Gina Collazos no necesita de palabras para explicar lo que para ella significa bailar. Lo demuestra en la intensidad de sus expresiones, en la forma en que sus manos narran y la manera íntima en la que sus pies dialogan con el suelo.
A los siete años encontró la danza –o más bien, la danza la encontró a ella– cuando su hermana la animó a ir a su primera clase de ballet en La Paz, Bolivia, y aunque hubo momentos en los que se alejaron, siempre supieron –y quisieron– reencontrarse.
Desde lo clásico hasta el jazz, desde las academias en Buenos Aires hasta trabajar con artistas como Greeicy –a quien hoy en día considera una gran amiga–, Carlos Vives o Fanny Lu, su vida es la de una mujer, una maestra y una artista que, desde el día en que tomó la decisión de dedicarse a esta profesión, entendió que bailar no es solo ejecutar rutinas o coreografías, sino contar verdades y plasmar realidades.
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Cuando entra al salón del ensayo, Gina saluda con una sonrisa amplia y un café en la mano. Su vestimenta es sencilla: pantalón negro, camiseta blanca y un chaleco oscuro, ligero, que se mueve con ella. Su cabello castaño cae suelto, aunque al recogérselo, deja ver el rapado en su nuca, un detalle casi inesperado y que la hace inconfundible. Observa el espacio con una mirada de ilusión y comienza a crear. Su forma de montar coreografías es espontánea e intuitiva. A veces se detiene, se ríe cuando olvida algún paso, lo repite y lo transforma.
No busca la perfección, sino lo más real de cada gesto. “Si se equivocan, sigan, no pasa nada”, dice con naturalidad y transmite confianza a quienes está dirigiendo. Su risa es infaltable y su calidez un hilo conductor que une al grupo.
Desde pequeña, vivió en constante tránsito por el trabajo de su papá, cambiando de país, de idioma y de rutina. A los siete años salió de Colombia por primera vez y se mudó a Bolivia. Luego vinieron otras mudanzas, y con ellas, la certeza de que la estabilidad es más una sensación interna que un lugar fijo en el mapa. "Viajar me ha dado mucho mundo", afirma. Aprendió a no apegarse demasiado a los lugares, a adaptarse rápido y a absorber lo que cada cultura tenía para ofrecerle. “Estar en movimiento te ayuda a percibir la danza desde la tierra, desde donde estás parada”, añade. Y su forma de bailar es una fusión de todo ese aprendizaje.
Sin embargo, en medio de tanto ir y venir, hubo un momento en el que todo se detuvo.
Durante cuatro años, Gina dejó de bailar tras una caída en medio de una función. Fue una pausa inesperada y una decisión que en su momento la llenó de dudas. Por un tiempo se sintió culpable, como si traicionara algo dentro de ella, pero en esa pausa también hubo enseñanzas. Se permitió vivir sin la presión del entrenamiento y entendió que, incluso cuando no estaba bailando, su cuerpo seguía transformándose. “Hoy sé que todo era parte del proceso”, recalca ella.
Cuando baila, no se guarda nada. Su danza es expresiva, visceral, apasionada y conmovedora. Mueve las manos, el torso y los pies con intención y firmeza mientras al fondo suena “Stand by me” de Ben E. King. Cada uno de sus gestos representa un sentimiento. Y baila grande, con una presencia que llena el escenario.
“Gina tiene un ímpetu en su manera de interpretar que siempre está relacionado con aquello que la mueve”, expresa Lobadys Pérez, su amigo y colega desde hace 13 años. Y lo que la mueve no es solo la técnica, sino lo que busca contar a través de su cuerpo que, además, ha sido su vehículo de protesta y denuncia, motivado por las causas sociales que la movilizan, pues cree firmemente que “en un país como Colombia, el arte tiene que ser un motor de cambio”.
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Gina es bailarina, pero también es coreógrafa. Son dos facetas que conviven dentro de ella, y aunque por momentos parezcan mundos distintos, con el tiempo han aprendido a dialogar. Como intérprete, se deja guiar por la emoción, la melodía y el mensaje que plasma en cada pieza, no se conforma solo con ejecutar. Cuando dirige, en cambio, estructura, planea y piensa en cada detalle de la puesta en escena. “A veces puede parecer un poco dura. Es una mujer exigente, con mucho carácter y rigor”, afirma Lobadys. Pero su exigencia no es gratuita; es un compromiso con el arte en el que cree.
Esta dualidad se hizo más evidente cuando, en 2013, mientras vivía en Nueva York, tras años de viajes y escenarios internacionales, tomó la decisión de regresar a Colombia. Fue contratada como coreógrafa en “Chica Vampiro”, y fue este el inicio de una nueva etapa, una en la que su mirada sobre la danza y su manera de enseñarla también se transformó.
“Bailar es un lenguaje propio, uno que trasciende el escenario”. Créditos: Héctor Collazos
Hoy, Gina se mueve entre los ensayos, la creación y la docencia. Si está entrenando como bailarina, puede pasar hasta cinco horas en movimiento. Si está coreografiando, sus jornadas son aún más largas y demandantes tanto física como mentalmente. Dedica al menos una hora y media diaria a su acondicionamiento físico y, entre todo ese ritmo acelerado, intenta recordar que también hay vida fuera de él.
Es una persona muy familiar. Sus padres, sus hermanos, su pareja y sus amigos son su red de apoyo. Sin ellos, admite, muchas cosas habrían podido abrumarla. Además, en la intimidad de su hogar, parece otra. “Con mis papás pareciera que saliera otra versión de Gina, una consentida y dulce” dice su hermano mayor, Héctor, entre risas.
A veces, en medio del corre corre, se detiene a mirar a su alrededor, a respirar profundo y sentirse presente. Cuando no está bailando, se refugia en otros pequeños rituales que le devuelven la calma: ir al páramo, sentarse a leer un libro, escuchar a Natalia Lafourcade, dejarse llevar en la sala de su casa al compás de alguna canción de Michael Jackson, ser ella su propia música y, por supuesto, compartir y pasear con su perro, Pepe.
Para ella, la danza es más que una disciplina o algo decorativo: es un lenguaje, un estado del ser y del alma. Es la manera en la que habita, explora y descubre el mundo. En palabras de Gina, “todos somos sujetos danzantes, porque el cuerpo es el camino de comunicación con la vida presente”.