El ‘Nemesio’, como le dicen algunos al Campín, está ubicado en la carrera 30 con calle 57; en el occidente de la ciudad de Bogotá. Como muestra de su extensión, en el terreno puede caber aproximadamente tres veces la Plaza de Bolívar. El espacio perteneció al abogado, empresario y político liberal Nemesio Camacho hasta mediados de los años 30. Su hijo, Luis, donó el terreno para que allí se construyera un estadio de fútbol con dos condiciones, una era que el recinto llevara el nombre de su padre, y la otra, que solo se usara para eventos deportivos.
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En 1938 -en el marco de los Juegos Bolivarianos- fue entregado aún sin terminar el Nemesio Camacho el Campin de Bogotá. El sueño de don Luis se cumplió hasta 1988, año en el cual ‘el Campin’ empezó a recibir artistas como Guns N’ Roses, Bon Jovi, Soda Stereo, Paul McCartney, Justin Bieber, Coldplay, entre muchos otros. Igual, en ‘el coloso de la 57’ -como también se le conoce al Campín- lo prominente ha sido el fútbol. Es difícil saber cuántas veces se ha estrellado la esférica en las redes de los arcos sur y norte del estadio. Lo que sí se puede decir, es que el primero que ‘la mandó a guardar’ fue Tomás Emilio Mier en un partido de la Selección Colombia ante Ecuador el 10 de agosto de 1938.
Hijos de la cancha en sus primeros juegos
En 1941, exestudiantes del Gimnasio Moderno se reunieron en el Café Pasaje del centro de Bogotá para darle vida a Independiente Santa Fe, que en un inicio jugó de azul, pero como ese color se desteñía a la hora de lavar las prendas, empezaron a usar la casaca roja; siempre con mangas blancas.
Cinco años después, en 1946, el comerciante y enamorado del fútbol Alfonso Senior ocupó el primer puesto presidencial en el Club Deportivo los Millonarios, equipo que venía de llamarse Deportivo Municipal y cuyo emblema era en un inicio el águila del escudo de Bogotá. Al pasar los años, el logo distintivo de Millonarios fue variando junto a sus colores hasta llegar a los dos aros (en referencia a los deportes Olímpicos), la franja cruzada y la M azul.
1948 tuvo dos hechos que lo marcaron definitivamente. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán -causante del ‘Bogotazo’- y el inicio del primero torneo de fútbol profesional en Colombia. Ya para ese entonces ‘el Campin’ funcionaba. Su grama empezó a ser pisada cada ocho días -de manera intercalada- entre Independiente Santa Fe y el Club Deportivo los Millonarios, equipos que disputaron el primer campeonato junto a Universidad Nacional de Bogotá (que jugaba en el estadio universitario Alfonso López, también en Bogotá), Junior, Once Deportivo (después Once Caldas), Atlético Municipal de Medellín (luego Atlético Nacional), Independiente Medellín, América y Deportivo Cali.
Cada equipo disputó 18 juegos y el que más puntos acumuló fue el campeón. Con 27 unidades Independiente Santa Fe lideró la tabla de posiciones y trajo al Campín el primer trofeo del Campeonato colombiano de fútbol.
Un año después del primer título santafereño, el otro hijo del ‘Nemesio’, Millonarios, contrató jugadores de talla internacional entre los que destacan Alfredo di Stefano y Adolfo Pedernera. Estos, junto a otros tres, llegaron a jugar en el ‘coloso de la 57’ luego de la crisis del futbol argentino que obligó a salir de tal país a varios futbolistas. Recordemos que tal crisis inició por la huelga de jugadores causada porque no había un salario mínimo para ellos y porque al final de cada temporada no podían decidir en dónde jugar el siguiente año. Solo tuvo que finalizar la temporada futbolera del 49 para que Millonarios levantara su primer título en el Campin luego de vencer 3-2 al Deportivo Cali.
Con el pasar de los años no solo cambió la apariencia física del estadio, también la manera de ir, el público y las interacciones entre el mismo. Es posible definir escuetamente dos momentos y públicos con ciertas características particulares y grandes contrastes de por medio.
