Crónica: El día que me desnudé frente a una cámara

Lunes, 02 Abril 2018 21:58
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Dos horas de sesión, 130 fotos y la penosa sensación de estar sin ropa frente a un amigo en incómodas posiciones.

||||||| ||||||| Créditos fotos: Camilo Cuellar|||||||
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- Abuela, no vayas a bajar.

 

Ya todo está listo, el trípode, la cámara y las seis cartulinas negras pegadas sobre la pared que dicen ser la escenografía. Esas que duramos más de una hora pegando, tal vez intentando no llegar a lo que seguía. Hablamos sobre las tomas, sobre el almuerzo que acabamos de tener, sobre los vecinos, sobre que no fuera a entrar nadie en plena sesión. Hablamos de nada. Pero los temas se acaban y el alargado silencio nos dice que el momento llegó, que se viene eso que no queremos, pero por lo que estamos ahí. Es hora de que me desnude.

El día anterior busqué y leí más de cinco artículos sobre "cómo ser un modelo de desnudos". Hay de todo. Desde páginas en las que explican detalladamente el proceso para alguien que hasta ahora está empezando, hasta otras en las que hombres y mujeres ofrecen sus servicios, algunos a cambio de dinero y otros, por el simple gusto de las fotografías.

 "Intenta conocer al artista antes de la sesión de fotos". Este fue el punto que más llamó mi atención, pues mi fotógrafo es un amigo de la universidad que conozco hace ya más de dos años. Esto, efectivamente, no lo hizo más fácil. Camilo Cuellar es un apasionado por la fotografía y desde hace unos meses comenzó a trabajar en fotografía de desnudos. Ya ha logrado que cuatro personas se desprendan de sus ropas y le muestren su figura a la cámara.

Camilo es estudiante y tiene salario de estudiante, así que ni hablar de sets fotográficos. Las fotos las íbamos a tomar en su casa. Se suponía que Camilo iba a sacar a todos de allí, así lo había hecho en las otras ocasiones con los otros modelos. Pero ese día no logró sacar a su abuela, cosa que no me molestó,  ya la conocía y es una señora muy amable. Además, Camilo me dijo que se iba a quedar en el piso de arriba encerrada en su habitación, por lo que le di aún menos importancia.

Pero justo antes de comenzar la sesión, la señora perdió las llaves y se puso a buscarlas por toda la casa. Estaba desesperada por encontrarlas y ahí sí sentí un poco de miedo. Podría, dentro de un arranque por encontrar las llaves, bajar y verme desnudo en la sala.

Decidí no ponerle mucho cuidado y mientras recordaba algunos de los consejos que había leído el día anterior, me comencé a desnudar. La chaqueta, la camiseta, las medias, e incluso el pantalón fueron fáciles. Pero cuando llegué a los boxers sentí como mis brazos se trababan en el proceso. No podía bajarlos, era como si tuviera un tope de madera en la cadera. Miré a Camilo y nos reímos. Intentaba no mirarme, pero seguía pendiente de lo que hacía. Finalmente, respiré hondo y mientras él me decía algo que no escuché, me baje la ropa hasta tocar el piso con ella.

Era incomodo. Camilo comenzó a cuadrar la cámara y evitó verme hasta que empezamos la sesión. Yo me sentía raro, pero en parte, también aliviado porque estaba haciendo calor y el quitarme todo me bajó la temperatura. Comenzamos a tomar las fotos. Se centró en mi cara, cogió un tubo terminado de paños de cocina y lo usó para hacer un túnel en mi ojo. Luego bajó y comenzó a tomar fotos de mi espalda, de mi pecho y de mis brazos.

 

 

Me pedía hacer fuerza para marcar los músculos y hacerlos resaltar. Al principio estaba bien, pero Camilo tomaba varias fotos en una misma posición por lo que requería que me quedara así por varios minutos. En muchas otras, necesitaba que me estirara o que tomara posiciones complejas que mi cuerpo, por ser poco flexible, me cobraba con dolores y calambres.

- Ahora que lo pienso, tal vez debí decirle que estirara antes de empezar.

Camilo no me mira, o mejor, solo me mira a los ojos. Me dice que quiere hacer algo con mis tetillas, que quiere hacerle frente a la censura de los pezones femeninos. Comienza a tomarme fotos y nos reímos por los vellos de mi pecho. Ya acabó todas las tomas posibles de la parte de arriba del cuerpo, pero no se arriesga a bajar, sigue pensando y dice que ya no se le ocurren más fotos. Siento que me desnudé para nada.

 

- Me pude haber quedado en boxers, ahora tengo frío y quitarme todo fue inútil.

- Sí,  pero es importante que se quite todo. Eso estorba mucho, no se imagina lo que fue tomarle fotos a una amiga que solo hizo topless.

La sala tiene una reja en la ventana, justo al lado de donde estamos tomando las fotos para aprovechar la luz del sol de la tarde. Me colgué entre burlón y serio y esperé que me fotografiara ahí, para que se viera mi cuerpo completo. Él la tomó desde atrás y desde adelante.

Inmediatamente me arrepentí de haberme quejado. Las odio. Odio la forma en la que se ve todo, odio que él las esté viendo y odio que si se publican más gente las vaya a ver. Parezco una masa grotesca colgada en la ventana, no se ve estético, o al menos, yo no las veo así. Para él también es incómodo por lo que después de mostrármela me pide rápidamente que tome otra pose y continuamos como si no hubiera pasado nada.

Era una incomodidad intermitente. Mientras tomaba las fotos todo fluía, nos reíamos, molestábamos y hablábamos. Pero en el momento justo en el que había un descanso el ambiente se tornaba pesado otra vez. No sabía cómo acomodarme, no sabía si dejar que todo se me viera o taparme de alguna forma con mi propio cuerpo.

Pero la incomodidad fue bajando hasta el punto en el que ya me sentía bien. Insistí en tomar otra foto arriesgada, esta vez tapando con mis manos la entrepierna. A diferencia de la otra me gustó mucho y sugerí otras tomas de cuerpo completo que también me parecieron buenas. Al fin me sentía a gusto, con mi cuerpo, con las fotos y con el trabajo que estábamos haciendo.

 

 

Se acabaron las ideas. Ya estábamos cansados y ni el cuerpo ni la mente nos daban para más. Me vestí y el calor de la ropa me relajó de inmediato y a Camilo también. Había silencios profundos, ambos seguíamos procesando lo que acababa de pasar.

Me despedí, me subí al TransMilenio y durante todo el recorrido casi ni recordé las fotos, me concentré en lo satisfecho que me sentía y en lo adoloridos que estaban mis músculos. Al llegar a mi casa solo pude pensar en la abuela de Camilo y en sus llaves, ¿las habrá encontrado?