Los transeúntes pasan a su lado con rapidez. Son sombras, manchas efímeras que se mueven con frenetismo en medio de la Carrera Séptima, esa que ahora parece tan nueva luego de la renovación que la Alcaldía acaba de ejecutar. Al menos el suelo es plano, piensa; al menos no debe recostarse en medio de los cráteres de otras calles bogotanas que están tan deterioradas como sucias.
Alza el vasito de plástico, ese que alguna vez contuvo gaseosa, o a lo mejor un tinto mañanero, y lo mueve al ritmo de los pasos de los demás. Las monedas en su interior suenan cuando se estrellan unas contra otras, pero el sonido no llama la atención de nadie. Los transeúntes siguen su camino sin apenas verlo. Aquellos que dirigen su mirada hacia abajo, en una clara expresión de superioridad desde la altura, lo ven con disgusto. Sus piernas, morenas por el sol bogotano que parece quemar más que cualquier otro sol en el mundo, están torcidas de forma antinatural. La izquierda está al revés, y la derecha está cubierta por costales y mantas que el sujeto ha puesto sobre esta.
Pero el hombre recostado, de mirada vaga y barba de unos días, no es el único que se encuentra en estado de mendicidad en la carrera séptima. Basta con volver la mirada a uno y otro lado de esta calle histórica de la capital para darse cuenta que la mendicidad es un problema preocupante.
El más reciente censo del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) arrojó resultados desalentadores. En Bogotá hay más de 9.500 habitantes de calle, cien menos que en el último censo del 2011, lo que significa que esta población permanece casi igual desde hace cerca de una década. Los programas de rehabilitación social del Distrito no han dado los resultados esperados, rehabilitando del 2016 al 2018 tan solo a 403 habitantes de calle de los 2.125 que iniciaron su proceso de recuperación según la misma Secretaría Distrital de Integración Social.
Y es que es alarmante. No solo son hombres de edad con discapacidades congénitas los que se encuentran en este estado, tal cual el hombre que motivó esta reflexión, sino también son mujeres, jóvenes y niños que han pasado gran parte de sus vidas caminando como almas en pena por esta jungla de cemento. El registro del Dane indica, sin embargo, que la mendicidad es más que todo, al menos en términos porcentuales, un tema masculino. Los hombres representan casi el 90% de esta población, mientras que las mujeres solo el 10%.
Las causas de la habitabilidad de las calles bogotanas, además, no parece ser un estereotipo. Aunque la indigencia viene ligada con el consumo de drogas, pues los datos del Dane arrojan que el 90.41% de los entrevistados aceptaron consumir sustancias como el basuco y los inhalantes, el 8.81% dijo no consumir ningún tipo de sustancia. De esta forma, la indigencia no solo es una cuestión de drogas, sino también de muchos otros factores que no se tienen en cuenta y se engloban dentro del terrible camino de la drogadicción.
Para algunos entonces, este un tema de consumidores, de sujetos “invisibles” que yacen frente a la mirada de todos clamando ayuda, una que a veces queda sin responder; para otros, no es más que un conjunto de problemáticas, entre las que se encuentran la soledad, la pobreza y hasta el desplazamiento.
Al final del día los habitantes de calle son tomados como cifras, datos que representan las falencias del sistema económico actual. Pero, ¿quién vela entonces por su seguridad, por su dignidad humana? La forma en la que viven indica que nadie. La indiferencia en la ciudad los ha dejado abandonados.