El canto imponente de los gallos retumba en cada rincón del establecimiento. Entre botellas que se chocan la una con la otra y pequeñas copas blancas repletas de aguardiente, los billetes pasan de mano en mano. Una camioneta se parquea frente a la puerta de entrada, comienzan a sacar guacal tras guacal. El reloj marca las 6 de la tarde y de esos pequeños guacales los hombres que hace instantes entraron gracias a la compra de una manilla, empiezan a sacar gallos de diferentes tamaños y plumaje, a muchos de estos gallos se les remueve la cresta y las barbas para no ser agarrados de ahí por su adversario.
Solo había cinco mujeres en el establecimiento, una de ellas, ubicada en el segundo piso se encargaba de recibir las apuestas. Las apuestas por los gallos se pueden hacer tanto con el establecimiento, como directamente con los dueños de los gallos, con la diferencia de que al hacer la apuesta con el establecimiento se cobra cierto porcentaje.
Los dueños de los gallos subían uno tras otro, con el gallo en una mano y un fajo de billetes en la otra. Las apuestas se pueden hacer del monto que desee cada uno, siempre y cuando otra persona pueda respaldar el mismo valor por la apuesta “Tú puedes apostar $6 millones si otra persona también tiene los seis millones para apostártelos en contra”, explicaba uno de los hombres que hacía la fila para apostar.
En una báscula se comienza a pesar cada uno de los gallos y así según el peso encontrar su respectivo contrincante en el ring. Los dueños de cada gallo se ubican en diferentes mesas para prepararlos para las peleas, forrando sus patas con esparadrapo para poder pegar con cera caliente las espuelas.
La pelea
8 p.m. El revuelo es digno del inicio de cualquier tipo de pelea, los hombres se mueven de un lado a otro, algunos van a reponer sus botellas de cerveza ya vacías, otros caminan campantes entre los demás recogiendo las apuestas y otros tantos terminan de alistar a sus gallos.
Ambos gallos ya preparados para la pelea son llevados por sus dueños al ring, acto inmediato los jueces comienzan a verificar las espuelas en las patas de estos animales y de una botella verde que cuelga junto al marcador sacan un algodón con leche, el cual con rapidez comienzan a frotar sobre el brillante plumaje de estas aves, repiten esto con un limón "para evitar la maña" dicen ellos. Muchas veces en peleas de gallos, estos animales son roseados con veneno en sus plumas, para que el gallo contrincante se envenene al atacarlo.
Un silencio acompañaba al ring durante este proceso, al lanzar los gallos al centro del ring y cada dueño ubicarse en sus respectivos asientos aquel silencio rompió y la furia se apodero del pequeño cuerpo de estos animales. Entre picotazos comenzó una faena que se alimentaba por el alboroto del público, quienes entre aplausos y gritos gozaban de la escena. “¡Eso es hijo, vamos!", vociferaban los galleros a sus gallos.
Se comenzó a notar la superioridad de uno de los gallos sobre el otro y así las emociones cambiaron, mientras unos apostadores seguían gozosos, otros tantos comenzaron a verse invadidos por el nerviosismo y la sed de victoria. Cada pelea es de diez minutos, los cuales se hacen eternos si el gallo al que se le apostó va perdiendo, diez minutos en los cuales las emociones se apoderan de cada uno de los apostadores, diez minutos en los cuales un gallo le puede arrebatar la vida al otro. En este rango de tiempo cada gallo tiene tres opciones; o gana la pelea, o la pierde, bien sea muriendo o quedando tirado sin fuerzas en el pasto sintético del ring o empatan y cada uno conserva su apuesta.
A solo cinco segundos de acabar la pelea y confiados con el aparente triunfo de uno de los gallos, cuando menos se esperaba y mientras con ansias cada apostador contaba los segundos restantes para terminar la pelea, aquel gallo ya ensangrentado, a quien yo daba por muerto le dio un giro inesperado a la pelea cuando decidió con su ultimo aliento forzar a sus patas a ponerlo en pie nuevamente. Era un empate.
"Esto es un deporte muy elegante"
El público, los galleros y los apostadores comenzaron a llenar aquel recinto, aunque la mayoría son señores mayores de 40 años, que vestían ruanas y sobreros, se podía ver uno que otro joven, con chaquetas bomber y jeans ajustados. Club Gallístico la Chihuahua, ubicado en la localidad de suba, en el barrio el Rincón, es una tradición que viene de familia heredada a Alfonso Rojas, más conocido como 'Pocho', quien tiene más de 400 gallos, según explica él, para poder ir a visitar otras galleras y así más galleros vengan a visitar la gallera de él.
Este club abre cada sábado a las cinco de la tarde, las manillas cuestan 30 mil pesos, para estar en la primera fila, 25 mil pesos para estar en la segunda fila y 20 mil pesos para estar afuera del ring. Entre música norteña y rancheras el público se deleita con las agresivas peleas.
"Esto es un deporte muy elegante, acá hay galleros que vienen y pelean dos o tres gallos y ganan, pero se toman todo en la cantina. Pero hay muchos otros que no, acá hay galleros que gracias a las peleas han sacado hasta cuatro hijos ingenieros", me contaba un hombre de estatura baja y contextura gruesa que se paseaba por el establecimiento ayudando a los galleros. Según cifras de la Federación Colombiana de Criaderos de Gallos de Combate existen cerca de 3.800 galleras alrededor del país.
Después de la pelea
Sin poderse sostener firmemente en sus patas, los gallos son lavados para quitar la sangre de sus plumas y son llevados a sus respectivas galleras donde su cuidador se encarga de la atención; medicinas para evitar infecciones, maíz con tomate y cebolla para mantenerlos fuertes, baños y cuidados durante el cambio de plumas para conservarlos estéticos. Si después de tres meses de la pelea el gallo no se recupera será sacrificado.
No es suficiente. La exaltación y la sed de victoria no se detienen con la primera pelea, sino que por el contrario hace entrar a cada uno de los apostadores en calor, se sienten más preparados para la siguiente pelea, el frenesí incrementa cuando con botella en mano comienzan a observar nuevamente el ritual con leche y limón a otros dos gallos que en minutos comenzaran una nueva pelea.