En el antebrazo de una mano ligeramente empuñada se ven las marcas que le hicieron las Autodefensas Unidas de Colombia a una joven de 18 años. En ese momento cursaba bachillerato y era lideresa de su comunidad. Varios hombres armados utilizaron un cuchillo para perforar su piel y que en ella se leyera claramente AUC. No recuerda si fueron cuatro o cinco los hombres que abusaron sexualmente de ella. Con el tiempo las huellas del cuchillo desaparecieron, pero las heridas quedaron para siempre en su cuerpo.
Se trata de una fotografía que hace parte de la exposición "El testigo", de Jesús Abad Colorado, uno de los fotógrafos que mejor ha retratado el conflicto armado en Colombia. Una fotografía que cuenta la historia de una adolescente de Medellín en noviembre de 2002, y que también refleja la situación de cientos de mujeres. De acuerdo con el Observatorio de Memoria y Conflicto del Centro Nacional de Memoria Histórica, al 20 de diciembre de 2017 se reportaron al menos 15.076 casos de violencia sexual en el marco del conflicto armado colombiano desde 1958.
El periodista incluyó en su exposición un video que le apunta a reflejar un poco de lo que pueden sentir las víctimas de violencia sexual y, en general, aquellas mujeres a las que este temor las acompañó constantemente. En él se recogen diferentes imágenes de lo que miembros de los grupos armados, con navaja, rayaban en las paredes de los lugares en los que pasaban la noche: frases denigrando a la mujer y cuerpos femeninos sin cabeza en posición de sometimiento.
Poco se habla de la violencia sexual dentro del conflicto armado y esto tal vez pueda deberse a dos razones: la primera, que las víctimas, en su mayoría, prefieren no denunciar porque saben de antemano que los diferentes actores armados no reconocen con regularidad este delito. Les resulta más “fácil” reconocer un asesinato, una masacre o un secuestro, porque moralmente una violación podría deshumanizar al victimario. Y la segunda, porque pocos reconocen la conexión entre estos dos delitos. A través de una violación, por ejemplo, los actores armados envían un mensaje no sólo a la víctima, sino también a la población con la que convive; les están diciendo quién manda y bajo qué condiciones. Les intenta someter.
Jesús Abad Colorado hace un ejercicio de memoria en sus fotografías. Los momentos que captura y la escala de grises que usa nos transportan a una situación del pasado, en la que las víctimas son quienes hablan y su testimonio es el único que importa. Ninguna de sus fotografías retrata a los cabecillas. Le rinde homenaje a quienes más padecieron el conflicto armado y les enseña al mundo lo que ocurrió en Colombia para que nadie pueda negarlo y para que no se repita.
Además, Colorado nos enseña que el cuerpo también es un espacio de resistencia. Dos de sus fotografías muestran a una niña y una mujer wayúu usando vestidos rojos. Visitan los lugares donde sufrieron algún tipo de abuso sexual. En la cultura Wayúu el rojo simboliza protección y resistencia. Debemos dejar de reducirlas a “víctimas de la violencia sexual”, porque cada uno de sus cuerpos es un lugar de memoria y sus testimonios permiten resignificar el pasado y darle un sentido diferente al futuro.