El público elegante, familiar y ‘sancochero’
La primera generación nació con el estadio, los equipos bogotanos y el primer torneo de fútbol profesional en 1948. Desde ese entonces las tribunas del Campín ya recibían familias enteras que iban a ver deporte en sus ratos libres. Don Rodolfo Prieto, santafereño que hoy en día tiene 79 años, va al Campín desde aquel entonces. Comenta que en esos años solían verse muchos trajes elegantes en las tribunas. Iba al estadio con su padre, quien le decía que debían irse muy bien vestidos porque se trataba de un evento especial. En esos años, la gente solía mantenerse sentada en su puesto viendo tranquilamente el partido o merendando en familia.
Néstor Eduardo Alonso, de 63 años y residente del barrio Galerías (en donde queda ‘el Campín’) cuenta que en los sesentas, para los hinchas el partido empezaba dos o tres días antes. Tenían que acercarse al estadio para hacer largas filas con el fin de conseguir entradas. Ya el día del partido, los fanáticos iban “de paseo” al estadio con una olla, yuca, papas, carne, aguacate y demás alimentos para un buen sancocho. Entre familias se iban complementando los sancochos. Al que no tenía pollo, se le daba, al que no tenía carne, igual y así hasta que todos tuvieran un poquito de todo. Incluso los que iban sin tener pensado comer, lo hacían.
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Durante esos años estaba permitido el consumo de alcohol dentro del ‘Nemesio’. Algunos comerciantes ambulantes vendían ‘refajo’ (cerveza mezclada con gaseosa), aunque muchos hinchas preferían llevar consigo cerveza, aguardiente, manzanilla, vino o chicha en su ‘bota’ -recipiente de cuero que por su forma lleva tal nombre-. En los momentos en los que se caldeaban los ánimos (cosa que solo pasaba cuando había exceso de tragos) el incidente más grave era un herido por un ‘yucazo’ en la cabeza.
Aproximadamente desde la mitad de los sesentas, los clubes empezaron a vender camisetas que al menos tenían estampado el escudo del equipo y los colores representativos. Lo anterior puede explicar que a partir de tales años el estadio se empezó a teñir de azul cuando jugaban los embajadores y de rojo cuando lo hacían los cardenales. En los clásicos se solían mezclar ambos colores en las gradas sin inconvenientes mayores. A partir de 1970, oriental empezó a ser la casa de la Barra 25. En el entorno santafereño se dice que este es el primer grupo de hinchas organizados del club y también uno de los más representativos porque a cada partido llevaban -y siguen llevando- un claxon potenciado con un tanque de oxígeno que dirige la voz de la hinchada. Después de tres pitazos seguidos -ta ta ta- la gente cantaba “Santa Fe, Santa Fe, Santa Fe”.
Benjamín Aranguren, hincha albirrojo que va al Campín desde joven –hoy tiene 64 años-recuerda que a inicios de los 80´s solía llegar a la cancha con su padre, hermanos, primos y una o dos boletas con las que todos entraban. Los que ya estaban dentro, cautelosamente pasaban la boleta a los de afuera por entre las rejas y así sucesivamente hasta que todos ingresaban. Los fanáticos podían entrar y salir del estadio durante el partido sin ningún problema mientras conservaran su boleta, esto dificultaba el estricto control policial y facilitaba que varios se colaran. Benjamín también cuenta que en los portones del estadio había una vara para medir la estatura; los que no pasaban el metro con cuarenta centímetros entraban gratis
El auge del ´carnaval’, las caras pintadas y las barras organizadas
A finales de los ochentas e inicios de los noventas se empezaron a ver en la tribuna de oriental ‘parches’ de amigos unidos por la devoción hacia un equipo de fútbol. Estos alentaban y veían el espectáculo de una manera diferente a la que se venía dando en la tribuna. Grupos de entre quince y 60 personas solían llegar a oriental para dejar el alma.
Romperse la garganta y saltar hasta hacer temblar el concreto empezó a estar de moda, así como el apoyo incondicional con la ‘casaca’ puesta, la cara pintada, banderas, tambores y trompetas. Por la parte azul, uno de los primeros ‘parches’ en alentar de esta manera fue la ‘Barra del Búfalo’, fundada en 1992. Del lado albirrojo están ‘Los Saltarines’, que alentaron bajo ese nombre desde 1991. Puede decirse que estos grupos -con tal manera de ir al estadio- dieron vida a la segunda generación de hinchas que se terminó de forjar cuando algunos se pasaron de oriental a las laterales.
