En marzo de este año, Sebastián Prieto se encontraba una vez más junto a sus compañeros escaladores desafiando las montañas rocosas de Suesca. Era otro fin de semana soleado explorando el municipio que cautiva a cientos de turistas nacionales y extranjeros. La adrenalina de poder ascender cada vez más era lo que motivaba a este joven deportista de 30 años a alcanzar la cima de la montaña.
Pero la diversión se transformó en un drama. A los 17 metros por encima del suelo y gracias a una falla de comunicación con su equipo, la cuerda se soltó y lo dejó caer al vació. En su intento por sostenerlo, uno de los escaladores que estaba a su misma altura, se quemó las manos con la fricción de la cuerda y solo logró amortiguar parcialmente la caída. Era como si Sebastián se hubiese lanzado de un edificio de cinco pisos. Su novia no dejaba de gritar hasta que llegó un grupo de rescate y lo llevó al centro de atención de salud más cercano.
La incertidumbre devoró la sala de espera del hospital. Sus seres queridos temían por el estado de sus órganos y por la sensibilidad de sus piernas. Lo primero que hizo Laura Perilla, su madre, cuando lo vio fue levantar su sábana y verificar que tenía movilidad en sus extremidades. Después de confirmarlo estuvo tranquila, sabía lo que era sufrir un accidente en el deporte. Ella ya había perdido la conciencia en un accidente en bicicleta. Sabía que aún había esperanza, aunque el diagnóstico médico de Sebastián fuese muy delicado.
Tenía una fisura de pulmón, una fractura en las costillas, una fisura cervical y su cabeza del fémur se había partido en tres. Laura sabía que la clave para la buena recuperación del hijo estaba en el cuidado. “El éxito de una cirugía es la recuperación, la tarea de hacer sus terapias y salir adelante. Pura constancia, ganas y de voluntad”.
El deporte ha estado en la relación familiar desde temprano. Cuando el joven tenía siete años, disfrutaba de ver a su mamá competir en el ciclismo. Quería algún día ser como ella, pero encontrar un deporte que se ajustara a sus gustos no sería nada fácil. Durante su etapa experimental probó la natación e incluso el ciclo montañismo, y fue hasta los 16 años cuando se enamoró del deporte al que le dedicaría la vida: la escalada. Poco a poco ese niño regordete y soñador se transformó en dos veces campeón nacional de escalada y en el primer colombiano en participar en el programa de Ninja Warrior.
Para julio del 2017, Prieto llegó a Las Vegas a la transmisión del programa estadounidense. Llegó allí gracias a un amigo de ascendencia española-venezolana a quién propusieron crear por primera vez un equipo latinoamericano. Desde el primer día, el ambiente del lugar estuvo repleto de rivalidad y competencia. Prieto sabía que tenía que ser como un ninja, flexible, ágil y estratégico. Sin embargo, no contó con lesionarse en las pruebas iniciales. “Yo tuve una lesión en una mano y pude ganar mi puesto en el equipo, pero no pude dar mi mejor desempeño en la competencia real porque la herida no me dejó dar todo de mí”, cuenta Prieto. A pesar de que su equipo haya quedado en tercer lugar, no se queja. Es una persona para la que toda experiencia de crecimiento es ganancia.
Años después, por el accidente que marcó su vida en Suesca, Prieto temió no poder volver a practicar su deporte preferido y tener que pasar por trasplante de cadera. Pero su voluntad venció todos los pronósticos y hoy se encuentra escalando otra vez en el gimnasio Roca Sólida, al norte de Bogotá. Entrena tres veces por semana y, a pesar de que su rendimiento no sea el mismo de antes, ya ha vuelto a competir.
Ahora se le ve colgado de un muro como antes. Es un hombre de brazos fuertes, pero de piernas ligeras, de piel morena y una sonrisa de oreja a oreja que irradia tranquilidad. Ya le dijo no al bastón y puede hacer la mayoría de las actividades de antes, excepto correr. Estefanía Pulido, su esposa, con quien se casó en medio de la recuperación, recuerda toda la lucha en ese proceso. Sebastián solo pensaba en hacer los ejercicios fisioterapéuticos para poder estar bien. “Él mismo ha sabido salir adelante en su movilidad, nunca perdió las ganas, ni la esperanza”. El atleta también tuvo el apoyo de sus amigos. Decenas de personas lo visitaron en su casa, en Chía, para darle aliento.
Estefanía exalta el positivismo de su esposo. Explica que después del accidente, él sentía que iba a estar bien y lo transmitía a las personas. El pesimismo nunca fue una opción, Prieto mantuvo vivo el amor por el deporte, por su cuerpo y por su familia.
Más que competir en campeonatos, lo que ansía Prieto es volver a escalar “la roca”, es decir, en la naturaleza. Y no solo en Colombia, sino en diferentes países. Recuerda ese sentimiento indescriptible de competir en Francia con los escaladores de Copa Mundo. Le llena de alegría saber que hoy en día hay muchos jóvenes que quieren triunfar en el deporte. Y tienen un mensaje para ellos: “el amor a lo que uno hace siempre es más grande que cualquier cosa, y eso es lo que lo saca a uno adelante”.