En un periódico de circulación nacional se publicó una nota sobre una nueva propuesta de teatro que llegaba a la ciudad de Bogotá. Debajo había una imagen de un actor con la cara pintada y sonriendo enormemente haciendo la invitación al nuevo Microteatro que se abría en el barrio La Candelaria.
En cercanías a la Universidad Libre con sede en el centro y el Archivo General se encuentra este nicho de cultura y entretenimiento. Justo en la entrada y bajo un globo de luz con el símbolo de la compañía, hay una frase que da la bienvenida: “El arte es necesario porque la vida no alcanza (…)". Adentrándose en el lugar hay un pasillo con diferentes láminas informativas sobre lo que es Microteatro, me doy cuenta que se sitúa en más de cinco países y su país de origen es España.
Justo al final del pasillo, en la entrada al mágico mundo de las micro obras, hay una vista amigable, una casa típica bogotana, con un amplio patio en el medio, puertas de madera por todos lados, columnas del mismo material, pisos con mosaicos en colores tierra, un balcón que rodea la casa en el piso superior dejando ver lo que sucede en la planta baja, objetos de colección como un pequeño piano, un par de sillas venecianas color verde oliva y frases pintadas con pinceladas negras en las paredes blancas, alusivas al arte y el teatro.
En el fondo del lugar hay una barra de comidas que rompe con el esquema colonial, aunque conserva el concepto de rústico por la madera con la que está fabricada y algunos vinos que se encuentran en la estantería. De tal lugar sale una mujer vestida con algunos harapos, invitándome al centro del patio, justo en donde había una olla de barro negra con una piña dentro y algunas esencias que hacían brotara un olor aromático por todo el lugar.
Me resultó algo extraña la invitación y no comprendía qué sucedía, yo la acompañé y ella me habla de su casa y sus platos exquisitos, fue ahí cuando fijé mi mirada en la barra y noté el logo del afamado restaurante de La Bruja en una nevera. Todo tenía sentido, me encontraba inmersa en un mundo teatral, todo incurría en el arte y obviamente en la escenificación de momentos y en este caso personas.
Le ayudo a revolver el menjunge a la mujer y de repente sale de una de las puertas José Rafael Díaz, un hombre de estatura baja, cabello canoso y curiosamente una persona que aparenta estar feliz siempre, porque tiene una sonrisa dibujada permanentemente en su rostro. Él se acerca, me saluda, se presenta como el coordinador general de Microteatro, yo me presento no sólo como espectadora sino también como periodista. Veo la reacción de ambas personas y de inmediato me invitan al segundo piso a ver una obra.
Las escaleras que dirigen al segundo piso quedan en una esquina, completamente ocultas, pero intencionalmente puestas allí. Pues para encontrarlas se debe pasar por una galería que cuenta con variedad de obras de artistas nacionales que exponen allí sus creaciones en busca de algún espectador que se enamore de ellas y posteriormente las compre.
El toque teatral está muy marcado en la decoración de los espacios. Subiendo las escaleras hay pequeños telones color rojo, la luz es tenue y el bordillo de la escalera es tipo colonial, sin olvidar el estilo original de la casa.
En la segunda planta encuentro a Oscar Moreno, el productor general de Microteatro y director de Sexometer, una obra que me invita a ver luego de la función a la que entraría en ese momento. Cuando estoy hablando con él noto que en el fondo hay un cuadro enorme de Frida Kalho, una artista por la cual tengo gran admiración, mientras tomo una foto sale de un cuarto pequeño una mujer de estatura baja, con vestido largo color vino tinto y un peinado que me llama la atención porque me recordaba al de Vilma Picapiedra.
Me dirijo a ver la primera obra: Vivir para siempre. El espacio, tal como lo había leído en el periódico, es de 15 metros cuadrados, la escena consta de dos mesas que tienen flores, una botella con whiskey, un sillón color marrón, una lámpara y un cajón pequeño que cuelga de la pared.
Empieza a sonar un bolero, entra un hombre con smoking que se dirige al sillón, toma un trago, suelta una carcajada tenebrosa, saca unas fotos del cajón. Comienza a hablar como si estuviera alterado, me resulta un poco psicópata. Luego llega una mujer, aquella que vi en el pasillo, se quita los zapatos: “hola mi amor”, y él no para reírse, sólo que ahora en tono bajo. Ella mientras toca sus pies cuenta cómo le fue en el club y en un momento inesperado él no puede más y comienza a reclamarle por su infidelidad. Ella muy convencida dice: “has tomado mucho whiskey, querido, estás empezando a delirar”.
