La Avenida Jiménez de Bogotá es una de las calles más concurridas y caóticas de la ciudad. Desde temprano, esta vía pública se llena de automóviles, buses, motocicletas y peatones que se mueven de un lado a otro con una prisa frenética. El ruido es ensordecedor, con bocinas sonando constantemente, motores rugiendo y gente gritando.
El reloj marca las 12 del medio día y el bullicio que se acrecienta entre vendedores, trabajadores y estudiantes atravesando la vía principal del Transmilenio pareciera ser la indicación perfecta para que, en las esquinas, sin más, las ollas humeantes llenas de comida y frituras que sobresalen de carpas escondidas entre los andenes empiecen a destilar su olor vaporoso, que se mezcla con el café rehervido y el olor a lluvia en el aire.
En el cielo, un conjunto de nubes se diluyen con el humo de la gasolina y el sudor de los vendedores ambulantes. A lo lejos se escucha: "¡Venga, vecina! ¿En qué le puedo ayudar? ¡Calidad garantizada a precios cómodos para su bolsillo!¡Tenemos todo lo que necesita!, ¡Venga, siga sin compromiso!".
Son exclamaciones que de calle en calle parecieran no tener fin. Es justo ese momento cuando en medio del caos entre el bazar de artesanías, dulces y bebidas típicas, se encuentra lo que sería un puesto de ortodoncia que ha llamado la atención de muchos transeúntes y conductores curiosos.
Sí, un pequeño puesto odontológico improvisado en medio de la calle. Ubicado justo al lado de la estación de buses de la Avenida Jiménez, debajo de una carpa roja a medio poner, en el que sobresale lo que sería un sofá agrietado, con almohadillas fucsia y un espaldar ancho reclinable para pacientes.
Los encargados del negocio colocan en el centro de una mesa Rimax la indumentaria de lo que sería el siguiente procedimiento odontológico del día: tres pinzas envueltas en una servilleta blanca, que se intuye serán los separadores de labios para permitir un mejor acceso a los dientes del paciente durante el procedimiento, un rollo de papel higiénico grande para secar los dientes y la boca, una botella de alcohol etílico para desinfectar los implementos y un espejo dental para permitir al usuario ver el interior de sus dientes y que se asegure de que se está trabajando en el área correcta.
Un vistazo general permite divisar numerosos paquetes de cauchos de colores para brackets insertos en una tabla que reposa en el suelo como cual exposición de aretes para piercings, y una turbina improvisada que conecta a un balde que cumple la función de retirar la mugre dental y preparar las cavidades por donde se colocarán los posibles brackets.
Kevin, el asistente en los procedimientos, sobrino del “ortodoncista”, advierte que el uso de esta manguera es opcional y que, si el usuario decide, también puede optar por comprar una botella de agua.
Pero ¿quién es el ortodoncista?
Sentado al costado se encuentra Miguel esperando un nuevo cliente. Él es un joven de 26 años, de origen venezolano. Cuenta que lleva cerca de tres años realizando estos procedimientos odontológicos de forma empírica junto a su sobrino Kevin, a quien adjudica la función de asistente cuando es necesario.
Miguel afirma que, en su llegada a Bogotá, inicialmente para ellos el panorama era un tanto desalentador, puesto que habían tenido que migrar de su país porque no tenían trabajo y sus familias prácticamente no tenían como sobrevivir.
“Nosotros llegamos aquí buscando formas de generar ingresos suficientes para enviarle a nuestras familias, sin la necesidad de estar robado o andar en cosas malas por aquí. El problema es que no nos recibían en cualquier lugar, y en otras partes lo que nos pagaban no nos alcanzaba ni para comer, entonces decidimos montar nuestro propio negocio”, puntualiza Miguel mientras su mirada se nubla y se pierde en la profundidad de los locales de la Jiménez.
A pesar de las condiciones poco ortodoxas y salubres del lugar, el puesto odontológico para ellos ha sido todo un éxito, pues destacan que a pesar de que no son los únicos en realizar este tipo de procedimientos en la zona, han tenido la posibilidad de atender a cientos de personas que no pueden pagar los altos costos de clínicas dentales privadas.
“Hay gente que no tiene recursos para pagar un procedimiento dental en una clínica y eso,o sus EPS no cubre este tipo de procedimientos, entonces nosotros les ofrecemos el servicio y a un menor costo. Y si quiere hasta domicilio”, agrega Miguel.
En Colombia, actualmente la salud dental muestra que, pese a que el porcentaje de aseguramiento en términos de salud a nivel general supera el 95 %, las coberturas en odontología son pocas, pues no superan el 12 % en todo el país. En Bogotá se registra un índice del 11 %. En gran medida debido a la dificultad que se tiene para acceder a ciertos tratamientos que tienen costos elevados, y una limitada oferta para las personas de bajos recursos.
Abruptamente se interrumpe la conversación con Miguel, pues ha llegado un nuevo paciente, un adolescente de unos 18 años aproximadamente, quien tiene el interés de cambiarse el color de los cauchos de sus frenillos.
Mientras organiza el puesto para la realización de este procedimiento dice que su clínica al aire libre "está aquí para cambiar la desigualdad, para hacer que los tratamientos dentales sean más accesibles para todos, independientemente de su situación económica.”
Y es que para Miguel, a pesar de que el puesto de ortodoncia ha sido bien recibido por muchos, también ha suscitado algunas críticas y preocupaciones. Menciona que ciertos comerciantes de la zona han expresado su descontento con la presencia del puesto odontológico, argumentando que su ubicación en un espacio público puede presentar riesgos de higiene y salud para las personas que son pacientes. Y que en otros casos, han criticado la falta de regulación y supervisión de este tipo de servicios médicos por parte de las autoridades. Aunque, actualmente, por diversas multas el servicio se esté llevando a cabo a domicilio.
“La gente dice que la ortodoncia es un tratamiento médico serio que debe ser llevado a cabo por profesionales capacitados y en un entorno seguro y regulado, pero dígame cuánta gente no se muere en un consultorio de lujo porque le meten mal una pinza, aquí a la intemperie y todo, pero gracias a Dios nunca le ha pasado nada a nuestros pacientes, la cosa es que no pagamos impuestos y ya por eso no somos aptos para prestar el servicio”, afirma Kevin, quien defiende a capa y espada el oficio de su tío mientras observa como Miguel ajusta la silla para el paciente que acaba de llegar.
Mientras desinfecta en alcohol las pinzas para sostener labios, Miguel vuelve a defender su labor. “Señorita, mire, antes que me ocupe le voy a decir algo, en este país la salud dental es un lujo, usted verá a quien le pone su boca, lo que sí es cierto es que hasta usted misma se puede colocar unos brackets. Yo aprendí viendo videos en YouTube y míreme aquí”, concluye entre risas mientras procede a revisar los frenillos del paciente adolescente que se prepara para someterse a un nuevo procedimiento.