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A lateral sur llegaron desde 1997 ‘Los saltarines’. Su nombre lo dice todo; ellos veían el fútbol y el espacio de una manera diferente a la generación anterior. El estadio ya no era tanto un lugar para compartir un alimento o ir con la familia. Ahora, se iba al ‘Nemesio’ con el ‘parche’ de amigos y a dejar el alma en la gradería. Los saltarines se fueron de oriental porque empezaron a sentirse ajenos al lugar, pues allí no dejaban de asistir personas que sentían y expresaban físicamente la pasión por el futbol de otra manera -sentados, a veces comiendo, conversando en familia o concentrados viendo en el partido-.
Al llegar a sur, con una constancia en la corporalidad (saltos y movimientos de brazos continuos), las banderas y los instrumentos, ‘Los Saltarines’ le dieron una identidad al lugar. En este caso fue un tanto bidireccional el asunto, pues lateral sur también se prestó para consolidar la identidad de tal grupo de santafereños, tanto así que ya no se llamaron ‘Saltarines’ sino ‘La Guardia Albi-Roja Sur’ en honor a los colores de Santa Fe y a la gradería que ocupan desde aquel entonces hasta el día de hoy.
Del otro lado, desde 1992 los Comandos Azules de Millonarios se instalaron en lateral norte y aunque en su nombre no incluyan la tribuna que ocupan, hacen notar su apego al lugar de otras maneras; más adelante serán mencionadas. Paralelamente se fue consolidando la ‘Blue Rain’, otro grupo de fanáticos azules que alentaban desde oriental. En 1996 pasaron a compartir norte con ‘Los Comandos’ y después de varias disputas entre ambos grupos, la ‘Blue’ volvió a oriental en 2005. Hoy en día el Distrito permite que la Blue Rain ocupe lateral sur cuando Millonarios juega de local.
Con las ‘bandas’ -grupos de las mal llamadas “barras bravas”- en las tribunas laterales, entró el nuevo siglo y el apego al espacio fue creciendo cada vez más, tanto así que desde la remodelación del 2000 -para Copa América- lateral sur lució gradas rojas y en ellas un escudo de Santa Fe, mientras que la norte fue azul y tuvo un escudo de Millonarios pintado. Esto acabó cuando el Distrito decidió remodelar nuevamente el Campín, en esta ocasión para recibir el Mundial Sub 20 de fútbol. Desde ese momento ambas laterales contaron con pequeños asientos de un tono azul oscuro, además de varios ‘para avalanchas’ (barandas para evitar que durante los festejos de gol los fanáticos se acumulen en el barandal principal y causen un desastre al tumbarla).
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Hoy en día, la tribuna sur del Campín sigue acogiendo a los simpatizantes ‘albirrojos’, que normalmente llegan al estadio dos o tres horas antes de que el ‘león’ (Santa Fe) salte a la cancha. Durante ese tiempo la gente de la barra organiza los ‘trapos’ (banderas), siempre de la misma manera. En la baranda principal no deja de estar la bandera más importante de la barra, el ‘frente’ o nombre. Cuando el equipo disputa un partido clásico o decisivo, los integrantes de ‘La Guardia Albi-Roja Sur’ también aprovechan esas horas para preparar ‘la fiesta’ con la que recibirán al equipo, compuesta a veces por rollos de papel de caja registradora, sombrillas, diseños que ocupan toda la tribuna -conocidos como tifos-, muchas banderas con los mismos colores -y antes- con humo rojo y blanco de extintores, modo que hoy en día es más difícil de llevar a cabo por el control del Instituto de Recreación y Deporte (IDRD) sobre el Campín.
Por varios incidentes y sanciones a los ‘Comandos Azules’, en agosto del 2018 el Distrito decidió cerrarle el acceso a la tribuna norte a tal barra. Con aprobación de las directivas de Santa Fe y Millonarios, el Instituto Distrital de Participación y Acción Comunal (IDPAC) decretó que la norte de ahora en adelante sería para el uso familiar. Hoy en día, además de la pantalla gigante, allí se ven sillas con espaldar y niños junto a sus familias. Los Comandos tuvieron que irse a lateral sur junto a la Blue Rain. Se han vuelto a presentar varios inconvenientes entre ambas barras que han derivado en que una parte de los Comandos se ubique en oriental norte y en que otra ya ni siquiera pueda ir al estadio por el costo de la boleta. Lateral norte -cuando los Comandos se ubicaban allí- tenía el costo de 30.000 pesos, mientras que oriental popular norte vale 55.000 pesos actualmente.
