¿Deliberantes o delirantes? Los militares en la política

Viernes, 03 Noviembre 2023 16:14
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Eduardo Zapateiro, el antiguo comandante del Ejército Nacional, ha inferido en política incluso antes de su dimisión de dicho cargo ¿Deben los militares involucrarse en la política?

 

 

 

 

 

 

Collage de diferentes sectores de las fuerzas armadas en su desfile el 20 de julio de 2023||| Collage de diferentes sectores de las fuerzas armadas en su desfile el 20 de julio de 2023||| @piktix|||
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Los militares no deben opinar sobre política. No debería haber debate sobre esto, pues incluso está prohibido por nuestra constitución ¡es ley! Pero resulta sorprendente ver para cuánta gente esto es, primero desconocido, y segundo, algo que merece la pena debatir. ¿De dónde viene esta percepción? Creo que para aclararlo es necesario hablar de Eduardo Zapateiro, militar retirado, quién no ha dudado en opinar y meterse en la política nacional:

“Está es lavándose las manos tal como lo hizo ‘Poncio Pilato’ para no responder históricamente ante el pueblo colombiano, que hoy está viendo la situación más clara y jamás se dejarán engañar. Esto hace parte de esta ‘paz total’, que hoy ha desencadenado un ‘desorden total’ de todo tipo”. Afirmó Zapateiro en conversaciones con la Revista Semana en septiembre de 2023.

La anterior fue una respuesta a declaraciones de la vicepresidente Francia Márquez, quien pidió resultados más efectivos a las Fuerzas Militares por el aumento de atentados y la situación de orden público en el Cauca. A esto Zapateiro arremetió llamando a los comandantes a que “Hagan respetar a sus soldados, la patria los necesita más que nunca”. ¿Qué implica que el excomandante del Ejército Nacional les pida a comandantes activos que se involucren en política y que desafíen la cadena de mando? Es un desafío a la democracia total.

El caso del general retirado Zapateiro no es nuevo. En abril de 2022, mientras aún ocupaba el cargo, señaló en la cuenta oficial de Twitter del Comandante del Ejército, al entonces candidato Gustavo Petro, que “A ningún general he visto en televisión recibiendo dinero mal habido. Los colombianos lo han visto a usted recibir dinero en bolsa de basura”. Esto alzó las alarmas pues era una intervención de un alto mando militar en política. Muchos sectores salieron a defenderlo, entre los que estaba el partido de gobierno Centro Democrático, en cabeza de Iván Duque, así como varios partidarios de la derecha colombiana como María Fernanda Cabal y Federico Gutiérrez.

A puertas de las elecciones, el acto de Zapateiro no parecía inocente, ni mucho menos ignorante, era una muestra de un apoyo político a esa clase dominante, o al menos de rechazo a las declaraciones de otra. No en vano, cuando las elecciones no las ganó el candidato de derecha del momento sino una izquierda fortalecida por el paro nacional de 2019 y de 2021, este general tuvo que dimitir. Desde entonces, este personaje ha estado de aquí para allá opinando sobre política, no como general sino como civil.

Lo que hizo y sigue haciendo no solo es un acto irreverente, sino una muestra total de los sesgos políticos que carga. Y no me lo tomen a mal, la irreverencia muchas veces es necesaria, puede llevar a cambios necesarios, desafiar órdenes y dictámenes que están mal, pero es que Zapateiro no estaba desafiando nada, solo estaba defendiendo su ideología; ideología que ya estaba en el poder y que al pertenecer a un militar es peligrosa para la estabilidad democrática.

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La Constitución impide a la Fuerza Pública deliberar o intervenir en política. En el artículo 219 menciona “La Fuerza Pública no es deliberante”. Los militares sirven al Estado, no al gobierno ni a ningún partido. Esta diferencia muchas veces no se entiende o se ignora deliberadamente (no creo que actores políticos con una larga tradición como María Fernanda Cabal no la conozcan). Gobierno y Estado no son lo mismo. Las fuerzas armadas están al servicio del Estado, no de ningún sector político, no de ningún partido, ni de ningún candidato. Ellas sirven a la cabeza de gobierno, la cabeza de gobierno elegida por la gente, por la democracia.

 Las partes del Estado que permanecen después del cambio de gobierno, como lo es la fuerza pública, no pueden tener lealtades individuales hacia gobiernos particulares, pues están al servicio del Estado, de este gobierno y los que siguen. Las lealtades hacia un sector político particular son peligrosas.

El Estado es la estructura bajo la cual funcionan todos los gobiernos. Es la forma en que se organiza y el balance de poderes que se confiere a cada parte de este. El gobierno, en cambio, es el gabinete que ocupa esa estructura y que se elige cada cuatrienio. Es así que las partes del Estado que permanecen después del cambio de gobierno, como lo es la fuerza pública, no pueden tener lealtades individuales hacia gobiernos particulares, pues están al servicio del Estado, de este gobierno y los que siguen.

Las lealtades hacia un sector político particular son peligrosas. Hugo Chávez es ejemplo de ello. Su fallido primer golpe de Estado no le bastó y su carrera hacia la presidencia se hizo efectiva en 1999. Si bien este mandatario logró unos primeros periodos de una revolución que, al menos fue efectiva cuando el precio del barril de petróleo estuvo alto, ese periodo de oro negro no fue eterno. Las represiones violentas contra la población no faltaron cuando la crisis regurgitó de esa olla en la que se cocinaba. El apoyo del ejército al régimen de Chávez y después de Maduro fue esencial para que estos mantuvieran el poder bajo un contexto de crisis, elecciones fraudulentas y un marco legal paupérrimo.

Los militares de lado de un mando político traen represión, violencia, y lo peor de todo, sostienen en el poder a un sector que hace mucho tiempo perdió su base social. Por eso estos no deben olvidar su deber con el Estado y estar del lado de la democracia siempre. El ascenso de Hugo Chávez y la permanencia de su régimen es en parte la muestra de un ejército deliberante, que apoya a un sector político. Esto terminó perpetuando acciones antidemocráticas, como represión violenta sostenida ante protestas (que son un derecho fundamental) o la cancelación de votaciones.

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Parece ser que en este país la historia se repite una y otra vez. Hoy Zapateiro, ya retirado, publicó un libro y sigue participando en política desafiando a la vicepresidente abiertamente. Incluso, Jorge Luis Vargas, el antiguo director de la Policía Nacional, entró a participar en política, como candidato a la Alcaldía de Bogotá: “General Vargas alcalde”, si bien policía y ejército no son lo mismo siguen siendo fuerza pública. Ese lema confundía y atropellaba de frente a la carta magna.

No, un general no es alcalde, un ex general puede serlo, pero sin usar su influencia ni alterar la imparcialidad. Vaya que un lema así no parece ser imparcial y vaya que la imparcialidad de las fuerzas armadas se nos queda escrita. Queda en tinta, así como le gusta al naciente escritor Ajua, que la única arma sean sus palabras.