Tan sólo en localidad La Candelaria residen más de veintidós mil personas, y entre las carreras décima y segunda y calles veintidós y primera trabajan doscientas mil según habitadbogotá, entidad gubernamental Pero ahora, en días de cuarentena por el virus Covid-19, el espacio que recorren tantos pasos es de nadie. Ahora no hay pasos, el silencio sigue como prueba del abandono al caminar por las calles de la localidad.
Hay espacios habitados por personas que caminan sin rumbo en busca de despojos de alimentos. Hay individuos andantes en los lugares que siempre han sido suyos: los habitantes de calle que vagan como hojas en el viento y ya no hacen muchas paradas en los basureros cotidianos. Ahora escarban en sobras de refrigerios personales que les dan a los funcionarios de la Policía Nacional. Éstos, otros hombres y mujeres acostumbrados a trabajar en la soledad de la noche, pero que ahora permanecen atentos en la soledad diurna.
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El paisaje callejero de la calle 19, que cotidianamente explota con luces y llantas de vehículos multicolor que cruzan hacía el oriente y occidente, ahora luce como una bandera colombiana opaca. Los buses del SITP (sistema integrado de transporte público) muestran su azul oscuro con chimeneas traseras, mientras los vehículos de Transmilenio lucen un apagado rojizo y los taxis, varios tonos amarillos- Son solamente estos los vehículos que decoran ahora el silencio del asfalto del centro capitalino.
Unas famélicas piernas cruzan por la acera de la 19 con 4, cubiertas por una falda púrpura brillante, cruzan con refinado caminar. La mujer de poco más de 50 años sube la mirada para el cielo… baja los ojos enfrentando el pavimento (…) compone los exquisitos pasos hacía la caneca de basura, escarba y con escasa cautela patea los desechos. Hoy no hubo suerte.
Por la emblemática Carrera Séptima, hay policías que vigilan los pocos peatones. Acompañados del silencio que atemoriza, acuden con reserva para pedir papeles, hacer llamados de atención o indicar direcciones. Algunos de los jóvenes policías parecen reemplazar a las estatuas humanas que se posan en cada cuadra de la séptima, observando con quietud y esperando el final del turno. Pero también están los agentes que, por el contrario de los estáticos patrulleros de a pie, van de un lado al otro con rapidez. En motos verdes de luces parpadeantes, buscan incautos quebradores de las recientes restricciones.
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El Gobierno tomó medidas drásticas frente al “coronavirus” pero, claro, los seres humanos no somos tan imparciales y neutrales como el virus, que puede estar en cualquier lugar sin dejarse ver. El decreto 457 obliga a los ciudadanos a aislarse en sus hogares, pero no puede cubrir a todos. Aunque existan diferentes mecanismos para ayudar a muchas personas con alimentos y disminuciones de sus gastos, el hogar de muchos otros siempre fue la calle. Sus camas, los cajeros; su trabajo, las limosnas; su comida, lo que sobra en la basura. Inadvertidos en el corre-corre cotidiano, ahora se destacan en medio a los vacíos.
Hoy el frío y el silencio del oriente bogotano es un paisaje que se salta todas las reglas de la cotidianidad y golpea con violencia todo el ciclo del centro. Los mercados de la famosa plaza de la mariposa quedaron desiertos y, cuando no hay gentío, se descubren los fantasmas. Algunos de los ladrones que asechan a ingenuos visitantes del centro, ahora también son visibles. Tienen el aura del león que busca una presa sin encontrarla.
El aislamiento preventivo contra el virus quitó la máscara de lo pasajero en las calles. Cuando las personas permanecen en su hogar, las calles del centro histórico muestran sus habitantes perpetuos.