¿Por qué me quieren matar?

Lunes, 29 Abril 2024 19:36
Escrito por

Esta crónica ocurrió a finales del año 2019 en el corregimiento de El Plateado, ubicado en el municipio de Argelia, Cauca. Reviva la reconstrucción literal de los hechos narrada por sus protagonistas.

 

Departamento del Cauca, Colombia en 2019.||| Departamento del Cauca, Colombia en 2019.||| Hana Sofía Vidal|||
272

*Los nombres de la crónica han sido cambiados por temas de seguridad*

 

 

¿Por qué me quieren matar? 

Don Mario no sabía por qué lo iban a matar. No tenía ni la más mínima idea de cuál de sus acciones; si vender menos vacas o hablar mal de su vecino, habían sido la causa de su reciente sentencia a muerte. 

- Por ahí andan diciendo que el ELN lo quiere matar - le comentó doña Fátima cuando se la encontró en el mercado. 

- ¿Y a mí por qué? - le respondió él con desagrado. 

- Sabrá Dios si es que usted no, ya sabe que esa gente tiene unos arrebatos más raros. 

- ¿Será que fue por andar hablando paja del vecino? 

- De pronto y sí. A mí me habían contado que el vecino ese era cuñado de la esposa de la hermana del comandante… 

- ¿Usted cree?  

- Sí, me lo sospecho. 

 

En el pueblo de don Mario, las sentencias a muerte siempre susurraban versos de alta imaginación y poca presencia ortográfica. Normalmente, llegaban de día; cuando la vida se sentía segura y el tiempo no se temía a sí mismo. Después se leían en la tarde; cuando el día había cosechado los recuerdos suficientes como para no olvidar. Y, en la mayoría de veces, se cumplían por la noche, cuando los pecados podían esconderse con facilidad y la inocencia perdía su rostro.   

Pero las sentencias a muerte de El Plateado siempre decían la razón; robar, estafar, apoyar, delatar. Por eso la sentencia de Mario resultaba desconcertante; como una traición a la misma tradición que la guerra había tallado con puño fijo sobre el pueblo. Porque allí la ley sabía a ventarrones de viento y polvo; siempre era fugaz e irremediablemente gris. Además, acostumbraba a viajar de cabeza en cabeza, de boca en boca; cambiaba su forma, su color, pero nunca su intención. Y cuando se rompía y su sabor dejaba de sentirse sobre el pueblo, entonces aparecían las advertencias que olían a muerte.  

Aun así, el hecho de estar amenazado no era lo que más le molestaba a don Mario. Aquello que realmente lo tenía desesperado era el cambio en su bolsillo. Desde el primer día en que recibió la noticia, su pequeña venta de leche había caído drásticamente. Y después de un par de semanas en las que el único muerto había sido su economía, finalmente se dio a la tarea de averiguar por qué razones lo iban a matar. Pues a su modo de ver, no había nada de malo en que lo mandaran al otro lado por adelantado, lo que si le parecía agobiante era no conocer las razones de su muerte. 

-Si me van a matar, que al menos tengan los pantalones de decirme qué hice mal- le había expresado una vez a su esposa Marta.  

Tras finalizar una semana más, y sin haber encontrado la razón de su amenaza, don Mario y su esposa decidieron desempolvar la escopeta del abuelo Marcial; quien le había heredado el arma a su nieto para que la usara, exclusivamente, en casos esporádicos. 

-Este es un caso bien esporádico- había comentado doña Marta. 

Ni el lunes y ni el martes ocurrió algo relacionado con la amenaza. Sin embargo, cuando se dirigía al mercado el miércoles, Matías, un carnicero del pueblo, le comentó que había visto a unos tipos armados con pinta de guerrilla por la entrada de El Plateado; y que, muy probablemente, ahora sí le figuró atenerse a las consecuencias. 

-¿Por qué no se va de acá? Yo hace rato hubiera emigrado de este pueblucho.  

-Yo ya estoy muy viejo para esas carreras, don Matías, y si tanta es la bulla de que me quieren cortar el pescuezo…Pues que lo hagan.  

Tras los constantes comentarios de que ese miércoles definitivamente iba a pasar a mejor vida, don Mario decidió regresar a casa con su esposa y no vender la leche que tenía preparada. Si iba a morir ese día, quería hacerlo en el hogar que lo había visto crecer.  

Su casa era una mezcla de barro y cemento que se erguía sobre una loma alejada del casco urbano y cubría su fachada con árboles de guayaba. Siempre que la brisa llegaba a ella, el aluminio del techo retumbaba como cristal cayendo. De niño, Mario pensaba que ese ruido era la bruja intentando cazarlo.  

  • ¿Y a mí por qué me quiere cazar? – le preguntaba él a su mamá cuando la brisa chocaba contra la casa. 

Esa bruja que protagoniza las leyendas del pueblo y las cartas de muerte que llegan a él tienen más en común de lo que parece. Ambas aparecen con promesas difusas de matar y cazar; de ambas se murmura, pero nadie conoce su rostro real. Entre ellas solo se distingue el arma y la táctica; una baila sobre tejados vestida de negro y la otra canta sobre pólvora ataviada con botas de cuero.  

