La señora Séptima históricamente majestuosa

Viernes, 24 Noviembre 2017 08:45
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A partir de las anécdotas de personas que he conocido y mi acercamiento desde niña a la vía, me aventuro a darle voz y rostro a la antigua Calle Real.

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Con los pasos de decenas de visitantes, se marcan en su cuerpo los rastros de instrumentos que le dan folklore y son a su ambiente. Aquella hermosa silueta recta es la señora Carrera Séptima. Un personaje emblemático como escenario en la historia de Bogotá, Colombia.

Algunos poros rotos

Séptima, como la llaman todos, ha sufrido las chocantes pasiones de sus visitantes. Esta gran senda, con sus diferentes personalidades que por años se han transformado, recordó afligida la tarde del 9 de abril de 1948 en la mañana de una Bogotá normalmente helada… miró hacia arriba, suspiró y pasando saliva tomó aliento para narrar. “Mujeres y hombres, con bandera roja en mano, se sobresaltaron. Alaridos recubrieron el cielo. Las lágrimas revistieron mi piel ladrilluda con los puños alzados y los pasos acelerados uno a uno. El doctor, Jorge Eliécer Gaitán, cayó desplomado al suelo”, pronunciaba la gran señora Séptima.

“Un sonido seco y atronador retumbó. El fragor de un balazo fue lo que desencadenó una de mis mayores tristezas. En el pasar de los años, mis bogotanos jamás habían caminado sobre mí con tanta desesperación. Sin freno alguno. Su corazón dolía, y yo los sentí. A cada uno de ellos los sentí. Como el peso de un alma al que le arrebataron una esperanza. El doctor Gaitán, era para mis transeúntes la oportunidad de un cambio. El padre que podría proteger su patria de todo mal. Y lo mataron, sobre mí”, contaba Séptima.

Enrique Santos Molano, periodista, escritor e historiador colombiano expresó en 2006 que “las llamas del nueve de abril no sólo consumieron los tranvías y las joyas arquitectónicas de la ciudad, sino que redujeron la esencia democrática del país a cenizas de violencia que se han esparcido por más de medio siglo, como lo había advertido el propio Gaitán”. De manera alterna describió a la Calle Real, otro antiguo y conservador nombre que ha tenido Séptima, como un pasaje que se cubrió de vino rojo, de vino amargo proveniente de todos los gaitanistas que, como moqueta tejida de hilos de sangre, revistió los peldaños de esta sublime mujer, por la que arrastraron al presunto homicida del doctor. El Bogotazo comenzó.  

El cuerpo fue remolcado hasta la Plaza de Bolívar. Un lugar al que se llega por medio de doña Séptima. Camino que millones de personas han transitado una y otra vez por diferentes razones. Incluso, el Bogotazo no fue el único escenario en donde los citadinos corrieron desesperados… La toma del Palacio de Justicia hizo crujir a la señora Séptima aquel 6 de noviembre de 1985.

“Mija, el Bogotazo me dolió a mí porque sucedió en todo lo que yo soy, y vi a mi gente, a mis abuelitos o padres que paseaban sus niños, correr con rabia y desenfreno cegados por el sentimiento de sentir mutilado un futuro prometedor. Pero es que lo de noviembre del 85 fue impactante ¡Porque yo no pude hacer nada! Y me sentía tan impotente, escuchar bombardeos, y gritos dentro del Palacio, mientras en una esquina mía la Cruz Roja pensaba en entrar o no. ¿Dónde estaban los que se creían dueños del espacio, inclusive de mí, para entrar y sacar a esos condenados que asustaban a mi Bogotá?”, recuerda Séptima.

Alba Lucía Rodríguez, fotógrafa y comerciante que usa como vitrina de sus productos la Séptima y la Plaza de Bolívar, admite sentir a Séptima como el hogar y la hermana, compañera de vida, que hace 12 años se le fue. “Pa’ mí la séptima es donde me siento como en mi salsa. Porque ya no me siento tan sola. Mis compañeros fotógrafos son una compañía que la misma calle ha permitido, que nos conozcamos. O sea, si a la séptima no viniera tanta gente pues no hay trabajo ni nada. Entonces pa’ mí es como mi hogar. Yo me sé mover bien por ella”.

