La alegría y la algarabía llenaron el Parque de los Hippies, en Bogotá, el pasado 24 de agosto cuando se anunció el Acuerdo Final entre el Gobierno de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Ciudadanos de diferentes orígenes, creencias e ideologías se reunieron allí para celebrar el fin de una guerra de 52 años que dejó ocho millones de víctimas. Pero en medio del ruido y los gritos de felicidad, una esquina permaneció en silencio.
En el costado norte del parque, mujeres familiares de víctimas de desaparición forzada tendieron sobre el piso una treintena de fotografías de sus seres queridos. Las fotos, en sepia y con una rosa a su lado cada una, eran mudas. Mostraban los rostros, captados en algún instante irrecuperable, de hijos, padres, hermanos, compañeros o amigos que hace tiempo se fueron y siguen sin regresar.
Diez, veinte y hasta treinta años pueden tener algunos de que la violencia del conflicto armado, literalmente, los esfumara sin dejar huella. De varios, sólo quedan unas pocas fotos, como las que la Fundación Nydia Érika Bautista, dedicada al tema de la desaparición forzada, tendió sobre el piso para recordarlos. “¡A los desaparecidos”, gritaban las mujeres de la Fundación, “no los olvidaremos en la paz!”. Y agregaban: “¿Por qué los buscamos? Porque los amamos”.
“Esperamos de la paz que los hogares que están huérfanos de sus seres queridos puedan saber algo de ellos a través de la Comisión de la Verdad o a través de la Unidad de Búsqueda. Esperamos que se haga justicia”, manifestó Yanette Bautista, directora de la fundación, que hoy por hoy acompaña a alrededor de doscientas mujeres víctimas cuyos familiares fueron desaparecidos. De la mayoría de ellos no se sabe nada y sus casos permanecen en la impunidad.
En Colombia, según el Registro Único de Víctimas, hay 46.204 personas reportadas como desaparecidas. Para dimensionar este número, se puede pensar en todas las personas que llenaron el estadio Atanasio Girardot el día que Nacional ganó la Copa Libertadores. A esa cifra, sin embargo, hay que sumarle cuatro mil personas más, que es algo así como tres veces la capacidad del Teatro Mayor Julio Mario Santodomingo, uno de los más grandes de Bogotá. Casi el 100% de esos casos siguen impunes.
La lucha por la justicia no es fácil. Yanette Bautista la ha vivido en carne propia desde el 30 de agosto de 1987, cuando su hermana Nydia Érika Bautista, socióloga y militante del M-19, fue desaparecida. Según señaló la Procuraduría, el crimen lo cometieron hombres de la Brigada XX del Ejército, comandados entonces por el general Álvaro Velandia Hurtado. En 1995, la Procuraduría destituyó al general por no haber impedido el hecho.
En 2002, un fallo del Consejo de Estado revocó la decisión del Ministerio Público. Luego, en 2009, la reafirmó, para después, en 2011, volverle a dar la razón al general. Al final, en 2013, se ratificó la destitución de la Procuraduría. Pero a hoy, sigue sin existir una sentencia que condene a los culpables del crimen.
Este trajín judicial no ha sido la única lucha que ha dado la familia de Yanette. En 1990, los restos de Nydia Érika fueron encontrados en el cementerio Guayabetal, en Cundinamarca. La Procuraduría confirmó el hallazgo. Pero en 1994, cuando se acercaba la destitución de Velandia, el entonces representante a la Cámara Pablo Victoria deslegitimó esa postura en un debate realizado en el Congreso para defender a los militares involucrados en los hechos. En 1999, la justicia penal militar asumió el caso y negó que se hubiera hallado el cadáver de Nydia Érika. Fue hasta el 2002, cuando el caso pasó a la justicia ordinaria, que se confirmó que los restos pertenecían a la mujer. Sólo entonces le pudieron dar sepultura.
Además, en 1997, Yanette y Érik Arellana, hijo de Nydia Érika, quien tenía doce años cuando su madre desapareció, tuvieron que salir del país por amenazas contra su vida. Más tarde regresaron, pero debieron volver a exiliarse en 2003, según Yanette, por la forma como su caso comprometía a altos mandos militares. Habían vuelto las amenazas. Ella sólo volvió al país en 2007. Entonces inició la fundación que lleva el nombre de su hermana para apoyar a otras víctimas, casi todas mujeres, de este delito.
Con un grupo interdisciplinar de profesionales, por nueve años han dado acompañamiento psicológico y legal a las víctimas. Además han trabajado en impulsar el reconocimiento de la desaparición forzada en Colombia. Se han involucrado en leyes como la Ley 1008 de 2010, o también llamada Ley de Homenaje a los Desaparecidos, en la cual se implementan mecanismos para hacer más efectiva la búsqueda de los desaparecidos. También contribuyeron al capítulo sobre el tema que hay en la Ley 1448 de 2011, más conocida como Ley de Víctimas y Restitución de Tierras. En 2012, Yanette Bautista y Érik Arellana recibieron el Premio Franco-Alemán de Derechos Humanos ‘Antonio Nariño’ en reconocimiento de su labor. En 2014, Yanette hizo parte del primer grupo de víctimas que viajó a La Habana a participar de los diálogos entre el Gobierno y las FARC.
Las víctimas, tanto individuales como organizadas en distintas fundaciones y movimientos, esperan que el punto 5 del Acuerdo, referido a las víctimas, les responda. En el texto final se contempla la creación de un Sistema Integral de Verdad, Justicia, Reparación y No Repetición, del cual harán parte la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, la llamada Jurisdicción Especial para la Paz y la Unidad de Búsqueda de Personas Desaparecidas.
Esta última, con ayuda de la Comisión y lo que encuentre la Jurisdicción, apoyándose en los datos recolectados durante años por Medicina Legal, se encargará de tratar de encontrar a los desaparecidos y darle noticias de ellos a sus familias. Hasta ahora, no hay estipulado un tiempo para cumplir esta labor. En esto se diferencia de la Comisión, que funcionará por tres años.
La esperanza de las 117.442 víctimas indirectas de este delito, es decir, sus familiares, es que la implementación del Acuerdo Final traiga consigo la verdad de lo ocurrido con sus seres queridos, es decir, que puedan dejar la incertidumbre de ver sus fotografías y no saber qué pasó. Ante un crimen con tanta magnitud y tanta oscuridad sobre él, ellos conservan su fe. Por ahora, la firma del Acuerdo representa una primera esperanza feliz, pero será la verdad la que complete la silenciosa alegría que mostraron las mujeres de la fundación el 24 de agosto, cuando acabó la guerra con las FARC.