“Aquí te acostumbras a ser ignorado”: el día a día de un vendedor informal de la tercera edad en Transmilenio

Jueves, 31 Marzo 2022 22:42
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La historia de Álvaro reúne la de muchos adultos mayores en Bogotá que, como él, no tienen acceso a una pensión y encuentran en los articulados una forma de subsistir.

Los miles de usuarios de Transmilenio se convierten en la clientela de los vendedores informales.||| Los miles de usuarios de Transmilenio se convierten en la clientela de los vendedores informales.||| Transmilenio|||
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Pasadas las seis de la tarde, cuando la estación de Transmilenio Universidades comienza a disiparse de las muchedumbres afanadas por volver a sus casas, Álvaro Bejarano, de 63 años, acomoda los lápices y bolígrafos que no alcanzó a vender durante el día. En su mochila de tela de jean lleva una caja de plástico que utiliza para exhibir los útiles que ofrece en los buses: borradores, esferos, lápices, tapabocas y porta carnets. Desde hace cuatro años trabaja así, vendiendo artículos en los buses sin asignarles precio fijo, porque, según él, “el valor se lo pone cada uno”.

 

Los “virajes” del oficio

A simple vista, la dinámica de Álvaro podría parecer sencilla: se sube al bus, describe los artículos que vende y pasa por los asientos recogiendo dinero. No tiene jefes ni horarios fijos y se mueve en una zona de universidades y colegios. Esta rutina la repite de lunes a domingo, siete e incluso ocho horas al día. Con un promedio de cinco rutas por hora, Álvaro toma casi 40 buses para reunir 40 mil pesos diarios. Si le va bien, reúne 50 mil, pero cuando no, apenas supera los 20 mil. En ocasiones, se baja de tres buses seguidos sin conseguir un peso.

Como suele suceder entre las personas de la tercera edad que comparten el oficio de Álvaro, los obstáculos apenas comienzan allí. Sin acceso a pensión ni a un retiro digno, trabajar en los buses de Transmilenio o en espacios públicos se convierte en la única forma de rebuscarse la vida. Aunque se conserva saludable y en buen estado físico gracias al ejercicio y a jugar baloncesto, Álvaro comenta que a su edad ya nadie lo contrata, y si lo hacen, es “para explotarlo” por un salario mínimo.

A pocos metros de él, en la estación Universidades, Milton, un hombre de 66 años, sostiene una bolsa de chicles y observa con impaciencia el tablero LED que indica las rutas que vienen en camino. A pesar de ser mayor que Álvaro por tres años, el desgaste de su cutis y sus movimientos lentos y acurrucados sugieren la edad de alguien mucho mayor. Este hombre, de apariencia cansada y voz opaca, deambula por los vagones de Transmilenio con la certeza de que la semana siguiente sí le va a llegar la pensión que lleva esperando desde hace un tiempo.

 

La indiferencia saca canas

“Buenas tardes… Muchas gracias por sus buenas tardes. Como se dan cuenta, yo soy adulto mayor, tengo 63 años y lo más preciado con lo que cuento es la salud. Les pido disculpas si llego a incomodarlos. Solo quiero venir a ofrecerles…”

A cualquier usuario frecuente del transporte público en Bogotá, este discurso le resultará familiar. Es el preámbulo de muchos vendedores ambulantes que a diario se montan en los buses en busca de “una mano amiga que los desee ayudar”. Muy seguramente, por mera educación, algunos escuchen lo que él o ella quiere decir, pero la mayoría suele ignorarlos desde el momento en que se presentan. 

Según Álvaro Bejarano, esta es la parte del trabajo para la que nadie está preparado y por la que muchos desisten de subirse a un bus de Transmilenio. “Aquí te acostumbras a ser ignorado o de lo contrario, no aguantas ni una semana” expresa con cierto desaliento. De hecho, acaba de ocurrirle también. El vagón al que se subió traía más de 10 pasajeros y apenas dos lo saludaron con un forzado “buenos días”. Por lo general, las personas van con sus audífonos, hablando por teléfono o durmiendo, pero muy rara vez alguien se detiene para escucharlo y mirarlo a los ojos.

De acuerdo con el Instituto para la Economía Social, más de 2.000 vendedores informales se montan diariamente en los buses de Transmilenio con la intención de asegurar un ingreso que contrarreste la falta de oportunidades laborales y les ayude a salir adelante. 

Si bien no hay cifras exactas de la cantidad de adultos mayores que trabajan como vendedores informales en ese medio de transporte, según el estudio Participación de los adultos mayores en las economías de mercado y del hogar en Colombia, de la Universidad Externado, “los bajos ingresos personales obligan a muchos de los adultos mayores a permanecer laboralmente activos”.

Sin un salario fijo, ni vacaciones, ni primas, el oficio del vendedor informal mayor de 60 años se convierte en una lucha colosal contra las fallas de un sistema que empeoró sus condiciones laborales durante la pandemia. A pocos meses de las elecciones presidenciales de 2022, apenas asoman propuestas que incluyan las necesidades de estos trabajadores.  

Por un lado, la candidatura de Gustavo Petro propone aumentar los bonos que reciben los adultos mayores sin pensión y pretende destinar un fondo público para cotizar las pensiones. Por otro, el santandereano Rodolfo Hernández promete otorgar media pensión a “los viejitos que no reciben ni un peso”, quitando las pensiones de privilegio que benefician a juristas y diplomáticos.  Desde la campaña de Sergio Fajardo, el exgobernador de Antioquia, se plantea un subsidio de 500.000 pesos para aquellos que no logran pensionarse. 

Esas propuestas aún distan de convertirse en realidad para los miles de vendedores informales de la tercera edad que hay en Colombia.

Mientras tanto, y a falta de casi cinco meses para que el candidato vencedor se posesione como nuevo presidente, Álvaro y quienes comparten su oficio, encuentran en las rutas de Transmilenio una forma que subsistir que los obliga a soportar la indiferencia y los empujones de la gente ante la incertidumbre de no poder reunir lo suficiente para cumplir con los gastos básicos que ellos y sus familias requieren. Porque en ese vaivén entre vagones y estaciones, la salud y el tiempo que deberían estar disfrutando a su edad, se convierten en el precio a pagar ante “los gajes del oficio”,  que a pesar de sus inconvenientes, les ofrecen más oportunidades que el sistema formal de trabajo en Colombia.