Al caer la noche, don Mario y su esposa cerraron con doble candado la puerta principal y se arrinconaron junto al fogón de leña. A eso de las 10, el silencio que rodeaba la casa se detuvo frente a unos pasos junto a la puerta. Doña Marta miró a su esposo con horror y se alejó del fogón. 

-Ahora sí llegaron, viejo. 

Inmediatamente, don Mario tomó la escopeta y se paró junto a la puerta; a pesar de sentirse envejecido, el coraje que sentía por quienes le habían amargado las últimas semanas no tenía límite. 

-Viejo, venga para acá - le susurró doña Marta cuando escuchó que intentaban romper los candados de la puerta. 

-Quédese ahí vieja, que si estos zánganos me quieren matar, yo me los llevo conmigo – resopló este levantando el tono de voz - abrase visto semejante cosa, en mis tiempos al menos le decían a uno por qué lo iban a matar, ahora ni eso…  

Con un golpe contundente a la frágil puerta de madera, uno de los candados se rompió y dejó al descubierto gran parte de la casa. Don Mario pegó su espalda a la pared y alistó la escopeta.  

Pum, pum, pum 

Con tres golpes más, la puerta de la casa se abrió por completo. Don Mario cargó todo su coraje en el arma que sostenía y disparó a quemarropa a quienes entraron en la vivienda. Él mismo cerró los ojos cada vez que la escopeta soltó los disparos. Y cuando los abrió nuevamente, tres cuerpos yacían inertes sobre el piso de su casa; no les veía los rostros ni distinguía sus uniformes de guerrilla. Al ser de noche, la única luz del lugar provenía del fogón de leña.  

Al otro lado de la casa, su esposa lo miró estupefacta y sin decir una sola palabra corrió a ajustar la puerta como pudo. El resto de la noche la pasaron abrazados junto al fogón, permanecieron despiertos durante horas esperando que otros guerrilleros llegaran para concretar la amenaza y vengar a sus compañeros. Pero, finalmente, el sueño les ganó y no supieron nada de su suerte hasta la mañana siguiente.   

 

***

Ese jueves, don Mario se despertó con el ELN en su casa. Ni siquiera le dio tiempo de agarrar nuevamente la escopeta cuando la guerrilla ingresó a su hogar y sacó los cuerpos del lugar con rapidez. Uno de ellos, quien parecía estar al mando, se le acercó sonriendo.  

El hombre lo tomó de la mano con fuerza. 

-Mil gracias, don Mario, nos hizo el favor de matar a esas ratas que estábamos buscando desde hace rato - le comentó el hombre con orgullo – que tengan usted un buen día.  

A continuación, le dio una palmada en la espalda y se retiró de la casa con una tranquilidad envidiable.  

En los días que siguieron, don Mario y su esposa se refugiaron en su casa intentando comprender con claridad los sucesos ocurridos. Y cuando finalmente tuvieron la calma suficiente como para hablar de la historia, bajaron de regreso al pueblo para comentar la anécdota con sus conocidos. Unas semanas después del hecho, don Mario me contó lo ocurrido mientras atendía su puesto de leche en el mercado, el cual, afortunadamente, había recuperado sus ganancias. Él mismo relató cada detalle con un humor desenfadado, como si de esa forma pudiera suavizar el enojo y desconcierto que vivió todas esas semanas en las que se había llegado a sentir más del cielo que del pueblo.  

- ¿En ningún momento sintió miedo de lo que le pudiera ocurrir? - le pregunté una vez que terminó la historia.  

- Ya tantos años de guerra me han quitado ese miedo - me respondió sonriendo - miedo me daría en mi tumba donde no hubiera conocido la razón de mi muerte…Ahí sí me había levantado a jalarle las patas a esos zánganos.  


 

 

Un breve contexto de cifras detrás de esta historia: 

De acuerdo con el informe de “Balance sobre las dinámicas de ejército de liberación nacional - ELN- en Colombia” presentado por el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (Indepaz) en 2020, en el municipio de Argelia se registró una de las injerencias más altas del Ejército de Liberación Nacional (ELN) entre 2018 y 2020 . Así mismo, según el informe, pese a que la presencia de este grupo no está del todo consolidada en el departamento del Cauca, el espacio fue visto, luego de la salida de las FARC-EP del territorio tras la firma del acuerdo de paz en 2016, como una zona estratégica teniendo en cuenta sus condiciones montañosas y su salida hacia el pacífico. 

Otro factor importante de la zona es su importancia dentro de los enclaves de producción de hoja de coca en Colombia: un enclave productivo se define como aquel territorio que ha presentado una concentración de cultivos de coca altamente significativa (hectáreas sembradas por kilómetro cuadrado). Y, por ejemplo, de acuerdo con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delitohasta el 2023, el enclave productivo entre los municipios de Argelia y El Tambo en el Cauca registró la mayor capacidad de producción de hoja de coca en el país, pues concentró el 11% del área de reportada en los enclaves y el 4% del área detectada en el ámbito nacional.