Suicidio, una realidad invisible que pide ayuda en Colombia

Lunes, 11 Diciembre 2017 15:48
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Forensis reporta un aumento de intentos de suicidio en Colombia, resultando ser seis casos por día. Para poder afrontar este fenómeno, expertos contextualizan esta alarmante situación y explican sobre su tabú. 

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  • Coautor 1: Nicolás Guevara Rengifo

Al despertar internado en el hospital, Andrés Camargo* sintió rabia, de no haber conseguido lo que con temor pretendía; alivio, al encontrarse vivo; y una tristeza profunda cuando en los ojos de su familia vio la decepción con la cual, en su caso, se miraba aquel intento suyo por quitarse la vida. Así, actualmente, un problema que no se nombra ha hecho sentir cosas similares, tal vez peores, a una cantidad cada vez mayor de individuos que, junto con sus problemas, buscan, necesitan... ayuda y prevención.

 

Una realidad innombrable

En el país que años atrás ha dicho ser el más feliz del mundo hoy en día se registran dos intentos de suicidio por hora. Un informe del Instituto Nacional de Salud reportó que para mayo del presente año hubo 9.214 casos de este tipo. Colombia ha sido, mundialmente, catalogada dentro de decenas de rankings como uno de los países con las más altas tasas de desempleo, de pobreza y de violencia. Sin embargo, a lo largo de varias décadas, estudios como el anterior reflejan un alza en los casos de intento de suicidio, como de suicidios concluidos. Es preciso hacer la aclaración de que esta diferencia en los casos es importante debido a que en la primera situación puede presumirse, con respecto a la segunda, que algún porcentaje de esos intentos no fueron culminados. En este punto los individuos se diferencian por ideación, tentativa o suicidio en “curso” para referirse al acto.

Las cifras reflejan una problemática real dentro del país que se ha silenciado en una complicidad entre la sensibilidad de su tópico, el temor a su confrontación y el prejuicio que se tiene sobre este. Ximena Palacios Espinosa, profesional especialista en psicología de la salud y psicopatología, resalta que vivimos en una sociedad que le tiene miedo a hablar de la muerte, a pesar de que vive rodeada de ella. Y destaca como principal consecuencia de este temor el hecho de hacer al suicidio algo patológico, morboso o anómalo, hasta el punto en que se estigmatiza y lo que se estigmatiza se evade y se deja de hablar, alcanzando como resultado directo e instantáneo el no poder solucionar este fenómeno, negándonos a él.

¿Cuáles son las señales o síntomas a detectar?

Para prevenirlo en principio es necesario entenderlo. El doctor Alonso Zambrano, médico interno del Hospital San Blas, señala que el suicidio no es un ente aislado sino aquello que resulta de diversos factores biopsicosociales: se ha establecido que las mayores tasas de suicidio prevalecen con los trastornos afectivos, es decir, trastorno afectivo bipolar, esquizofrenia, episodios depresivos mayores e incluso adicciones como el alcoholismo. Cada una de estas enfermedades tiene su propia patología y aunque es más común en los casos de depresión todos conllevan una serie grave de afectaciones.

Palacios, en este caso, apunta dos aspectos importantes. El primero hace referencia a que de manera física y biológica ocurren cambios en el cuerpo, uno de esos cambios es con el nivel de serotonina, un neurotransmisor en el cerebro que se encarga de producir lo necesario para las diferentes emociones. Por ejemplo, un bajo nivel de este junto con otros factores causará que se padezca depresión, por lo que se relaciona este estado anímico con el riesgo de optar por una conducta suicida.

El segundo está relacionado con dos tipos de acciones que tienen las personas, depresivas o no: por un lado está las autolesiones suicidas, que son los actos que atentan directamente a la vida, como manejar en un estado de embriagues alto y, por otro lado, las autolesiones no suicidas, aquellas que sí generan un riesgo para la persona pero que no tienen como fin la muerte.