Negocios de cancha
Para nadie es un secreto que cada año el fútbol produce cientos de millones al año gracias a ventas de artículos deportivos, publicidad, patrocinios, entradas a los estadios e incluso apuestas. Otra manera de producción económica sujeta al fútbol se puede ver alrededor de los estadios, en donde se ubican varios sitios de comercio cuya actividad gira en torno a satisfacer ciertas necesidades de los visitantes a las catedrales futboleras.
En el caso del Campín, sus alrededores están rodeados de parqueaderos legales y clandestinos, vendedores ambulantes de plásticos (que cumplen el rol de impermeables), dulces, manillas, afiches, camisetas, bufandas, gorras, banderas, boletas para entrar al estadio etc. También hay varios establecimientos cercanos para saciar el hambre, uno de los más memorables por su trascendencia histórica es el Palacio del colesterol, hogar de varios piqueteaderos que durante los 70´s y 80´s llenaban y compartían rojos y azules sin ningún problema. Además, hay quienes prestan servicios particulares como guardar las maletas y correas de los hinchas por dos mil pesos y mucha confianza. Este negocio ha tomado fuerza desde el 2017, cuando las directivas de los equipos futboleros, el IDRD y la Policía Nacional prohibieron el ingreso de morrales y mochilas a las laterales presuntamente por seguridad.
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De los muros del parqueadero sur del ‘Campín’ cuelgan camisetas, bufandas, gorros, peluches y chaquetas. A lo largo de toda la cuadra se repite la misma escena; lo único que cambia es el o la dueña del negocio.
Uno de los puestos más antiguos es el que atiende Marina Silva junto a su esposo Abelardo Díaz. Ambos, ya con arrugas y algunas dificultades para moverse, esperan sentados en butacas tan viejas como ellos a cualquier fanático que se acerque para comprar. Desde hace 32 años se dedican a la venta de artículos alusivos a los equipos que juegan en el Campín.
Marina y Abelardo, junto a aproximadamente otros 25 vendedores, trabajan a los alrededores del Campín sin ser molestados por la Policía, pues tienen un acuerdo con la Alcaldía que les permite laborar en la zona durante los días de partido. De no ser por tal acuerdo, estos vendedores correrían la misma suerte de los trabajadores informales: ser hostigados por la Policía por invadir el espacio público.
Fue precisamente esa la suerte que acompañó a hombres y mujeres que con una bandera fosforescente atraían y ubicaban carros en las aceras próximas al Campín para luego cuidarlos y ganar algo de dinero. Esta manera de rebuscarse la vida acabó a inicios del 2017, cuando por varias quejas de los vecinos y por la obstaculización en las calles generada por el parqueo masivo, la Policía empezó a multar tanto a los conductores que parquearan sus carros en los andenes como a los que trabajaran cuidándolos. Como los parqueaderos del Campín no logran satisfacer la demanda de los fanáticos, varios residentes de las casas cercanas al estadio han adaptado sus garajes para que los rojos o los azules parqueen vehículos o motocicletas.
El lugar que no dejará de ser
A pesar de su aparente encogimiento -en los 60´s llegaron a caber 57.000 personas mientras que hoy caben máximo 35.000-, de que haya sido considerado en algún momento un estadio maldito porque los equipos locales no ganaron títulos importantes durante más de 30 años, de que allí hayan caído muertos fanáticos a manos de seres que perdieron la cordura (en el 2005 murió en oriental un santafereño luego de recibir varias puñaladas a mano de un “hincha del América”) y de que en este lugar se sigan entonando canticos generadores de violencia y regionalismo, el Nemesio Camacho el Campín ya tiene su lugar en la historia de Bogotá, del Fútbol Profesional Colombiano y también en los corazones de muchos que lo reconocen como su segunda casa, como el lugar en el que se olvidan de sus problemas o en el que se enamoraron por primera vez.
Es un lugar en el que las generaciones de don Rodolfo Prieto, de Benjamín Aranguren y del que escribe este texto lloró, sufrió, festejó e incluso estuvo cerca de vivir un paro cardíaco.