 

A pesar de esto, Alba comenta que el saberse mover por Séptima no solo se relaciona con los buenos puntos donde los clientes elijan ser retratados por su cámara, sino también los riesgos que en ella se hacen presentes empezando las horas vespertinas. Luz Dary Cruz, guardia de seguridad de la Universidad del Rosario, es un testigo del ambiente nocturno que prominentemente se hace inseguro, factor de incomodidad del que Séptima no protege a sus transeúntes que en el día y tarde la acompañaron de sur a norte y de norte a sur. Jóvenes solitarios, algo distraídos y afectados por lo que han consumido por horas, generan en los estudiantes, trabajadores y guardias de la zona, un ambiente de riesgo. Haciendo que los pasos se agilicen y las miradas por el rabillo del ojo se hagan más constantes, con recelo permanente.

En la plazoleta en la que se reúnen varios poderes, donde el mandatario del país descansa y la Corte Suprema de Justicia determina el futuro me pregunto ¿por qué, tanto los bogotanos como los turistas, se quedan largo tiempo contemplando ese horizonte plano?, que en el centro atesora la efigie del libertador Bolívar. Olga Behar, una escritora, periodista y politóloga colombiana narra, para muchos de la época y de la actualidad, la tarde más caótica y eterna que pudo vivir la capital. El 6 de noviembre de 1985 fue narrado por Behar, en su obra Noches de humo (1988), de manera tan puntual, que los mismos personajes tanto del M-19, quienes se tomaron el Palacio de Justicia como acto de revolución y de imponencia política, como los francotiradores del Estado que apuntaban de manera fiel a sus objetivos, hasta de las otras entidades como mensajeros y enviados de la Cruz Roja, permitieron cada uno con sus acciones ver cómo Séptima fue una vía utilizada para tal atentado.

Caminos alegres elevados

El sol va sobrepasando los noventa grados de un horizonte. De pronto, una memoria casi exacta me recuerda lo que Séptima ha significado para mí, pero creo que para cientos de niños más. Esta señora acogedora por la música con que nos recibe, la tolerancia a los diversos gustos de decenas de visitantes que nos apropiamos de ella por horas, se arregla cada viernes para los festejos más famosos para los verdaderos amantes de Bogotá y del centro. ¡Los Septimazos! Una mano siempre sujetaba la mía, los viernes en la noche. Era mi madre, quien como por plan inamovible, me traía a caminar sobre Séptima. Colores y sabores. Juguetes y arte. Pinturas e idiomas de otras partes es lo que guardan mis ojos como memoria fotográfica de una calle que hizo el centro de la ciudad más ameno.

“En el suelo, todos los comerciantes se situaban a lado y lado, para que el público viera su trabajo mientras caminaba con una mazorca asada en su mano. O los deliciosos pinchos de pollo”, carcajea Séptima, sus ojos ya no sostenían lágrimas, porque un recuerdo transparente le atiborró de sentimiento el alma, y reiteró “era la feria de toda semana en la que me sentía bella, adorada, adornada, graciosa, majestuosa, pues todos querían verme. La risa de los pequeños me rejuvenecía. Era el momento en el que la rutina y el cansancio, no eran obstáculo para dejar utilizar la poca energía restante en gozar lo que era Bogotá. Porque en esas horas vespertinas, yo le regalaba a mis visitantes, turistas o nativos, la cara bonita de Bogotá”.

Don Francisco Fajardo Londoño, un hombre de noventa años y cobrador del tranvía, no niega que los cuatro pesos que costaba aquel transporte eran suficientes para visitar a Séptima. Él, luego de reflejar que ha analizado el tema, plantea que “quienes no conocieron el tranvía ni su funcionamiento, se quejan del transporte de ahora. Antes la gente colgaba del tranvía, y las mujeres iban sentadas dentro. Por eso es que en las fotos tú ves a los señores con gabardina y sombrero. ¡Porque el frío era tremendo! Y ¡aaay! Cuando llovía, eso era casi imposible de cobrar”.