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Dentro de un pabellón psiquiátrico se encuentran cuanta cantidad de casos se pueda imaginar. La idea común de “pabellón de locos” que usualmente se asume es el principal error. “Juzgar es lo más sencillo y también lo más común. Pero nadie sabe cómo duele ni cuánto duele lo que cada cual está pasando. Mi familia es muy conservadora, es de corte católico muy definido, y para ellos el suicidio es como el pecado más grande. Yo he tratado de que nadie se entere pero en ocasiones algunos tíos han llegado a darse cuenta y se vuelven hostiles. Eso nunca ayuda. La religión entonces roza con esto, produce que la gente evite hablar de eso y se criminaliza a las personas con tendencia suicida, con depresión”, comenta Andrés C.

La mejor opción es recurrir a un experto

La familia es un foco de apoyo decisivo en estos casos debido a la manera en que reciben la información por parte del que está considerando la conducta suicida, y de igual manera, su actuar frente a estas confesiones por parte de ellos. Palacios reconoce y señala con comprensión que las personas allegadas al paciente o posible suicida no tienen por qué entender las señales que ellos dan pues es entendible que una madre, por ejemplo, no tiene por qué estar pensando en que su hijo al que le dio la vida, se la quiera quitar. Y aun en los casos en los que vea cerca esta conducta va a tender a negarla.

Del mismo modo afirma que “es comprensible la actitud primaria de la mayoría de familiares o allegados. La reacción inmediata es huir cuando alguien al que se aprecia habla o avisa del tema porque aterra”. Empero, señala como fundamental romper con el secreto profesional, pues el suicidio es una de las excepciones a esa regla en las que mantener la confesión de la persona es algo indebido. No interesa si se tiene recelo a la reacción de la persona, lo importante y primordial es redireccionar la situación a una persona que lo pueda manejar, pues como familiares o allegados, el carácter afectivo no nos permite auxiliar.

Palacios explica entonces los factores mediante los cuales se puede identificar que una persona está considerando y/o adentrándose en una conducta suicida. A rasgos generales, pero no menos importantes, el factor que cobija a los otros son los cambios trascendentales perceptibles. Cambios en patrones de sueño, de alimentación, de relación y convivencia con otros. Si los gustos bajan su intensidad, si las actitudes en escenarios específicos se modifican, incluso si su estado de ánimo frecuente se ve incrementado, sea este melancólico o eufórico, es momento de prestar atención. Aunque sea difícil, las expresiones verbales fuertes también se hacen frecuentes, estas son preguntas que cuestionan su relevancia en la vida de otras personas, una de ellas puede ser cuestionarse sobre lo que su ausencia causaría o no.  

¿Psiquiátricamente qué ocurre en el momento del intento de suicidio?

Dentro de los aspectos que se analizan para ver la transición de este fenómeno, uno de los más importantes es el rango de edad de las personas que consideran esta conducta. Ha sido sorprendente para quienes lo tratan, como para quienes consultan estas cifras, que “la mayoría de los suicidios durante 2015 (48,74%) sucedieron en edades comprendidas entre los 15 y 34 años, con mayor participación de jóvenes entre 20 y 24 años (14,60%), no obstante las tasas de víctimas de 80 años o más es aproximadamente 61% superior que la tasa de la población en general”, datos expuestos por FORENSIS (Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses Grupo Centro de Referencia Nacional sobre Violencia) en el estudio Comportamiento del suicidio. Colombia, 2015.

Así que, para comenzar el análisis ante esta situación que algunos consideran recientes y otros antigua, es necesario reconocer en primera medida la característica del suicidio de no ser excluyente ante ninguna circunstancia, esto encontrado a partir del análisis hecho a los estudios de Medicina Legal y Ciencias Forenses de los años 2015 - 2017. Esta conducta no tiene en cuenta estrato socioeconómico, orientación sexual, sexo biológico, ni siquiera nivel de educación. Por lo que es una situación en la que cualquier persona puede verse inmersa, característica encontrada en el fenómeno que es reafirmada por el testimonio de Andrés C.

Es esencial tener en cuenta siempre que el suicidio es multifactorial y multicausal, como lo aclara detenidamente la psicóloga Palacios. Quien al mismo tiempo sugiere que se debe estar atentos a ciertas etapas de la vida. Estudios demuestran que ser una persona mayor de 75 años, un adulto mayor hombre, es de por sí un factor de riesgo para el suicidio, “esto es probable debido a la pérdida de capacidad cognitiva. Sentirse solos, no sostener una relación de pareja estable y/o la reducción de su salud física. Las enfermedades crónicas físicas o mentales son un factor de riesgo, por sumar a la lista anterior, debido a que las condiciones en que se encuentran los pacientes y su concepción a futuro de la vida son completamente diferentes a las otras personas inmersas en el suicidio que arrojan las cifras”.

