Marulanda, cultura entre lana en Caldas

Jueves, 27 Mayo 2021 16:50
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Marulanda, un pequeño municipio de Caldas a casi 3000 metros de altura, es la viva muestra de la fuerza y la determinación de los campesinos colombianos. Después de muchos años azotado por la violencia que dejó el conflicto armado del país, el pueblo de las ovejas surge entre las montañas y el arte de aquellos que producen las famosas ruanas y cobijas de Marulanda. El lugar resalta sobre una historia triste como la de muchos otros territorios olvidados por el Estado en el país, pero con todo el potencial para convertirse en un destino turístico.

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El proceso de producción de las ruanas desde que se esquilan las ovejas, se lava la lana, se seca, se hila, se teje, se percha, hasta que se perfeccionan y se empacan resulta realmente complejo y mágico para aquellos que tienen el placer de presenciarlo. En estas prendas se ve reflejada toda una cultura que las hace inigualables.

El turismo como un sueño que muere

En Colombia hay miles de paraísos escondidos. Pequeños municipios y corregimientos con maravillas inimaginables. Sin embargo, muchos de ellos se quedan en el olvido. Normalmente estos territorios a pesar de ser ricos en fauna, en flora, de tener paisajes hermosos y características únicas, están sumidos en la pobreza y en el olvido estatal. El turismo se ha convertido en una salida, una opción para incentivar la inversión y generar fuentes de empleo, pero la pandemia y el paro han hecho muy difícil un camino que ya era complicado.

El pasado 18 de mayo el departamento de Estado de Estados Unidos extendió la alerta, sobre la recomendación de no viajar a Colombia, a nivel 4 debido a las manifestaciones y el alto riesgo de contagio por la pandemia. Gracias a esto, la preocupación por incentivar el turismo local es aún mayor. En Marulanda el turismo no representa una parte significativa de la economía, que está en crisis, su base es más bien la agricultura y la ganadería para producción de leche. El desempleo ha generado que gran parte de los jóvenes migren a otros municipios por la falta de oportunidades, el olvido del campo es una enfermedad que desde hace tiempo inundó las zonas rurales del país, las malas condiciones laborales y los intermediarios han causado en las nuevas generaciones un rechazo por trabajar el campo.

Carlos Alberto Flórez Montoya creció en Marulanda y actualmente tiene una empresa de turismo “aventuratemarulanda”. Su objetivo es dar a conocer el municipio por medio de tres rutas. Todo bajo un turismo ecológico, enfocado en lo rural y en los aspectos más importantes del pueblo como su arquitectura. Según Carlos, el turismo se mueve muy poco, son pocas las personas que han visitado el pueblo por medio de su agencia, sumado a todo el tema de la pandemia. Sin embargo, la zona se ha dado a conocer lentamente. Más allá de la situación actual a nivel general, él identifica como obstáculo para el turismo el tema de las vías. La vía que conduce a Manizales, la capital del departamento, es larga y solo tiene pavimentado un tramo y la vía que conduce a Manzanares es totalmente destapada, sin contar con el peligro que hay por los deslizamientos constantes.

Por último, agrega que hace falta que el Estado se preocupe más por los municipios alejados y las zonas rurales. Para él su municipio tiene mucho potencial, pero muchas personas no lo conocen a pesar de ser un territorio lleno de vida, de paisajes, de fauna y flora, rico en fuente hídricas y con todo el tema cultural de la lana y los ovejos que llama tanto la atención.

Un lugar de conexión

Ir a Marulanda es toda una experiencia, a pesar del mal estado de las vías, sentir el aire frio y ver las grandes montañas acompañadas de las hermosas palmas de cera hace que valga la pena el viaje. Llegando se pueden ver algunas fincas con vacas y otra muy cerca al pueblo que tiene una gran cantidad de ovejos. Allí se esquilan para después transportar la lana a la cooperativa ovina. Normalmente las personas en la finca reciben con mucha amabilidad a los visitantes y los dejan participar en el proceso de esquilado.

El municipio es bastante pequeño, rodeado por montañas hermosas que forman atardeceres y amaneceres de ensueño. Su gente es muy amable, es muy familiar, de sombrero aguadeño, poncho y ruana. En el pueblo hay varias personas que viven en niveles muy altos de pobreza, algunas solas y también enfermas.

Marulanda es el destino perfecto para aquellos que quieren desconectarse de la ciudad, del ruido, del trabajo y conectarse con la naturaleza, tomarse un buen café en la mañana y disfrutar de los paisajes. Es un municipio bastante alejado y muy pequeño, donde a duras penas llega la señal. Tal vez es por el frio, pero en las noches las calles están solas, a excepción de las cantinas. Su arquitectura, caracterizada por el bahareque y lo simple. Recorrer el pueblo alrededor del parque es como ver un pesebre, las casas son similares, pero cada una con colores y flores que las hacen distintas.

Las personas mayores cuentan como hace muchos años Marulanda era un pueblo donde se movía mucho el comercio, se producía mucha papa, había oportunidades y muchas familias que vivían allí, pero la violencia acabó con lo que era antes la zona. Muchas familias huyeron a distintas ciudades, incluso hoy en día es evidente, cuando se recorre el pueblo, que hay muchas casas solas, deshabitadas.

La cultura de la lana

Es en la Cooperativa Ovina donde están los talleres en lo que se da todo el proceso para la producción de ruanas y cobijas. Es solo después de presenciarlo que se entiende por qué una ruana puede llegar a costar 200 o 400 mil pesos, dependiendo de diferentes factores como el tamaño, la calidad e incluso el color ya que por ejemplo las ovejas negras son más extrañas. El proceso es muy largo y difícil por eso resulta increíble enterarse que antes se hacia completamente a mano. Hoy en día gracias a la maquinaria la producción es más grande, esto permite una mayor rentabilidad para los artesanos. Sin embargo, todavía son muchos los pasos que se hacen con las manos y el cuidado de estas personas. 

A las bodegas de la cooperativa llega la lana, recién esquilada, en su estado natural, con los residuos de grasa y tierra que la acompañan mientras crece en el animal. El material en ese estado se asimila más bien a una maraña, es compacto, sucio y enredado, apilado en montañas. El primer paso es llevarla a los tanques donde se pone a remojar de un día para otro. Luego, se saca de allí y personas como Doña Miryam la lavan “a punta de mazo”. Esta técnica consiste en darle golpes fuertes a las ramas de lana con un mazo de madera para sacar la mugre impregnada. Después, se pone a escurrir y se vuelve a remojar en agua muy caliente con jabón FAB unos 15 o 10 minutos. Posteriormente, se sube a la terraza donde se cuelga para que se seque completamente.

Cuando la lana se seca, inicia el proceso de hilada. Primero pasa por una máquina que la “descarmela” esto significa que hace la lana más ligera, casi como algodón, ya que incluso después de lavarla y secarla el material sigue siendo demasiado compacto para hilarlo. A esa lana se le echa un liquido al que llama hilarol, que evita que la lana se eleve durante el proceso. Con la lana en ese punto se pasa a la maquina “catamecera” que crea un cadejo grueso y poco compacto de lana el cual, más tarde, se convertirá en hilo. Ese hilo se vuelve a lavar y a secar para después pasar a los telares donde un artesano crea con sus manos la tela. Esa tela se percha a mano y se carda para, al final rematarla con máquina, ponerle la marquilla y empacarla para llevarla al almacén.