Él defiende el tranvía como un medio de transporte merecedor de ser apreciado por todos, porque para la tecnología que tenía, su función era magnífica. Aun así, en su relato no deja de lado a la gran señora Séptima, describiéndola como una de las partes de Bogotá en las que la familia de la época podía disfrutar. Con ojos cristalinos y luego de una pausa silenciosa, él retoma su historia en la que los colores del mármol de la arquitectura que bordeaban a Séptima son un recuerdo casi exacto. Y dijo, carraspeando “es que noventa años no son poco tiempo por recordar. Esto me emociona, porque esa calle y ese trabajo me brindaron los mejores años de mi vida”.

 

Cuando Don Francisco hace mención del transporte actual y la visión que tienen los bogotanos de este, el proyecto de implementación de Transmilenio en esta tradicional vía llega con la imponencia de ser la solución a un problema de movilidad. Séptima ha sido caracterizada por sus transeúntes como un sendero que recibe y lleva a quienes quieran de lado a lado. Pero como lo resalta en su análisis Felipe García Altamar para El Espectador, es importante tener en cuenta las personas que viven en esta carrera y qué función o servicio les presta ella. Esto, debido a que el periodista encontró que hacia el costado de Séptima como salida de la ciudad, los ciudadanos consideran necesaria la implementación del sistema de transporte Transmilenio.

Pero hacia el costado sur, el contrario, Felipe García encuentra que los habitantes que viven sobre la séptima la encuentran como una vía que no merece, que no soportaría una intervención. Y que a mano y espada, incluso hasta instancias legales defenderán. Andrés Ospina, columnista en Publimetro es uno de aquellos ciudadanos que emprenderán esta ardua lucha contra lo que algunos llaman progreso y solución, y confiesa en su columna “temo ver cientos de años de historia y patrimonio reducidos a fuerza de maceta y cincel y a la tala de aquellos árboles que han acompañado mis días desde la infancia”.

La gran señora Séptima ha sido tan apreciada por decenas de generaciones que el significado e importancia que ha cosechado en sus visitantes no ha sido sin razón alguna. Carlos Salgado, comerciante de comidas rápidas como mazorca asada, pinchos de pollo y chorizo con arepa, es uno de tantos que agradecen a Séptima por su variedad en colores y ritos, en ambientes diversos que logran dar cobijo a las aglomeraciones de personas que persiguen y defienden un ideal, otras que denuncian una situación o incluso, quienes festejan un acontecimiento en específico. Carlos se expresa con una actitud de agradecimiento y afirma “yo podría decir que estoy en deuda con la carrera Séptima, pues me ha dado las mayores ganancias de mi negocio. Incluso ha visto crecer a mis hijos y ser el espacio para que el negocio pase de generación en generación”.

Esas agrupaciones de cientos de personas han acompañado a la gran señora desde su existencia. Siempre han tenido como meta llegar a la Plaza de Bolívar, pero para ello el sendero será la majestuosa Séptima. Teresita Ramirez Gutierrez, editora y escritora colombiana, evidencia en su obra En blanco y negro: realismos fotográficos de Bogotá (2009) la manera en que las mujeres se reunían en círculo para celebrar los días festivos, con sus trajes coloniales, abrigados, de telas gruesas y bordados delgados. Y persigue como objetivo contarle a las nuevas generaciones, y rememorar a las antiguas, como la de Don Francisco, las diferentes formas de reunirse, las diferentes maneras de celebrar que encuentran en común el lugar escogido, la gran señora Séptima. La Carrera Séptima es entonces un pasaje en el que todo transeúnte tiene una anécdota, todo extranjero una marca citadina y todo bogotano un recuerdo de su historia.