En el clásico Millonarios vs. América de Cali

Lunes, 13 Marzo 2017 13:02
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Acompañada por Laura, una hincha de nacimiento, de verdadera ‘sangre azul’ y fiel seguidora del equipo embajador, me aventuré a ir por primera vez a ver un partido en el estadio El Campín de Bogotá.

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Los hinchas del equipo embajador, del mítico azul y blanco, el de las 14 estrellas, del Millonarios capitalino, llenaron las calles alrededor del estadio El Campín  desde las 4 de la tarde, tres horas antes de que empezara el esperado encuentro con el América de Cali. Nadie llegaba solo. Familias y grupos de amigos, ese era el panorama. Sin excepción todos vestían con la camiseta azul de Millonarios. Fueron apareciendo banderas con el escudo del equipo embajador que se ondeaban con el viento. Los colores de la noche eran el azul y blanco, mientras que el rojo escarlata del América de Cali no estuvo presente.

Faltaba una hora para que empezara el partido. Me encontré con Laura y entramos por el costado oriental. Tuvimos que pasar por dos filtros de seguridad de la Policía y en ambos me requisaron y esculcaron la maleta. Avancé por un pasillo oscuro y al fondo se alcanzaba a ver el pasto del campo de juego. Ya estábamos en el estadio. La hinchada saltaba en las gradas y la alegría era exorbitante. Los reflectores alumbraban a esa excitada masa y al campo de juego, que era de un verde brillante, distinto al que se ve en la televisión. En esta ocasión tenía todo el estadio frente a mí y parecía que se había devorado a la ciudad. Los edificios, los pitos de los carros, el tráfico y el trancón de un sábado en hora pico habían desaparecido. A cambio, estaba la hinchada gritando exaltada y esperando la aparición de los 11 jugadores azules dispuestos a direccionar el balón hacia el arco rival.

El estadio estaba casi lleno, menos la tribuna occidental. Nadie saltaba. Nadie gritaba. Solo estaban allí sentados con sus rostros inmóviles, mientras que a pocos metros estaban a lado y lado los hinchas del norte, los Comandos Azules, y los del sur, la Blue Rain, saltando mientras cantaban al unísono “Oe, Oe, Oe, Oe, Millos…Millos”, acompañados de pitos, cornetas, tambores y trompetas. Los cantos hacían vibrar las gradas. Toda la hinchada era azul y blanca. El ruido era intenso y molesto. Era tan fuerte que al principio aturdió mis oídos.

A través de una pantalla ubicada al extremo norte del estadio se anunciaban las nóminas titulares de Millonarios y del América. No distinguía a ninguno de ellos, excepto a Miguel Ángel Russo, el director técnico del embajador, ese argentino que se robó las miradas de los noticieros a inicios de este año. Cuando anunciaron el nombre del técnico del América toda la hinchada empezó a aplaudir y a lanzar ovaciones. Supongo que mi rostro parecía confuso porque Laura intervino y me explicó la razón de los halagos. Hernán Torres es un tolimense que une a los embajadores y a los escarlatas. ¿La razón?: él prometió darle a Millonarios la estrella número 14 en el 2012. Y así fue. Torres cumplió.

Empezó el protocolo. Todos los asistentes se pusieron de pie para dar inicio al acto sublime: la salida de los jugadores a la cancha y el canto del himno de Bogotá. Encima de la tribuna oriental, donde estaba ubicada, descendió un “trapo” con el escudo de Bogotá, una de esas telas que se ven en los partidos por televisión que se ondean por encima de la hinchada. Debajo del “trapo”,  con el brazo estirado, la mano en posición de juramento y la frente en alto, los hinchas cantaron a una sola voz el himno. Nadie los veía, pero entonaban con fervor y orgullo el canto de la capital. A la hinchada no le incomodaba tener el “trapo” encima. En cambio, yo quería ver lo que pasaba mientras el estadio cantaba al unísono.

Primer tiempo

Justo cuando ascendió el “trapo” que cubrió la tribuna oriental empezó el partido, aquel esperado clásico entre el equipo embajador y los escarlatas. Las barras del norte y del sur cantaban: “Yo era pequeño, me acuerdo bien, vi a Millonarios y me enamoré. Desde ese día todos los días yo lo vengo a ver. Es una droga, una obsesión. Es amor puro, una religión. Azul y blanco todo pintado está mi corazón”, al son de las trompetas y los tambores. Y continuaban “¡Yo me enamoré… de Millonarios me enamoré!”. Cantaron una y otra vez. Occidental y oriental se les unieron. Esta vez no era un ruido molesto, sino alegría contagiosa que me hizo poner la piel de gallina.