Mientras tanto yo veo cada movimiento como si fuera una cámara de video grabando en cámara lenta, todo ocurre muy rápido, pero ante mis ojos examinó cada detalle de los actores detenidamente. Noto la forma en que le tiemblan las manos al hombre por el desespero ante del reclamo a la mujer, cómo le coge las manos con mucha fuerza e incluso alcanzo a imaginar que la lastima. Observo la forma de llorar de la mujer, detallo cómo cada lagrima va bajando por sus mejillas lentamente mientras tartamudea intentando dar una explicación. El juego con la música se torna algo molesto, aunque suene un bolero.
Suena un grito, ella bota al piso asustada un regalo que le acababa de dar su marido. El dedo de su amante con un anillo de compromiso. Este artefacto extraño cae a mis pies, lo veo extrañada y me desconecto de la obra. Aunque soy consciente que el dedo es de mentiras ese objeto que lo simula es muy real y tiene sangre, mucha sangre, no parece salsa de tomate ni mucho menos, pienso que el escultor es muy buen artista y sonrió ante ello.
Vuelvo a los actores y en giro repentino vuelve a empezar la obra. El hombre está sentado en la silla con trago en su mano, llega la mujer, se sienta y quita sus zapatos mientras le cuenta a su esposo cómo le fue en el club. Se apagan las luces y como soy la única espectadora, aplaudo.
Los actores se dirigen hacia mí, me cuentan sobre la franquicia de Microteatro, la planificación de las obras y me preguntan: “¿Qué tal te pareció la obra?”, seis palabras que rondaron por mi cabeza, no supe responder de inmediato, percibía que esperaban una buena respuesta. Me sentía mal con ellos por no entender el final de la obra, dio un giro inesperado y me desconcentré viendo un dedo ficticio en el suelo. José Rafael llama a la puerta, por suerte para mí, así que me dirijo a mi siguiente destino.
Sexometer, una obra picante es un monólogo de una persona a quien se le pide probar sobre una aplicación que mide la satisfacción sexual y los niveles de la misma. La mujer que la interpreta es Flor Sanabria, quien hace una mezcla de stand up comedy con las embarazosas situaciones que le hace pasar la app. Cuando entro a la habitación hay más espectadores y la actriz nos pregunta cosas mientras hace chistes. Tal vez por mi anterior experiencia intento estar atenta y, en caso de ser cuestionada, responder rápido.
Termina la obra y se repite el repertorio: “somos Microteatro, una nueva propuesta de teatro con obras de 15 minutos (...)”.
Salgo de allí y me presentan a Sergio Gallero, la persona tras la idea de que esta franquicia llegara a Colombia. Es un hombre al que se le notan sus años, su acento argentino lo distingue de los demás. Muy amable me invita a su oficina y me aclara: “no somos teatro ni competimos contra él, somos Microteatro, un concepto diferente”, enfatiza abriendo sus ojos.
Hablamos del tiempo que llevan desde la apertura, los actores, las adaptaciones de las obras, la importancia de la mano de obra colombiana, el valor del público infantil y por último cuestiono algunos temas considerados tabú en la sociedad, que obras de ellos tienen, su respuesta me sorprende: “evidentemente nosotros hacemos crítica social. Podemos hablar de lo que queramos, al fin al cabo son situaciones que todos vivimos, el sexo, el placer, las traiciones, el dinero. Acá somos apolíticos, de resto todo podrá ser tema para interpretar”, sentado en su silla me comenta tranquilamente.
Entro a la última obra de mi día. Asisto en compañía de los espectadores de la anterior presentación, al cerrar la directora de Bocado cardenal se dirige hacia nosotros. Mariana Vale es una mujer muy joven, amable, de cabello rubio y personalidad extrovertida, ella invita a tomarnos una foto. Trae un marco de madera con el logo de Microteatro en los lados y dice: “Sonrían”.
Finalizo mi visita cerca de las ocho de la noche. Miro el reloj y me doy cuenta de que el tiempo pasó volando. A la salida fijo mi mirada en una columna de revistas que se apilan una encima de la otra en una esquina, y noto que en su portada está Microteatro, en ese instante me remonto al primer momento que conocí la propuesta en un periódico de circulación nacional.