Estaba despertando, la vi caminar de nuevo hacia la salida, una sombra silenciosa que deja la casa por la mañana. Ella es al parecer un vigilante perpetuo de mi morada. La primera en despertar y la primera en irse, pero la única que sabe todo de aquí. María del Tránsito Zabala Cely es mi mamá, pero también es enfermera en un hogar geriátrico.
Entra todos los días a las 7 de la mañana a trabajar en el hogar, donde tiene rutinas fijas. Cada mañana despierta a las ancianas, mide su azúcar, toma la tensión, escucha a las abuelas y les da su medicamento. Desde que la cuarentena inició, el ancianato de La Divina Providencia, ubicado en el barrio Egipto, en el centro de Bogotá, se ha envuelto en una serie de cambios de las dinámicas habituales. Y María, mi mamá, es una pieza indispensable en el engranaje.
-- Hace unos días se murió una abuela, y todo el proceso fue muy estresante, porque la funeraria no la quería recoger, pensaban que había muerto de coronavirus y hubo que explicar que ella no tenía ningún problema de virus--
María no tiene problemas en contar los detalles de su trabajo, y hace una extendida explicación sobre los procedimientos para reanimar a la abuela que falleció. Es una mujer muy habladora, además es, como se dice, ‘el alma de la fiesta’. Cada vez que hay una reunión, un festejo o una tertulia, ella se enfrasca en el papel de entretener, las risas vuelan con sus apuntes atrevidos e hilarantes y las miradas se concentran en sus palabras cuando narra las anécdotas que parecen inesperadas, pero que uno siempre pide en silencio.
Sin embargo, no siempre la felicidad es completa y, como en la capital, puede haber tanto lluvia como sol, viento y granizo, a veces todos en un día. La muerte es el momento de silencio de la mujer de las risas anchas. Así como el silencio que deja un fuerte trueno, la mudez en mi madre cuando muere una abuela es tan solemne y tan reconocible que uno aprende a no molestar en esos días.
– Eso duele, uno se encariña. Es vivir con una persona, verla todos los días por meses, años. Yo llevo 15 años en el hogar y esas muertes son las que más le marcan a uno. La que se murió llevaba apenas cinco meses acá y murió de un infarto. Se siente como un vacío-El hogar forma una pequeña familia en la que las madres ahora son como niñas y las cuidadoras hacen las veces de mamás.
La terca de cincuenta años
La mayor de las mamás es Filomena Palombo, una monja italiana que lleva más de tres décadas en Colombia y cuida a todas las abuelas que puede recibir a pesar de sus más de 70 años. Ella afirma que María, con 50 años, es terca, pero el enfrentamiento entre las dos es una discusión generacional que ya se volvió tradición en esa casa. Filomena agrega que María tendría que tener algo más de corazón cuando comunica las malas noticias.
La misma enfermera que se calla cuando una de las abuelas fallece, se tira la mirada hacia arriba al escuchar la jefa. Se toma la cintura, asiente levemente y se retira. El choque se ve como un ritual amoroso que se recicla en las visitas de los familiares a sus abuelas en tiempos de cuarentena.
Llegó Armando, un pintor de 52 años, hijo de una anciana de La Divina Providencia. Inicia una pequeña pugna contra María para poder ver a su mamá, pero ella no cede y el llanto confirma la negativa. La resignación se cura con compasión. Filomena deja que Armando se adentre por el pasillo hasta estar a cuatro metros de su madre. Él manda un saludo y se marcha con un sabor agridulce, dejado un poco por Filomena, un poco por María.
'Alguien que se toma demasiadas responsabilidades'
La enfermera es conocida por otras cuidadoras como alguien que se toma demasiadas responsabilidades. Las colegas lamentan, en tono serio, la forma de ser de María, pero ella no concuerda con la crítica. Excusa los deberes autoconferidos a la cabalidad de cumplir su vocación que desde hace años se impuso. Mis tres hermanos opinan parecido. Creen que a veces el trabajo para ella es una prioridad, pero todos estallan unísonos para declarar que su madre dio la crianza que dio gracias a ese trabajo y que admiran la abnegada labor, más allá de su propia estabilidad, para cuidar a los demás.
Con la pandemia del coronavirus, ella reconoce que cada vez que sale asume un riesgo para con su familia y para con sus abuelas, los miembros de sus dos hogares. Por eso es tan estricta con los cuidados: no quiere dejar a ninguna de sus moradas, debe cuidar a todos. Aunque solo ella cree que todos son parte de su responsabilidad. Por ejemplo, cuando hizo un ingenioso cuarto de desinfección en el baño de la casa o cuando se adaptó para aprender a usar videollamadas para realizar las citas médicas del ancianato. María, que vive entre la vocación de ser madre y enfermera, es madre aquí y allá.
A punto de cumplir 50 años, trabaja de lunes a domingo cargando el peso de la crisis sanitaria. El último día de las madres, el segundo domingo de mayo, lo tuvo, un día libre. Estaba en la casa, diciendo a mi hermano que se aplicara el alcohol en manos y en plantas de los zapatos antes de saludarla. Ese día, mi mamá, mi enfermera, estaba a punto de contar una de sus anécdotas. Pero esta vez, solo me la contaba a mí...