A los cinco minutos de juego, Millonarios estaba dominando la pelota, dejando a su rival escarlata sin posibilidades de atacar. Avanzaron hacia el costado izquierdo. Acechando a su rival, el número 28 de los azules, Duvier Riascos, con un disparo seco no le dejó opciones al arquero del América en el minuto 8. Anotó el primer gol mientras llovía. “Y gol. Y gol. Y gol. Y gol... ¡Y gol. Y gol!”, gritaban todos los hinchas. En la tribuna unas banderas se empezaron a agitar y desde el norte y el sur se descolgaron unos “trapos” que decían: Millos…gigante uno solo.

Cuando se cumplieron los 15 minutos de juego en las gradas del estadio empezaron a aparecer unas lucecitas blancas. Supuse que era una tradición porque casi nadie se quedó sin encender su celular. Laura lo confirmó. Luego de unos minutos, las luces se apagaron y en la tribuna  empezaron a animar de nuevo al equipo azul. Esta vez las trompetas marcaban el ritmo de los cantos.

Era el minuto 26. El número 17 estaba a punto de cobrar un tiro libre. Intervino el cabezazo de Harold Mosquera. Los azules anotaron el segundo gol. “Y gol. Y gol. Y gol. Y gol... ¡Y gol. Y gol!”, cantaba la tribuna, ahora mucho más excitada. Los hinchas se abrazaban con el paisano capitalino que estaba al lado. No importaba si no venían juntos, si no eran amigos o familia, todos se abrazan.  Parecía que la tribuna sentía la victoria en sus manos y aún no terminaba el primer tiempo.

América intentó recuperarse en los últimos minutos, pero cada vez que intentaban dominar el balón eran abucheados por la hinchada azul. “Míralo e’, míralo e’. El que no salta, el que no salta, se va a la B”, les gritaron cuando realizaron una jugada en el costado derecho que fue frustrada por el arquero del equipo embajador. “La hinchada nunca se cansará de recordarle al América que bajaron a la B”, me explico Laura.

Medio tiempo

El ambiente era euforia. El primer tiempo le había dado hasta el momento la victoria a los azules. Casi todos los hinchas se quedaron en sus puestos esperando el inicio del segundo tiempo. Una mujer de aproximadamente 50 años se acercó hacia donde estábamos y gritando ofrecía: “El chicle, el Bon Bon Bum, maní dulce, maní saldo. Se le tiene, se le tiene”. Mientras ella pasaba en medio de las gradas e incomodaba a los asistentes, Laura dijo en tono brusco: “Señora pase rápido. Eso es ilegal. Ni siquiera entiendo por qué la gente le compra. Si no le compraran, no pasaría esto”.

Segundo tiempo

Parecía que la energía de los Comandos Azules y la Blue Rain no tenía límite. Antes de que los jugadores salieran de nuevo a la cancha, en el norte empezaron a cantar “Vamo’, vamo’ los Millos. Vamo’, vamo’ a ganar. Una vez más. Te venimos a alentar” y en el sur cantaban “Dale, dale, dale, dale, dale Millonarios. Dale, dale, dale, dale, dale embajador”. Parecía una batalla para definir quién cantaba más alto. El sonido de los tambores que acompañaban y marcaban el ritmo retumbaba en mi estómago.

Unos segundos después salieron los jugadores. Esta vez el cuadro embajador atacaba a los pasivos escarlatas en el costado izquierdo de la cancha. Los rojos se descuidaron en el minuto 53. Eliser Quiñones se abrió paso con un potente zurdo. La tribuna azul enardecida cantó por tercera vez: “Y gol. Y gol. Y gol. Y gol… ¡Y gol. Y gol!”.

En esos minutos el juego se volvió intenso mientras Millonarios trataba de cansar a su rival. Los hinchas, invadidos por la pasión se pusieron de pie y no dejaban ver a quienes estaban más atrás. “¡Sentados, clasiqueros!”, escuché que gritó un hombre que estaba a mi izquierda. “La gente le dice a los que están de pie ‘los clasiqueros’. Son quienes solo vienen a ver los clásicos. No entienden que se debe respetar la regla de estar sentados aquí en la tribuna oriental”, me dijo Laura.

América no se defendió. Al finalizar el segundo tiempo tampoco pudo definir jugadas ni dominar el balón y cada vez que intentaba hacerlo era abucheado por la tribuna. Definitivamente la hinchada estaba en contra de los escarlatas.

El partido finalizó con una victoria 3-0 para Millonarios frente al América y la hinchada azul no paraba de cantar, saltar y aplaudir a su equipo. El equipo embajador, como gesto de agradecimiento, también aplaudió a la tribuna. El cuadro escarlata, en cambio, salió de la cancha apenas el árbitro pitó y dio por finalizado el encuentro. Era extraño para mí no haber escuchado aquella voz de Carlos Antonio Vélez, el que narra los partidos en la televisión. En esta ocasión los hinchas tenían la palabra. Fueron ellos quienes contagiaron de alegría la fiesta del gol. Ellos marcaron el ritmo de la narración del partido. Al final me quedó un vacío, esas ganas de seguir escuchando a los hinchas cantar al son de los tambores y las trompetas mientras saltaban y hacían vibrar la gradería.