En el apartamento 129 ubicado en el barrio Compartir de Soacha se escuchó un alarido eufórico. "¡Todos somos gusanillos de tierra!", gritó Miguel Ángel con Biblia en mano y saltando sobre el sofá al igual que una de sus caricaturas. Los vecinos estaban asustados.
¿Qué era ese escándalo? Pues Miguel había encontrado su seudónimo y era de la frase del santo Alfonso María de Ligorio. Ahora los soachunos debían prepararse para recibir a la nueva promesa del cómic colombiano. Ese era el origen de Gusanillo, a quien conocí a principios de este año en el primer taller distrital de Narrativa Gráfica en Bogotá. Éramos 211 aficionados al cómic los que aplicamos con una propuesta inédita y solo quedamos 40.
Recuerdo la primera clase como si hubiese sido ayer. Miguel estaba sentado frente mío, pero no estaba segura si era él. Había leído algunas de sus viñetas en la página del Colectivo El Globoscopio y sabía que gustaba dibujarse a sí mismo como un marimonda y empezar a debatir cuestiones filosóficas. Tenía muchas ganas de hablarle, pero no sabía cómo. Así que decidí romper el hielo con un dibujo y una nota en un pedazo de papel rasgado.
––¿Tú eres el famoso Gusanillo? –– Le pregunté con mis garabatos y una burbuja de diálogo.
– Eso creo, un placer – Me respondió con un dibujo de él haciendo la venia.
A partir de allí comenzó una gran amistad. Gusanillo y yo ya éramos como pan y mantequilla.
El taller abría los sábados de 9 a 12 p.m en la Biblioteca Pública El Tunal, casi al otro extremo de la ciudad. Sus calles eran solmenes y parecían peligrosas. Se respiraba un aire contaminado a combustión de motor decorado por la neblina y los cucarrones del parque. Nuestra agenda era devolvernos juntos en el Transmilenio de camino a casa. Era la oportunidad perfecta para conocernos a profundidad. Una de esas veces estábamos apretados en el bus y no paraba de llover. Era de esas lloviznas leves pero que uno no podía ignorar. Sonaba la una y media de la tarde cuando me dijo:
– Mi sueño más grande en la vida es poder vivir de hacer historietas.–– Y yo lo miré sorprendida.
Para cualquier dibujante dedicarse de lleno a este oficio es un reto muy grande; el cómic es como la cenicienta de las expresiones gráficas, el noveno arte. Y aunque Colombia está viviendo una coyuntura de nuevos espacios para lo gráfico, muchos de los que producen historietas tienen que hacer otra cosa para lograr sobrevivir. Así lo vivieron Pablo Guerra y Henry Díaz, ganadores del premio Gold en el Japan International MANGA Award y todas las demás voces que integran la editorial Cohete Comics: la única en el país especializada en este tipo de narrativas.
Gusanillo no era la excepción. Hace unos años en medio de su trajín como universitario y sin un peso en el bolsillo, empezó a trabajar en una agencia de publicidad, una BTL. Las tareas eran por encargo, así como lo que viven muchos diseñadores gráficos. El salario era bueno (…) para un joven que aún no tenía que pagar las cuentas de su casa.
Sin embargo, vivía el drama de la incertidumbre. Algunos días había algo que hacer y otros no. Y a pesar de que la agencia lo entrenara para dibujar a velocidades sobrehumanas decidió abandonarlo. No era lo que le interesaba. .
Gusanillo quería vivir solo del cómic, pero ¿cómo? En el país no hay un título universitario especializado en la creación de historietas ni algo que le asegurara el puesto en una editorial o en un periódico. Era una labor empírica.
– La clave está en la disciplina, Miguel – le dijo un día su papá y luego dio una patada voladora con una caída casi perfecta en el tatami del Dojo de su barrio. Quizás la solución estaba en transformar el cómic en una forma de vida, tal como él había hecho su padre con la filosofía del Karate Shorin Ryu. Luego, devolviéndose a casa por las calles solitarias decidió que de ahora en la historieta tendría una parte fundamental en todos los aspectos de su vida. Y que su objetivo, como lo indicaba su seudónimo, sería a retratar la pequeñez. Sería el gusano escondido entre la tierra que le daría voz a los invisibles.
Empezó el lunes de la semana siguiente despertándose temprano. “La pereza es el peor enemigo del dibujante”, pensó y luego tomó su esfero de kilométrico y su cuaderno cuadriculado y estableció una meta diaria con sus caricaturas. “Una página de cómic al día. “Eso es lo que quería lograr. Su tarea se volvió tan importante como ir a la iglesia el domingo. Después de eso llegarían las causas estudiantiles: La educación pública y la minga indígena. Gusanillo creó su propio colectivo en la Universidad Nacional llamado Carajo Cómics. Y mientras sucedía el paro hizo un llamado por la protesta no violenta a través de sus viñetas. - ¡Hoy vamos a marchar! La educación pública es un derecho de todos – eran unos de sus mensajes en Instagram.
Conforme se fue volviendo más aplicado, Gusanillo empezó a tener un reconocimiento importante entre los historietistas colombianos.
Empezó a participar en ferias independientes como Papel Caliente y Feria Barullo, espacios en los que las nuevas voces recurren a la auto publicación con fanzines, que son un tipo libro impreso por el propio autor.
El año pasado fue el segundo lugar en el concurso de Ciudades Iberoamericanas con su historieta: Basura, que habla sobre los habitantes de calle. Reconocimiento que le permitió salir del país por primera vez a la premiación en España y contemplar la majestuosa arquitectura de la ciudad de Madrid.
Ahora espera con ansías la publicación de ese cómic en la editorial Cohete Cómics el próximo año.
Es muy agradecido con la vida por todas las oportunidades que le ha brindado. Entre ellas está su reciente participación en la exposición de Arquitecturas Narrativas promovida por la Alcaldía de Bogotá, un espacio donde pudo compartir su trabajo junto a historietistas destacados como Powerpaola Aidan Koch y Ronald Wimberly.
Cuando la gente le pregunta –– Oye Miguel, ¿por qué te dicen Gusanillo? – y le buscan un doble sentido. El apenas se ríe. Sabe que su seudónimo va más allá de la frase de un santo, es adoptar un estilo de vida.