La Pola es una plaza pequeña con un par de puestos de vendedores ambulantes y cabinas telefónicas olvidadas por el mundo. Hay unas bancas en las que los jóvenes, finalizando la semana y las jornadas de clase, se sientan y comparten entre risas, música y humo de tabaco o de cigarrillos de marihuana. También hay una emblemática estatua de Policarpa Salavarrieta, de ahí el nombre que adoptó la zona, y unas escaleras alrededor de las cuales se reúnen estos grupos de amigos.
Todo tipo de locales circundan la plaza: una papelería para las fotocopias de los estudiantes, cervecerías para acompañar el rato con una bebida y una tienda de empanadas que hace más llevadero el “monchis”, que es la inevitable sensación de hambre que da tras fumar marihuana. La policía llega en ocasiones y las personas optan por dirigirse hacia la Universidad de Los Andes, donde consumen con libertad distintas clases de drogas.
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En abril del año pasado el Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía capturó en la miscelánea ‘Donde James’, junto al mencionado centro académico, a Héctor Espinosa Vélez, alias ‘James’. El hombre era el jefe de una banda criminal que comercializaba drogas ilícitas entre estudiantes del sector, según la reseña que publicó el diario El Tiempo. El grupo camuflaba los estupefacientes entre dulces y fotocopias, les sacaban el contenido a los cigarrillos y los llenaban con marihuana, e incluso hacía domicilios de los denominados ‘porros’ (cigarrillos de marihuana) y de perico (cocaína).
Pese al operativo, La Pola sigue registrando un fuerte comercio de drogas, situación que de acuerdo con uno de los encargados de seguridad privada de la zona se puede incrementar si la policía no toma medidas al respecto. “Esto se vuelve una olla si la policía no se pone las pilas”, comenta el vigilante además de destacar que en su mayoría quienes venden los estupefacientes son personas entre 20 y 35 años, entre los que incluso se encuentran menores de edad. Durante su jornada de trabajo ha observado todo tipo de situaciones, desde riñas hasta peleas de boxeo organizadas por los propios jóvenes.
Por su parte, una estudiante de antropología de la Universidad de Los Andes cuenta que el plan es sentarse con amigos a tomar una cerveza y acompañarla con un ‘porro’. Muchos llevan consigo su propia droga, aunque otros les compran a jóvenes o a hombres de alrededor de 30 años que pasan rápidamente junto a estos grupos ofreciendo su mercancía. Ella afirma que junto con sus amigos tienen su propio distribuidor y son cautelosos porque saben lo que están comprando, en cambio con los vendedores de la calle puede ser arriesgado, pues no hay certeza sobre la droga que comercian y su composición.
La estudiante menciona que también se dan transacciones entre los jóvenes, intercambian tragos de cerveza por ‘porro’ o por un shot de aguardiente. La Pola es una zona de gran interacción social en la que ella cuenta que las personas se distraen, se generan amistades y recuerdos de estudiantes que se reúnen para quitarse el estrés provocado por las clases. Son de las distintas universidades que hay en el sector: la Distrital, la Jorge Tadeo Lozano, la América, el Rosario, Los Andes, entre otras. Los días con mayor afluencia son los miércoles, los jueves y los viernes en horas de la tarde, aunque los lunes y los martes los jóvenes también consumen desde horas de la mañana.
Plaza Capital logró entrevistar a dos comerciantes de sustancias psicoactivas y sus derivados. Uno de ellos es un hombre de aproximadamente 35 años que vende el moño de marihuana a 8.000 pesos y la bolsa de perico a 12.000. Él cuenta que quienes más le compran son estudiantes de Los Andes, aunque también tiene sus clientes fijos. Además, dice que hay otras personas que hacen un negocio de ello y revenden lo que le compran.
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Su forma de trabajo consiste en tener una ‘caleta’ por el sector, sacar un poco de la mercancía, venderla y luego volver por más. Así no carga con toda la droga. El hombre sostiene que todo lo que se comercia lo consumen en este sector. A veces también se le hacen pedidos por encargo de estupefacientes más costosos como el tusi, una droga sintética cuyo precio por cada gramo es de alrededor de 60.000 pesos.
La otra entrevistada es una joven vendedora de brownies de marihuana (‘happy brownies’) que supera los 20 años. Ella comenta que esa es su forma de trabajo ocasional debido a las necesidades que tiene. Un brownie cuesta 10.000 pesos, pero puede variar dependiendo del tamaño y de la cantidad de cannabis que tenga. Aunque sus ventas son mejores por los lados de la Universidad Nacional en La Pola también obtiene una buena ganancia y además hay mayor concentración de gente.
La muchacha cuenta que ha tenido varias complicaciones: es un comercio muy competido porque demasiadas personas venden brownies. Además, últimamente ha habido una fuerte presencia de la policía en la zona. Ya la han detenido en algunas ocasiones: una vez la intentaron extorsionar, le han roto los productos o se los han llevado. La joven también afirma haber visto una tarde a unos policías ingiriendo los brownies que confiscan.
Informalmente se escuchan muchas acusaciones hacia los policías respecto a este tema: extorsiones o su consumo, y hasta la reventa de la mercancía que incautan. Las fuentes de este reportaje concuerdan en que en La Pola la policía hace acto meramente de presencia y dispersa a las personas, pero no tiene la verdadera voluntad de combatir el microtráfico.
Lo que sí es seguro es que hay una gran confusión entre los ciudadanos sobre la legalidad del consumo y del porte de marihuana. En un reportaje realizado por un medio de la Universidad de Los Andes, su autor, Andrés Páramo Izquierdo, explica que en una conversación que tuvo con la línea de atención al ciudadano de la Policía Nacional no se le esclarecieron las dudas que tenía sobre el tema.
Este problema se relaciona con los numerosos cambios que ha tenido la legislación, la sentencia que prohíbe el consumo de marihuana en espacios públicos, la siguiente que lo permite, la prohibición de nuevo. Es un “vaivén”, como lo expresa Páramo, que no deja nada claro. El reportaje cuenta que, según el abogado Sebastián Lanz de Temblores ONG, el escenario de la marihuana es confuso no solamente para los consumidores, lo cual termina perjudicándolos, sino incluso para los mismos entes de control.
Los jóvenes se reúnen en La Pola porque es que es un punto de convergencia entre muchas universidades, pero también hay muchos temas de fondo como la socialización, el ocio y el consumo de sustancias. Es importante dar cuenta de esta situación para analizar las mejoras que se pueden dar en todo sentido: un consumo responsable y seguro, un claro marco legislativo para todos, la protección del espacio público y la tranquilidad para los residentes de la zona.