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Por ejemplo, el Estudio de salud mental, realizado por FORENSIS, durante el año 2016 reportó 2.310 suicidios, 242 casos (10,4 %) más que en el año inmediatamente anterior. El decenio 2007-2016 acumuló 19.177 casos, con una media de 1.918 eventos por año, lo que indica 193 suicidios al mes, y seis suicidios por día. La tasa de lesiones fatales auto infringidas en 2016 fue de 5,2 eventos por cada 100 mil habitantes.

De esta manera la despersonalización resulta ser una de las circunstancias que se presentan de manera psiquiátrica en un posible suicida. Según Zambrano esto “ocurre cuando se alteran las esferas cognitivas conductuales que hacen que una persona pase de la mera tristeza al atentado en contra de su vida. En otras palabras, la persona puede pasar por percepciones propias como sentirse fea, no querida, con ideas de minusvalía y de no ser útil para nada. Todo eso se convierte en una cadena reaccionaria que los impulsa a creer que lo que suceda en el mundo estaría mejor sin ellos”. ¿Es entonces posible pensar que permanecer así, sea solo por un instante, se le puede llamar vivir?

A los 13 años Andrés C. intentó por primera vez quitarse la vida. De ahí en adelante, fueron cinco años de depresión mayor y de casos que se sucedían uno a uno. “Cuando me despertaba y estaba vivo me sentía feliz. Decía que no lo iba a hacer de nuevo pero si me pasaba algo esto volvía. ¿Qué pensaba en ese momento? Estar cerca de la muerte, tenerla tan próxima, era algo que me parecía consolador. No sabemos nada más allá de la vida, entonces hay dos opciones: que sea peor o que no sea nada. Si es peor al menos será distinto a todo lo que estaba sintiendo, a todo ese dolor”,  comenta Andrés C.

Palacios responde a ese cuestionamiento por el estado mental de las personas suicidas en el momento en que están ejecutando el acto y dice que es la confluencia de un montón de factores. El momento específico puede responder a un desequilibrio momentáneo. “En ese equilibrio de carácter emocional, afectivo y neuroquímico sucede que ese conjunto de factores y la serotonina confluyen para que el impulso haga actuar. Por eso en ese momento ya no hay pensamiento, porque se actúa por impulso y se deja reflexionar sobre la situación. Un impulso no responde a las razones. El instinto de conservación de atenúa y por eso se ejecuta el acto”.

El intento de suicidio en manos profesionales

“En cualquier etapa en la cual se encuentre la persona (inicio, ideación, tentativa o suicidio en “curso”) la atención inicial es hospitalización. Dependiendo de cómo llegue hay que medicarlo, en casos donde se deba tratar un estado ansioso o psicótico. Pero el manejo no es solo desde la medicina, es multidisciplinario, requiere mucha atención psicológica, de trabajo social, de revisión del contexto. Se inicia psicoterapia, la ayuda de la familia puede ser un factor diferenciante y de acuerdo con la evolución del paciente al egreso de la clínica se determina si es necesaria medicación futura o no”, el doctor Zambrano relata que diariamente ingresan casos de personas relativos a intentos de suicido, y que en este aspecto debe vérsele no de forma aislada, sino entender que las posibilidades de que una persona con un trastorno afectivo pase por esto deben ser contempladas desde la consulta externa y no únicamente revisadas cuando un individuo actúa en este sentido.

