El infierno en las trochas fronterizas entre Colombia y Venezuela

Lunes, 14 Junio 2021 17:08
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El cierre de las fronteras por la pandemia agudizó el tránsito ilegal por las trochas fronterizas, los caminos irregulares en los que se asientan guerrillas del lado venezolano. El caudal de migrantes ha hecho que surja toda una red de extorsión conformada por guerrilleros que obligan a los caminantes a pagar para dejarles salir de Venezuela. Así le sucedió a Miriam, que en su viaje se encontró con dos grupos al margen de la ley que la extorsionaron por unos cuantos dólares, hasta que pudo atravesar un río y llegar a Villa del Rosario, del lado colombiano, como le ha pasado a miles de inmigrantes venezolanos, cada vez que se han cerrado las fronteras y los puentes que unen ambas fronteras. 

Puente Simón Bolívar en la frontera entre Colombia y Venezuela (Norte de Santander)|Retrato a un inmigrante venezolano|Frontera entre Colombia y Venezuela, vista desde Norte de Santander|Frontera entre Colombia y Venezuela con mensajes contra Nicolás Maduro||| Puente Simón Bolívar en la frontera entre Colombia y Venezuela (Norte de Santander)|Retrato a un inmigrante venezolano|Frontera entre Colombia y Venezuela, vista desde Norte de Santander|Frontera entre Colombia y Venezuela con mensajes contra Nicolás Maduro||| Fátima Martínez Gutiérrez|Fátima Martínez Gutiérrez|Fátima Martínez Gutiérrez|Fátima Martínez Gutiérrez|||
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Antes de renunciar a su familia y a la tierra que la vio nacer, Miriam González luchó durante años. Varias veces protestó en las calles contra el gobierno pero, según dice, la Guardia Nacional “disparaba a los manifestantes y les lanzaba gases lacrimógenos”. “El régimen de Nicolás Maduro reprime las protestas”, y a la gente que está en su contra. “Llegó un momento en el que mi hijo era perseguido y tuve mucho miedo”, recuerda. Cuando su situación se volvió completamente insostenible y no conseguía alimentos, no solo porque no tenía el dinero para adquirirlos sino porque los almacenes estaban casi vacíos, se fue. Pero nunca imaginó que su paso por una trocha fronteriza iba a ser ”lo más horroroso que ha vivido nunca”. Pero logró pasar por ese infierno. Donde peligró su vida, pasando por montes nocivos y por las manos de guerrilleros que la amenazaron para que les pagase todo lo que tenía.

Según cuenta Miriam, antes de llegar a las trochas tuvo que pagarles con dólares a “los colectivos ilegales venezolanos”, que ella asocia con el Gobierno. Luego, una vez que se insertó en las trochas, los ‘Rastrojos’ y el ELN (Ejército de Liberación Nacional), los “paracos” como les llama, también la obligaron a pagarles. Hasta que por fin llegó a Cúcuta, donde la interceptaron miembros del Ejército Colombiano, a quienes tuvo que mentir, ya que solo la dejaban ingresar si era por cuestiones médicas o para conseguir alimentos. Ese tránsito tortuoso quedó marcado en su memoria. Y hasta ahora se acuerda con miedo y con impotencia de aquella pesadilla. Después de todo, pudo llegar a Bogotá y, aunque ha encontrado “gente buena que la ha ayudado en la capital”, su día a día es una constante batalla por sobrevivir.

Lo que vivió Miriam es ampliamente conocido en la ciudad fronteriza venezolana San Antonio del Táchira. Jonathan Maldonado es corresponsal del periódico ‘La Nación’ y ha sido testigo por más de un año del horror que viven sus compatriotas. “La situación en Venezuela ya era muy mala, pero la pandemia empeoró todo, acabó con todos los trabajos informales”, lamenta el periodista, añadiendo que es testigo del hambre que se sufre, pues con lo que se gana al mes “no alcanza ni para un kilo de carne”. 

Como la moneda nacional no vale prácticamente nada al cambio del dólar, allí se comercia con los pesos colombianos. “Tampoco se produce ningún tipo de alimento aquí, todo lo que se come viene de Colombia”, y muchas veces de contrabando. Maldonado admite que corre peligro allí y que hay censura de la libertad de expresión por parte del Gobierno, pues en varias ocasiones ha sido amenazado y detenido por la Guardia Nacional.

 

Caminos rotos

Llegar a Bogotá también es extremadamente difícil para los migrantes. Un ejemplo es el de Rosa Castro que caminó 15 días con sus dos hijos pequeños desde la frontera hasta Bogotá. Trasladó toda su vida en una maleta. Y emprendió un viaje que casi acaba con ella y sus niños, porque la mayor parte del tiempo no comían o solo se alimentaban de pan que les brindaban los vecinos por donde pasaban. Actualmente, vende dulces en las calles para mantener a su familia. Y dice que “gracias a Dios está bien”, a pesar de que gana de 3.000 hasta 15.000 pesos diarios, lo justo para comer y pagar el arriendo. Pero hasta eso es mejor en comparación de cómo vivía en Venezuela, donde no tenía “ni siquiera para comprar comida o unos zapatos”.

“Lo importante es que aquí consigo alimentos, eso ya era imposible en mi país”, dice con su voz quebrada. Su sueldo mensual le alcanzaba para cuatro kilos de arroz, y con eso sobrevivía. Ella, como muchos otros de sus compatriotas, cruzó la frontera por el puente Simón Bolívar que une ambas naciones y que parece una línea que separa el hambre de la comida. Lo hizo con la excusa de hacer compras, justo antes del primer cierre fronterizo por la pandemia, en marzo de 2019.

La dignidad en venta

Por si fuera poco, el sufrimiento de los desplazados no acaba en su cruce. El periodista irlandés Steven James Grattan cubre desde hace dos años y medio el éxodo para importantes medios internacionales y colombianos. Ha visto y escuchado historias desgarradoras en Cúcuta. Cuenta que “la ciudad está llena de venezolanos, ya no hay trabajo posible”. Las peluquerías, por ejemplo, están abarrotadas de gente que quiere conseguir empleo de estilistas, y “llegan hasta 50 personas a solicitar trabajo al día”.

El reportero lamenta, además, que muchos de los migrantes con quienes ha hablado son profesionales que ahora se ven obligados a prostituirse. “A gente que nunca ha trabajado en eso le ha tocado. Hombres y mujeres, muchos de ellos con carreras universitarias”. Su desesperación ha hecho que vendan su cuerpo, algo jamás imaginaron y que, sin embargo, hoy enfrentan con dolor.  La diáspora y la escasa ayuda han desbordado las ciudades fronterizas de ambos lados con personas sin empleo. A pesar de todo, Rosa y Miriam lograron escapar de una pesadilla que las mataba poco a poco, y quizá sus hijos fueron su mayor aliciente para continuar cuando la crisis de su nación acabó con sus esperanzas. Llegar a la capital colombiana ha sido una fortuna, pero su camino sigue siendo durísimo, como el de los cientos de venezolanos que huyen todos los días de la pobreza sufre uno de los países más ricos en petróleo del planeta.