiento hacia sus espectadores.

Ahí, vuelve a tomar la palabra Luz Andrea, quien vuelve el concierto en un test de música para que los demás niños que están allí disfruten mientras aprenden.

—¿Quién me quiere decir cómo se llamaba está canción? —dice como imitando a una animadora de fiesta

Todos los niños del lugar se pelean por a quien la darán la palabra. “Yo”, “yo”, “yo” se escucha como un coro mientras tienen la mano levantada.

—A ver, ¿A quien le voy a dar la palabra? —comenta Luz mientras va andando por todo el lugar. -¡Está bien, a ti!

—Se llama el Himno de la Alegría. —responde una niña de unos 10 años, segura de que su respuesta es la correcta

—¡Muy bien! —Le responde la artista y luego da una breve explicación musical de la canción.

Así ocurre durante todo el concierto. Pasa el grupo que toca las maracas con otra canción reconocida a la que los niños deben estar atentos para la pregunta que hará su maestra. Después el coro canta Estrellita junto a quienes tocan el xilófono. Se miran unos a otros para ir al tiempo y no cometer ningún error. Luz Andrea describe ese momento y en general cuando están sobre una tarima como si  “fueran el capullito que hay para que nazcan unas mariposas”.

Los niños del público también se miran y se dan algunas respuestas, inseguros de que sea la desacertada y no puedan ganar está vez.

—Mmm, creo que esa no tiene autor ¿cierto? —le pregunta una niña con un moño blanco en su cabello a su compañero de al lado.

Los dos no logran saber quién es el compositor de la canción. Se tocan el mentón, voltean el rostro poniendo su oido hacia el lado de la tarima para mayor concentración y cuando finaliza la canción, vuelve Luz Andrea.

 —¿Nadie sabe quien la escribió?

—¡No! — Gritan los niños riendose y con vergüenza por no conocer la respuesta.

—Esta canción fue escrita por el compositor mexicano Manuel M. Ponce en 1912. —les cuenta cambiando a un tono más informativo.

—¡Ahhh! ¡claro! —contestan todos memorizandose a Ponce para un próximo test.

Son las 4:15 pm y el concierto ya ha finalizado. Los estudiantes regresan a donde están sus papás, pero antes se despiden de la profesora y le agradecen por este día de clase. Entre ellos también se despiden. Se hacen unas cuantas bromas y se ríen. Se ríen todo el tiempo.

Cogidos de la mano de su familia solo piensan en cuando será la próxima vez que vuelvan a agarrar un instrumento. Solo piensan cuanto falta para que sea lunes o martes, de nuevo.