Cada caso es distinto, no se puede generalizar de manera agresiva en este tema y la situación singular de cada paciente debe considerar su particularidad y su contexto para dar con una prevención efectiva. De este modo, el doctor Zambrano recuerda precisamente el caso de una mujer joven. Luego de haberse divorciado de su marido, en un caso de marcada violencia intrafamiliar, la percepción de la paciente era de una pérdida de motivación. Ella no quería morir, pero se sentía tan triste que lo contemplaba como una solución, la medicación no era el factor más necesario sino la asistencia humanitaria, el diálogo, la revisión constante y el verdadero interés por reencontrar su pasión por algo que la mantuviera estable. “Tratar cada uno de los casos debe tener muchísima disposición del psiquiatra. Se está trabajando con la vida de alguien. La mejor disposición que se pueda tener y las ganas de ayudar logran marcar la diferencia, así que entablar una relación médico-paciente de confianza estrecha mejora ese acercamiento. Entender debe ser fundamental para buscar soluciones. Intentar ser un amigo sin victimizar ni poner tabúes al respecto”.

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El testimonio de Andrés Camargo habla desde la perspectiva de quien logró superar esa situación: hace al menos un año que muchas dinámicas en su vida cambiaron consiguiendo que las soluciones a sus problemas no estuvieran mediadas por la muerte. No obstante, con dolor, con melancolía, recuerda a una amiga suya cuya lucha fue tan paralela y cercana que, el simple hecho de saber que ella no lo logró, le trae todavía un dolor agudo y persistente. Él vive, aunque hubiera querido que ella también se hubiera dado esa oportunidad.

¿Qué hizo la diferencia en su caso? “En primer lugar las personas que llegaron a mi vida. Particularmente mi última psiquiatra, ella se interesó de verdad en mí. Yo era su amigo, ella me quería y se esforzaba en ayudarme. No sé hasta dónde rompa eso la profesionalidad de un médico, pero eso me salvó. No era como los otros que tuve antes que ella que solo me medicaban y adiós”, detalla Andrés C. estableciendo que los doctores deberían recordar que de ellos puede depender o no salvar una vida, afirmando con vehemencia que por medio de pastillas no es suficiente”.

Una ayuda efectiva

Este aspecto de la medicación y el tratamiento que se brinda a los pacientes es cuestionado, no solo por la persona que está considerando la conducta suicida sino también por su familia, o incluso otros especialistas. Por ejemplo, Palacios menciona que hay que ser racional con el uso de todos los instrumentos que estén disponibles. Ya evaluando en el caso puntual que la medicación contribuye, hay que tomarla, pero estableciendo como carácter primordial el siempre emplear un acompañamiento terapéutico psicológico.

“Lo segundo es ser escuchado”, continúa Camargo. “A veces uno solo quiere que lo oigan, eso hace que uno se sienta importante, que uno merece la atención de una persona y vale la pena. Eso me ayudó a pensar que yo merecía vivir. Y, por último, que con mi psiquiatra y las personas cercanas de mi vida, me ayudaron a encontrar algo que me apasionara y por lo cual debería vivir. Hoy vivo entonces por lo que me apasiona”.

Cuando ya no solo las personas allegadas o no lograran identificar los factores que hacen perceptible la consideración o inmersión en una conducta suicida, la siguiente preocupación es saber manejar la situación en el momento preciso. Para Palacios, todas las personas deberíamos tener esa formación, un modelo de intervención en crisis suicida. Un curso en intervención de primeros auxilios psicológicos, los cuales pueden ser brindados por cualquier persona:

  • Aprender a evaluar el riesgo de mortalidad.
  • Cómo hacer rapport, conocido en psicología como el acto de ser próximo a la persona, cómo manejar la propia angustia de lo que se está escuchando.
  • Dar declaraciones calmantes como: “tranquilo”, “yo estoy contigo”, “no te voy a dejar solo”.
  • Ser directivo, tener la fortaleza de tomar decisiones como acudir a otras autoridades o especialistas sin temor de la reacción de la persona.
  • Escuchar su historia, validarla y tratar una cosa a la vez. No dejar que la persona atropelle con muchas ideas.
  • Manejar y dejar expresar las emociones.
  • Buscar alternativas intentando recuperar la esperanza, estar pendiente y seguir al tanto.

Camargo recuerda todos esos episodios, y ahora, varios años más tarde, siente que se reconcilió con sus ganas de vivir. Que ya no es el mismo, y que a pesar de las tristezas el suicidio no es una opción. Así, con ayuda, con un tratamiento que fue fundamental, ya no registra en los informes del Instituto Nacional de Salud.

*El nombre del entrevistado ha sido modificado por respeto y seguridad a su identidad.